miércoles, mayo 18, 2011

Entre las mañanitas y las medias noches.

Ya no sé por dónde entrarle a esta semana que pasó, si por la medianoche en París de Woody Allen o por las “mañanitas” que me dedicaba una buena amiga mexicana por mi cumpleaños.
En cualquier caso ha sido una semana intensa. Primero porque me vi metido en un debate de altos vuelos en Internet con varios colegas universitarios sobre Bolonia y las competencias. No sé cómo lo hago, pero al final estoy en todas las procesiones. Y la mayor parte de las veces llevando la cruz. Eso sí, en el pecado tengo la penitencia. Luego tengo que tomarme la tensión para ver cómo va la cosa.
Pues qué se le va a hacer. Ya está. Ya estamos en los sesenta y dos. Como quien no quiere la cosa. Tengo una sobrina para la que su máximo objetivo durante su carrera universitaria era pasar desapercibida. Así lograba que los profesores casi ni se enteraran de su presencia, no la preguntaran ni se extrañaran los días que no iba. A mí me pasaba todo lo contrario. En los comunes en Zaragoza, tenía un profesor de latín que no me lo podía despegar. Como un día me cambiara de sitio, lo primero que hacía al entrar en clase era echar un vistazo a la sala para localizarme y, a partir de ahí, todo era llamarme, aludirme, preguntarme qué me parecía. Un agobio. Pues con la vida pasa un poco lo mismo. Uno trata de pasar desapercibido, que quien lleve estas cosas casi ni se dé cuenta de que tú andas circulando por ahí. Y que vayan pasando los años sin incidencias. En mi caso, al principio eso fue fácil. Salvo pequeñas penurias (sobre todo dentales y por una sinusitis alérgica que me ha acompañado siempre) yo nunca supe lo que era estar mal. Creo que mi primera aspirina llegó sobrepasados los cuarenta. Luego las cosas comienzan a complicarse casi imperceptiblemente, un día aparece una chorradica, al poco otra y, así, vas superando los días (ya no es que los días pasen, ahora los tienes que superar). Me dejó muy impresionado una amiga a la que le murió su padre. Ella me dijo que los hombres tenemos una edad que marca el futuro: entre los 48 y los 52. Si los superas sin enfermedades graves es posible que llegues a viejo. Su padre no lo superó. Otros de nuestro entorno también han ido cayendo o sufriendo golpes fuertes en esos años. Algo debe tener de razón. La cosa es que también esos años quedaron atrás sin sustos especiales, pero uno ya no se siente seguro nunca. Y aquello de “pasar desapercibido” ante la vida, simplemente, se hace imposible. Cada vez más, esto de seguir vivo se parece más a un encierro. Te das cuenta que llevas los cuernos de los bichos pegados al culo y que al menor descuido (tuyo, de los demás, de las circunstancias) te arriesgas a un pitonazo que a saber qué consecuencias trae. En fin, 62 añicos, más de 26.500 días. Parece mucho, pero es que se han ido en un Jesús.
¿Y cuál es tu balance de ese montón de días, oigo que me pregunta el blog? No sé, le he dicho, para ganar tiempo, no es una pregunta que se pueda responder así de golpe. No sabría decirte cuál es el balance de la última semana, así que no estoy para grandes balances. Además uno pasa, indefectiblemente, por picos y valles. ¿Más picos o más valles, sigue incordiando el susodicho? Bueno, depende, de si a lo bueno le llamamos pico o le llamamos valle. Yo creo que el valle es más tranquilo y sosegado, con menos incidencias. Visto desde lo que decía de “no llamar la atención”, el valle es más amigable te cobija más. En los picos te conviertes en centro de atención, bien porque tengas éxito, bien porque lo estés pasando de pena, bien porque tengan que estar pendientes de ti por alguna enfermedad. Los picos te convierten en el centro de atención. “No me has respondido, sigue él”. Bueno, creo que podría decir que he tenido más picos que valles. Quizás por eso añoro volver al valle. Yo nací, o casi, en un valle, a la orilla del Arga y allí hice mis primeros pinitos. Luego la vida me fue llevando por otras plazas y metiendo en otras batallas. De casi todas he salido bien, así que tampoco puedo quejarme. Pero uno sigue añorando el valle, cualquier valle. “¿No suena eso a despedida, a talante depre?, insiste el tocapelotas”. Quizás, tengo que confesarle, pero sin dramatismos. Uno tiene que tocar madera varias veces al día pero, en el fondo te sientes bien. Pasa como con los coches, vas lleno de rasponazos y con la chapa algo cascada, pero el motor va tirando. Ahora se cala más que antes, pero bueno, basta un pequeño retoque no demasiado invasivo y estás de nuevo a punto.
En fin, esto se está poniendo chungo. Lo bueno de estas fechas es que puedes celebrarlas. Y recordar en ellas a quienes, con más méritos que uno, no pudieron hacerlo. Tiene su toque de nostalgia pero las cosas son así.
Al final, ya ves, querido blog, yo quería hablar de Woody Allen y tú me has retenido en ese campo de minas es que es hablar de la edad, de la mucha edad. No sé cómo te aguanto. Además, ya ves que a algunas personas, como la de la foto, lo del 62 no les va tan mal.

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