“¿Estás deprimido?”,
“No sé, se te ve raro…”
No sé, ¿qué se puede hacer cuando
a cada poco tienes que enfrentarte a gente que te saluda de esa guisa?. Si
pones cara de circunstancias, daría la impresión de que les das la razón. Si
les dices que no pasa nada en absoluto, no te creen (al final eso es lo que se
supone que dicen las personas que no se encuentran bien para no tener que
seguir dando explicaciones). Si protestas, la fastidias porque tampoco se trata
de eso, encima de que se preocupan por ti, tú te enfadas. Al final, la única
salida es actuar a la gallega, responder con otra pregunta: ¿por qué lo dices?
Así le pasas el problema de explicarse al que hace la pregunta y te da un rato de respiro.
Pero el problema principal no
está en que te pregunten, sino en cómo están las cosas. Desde luego , hasta uno
mismo se da cuenta de que no luce esos ojos brillantes y esa vitalidad que
solía. Andas a base de esfuerzo, suspiras (eso me lo repiten, también, mucho
“oye te das cuenta de que cada poco suspiras…”), andas renqueando y te agota
cualquier mierdecilla de cuesta que debes afrontar. Y lo peor de todo es esa
especie de pájara global que te hace tan difícil poder concentrarte en
cualquier cosa. Uno ya sabía que esas cosas pasaban, pero siempre a otros.
¡Coño!, es una sensación terrible. Andas de la ceca a la meca sin poder
concentrarte en algo y tratar de sacarlo adelante. Lo que antes se te hacía
fácil y cuestión de trámite es, ahora, como si tuvieras que escribir la Ilíada.
Yo solía tener una estrategia
para estos momentos, que aunque aparecían de vez en cuando eran siempre muy
transitorios. Les hacía frente tratando de ordenar el despacho y poner en orden
las miles de cosas que se acumulan en mis mesas de trabajo. Esta vez, ni
siquiera lo he intentado. Hacerlo requiere de una energía que tengo que ahorrar
para sacar adelante la vida cotidiana. ¡Una pesadilla…!

Pues eso, la cuesta de Enero ha
sido penosa. Veremos lo que nos trae Febrero.
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