Hay películas que uno tiene que ver, necesariamente. Le gusten o no le gusten. Después de haber estado, de estudiante, de voluntario en un barrio gitano y haber trabajado con muchachos inadaptados, algunos de ellos gitanos, va de seu que no me perdiera esta película. Hemos tenido, además, la suerte de que vendría a la sesión Marina García Lòpez, la hermana del director Guillermo Galoe, que había sido, a su vez, la productora del film.
La película Ciudad sin sueño es el producto final de un trabajo prolongado (6 años) del equipo en la zona de la Cañada Real de Madrid, un espacio marginal inmenso en el que viven más de 8.000 personas, casi la mitad de ellos niños. La Cañada está dividida en sectores, del 1 al 6, números que van indicando la distancia de la ciudad que coincide, además, con el grado de degradación que sufre cada sector, siendo el 6 el más problemático al ser la zona de tráfico de droga más grande de Europa.
Esta película vino antecedida por un corto (Aunque es de noche, 2023) y tanto el corto como la película tienen un cierto aroma de documental etnográfico que trata de describir (aunque recreando situaciones que permitan destacar los valores culturales de la gente) la vida en La Cañada. Dirigida, como decíamos, por Guillermo Galoe está asentada en la actuación de los propios habitantes de La Cañada. Eso exigió un amplio trabajo previo con ellos en forma de talleres de cine y de cultura general. De hecho, se incorporan al film grabaciones hechas con los móviles por parte de la gente, sobre todo jóvenes. Destaca la figura de Toni un chaval de 15 años y la de su abuelo, ambos protagonistas del film.
La película cuenta la vida en La Cañada centrándose en un momento en el que su propia existencia está en crisis porque se pretende destruir los asentamientos y realojar a las familias en pisos de barrios masivos. Ese cambio supone una ruptura absoluta de su estilo de vida, más desregulada, comunitaria y apegada al terreno en La Cañada, más cómoda pero más aislada en el piso que se les ofrece. En La Cañada no tenían luz ni agua corriente, pero aun así, muchos prefieren seguir allí por la libertad que les da el vivir a su manera y en grupo.
Formalmente, la película está muy bien. Los personajes se describen bien y actúan con desparpajo. El lenguaje, la fotografía (con esa mezcla de fotografía profesional y grabaciones de móvil; de color natural y color con filtro de colores vivos) y la música te trasladan con mucha eficacia a un entorno como el que ves en pantalla. Todo aparenta ser muy natural, muy real y, por tanto, acabas metiéndote en la situación, conviviendo con ellos. Y aunque, probablemente pudieran haberlo hecho, la acción transcurre en un relato visual sin acudir al dramatismo, contando las cosas de la vida diaria, ofreciendo una lectura amable, y por momentos lírica, de la situación. La cámara y los móviles hacen de meros recuperadores de unas situaciones que en sí mismas son de pobreza y miseria, pero nunca de indignidad o deshumanización. El respeto es la premisa que dirige la exploración y la construcción del relato. De otra manera, probablemente, no le habrían permitido grabar en La Cañada.
Al final de la proyección tuvimos una conversación con Marina que fue explicando algunas de las características del trabajo que realizaron. Nos contó que aún sigue yendo por La Cañada porque los lazos que se crearon durante 6 años siguen vivos. “¿Servirá de algo vuestra película para mejorar su situación?, le preguntaron. “Yo estoy convencida, dijo ella, de que el arte puede cambiar las cosas”. Ojalá sea así.



