Aprovechamos la hora de la siesta para dejar a los papis un ratico de descanso y nos fuimos al cine. Por supuesto, la estrella de la programación era ÁGORA, la nueva película de Amenábar. Es de las que hay que ver. Y la vimos.
Ágora es una película grandiosa y grandilocuente. Un exceso de figurantes, de ideas, de efectos especiales (supongo), de sonido. Yo mantenía en la memoria MAR ADENTRO aquel film maravilloso, todo emociones, sin un gesto excedido. Aquí Amenábar se ha pasado al lado contrario y todo es ruidoso, exagerado.
La historia son muchas historias y, a la vez (o eso espero) tiene poco de historia. O quizás sí. Quizás la historia fue así, pero es terrible. Existió Hipatia, sin duda:“Una filósofa y maestra neoplatónica romana, natural de Egipto,[2] que destacó en los campos de las matemáticas y la astronomía,[3] miembro y líder de la Escuela neoplatónica de Alejandría a comienzos del siglo V. Seguidora de Plotino, cultivó los estudios lógicos y las ciencias exactas, llevando una vida ascética”, dice de ella la enciclopedia. No es que esos rasgos coincidan mucho con el personaje de la película, pero Rachel Weisz, la encarna con cierta solvencia, menos en lo de ascética pues más bien parece una dama de la alta sociedad de Alejandría. Supongo que también sucedieron las guerras entre religiones, todos contra todos, pero tal como está contado suena más a ajuste de cuentas de los guionistas o a la búsqueda de argumentos y situaciones provocadores. Consiguió dejarme desolado. Perfecta, sin embargo, la reconstrucción de la biblioteca de Alejandría y de la propia ciudad. Supongo que están bien documentadas en los papiros de entonces. Da gusto ver cómo la cultura había sido capaz de ir creando espacios y conocimientos. Y angustia pensar como algunos pensamientos fanáticos pueden llegar a despreciar esas creaciones.
Pese a su espectacularidad, no es una película que enamore, ni que te tenga absorto en la historia. Tuve que luchar a brazo partido contra el sueño. Salvo la figura de Hipatia, los otros personajes están medio ausentes. Aparecen y desaparecen de la historia, mantienen posiciones débiles y cambiantes, resultan patéticos con frecuencia.
En cualquier caso el espectáculo está bien construido y la realización hace justicia a los méritos de un Amenabar ya avezado en esas lides. Logra imágenes espectaculares, incorpora movimientos de masas como si fuera un Cecil B. de Mille redivivo, consigue sonidos provocadores. Algo fuera de lo habitual en el cine moderno. Desde ese punto de vista la película es irreprochable para un espectador normal
Lo que duele más es la historia en sí misma. O la forma de contarla. Uno no quisiera creer que los cristianos de aquella época fueran tan demoníacos, ni que su mentalidad fuera tan retrógada. Estaban aún comenzando, habían heredado una visión religiosa y una filosofía basada en el amor fraterno y el apoyo mutuo. Parece increíble que ese mensaje se pervirtiera tan pronto y que se pudieran hacer desde el cristianismo argumentaciones tan estúpidas y belicosas como las hacen los cristianos. Me cuesta muchísimo creerlo.
Y la verdad es que Amenabar (o sus guionistas) tratan a los cristianos como auténticos talibanes y fanáticos. En primer lugar los viste de negro. La secuencia en que ellos asaltan la biblioteca, con la cámara en picado, los hace ver como auténticas cucarachas repugnantes que se mueven por el espacio sagrado de la biblioteca arrasando con todo. Se inventa la secta de los “parabolanos” y les arropa con todas las miserias de las culturas de aquel momento: el fanatismo, el odio a la cultura, la eliminación de los adversarios, los apedreamientos de mujeres, la ignorancia, la destrucción…El obispo Cirilo (representado por Sammi Samir) es realmente perverso tal como lo presenta la película. Venera como santo y mártir a un chiflado que lanza una piedra al prefecto y él mismo se convierte en santo tras su muerte (lo curioso es que se le venera como santo tanto en la Iglesia Católica, como en la Ortodoxa y en la copta. No debía ser tan malo. Todo tan contradictorio con lo que uno valora como posiciones cristianas que acabas de mala leche. Tanto da si las cosas fueron así (la mala leche sería contra aquellos cristianos fanáticos y estúpidos) como si no lo fueron y Amenábar las ha contado así sólo por alinearse en el frente anticristiano (en ese caso, el cabreo iría contra el cineasta que bajo el oropel de una reconstrucción histórica insufla toda su mala leche antireligiosa).
En fin, la lucha entre religiones y el fanatismo han sido y siguen siendo un auténtico cáncer contra la religiosidad sana. Así que habrá que tomar como terapéutica esta visión, espero que distorsionada, de la historia de Alejandría. Pero es difícil evitar salir del cine con muy mal cuerpo.
Ágora es una película grandiosa y grandilocuente. Un exceso de figurantes, de ideas, de efectos especiales (supongo), de sonido. Yo mantenía en la memoria MAR ADENTRO aquel film maravilloso, todo emociones, sin un gesto excedido. Aquí Amenábar se ha pasado al lado contrario y todo es ruidoso, exagerado.
La historia son muchas historias y, a la vez (o eso espero) tiene poco de historia. O quizás sí. Quizás la historia fue así, pero es terrible. Existió Hipatia, sin duda:“Una filósofa y maestra neoplatónica romana, natural de Egipto,[2] que destacó en los campos de las matemáticas y la astronomía,[3] miembro y líder de la Escuela neoplatónica de Alejandría a comienzos del siglo V. Seguidora de Plotino, cultivó los estudios lógicos y las ciencias exactas, llevando una vida ascética”, dice de ella la enciclopedia. No es que esos rasgos coincidan mucho con el personaje de la película, pero Rachel Weisz, la encarna con cierta solvencia, menos en lo de ascética pues más bien parece una dama de la alta sociedad de Alejandría. Supongo que también sucedieron las guerras entre religiones, todos contra todos, pero tal como está contado suena más a ajuste de cuentas de los guionistas o a la búsqueda de argumentos y situaciones provocadores. Consiguió dejarme desolado. Perfecta, sin embargo, la reconstrucción de la biblioteca de Alejandría y de la propia ciudad. Supongo que están bien documentadas en los papiros de entonces. Da gusto ver cómo la cultura había sido capaz de ir creando espacios y conocimientos. Y angustia pensar como algunos pensamientos fanáticos pueden llegar a despreciar esas creaciones.
Pese a su espectacularidad, no es una película que enamore, ni que te tenga absorto en la historia. Tuve que luchar a brazo partido contra el sueño. Salvo la figura de Hipatia, los otros personajes están medio ausentes. Aparecen y desaparecen de la historia, mantienen posiciones débiles y cambiantes, resultan patéticos con frecuencia.
En cualquier caso el espectáculo está bien construido y la realización hace justicia a los méritos de un Amenabar ya avezado en esas lides. Logra imágenes espectaculares, incorpora movimientos de masas como si fuera un Cecil B. de Mille redivivo, consigue sonidos provocadores. Algo fuera de lo habitual en el cine moderno. Desde ese punto de vista la película es irreprochable para un espectador normal
Lo que duele más es la historia en sí misma. O la forma de contarla. Uno no quisiera creer que los cristianos de aquella época fueran tan demoníacos, ni que su mentalidad fuera tan retrógada. Estaban aún comenzando, habían heredado una visión religiosa y una filosofía basada en el amor fraterno y el apoyo mutuo. Parece increíble que ese mensaje se pervirtiera tan pronto y que se pudieran hacer desde el cristianismo argumentaciones tan estúpidas y belicosas como las hacen los cristianos. Me cuesta muchísimo creerlo.
Y la verdad es que Amenabar (o sus guionistas) tratan a los cristianos como auténticos talibanes y fanáticos. En primer lugar los viste de negro. La secuencia en que ellos asaltan la biblioteca, con la cámara en picado, los hace ver como auténticas cucarachas repugnantes que se mueven por el espacio sagrado de la biblioteca arrasando con todo. Se inventa la secta de los “parabolanos” y les arropa con todas las miserias de las culturas de aquel momento: el fanatismo, el odio a la cultura, la eliminación de los adversarios, los apedreamientos de mujeres, la ignorancia, la destrucción…El obispo Cirilo (representado por Sammi Samir) es realmente perverso tal como lo presenta la película. Venera como santo y mártir a un chiflado que lanza una piedra al prefecto y él mismo se convierte en santo tras su muerte (lo curioso es que se le venera como santo tanto en la Iglesia Católica, como en la Ortodoxa y en la copta. No debía ser tan malo. Todo tan contradictorio con lo que uno valora como posiciones cristianas que acabas de mala leche. Tanto da si las cosas fueron así (la mala leche sería contra aquellos cristianos fanáticos y estúpidos) como si no lo fueron y Amenábar las ha contado así sólo por alinearse en el frente anticristiano (en ese caso, el cabreo iría contra el cineasta que bajo el oropel de una reconstrucción histórica insufla toda su mala leche antireligiosa).
En fin, la lucha entre religiones y el fanatismo han sido y siguen siendo un auténtico cáncer contra la religiosidad sana. Así que habrá que tomar como terapéutica esta visión, espero que distorsionada, de la historia de Alejandría. Pero es difícil evitar salir del cine con muy mal cuerpo.
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