Genitorialità. Es una hermosa palabra del italiano para definir esa nueva situación en la que entran las parejas que tienen hijos y los compromisos que asumen con ellos. Nosotros le decimos paternidad y maternidad y ya en la división comienzan las dudas y el escaqueo. La genitorialità afecta a ambos, incluso a los que sin ser ellos mismos los padres han de ejercer esa tarea preciosa de atender a los recién nacidos.
Y, la verdad, es un proceso de transformación personal hermoso y profundo. ¡Hay que ver qué cantidad de cosas cambian en las personas! Los cambios en su ambiente de vida son obvios: una criatura se apodera de sus tiempos y sus espacios, aparecen sonidos nuevos en la casa (sonidos con peculiaridades notables porque son como señales que te cruzan el alma, que traen mensajes, que no puedes dejar de oír por débiles que parezcan). Pero los cambios más llamativos son internos. Esos cambios que te maravillan: la fortaleza, la sensibilidad, la capacidad de esfuerzo, la disponibilidad permanente, los gestos llenos de ternura, la superación de barreras (como el pudor, el cansancio, el sueño). No sé si es algo que llega con el nacimiento de la criatura o algo a lo que te vas preparando durante los meses de embarazo. En cualquier caso, es algo hermoso y grande. Llama poderosamente la atención.
Pero, en verdad, es hermoso dar ese salto de miembro de una pareja a miembro de una familia.
Te cambia todo. Ese nuevo personaje al que antes seguías durante nueve meses como un misterio que iba crecienco (ahora ya resulta menos misterioso, con los nuevos artilugios que los fotografían), que se iba desarrollando dentro de la madre hace su aparición y exige, de plano, sus derechos. En cualquier caso, comienza una nueva historia, se abre una nueva generación (y todos los adultos corren simultáneamente un puesto en la escala hacia arriba: los hijos se convierten en padres, los padres en abuelos, los primos en tíos y así todo). Pero los cambios fundamentales se producen en la pareja de padres. La pareja se convierte en trío y ése es un cambio fundamental porque la de pareja es una relación equilibrada y la del trío resulta muy desequilibrada. El nuevo peque depende en todo de sus padres, por eso este primer periodo va a sentar las bases de cómo serán las cosas en el futuro. El éxito o fracaso en ese primer encuentro va a generar o imposibilitar lazos y vínculos de un valor sustancial. Por eso debe ser tan terrible (para los tres, si es que hay tres en esas historias) el nacimiento de hijos no deseados. Tampoco lo deben tener fácil las familias monoparentales. Ya no es fácil siendo dos llenos de cariño y dedicados full time a ello. Hacerlo uno/a a solas o dos, pero con desgan,a debe ser un martirio.
Genitorialità. Todo un mundo de nuevas demandas. Asumir un compromiso y marcar límites. Entrar en la vida con otra persona a tu lado que depende totalmente de ti, al menos en los primeros meses. Ya lo decía, pasar de la pareja al trío. Y eso exige crear un nuevo espacio físico y psíquico para el recién llegado. El espacio físico es fácil porque, por lo general, ya se ha estado construyendo durante los nueve meses anteriores (su habitación, sus ropitas, las cosas para bañarla y limpiarla, los carritos múltiples que hoy se precisan, etc.). No es tarea fácil pero sirve para colmar la ansiedad que produce la espera y para dar salida a las ilusiones que poco a poco vamos generando sobre la nueva criatura que vendrá. Un poco más difícil es crear ese espacio psíquico e inmaterial que el niño viene a ocupar. Lo es porque, al igual que cuando se sienta a la mesa un nuevo comensal, hemos de movernos todos un poco y, probablemente aguantar algo más incómodos. A veces, los padres se quejan de las novedades que trae consiguo el nuevo bebé: las molestias, los llantos, las tareas constantes para alimentarle y limpiarle, las restricciones de los propios movimientos, los cambios en la relación de pareja. Menos mal, que, por lo general, los peques llegan llenos de un enorme caudal de ternura que satisface de sobra el esfuerzo que exigen. Al menos mientras son tan vulnerables, cuando dependen tan totalmente de ti, cuesta poco hacer ese reajuste y adaptarte a sus ritmos, sus tiempos, sus demandas. Se hace con gusto. Cuando van creciendo ya es otra cosa. Hace algún tiempo asistí, creo que en Huelva, a una situación curiosa. Una señora había aparcado su coche en zona de carga y descarga. Venía con sus hijos al colegio y comenzó a abrirles la puerta para dejarles salir. Enseguida llegó un guardia municipal a decirle que allí no podía aparcar que aquello era zona de carga y descarga, que si no había visto los carteles. La señora le contestó sin dudarlo: Pues eso es lo que estoy haciendo yo, descargar a mis hijos que vienen a ese colegio de ahí al lado. Oiga, señora, le dijo el guardia, que los hijos no son una carga. ¡Eso lo dirá usted!, le contestó ella sin inmutarse. Y continuó con su faena mientras el guardia no conseguía salir de su estupor.
En fin, no es fácil pero resulta gustoso. Menos los papeles y la burocracia, a lo que he podido ver estos días. Hay que hacer tantos papeles para padres recientes e hijos que ésa es una penitencia de la que se habla poco.
Pero lo más hermoso de todo es cómo, la nueva criatura se convierte en protagonista de una serie de efectos sociales maravillosos. Sin saberlo ella, por supuesto, pero por su mérito. Lo que más me ha gustado es como se convierte en una especie de arañita dulce que va tendiendo una red en la que nos va atrapando a cuantos pasamos a su alrededor. Primero nos atrae con su imán seductor (todos queremos verla y acariciarla) y después vamos quedando atrapados en su red, te sujeta, te contamina, hace que segregues endorfinas, que te sientas bien, que te enamores de ella. Y así va creando su red y atrapando al conjunto de gentes que, a partir de ese momento giraremos a su alrededor: los abuelos, los tíos, los primos, los conocidos de los padres, etc. Al final, mucho o poco todos nos contaminamos de ese virus extraño que traen consigo estas criaturas que llegan ya muy perfeccionadas.
En fin, cómo decirlo, han sido unos días hermosos con nuestra nietica. Días de aprendizaje total. Parece mentira lo poco que te sirve la experiencia previa que tú mismo tienes como padre que has criado a tus hijos. Ni siquiera la experiencia que como experto de Educación Infantil se me podría suponer. Nada sirve de nada. Los niños de ahora traen otro librillo bajo el brazo. No quieren saber nada del hospital (eso me parece fantástico) y no estuvo en él ni 8 horas, ni una sola noche. A los tres días de nacida ya la sacamos de casa a pasear en el coche y a acompañarnos a una barbacoa en casa de sus abuelos. A los 4 días ya se vino con nosotros a pasear por la playa y a comer a un restaurante (al mismo al que habían ido el domingo anterior sus padres todavía embarazados). No es de extrañar que la vida actual sea tan rápida. Antes, los 15 primeros días debían estar en lugares oscuros sin hacer otra cosa que comer, defecar y dormir, una trilogía que hoy no ha variado en lo fundamental pero se ha hecho mucho más divertida y colorista. La nonnità, el ser abuelos se ha complicado mucho. Está visto que tendremos que reciclarnos.