
Y así es como puedo contar la experiencia con la Dama de Hierro, la
película del día de Reyes. La película dirigida por Phyllida Lloyd (la misma
que ya dirigió ¡Mamma Mía! También con Meryl Streep) narra la vida de la
recordada Margaret Thatcher (ahora Baronesa), primera ministra del gobierno
inglés desde 1979 a 1990, año en el que renunció ante las presiones de sus
correligionarios por el tax pool o
impuesto igualitario que había obligado a pagar a todo aquel que viviera en el Reino
Unido. Le sucedió John Major.
No es una biografía al uso, sino una especie de juego retrospectivo sobre
lo que fue su vida personal y política pero partiendo de su situación actual de
demencia semi-aguda. En los pocos momentos de lucidez que va teniendo, recuerda
los momentos interesantes de su vida desde niña. Es interesante cómo han dejado ver ese desvanecimiento de la realidad que se hace borrosa y se escapa en el cartel original de la película Iron Lady. Este planteamiento dota de un
cierto dramatismo a la historia y actúa como elemento dulcificador de los
componentes políticos de la historia. Al final, el espectador se ve sometido al
dilema de contraponer el drama personal de alguien que está luchando por no
perder del todo su cordura con la actuación de alguien que marcó una época de
la vida política europea con decisiones de una gran dureza.


Algunas cosas me llamaron poderosamente la atención en el film (una gran
película, desde luego). En primer lugar me pareció claro que el enfoque y
desarrollo de la historia se correspondía bien con los patrones de una película
femenina. La sensibilidad que derrochan los personajes centrales es magnífica.
Es cierto que las personas somos lo que hacemos, pero tanto como eso, somos la
forma en que vivimos no solo lo que hacemos sino lo que somos y la relación con
los que nos rodean. Una directora como Phyllida Lloyd sabe muy bien rescatar
esa parte de la humanidad del personaje. Se ha apoyado en su enfermedad, pero
ha sabido sacar partido de otros muchos detalles. Entre otros de la particular
relación de Margaret con su marido: qué personaje extraordinario hace Jim
Broadbent, lleno de detalles, de guiños de buen actor, de muecas que son como
discursos; es un contrapunto humano y sentimental al componente racional de su
esposa. Película femenina, también, porque la gran marea de hombres que van
apareciendo en el film, al final, no pintan nada, no pasan de ser pequeños
personajes perdidos en sus diletancias y, al final, en sus traiciones.
Me llamó poderosamente la atención, cómo se dibuja esa mentalidad dura que
todos atribuían a la Thatcher. En un momento de la historia ella desprecia las
emociones y las contrapone a lo racional, las ideas. Nos va tan mal, viene a
decir, porque nos hemos convertido en una sociedad de las emociones. Terrible
apreciación, aunque más de uno (y una) estarían de acuerdo con eso. Y en otro
momento, construye una secuencia lógica que no puede sino producir asombro: hay que cuidar los pensamientos, echa en
cara a quien le dice que ellos piensan de otra manera, vigilar lo que se piensa porque los pensamientos se convierten en
palabras y las palabras en actos, después los actos crean hábitos y los hábitos
el carácter de las personas; y el carácter nos marca el destino.
Impresionante alegato sobre el peligro de pensar, de pensar distinto a lo que
piensan quienes mandan (quienes suponen que tienen la verdad, como hacía ella).
A algunos les ha disgustado enormemente que utilicen a una persona aún viva
y enferma para construir sobre su enfermedad un producto comercial como esta
película. Mi mujer quería denunciar a la productora. A otros, les ha disgustado
la pretensión de neutralidad política de la historia y la amortiguación del
perfil político de la protagonista. No faltan quienes hayan valorado muy
positivamente el impulso feminista de todo el film, destacando el papel de
pionera que la Thatcher tuvo en el acceso de las mujeres a la política en un
mundo tan conservador y reacio como era el Reino Unido de los años 70 (y con
más mérito, aún, al hacerlo al frente del Partido Conservador). Probablemente
todos tienen algo de razón. A mí lo que de veras me impresionó fue el papelón
que, una vez más hace la Meryl Streep, perfecta como siempre.