Ni qué decir tiene que todo lo
anterior era solo llenar los tiempos de espera del gran evento, la boda. Y aprovechar la ocasión, claro, de poder
conocer un poco más de cerca la cultura marroquí. Para quienes no habían estado
previamente allí supuso la ruptura de muchos prejuicios y la constatación en
directo de algunas diferencias entre Europa y África.
Después de la paliza (sobre todo
de coche) del viaje a Fez, lo que más deseábamos era una mañana tranquila
paseando por Rabat. Y eso hicimos. Se había apalabrado un guía para las 8,30 de la mañana en
la conciencia de que tal como van aquí las cosas de los horarios, no llegaría
antes de las 10. Craso error. Allí estaba el hombre a la hora convenida y los
que faltaban eran los españoles. Esta vez el que se tuvo que armar de paciencia
fue él. El hombre vestía de oscuro pero con ropa normalizada, sin chilaba ni
signos externos de ortodoxia, aunque sus mensajes sí que venían cargados de
convencimiento musulmán. De camino nos comentó que para ser guía tienen que ir
a una escuela coránica donde estudian dos años. Así que, obviamente, los que
obtienen acreditación de guías son gente seleccionada y de fiar para el
sistema.
El paseo fue bonito: torre y
mausoleo de Mohamed, kasbah de los Oudayas, jardines andaluces, Medina, Palacio
Real y calles centrales de la ciudad. Mucho andar (sobre todo en el palacio
real que tiene una extensión infinita), pero mereció la pena. Las chicas, con
la excusa de la peluquería, se tomaron un taxi de regreso. El resto a pie,
haciendo cuerpo para lo que nos esperaba por la tarde.
Y así tras la correspondiente
siesta, nos fuimos acicalando para asistir en un nivel de guapura aceptable al
gran espectáculo de la boda marroquí entre Javi y Souad.
Se nos había dicho que la
ceremonia comenzaba a las 19:30. Y para las 7 ya estábamos todos preparados
para subirnos a la furgoneta. Solo que no había furgoneta y cuando llegó, ya
solo cabían en ella tres personas para el primer viaje. Subieron los padres,
por supuesto. Los demás nos quedamos pesarosos pensando que con seguridad
llegaríamos tarde. ¡Lo que hace la falta de conocimiento sobre estas cosas…! En
fin, la furgoneta llegó a los 20 minutos y allá fuimos lo que restaba de grupo
de españoles. Bueno, no llegamos a las 7,30 pero sí dentro del margen de
cortesía de los 20 minutos. El lugar estaba a las afueras de la ciudad, en una
especie de polígono industrial y al lado de una sala de fiestas. Se trataba de
un edificio construido específicamente para albergar espectáculos de este tipo
y ubicado lo suficientemente lejos de las casas como para no molestar a los
vecinos con las algarabías musicales que allí se producen. Lo entendimos bien a
medida que avanzaba la noche.
Decía que llegamos allá por las
19,40. Lo primero que nos extrañó fue que en aquella sala inmensa con 20 mesas
redondas de a 10 personas no había aún casi nadie. A la entrada, subiendo la
escalera al primer piso, nos recibieron con una vaso de leche y un dátil que
llevaba una nuez dentro. La leche riquísima. Algunos decían que era de camella
pero no lo parecía. En todo caso tampoco sabemos cómo es la leche de camella.
El caso es que estaba riquísima, igual que el dátil.
Como ya estaban allí los padres
de Javi, ellos se encargaron de presentarnos a los padres de Souad. Él un señor
mayor, alto, con su gorrete blanco (luego se puso la chilaba blanca) y muy
expresivo aunque apenas manejaba media docena de palabras en francés y nada de
español. Pero lo suplía con su sonrisa, su mirada directa y sus manos. La
madre, siempre en una posición secundaria, con su pañuelo y su vestido blanco
era menos expresiva (seguramente es lo que le exige la tradición), pero también
nos dio la mano y unos besos a las mujeres. Poco pudimos hablar con ellos pero
lo suplimos con gestos expresivos y miradas amigables. En todo caso se les
notaba mucho más seguros que a los padres de Javi. Claro que ellos tenían mucha
más experiencia (ya habían casado a tres hijas) y, además, jugaban en casa.
Y comenzó la noche. Las mesas estaban
preparadas para 10 personas con tres platitos de tamaños progresivos y una
copa. El plato más amplio en el fondo, sobre él uno intermedio y al final el
pequeño. No supimos entender el orden. Y la copa, pues eso, una copa. Ya nos
habían advertido que no se podía tomar alcohol. Incluso habían insistido en que
nadie llevara una petaca de algo porque eso solo haría quedar mal a Javi, el
novio. Noche seca pues. Quizás por eso no quisieron escatimar el agua y, al
poco de sentarnos aparecieron, con una botella grande de agua para cada mesa.
Habían llegado y pasado las 8 pero aquello seguía igual. E igual seguía a las
8,30 y a las 9. Habían llegado algunos más (los españoles todos) pero del grupo
marroquí todavía muy poquitos. Nos resultaba extraño. Llevábamos una hora y
media de espera con el agua y un dulce que nos habían pasado en el ínterin. Los
jugos gástricos comenzaba a inquietarse y crecía la tentación de salirse del
protocolo y volver a por una leche y un dátil a la puerta. “Verás cómo esto no
comienza antes de las diez”, comente. “No seas exagerado”, me dijeron. Y no lo fui.
Ya habían pasado las 10 y 20 cuando empezó a moverse el personal porque se
acercaban los novios en su limusina (lo podíamos ver en las pantallas que
estaban instaladas en la sala). También se oía en la calle la música bereber
que venía acompañándolos.
Tampoco debía ser fácil cambiar
el traje porque esa fase se prolongaba por mucho tiempo. Quizás ellos
aprovecharan para descansar un poco. Quizás la operación resultaba compleja porque
habría que ajustar el maquillaje, el peinado, etc. en función de cada traje.
Las maestras de ceremonias (había tres que dirigían todo el cotarro con mano
firme, nada se hacía hasta que ellas no aparecían y ellas eran las que decidían
cómo había de poner la rodilla la novia, dónde había deposar su mano el novio,
cuándo y cómo habían de unir sus cabezas los novios para la fotografía
cariñosa, cómo había de bajar el traje y qué vuelos debía mantener, etc.) iban
marcando los ritmos y anunciando con unos grititos especiales (un canto,
supongo, en el que se decía algo indescifrable para nosotros) cada vez que la
novia entraba o salía del salón. Así pues, aparecieron de nuevo los novios allá
por las 12 de la noche con su segundo traje: un traje verde con tocados precioso.
Nuevo paseo entre músicas, en este caso de un grupo musical instalado en el
salón, hasta llegar al trono. Ellos se sentaron y comenzó la segunda sesión de
fotografía. Y allí se fueron otros 45 minutos. Cuando las maestras de
ceremonias consideraron que la cosa no daba para más comenzaron sus letanías y
los novios volvieron a salir para un nuevo cambio. Y otro periodo de espera que se amenizaba con
bailes. Los marroquíes son muy bailarines. Es gente alegre. Entre nosotros, los
jóvenes se animaron más pues la música marroquí exige saltar constantemente y
eso con un vaso de leche y un dátil se hace tarea árdua para los mayores. Pero
algunos se animaron.
Así fueron transcurriendo el 4º,
el 5º y el 6º de los trajes. Según nos contaron, los trajes representan a las diversas regiones marroquíes, cada una de ellas con sus coloridos y tradiciones. De todas formas daba igual como fuera el traje, con cada uno de ellos la novia aparecía siempre radiante, bella como una escultura, aunque el maquillaje y los sofisticados lazos, coronas y colas le restaban parte de la vitalidad y expresividad que es su mejor patrimonio. El novio, que el principio estaba más hierático y como cumpliendo su papel, se fue animando poco a poco y para la cuarta ronda ya se había soltado del todo y empezó a disfrutar. En el sexto estábamos ya en las 6 de la mañana.
Algunos españoles, de los mayores, empezaron a impacientarse y pidieron un cohe
para volver al hotel. Los más resistentes esperamos al 7º que decían era el de
novia. Y así fue. El novio recuperó su traje oscuro y ella un traje de novia
igual de llamativo y espectacular que los anteriores. La novedad de esta última
aparición era que se ponían los anillos y se cortaba la tarta. Hasta ahí
aguantamos. Se pusieron los anillos, cortaron la tarta, y probamos una pizca de
la misma. Muy dulce. Y nos fuimos. Eran casi las 7 de la mañana. Una boda
hermosa. Y eterna. No será fácil olvidar esta gran noche.