Y así, a los pocos, partido a partido, hemos llegado al último día de
nuestra excursión. Mañana habrá que
madrugar para ir al aeropuerto y será día de regreso a España. Quizás por eso,
para que no nos entre la congoja del final, han reservado para hoy como
despedida una de las experiencias centrales del viaje: bañarse en el mar
muerto.
Hemos salido del hotel animosos y dispuestos a apurar hasta el final del
programa. La primera parada ha sido frente a un cartel que intentaba
representar pedagógicamente esa atribución al mar muerto de ser el lugar más
bajo del mundo: 300 ms. bajo el nivel del mar. Lo que significaba, además, qie
si Amman está a 800 sobre el nivel del mar, nosotros habríamos de descender 1100
ms. Nos quedó claro.
La primera parada fue Betania y el Jordán. No fue fácil llegar hasta allí
pues está en zona de nadie, entre Israel y Jordania. Hubo que sacar permisos
militares y se notaba un control constante. Pero, salvadas las barreras
llegamos al Jordan que ya no es lo que era. Ahora mismo se ha convertido en un
riachuelito que apenas lleva agua. Pasamos por el lugar donde se supone que
Juan Bautista bautizó a Jesús, hecho que ahora sería imposible pues el río ha
modificado su curso y ya no pasa por ese punto. Hay que caminar un buen trecho,
que al ser zona fluvial sí está verde y vegetación. Se avanza por un camino
techado con una especie de tapa de cañas que le da sombre, pero el calor debe
ser tan intenso que han instalado una especie de tubo de goma que va soltando
gotitas de agua. Y así, llegamos al Jordán con un cauce mínimo de 2-3 metros de
anchura y una altura de agua que llega justo al tobillo. En uno de los lados
Jordania, al otro Israel. Llama la atención la gran
diferencia entre una y otra ribera. La
israelita muy bien conservada con edificios y un acceso al agua de unos 10-12
metros (al que están añadiendo pilotes clavados sobre el agua que da la
impresión servirán para hacer una rampa que permita llegar al agua a sillas de
inválidos). Por la parte jordana un acceso mínimo de metro y medio, sin ningún
edificio civil y solo una capilla ortodoxa dedicada a San Juan Bautista. Por supuesto, la mayor parte del grupo nos mojamos los pies. Supongo que
menos por fe, que por sacarse la foto de rigor.
Los militares limitaron nuestro tiempo de estancia en el Jordán a 45
minutos, así que tuvimos que apresurar el retorno y continuar nuestro camino
hacia el mar muerto que quedaba ya muy cerca. Nos dejó el bus en el Hotel
Holiday Inn y a través de las instalaciones del hotel accedimos al mar muerto.
Traje de baño en el vestidor e infinita bajada a través de piscinas, pasadizos,
escaleras y hamacas hasta llegar al mar. Hacía un sol infernal, así que lo que
más apetecía era localizar una sombrilla y acomodar una hamaca bajo su
protección. Pero el mar aún quedaba lejos y había que seguir bajando. Y así
fuimos incorporándonos a la gran experiencia de las aguas supersaladas y super
mineralizadas de aquel mar que, por fuera se parece a cualquier otro mar. Nos habían
advertido que ni se nos ocurriera mojar los ojos o tragar agua que era muy
tóxica y podía ser muy peligrosa. Así que nos hicimos a la mar con una mezcla
de congoja y deseo de experimentar.
Había allí unas chicas demostrando
se habilidad en eso de estar tumbadas y simular leer un libro (la
imagen que vende la publicidad).
Y lo hacía bien. Parecía fácil. Los primeros
en entrar del grupo no lo tuvieron tan fácil, pero tras algunas peripecias
fueron consiguiendo moverse con seguridad. Todo lo contrario de lo que me pasó
a mi,
que ponerme de espalda me puse,
pero cuando quise ponerme en pie no fui capaz de asentar los pies en el suelo y
comencé a rodar hacia a la postura de cara abajo y a chapotear para no mojarme
la cara, consiguiendo lo contrario, obviamente, que me saltaran gotas a los
ojos y los labios con la consiguiente irritación y sabor infernal. Alguien me
ayudó y pude ponerme de pie con el juramento de que no lo volvería a intentar.
Me resultaba difícil no tocarme el ojo porque me picaba, pero me daba cuenta de
que si lo tocaba aún sería peor. Salí del agua para intentar ayudar a Juan
Manuel que se había caído todo lo largo
que era y con el móvil en la mano al querer entrar por un sitio que no
era el bueno. El suelo estaba lleno de piedras resbalosas y allá fue.
Afortunadamente la cosa no fue grave y, aunque se mojó la cara y los labios, el
agua no le fue a los ojos. Él
volvió a
meterse en el agua y llegó a ponerse de espalda y mantenerse así bastante tiempo,
pero su problema, como el mío, llegó cuando quiso ponerse de pie y no lo
lograba. Los pies se desplazaban hacía arriba y hacia atrás y no lograba
posarlos firmemente en el suelo. El esfuerzo por lograrlo fue minando sus
fuerzas y al final acabó mareado y a punto nuevamente de caerse. Entre todos le
ayudamos y logró salir del atolladero pero sin superar de todo el mareo hasta
que se sentó y se relajó. Elvira tuvo menos problemas y, aunque pasó por
apuros, los gestionó bien y disfrutó. Lo mío fue menos heroico, vistos mis
agobios iniciales renuncié a las posturitas y me contenté con meterme en el
agua y mantenerme flotando pero de pie. Y, aún así, me costó mantener la
verticalidad y no me libré de alguna gota más en los labios. Sentías el cuerpo
como aceitado y resbaloso. En fín, queríamos una experiencia en el mar muerto y
vive Dios que la hemos tenido.
La experiencia continuó con el baño de barro. Nos embadurnamos a conciencia
de forma que el barro a esa temperatura era como una coraza medieval que te
oprimía y quemaba. No sé si duramos pringados los 10 minutos
reglamentarios. El caso es que ir a la
ducha y quitármelo de encima, sobre todo del cuello que me ardía, fue uno de
los momentos más gratificantes de toda la excursión. Y gratificante fue el baño
en la piscina que nos dimos a continuación: ¡qué placer poder nadar, meter la
cabeza debajo del agua, sentir su frescor, disfrutar sin miedo….!
Comimos en el propio hotel y estuvo bien con los platos habituales de los
buffets jordanos. Algo de sobremesa y de nuevo para el hotel. Los más animosos
se fueron a caminar por la ciudad. Los demás preferimos quedarnos descansando
en el hotel y tomarnos un tiempo para completar las maletas y dejarlo todo
previsto para mañana.
IMPRESIÓN DEL DÍA
Obviamente, las sensaciones del día se concentraron en los dos momentos
clave del día: por un lado el Jordan y todo lo que la evocación bíblica del
lugar y la proximidad con Israel nos hizo sentir; por otro, el mar muerto y sus
aguas tan especiales. La primera más intelectual y emotiva; la segunda más
física. Y ambas tuvieron algo de frustrante.
La del Jordán porque ese río hermoso y abundante de nuestro imaginario,
no pasa de ser una miercedilla de río
que solo da para mojarte el tobillo. La comparación entre el lado judío y el jordano, también deprime un poco.
Lo del mar muerto es más jugoso. Las grandes
expectativas que todos nos habíamos forjado (ponernos de espaldas leyendo un
libro, disfrutar sin tener que hacer esfuerzo por florar, nadar o bucear) se
vinieron enseguida abajo en cuanto nos advirtieron que el agua no podía tocar
ni nuestra boca ni, sobre todo, nuestros ojos. Así que, todo eran precauciones.
Pocos lograron dominar la cosa del tumbarse de espaldas y para todos se hizo
difícil el volver a ponerse de pie sin arriesgarse a que el agua le salpicara
los ojos o entrara en la boca. Una frustración,
por tanto, para muchos, yo incluido. Mejor salió lo del barro y, sobre
todo, el baño en la piscina y la comida del restaurante.