domingo, diciembre 07, 2025

CIUDAD SIN SUEÑO

 

Hay películas que uno tiene que ver, necesariamente. Le gusten o no le gusten. Después de haber estado, de estudiante, de voluntario en un barrio gitano y haber trabajado con muchachos inadaptados, algunos de ellos gitanos, va de seu que no me perdiera esta película. Hemos tenido, además, la suerte de que vendría a la sesión Marina García Lòpez, la hermana del director Guillermo Galoe, que había sido, a su vez, la productora del film.

La película Ciudad sin sueño es el producto final de un trabajo prolongado (6 años) del equipo en la zona de la Cañada Real de Madrid, un espacio marginal inmenso en el que viven más de 8.000 personas, casi la mitad de ellos niños. La Cañada está dividida en sectores, del 1 al 6, números que van indicando la distancia de la ciudad que coincide, además, con el grado de degradación que sufre cada sector, siendo el 6 el más problemático al ser la zona de tráfico de droga más grande de Europa.

Esta película vino antecedida por un corto (Aunque es de noche, 2023) y tanto el corto como la película tienen un cierto aroma de documental etnográfico que trata de describir (aunque recreando situaciones que permitan destacar los valores culturales de la gente) la vida en La Cañada. Dirigida, como decíamos, por Guillermo Galoe está asentada en la actuación de los propios habitantes de La Cañada. Eso exigió un amplio trabajo previo con ellos en forma de talleres de cine y de cultura general. De hecho, se incorporan al film grabaciones hechas con los móviles por parte de la gente, sobre todo jóvenes. Destaca la figura de Toni un chaval de 15 años y la de su abuelo, ambos protagonistas del film.

 La película cuenta la vida en La Cañada centrándose en un momento en el que su propia existencia está en crisis porque se pretende destruir los asentamientos y realojar a las familias en pisos de barrios masivos. Ese cambio supone una ruptura absoluta de su estilo de vida, más desregulada, comunitaria y apegada al terreno en La Cañada, más cómoda pero más aislada en el piso que se les ofrece. En La Cañada no tenían luz ni agua corriente, pero aun así, muchos prefieren seguir allí por la libertad que les da el vivir a su manera y en grupo.

Formalmente, la película está muy bien. Los personajes se describen bien y actúan con desparpajo. El lenguaje, la fotografía (con esa mezcla de fotografía profesional y grabaciones de móvil; de color natural y color con filtro de colores vivos) y la música te trasladan con mucha eficacia a un entorno como el que ves en pantalla. Todo aparenta ser muy natural, muy real y, por tanto, acabas metiéndote en la situación, conviviendo con ellos. Y aunque, probablemente pudieran haberlo hecho, la acción transcurre en un relato visual sin acudir al dramatismo, contando las cosas de la vida diaria, ofreciendo una lectura amable, y por momentos lírica, de la situación. La cámara y los móviles hacen de meros recuperadores de unas situaciones que en sí mismas son de pobreza y miseria, pero nunca de indignidad o deshumanización. El respeto es la premisa que dirige la exploración y la construcción del relato. De otra manera, probablemente, no le habrían permitido grabar en La Cañada.

 Al final de la proyección tuvimos una conversación con Marina que fue explicando algunas de las características del trabajo que realizaron. Nos contó que aún sigue yendo por La Cañada porque los lazos que se crearon durante 6 años siguen vivos. “¿Servirá de algo vuestra película para mejorar su situación?, le preguntaron. “Yo estoy convencida, dijo ella, de que el arte puede cambiar las cosas”. Ojalá sea así.

LA TOPOGRAFÍA DE LA AMISTAD

 

 

Nunca ha sido fácil poder definir qué es la amistad y en qué se diferencia de otras relaciones más o menos cordiales que todos mantenemos con diversas gentes. ¿Cuándo pasa alguien del estatus de colega o compañero al de amigo/a? Y, por otro lado, ¿esa condición de amigo/a se la otorgas tú graciosamente al otro o es algo que el otro conquista y se autoatribuye? ¿La amistad es algo subjetivo o es algo que se puede constatar en función de ciertos indicadores visibles?

La verdad es que resulta difícil saber quiénes son realmente amigos o amigas tuyas. Amigos/as de verdad, se entiende. O, visto a la inversa, no resulta fácil saber de quién eres tú mismo amigo y/o de quién te quedas solo en categoría de colega.  La prensa discute estos días las palabras del presidente Sánchez que decía que Ábalos era un cercanísimo colaborador suyo pero que resultaba un desconocido “en lo personal”. ¿Será acaso que la falta de esa esfera de “lo personal” es lo que hace que una relación llegue solo al colegueo y la colaboración sin entrar en el territorio de la amistad? ¿Para que haya amistad se requiere que los intercambios entren en el ámbito de las confidencias?

Estudios de la Univ. de Kansas han señalado que para pasar de conocido a amigo ocasional se precisan, al menos, 50 horas de interacción y son el doble para que ese amigo/a ocasional se convierta en amigo cercano. Lo de llegar a amigos/as íntimos requiere más de 200 horas de tiempo compartido. Tiene mucha faena esto de la amistad, aunque, la verdad, yo no creo que la cosa dependa de las horas o, al menos, no solo de eso: hay personas a las que no ves mucho, pero esa falta de contacto no tiene efectos negativos sobre la amistad y en cuanto vuelves a encontrarte con ellos recuperas enseguida la intimidad. Y en cambio hay otras con las que pasas años juntos y apenas has cruzado sus zonas más periféricas. Lo que me ronda por la cabeza estos días es que la amistad tiene que ver con el territorio personal que compartas con el supuesto amigo.

Qué pasa si te encuentras con un supuesto amigo, con el que antes compartías muchos espacios personales (salud, familia, preocupaciones, problemas) y resulta que ya no quiere hablar de nada de ello. Buena señal no es, desde luego. Uno entiende (porque también le sucede a él) que hay momentos en los que no te apetece hablar de según qué cosas, pero si ese “no hablar” (es decir, no compartir) se mantiene y la comunicación se va desplazando hacia espacios más profesionales o más banales y periféricos, parece evidente que la propia amistad entra en retroceso. No lo sé. 

 ¿Será que los mayores nos hacemos más susceptibles a ese tipo de pérdidas? Uno va viendo cómo tus redes sociales y de amistades se van diluyendo y entrando en una zona de niebla: personas que creías tener cerca y con las que creías compartir muchas cosas, pues resulta que ya no es así, que la proximidad y comunión anterior se ha ido diluyendo. Y lo vas sumando al elenco de pérdidas que la edad trae consigo. Una más.

Es por eso que llevo días dándole vueltas en sueños a esa imagen topográfica de la amistad: la amistad como el grado en que cada cual comparte el patchwork de su vida. Todos tenemos ese mapa multicolor de trozos vitales que forman nuestra existencia. La amistad se podría medir, se me ocurre, por la cantidad (y calidad: no todos tienen la misma relevancia) de los trozos que compartimos con otros. Me imagino (ya dije que son comeduras de coco de esos ratos de entrevela en que ni duermes ni estás despierto) a cada uno de nosotros rodeados de múltiples parcelas ordenadas en círculo. Las hay más centrales y más periféricas. A ciertas personas nunca las dejamos pasar más allá de las parcelas más periféricas y a otras les damos paso hasta las más centrales y próximas a nosotros. Algo así como hacemos con las visitas: hay visitas que las atendemos en el rellano de la escalera, otras en el hall de entrada, algunas las pasamos al salón o la cocina, y solo las más especiales (¿más amigas?) pasan a la sala de estar e, incluso, hasta la habitación.

Esta visión más topográfica de la amistad tiene su utilidad para poder entender dónde estamos en cada momento en relación a nuestro supuestos amigos y amigas: basta constatar en qué parcelas se mantiene la relación, qué tipo de ámbitos se comparten y cuáles quedan bajo llave. Tampoco es que sea un medidor nuevo. Ya se hacía así en los noviazgos antiguos (en los de ahora no sé cómo van esas cosas): sabías si la cosa iba avanzando o no en función de hasta dónde podías llegar en tus caricias, dónde estaban puestas en cada momento las líneas rojas que no podías traspasar.

 ….a todas estas voy notando que el blog me mira de manera rara, como si no entendiera de qué va todo este rollo. Como si me estuviera preguntando a dónde quiero llegar. A veces le pasa. Se le ve incómodo y, al final soy yo quien tiene que intervenir: ¿y, ahora qué pasa, le pregunto, va algo mal? Él no es mucho de hablar, sobre todo escucha, pero es fácil entrever lo que quiere decir: ¡te estás metiendo en un berenjenal! Ja! Ya veo que ha captado bien mi metáfora de las parcelas o huertos que nos rodean. Pero él insiste muy en su papel de mosca cojonera: Te das cuenta de que, si eso es verdad, tú te quedas sin amigos porque apenas compartes más que las parcelas más periféricas. Es que yo soy como tú, me excuso, más de escuchar que de hablar… Pero ya está, ya me ha dejado jodido otra vez.

 



 

sábado, noviembre 22, 2025

FATHER, MOTHER, SISTER, BROTHER


 

Este año no he disfrutado como debiera del ciclo de cineuropa. Son 139 películas que se proyectan en 17 días. Marea un poco ponerse a elegir entre un elenco tan enorme de films. Y corres el riesgo del empacho. Se todas formas es una oportunidad que marca el otoño compostelano y que si te gusta el cine no puedes desatenderla. Lo malo de este año es que ha coincidido con otros compromisos familiares y académicos que nos ha obligado a interrumpirlo varias veces. Y así solo lo hemos podido aprovechar a sorbos.

Además, el cine es muy suyo. Requiere de una atención muy sistemática (película a película) y sin dilaciones, porque como se te acumulen varias sin haberte parado a analizar cada una en su momento, al final se te mezcla todo y tienes problemas para recordar hasta los títulos. O al menos, eso es lo que me pasa a mí. Ahora mismo, soy incapaz de recordar ni las características ni las historias de las 5 películas que hemos visto en este ciclo de cineuropa. Sé los títulos porque conservo las entradas, pero me llevaría mucho tiempo y un gran esfuerzo mental ir contando de qué iba y qué me parecieron cada una de ellas. Así que me quedaré con la última, la de ayer por la tarde: “Father, Mother, Sister, Brother”.

Se trata de una película estadounidense de este mismo año, dirigida por  Jim Jarmusch  a quien ya conocemos por otras magníficas creaciones (French Water, 2021; Paterson, 2019). Jarmusch es también el autor del guión y de la música (una obra absolutamente de autor). Y cuenta con un elenco de autores que sorprende:   Charlotte Rampling, Cate Blanchard, Tom Waits, Adam Driver… El resultado no sorprende: todos ellos llevan su papel a unos niveles que expresan todo el valor de su veteranía. Recibió el León de Oro a la mejor película en el festival de Venecia.

 En realidad, es una obra de actores que bien podría desarrollarse en el teatro.  Importan los gestos de cada uno de ellos. Esos gestos, siempre minimalistas y muy definidos en cada detalle, son la historia del film: como el personaje mira y hacia dónde, cómo se sienta, qué dice (y qué no dice), qué postura adopta. Pura comunicación no verbal con algo de conversación. Y todo muy lento, como si se quisiera dar tiempo a explorar cada detalle. 

La historia está concebida en varios capítulos, que recogen escenas de encuentros familiares. Uno dedicado al padre, otro a la madre y el tercero a los hermanos. Los tres intentando describir situaciones familiares anómalas (al menos, en relación a nuestra cultura familiar). En la primera parte, rodada en Massachusett (preciosos los paisajes nevados y la carretera perdida entre montañas) dos hijos ya mayores van a visitar a su padre viudo con el que apenas tienen contacto. Y esa falta de contacto y empatía se muestra en los silencios y en la conversación escasa y parsimoniosa que son capaces de establecer. Todos disimulan, fingen y se sienten extraños pese a las viejas añoranzas de la relación familiar cuando su madre vivía. La segunda parte, rodada en Irlanda, se centra en la visita que hacen a su madre dos hermanas de talante diverso a la que poco ven. La suya es una madre controladora y formalista para quien los comportamientos son formas de expresión ritual que ha de acomodarse a las normas en las que ella las educó. Tampoco existe complicidad alguna entre ellas y la conversación resulta inane. No tienen de qué hablar y todo semeja forzado. En la tercera parte, rodada en París, hermano y hermana vuelven a la casa ya vacía de sus padres que hace algún tiempo fallecieron. En su caso, los hermanos sí tienen una fuerte vinculación personal y sí echan de menos a los padres, pero porque ya no existen . Al final, como se ve, la imagen que se presenta de las familias es bien pobre y da la impresión de que los padres resultan un incordio tanto mientras viven, como al morir por la cantidad de elementos inútiles de los que hay que desprenderse. 

 Técnicamente, la película me ha parecido perfecta, dentro de su simplicidad. Cada detalle, cada gesto, cada movimiento de los actores (de su mirada, de sus manos, de su postura) se convierte en un mensaje. Son preciosas las imágenes cenitales sobre los paisajes nevados, sobre la mesa con sus tazas de té y la posición de las manos, sobre la postura de los hermanos en las salas vacías.

Decía Watzlawick  (Teoría de la comunicación humana) que “no se puede no comunicar” y esta película podría ser un buen ejemplo de ese principio. No hace falta hablar para expresar lo que uno está sintiendo. El papel de Tom Waits es una master class sobre comunicación no verbal.

En resumen, la película es un gran espectáculo visual. Un ejercicio perfecto de movimiento de actores y configuración de escenarios. En ese aspecto me ha encantado. Resulta más indiferente en lo que se refiere al contenido. Seguro que algunos comentaristas destacaran en ella su valor como reflejo del progresivo deterioro de las familias como célula de convivencia. Yo eso no lo he sentido. Cuesta identificarse con ninguno de los personajes porque queda muy lejos de nuestras experiencias familiares, mucho más cálidas y próximas. La visita a los padres ya mayores es siempre un acontecimiento, tanto para los hijos que los visitan como para los propios padres que los reciben. Y aunque, a veces, la comunicación verbal tampoco sea muy intensa, la relación suele ser cálida y cariñosa.   

 Es, en definitiva, un film lleno de detalles: frases que se repiten (¿pero se puede brindar con te?) para dar un cierto halo de continuidad a las historias. Por cierto, me he quedado sin poder entender el significado de las escenas repetidas en los tres episodios de los jóvenes circulando en skate board. ¿Será la libertad frente al formalismo, la velocidad frente a la parsimonia de la historia que se nos cuenta, la vida libre y despreocupada frente a la clausura y dependencia mutua de la familia? A saber…