Pues ya está, se acabó. Este año, más maldito que glorioso, se acaba al fin. Y ya estamos cruzando de nuevo ese puente estrecho que separa un año del siguiente. Es una travesía que en algún tiempo la hacíamos felices y llenos de expectativas sobre qué nos traería de nuevo y bueno el nuevo año. De un tiempo a esta parte, es un tránsito que realizamos temerosos y llenos de incertidumbres: ¿qué nos traerá de nuevo y, probablemente, malo el nuevo año? Esa sensación de que a mejor no vamos a ir, es un poco patética, lo sé, pero resulta difícil librarse de ella.
Y aquí estamos, resignados, metidos en la fila de quienes siguen adelante porque ésas son las instrucciones y porque no hay alternativa, porque el tiempo es insobornable, porque hay que hacerlo. Ya se entenderá después de este llanto verbal que no es que esté rebosante de ilusión por celebrar la nochevieja. Si hay que hacerlo se hace, pero si pudiera escaquearme, lo haría gustoso.
La verdad es que me quejo (con razón, desde luego), pero el 2024 ha sido un año largo y en él ha habido de todo, desde grandes desgracias hasta alegrías notables. Un año es mucho tiempo y caben muchas cosas en él. Y más aún si lo vives, como me ha pasado a mí (a nosotros), en plan montaña rusa, con picos y valles que lo mismo te llevan a la euforia que a la depresión.
En el ámbito profesional no me puedo quejar, la verdad. Pese a que llevo ya algo más de 5 años jubilado, no he sido capaz de romper del todo (en realidad, ni siquiera lo he intentado) con los compromisos profesionales. Al contrario, hasta se diría que han ido ampliando y diversificando. Y el 2024 ha sido un año excelente en este ámbito: he colaborado intensamente con universidades y colegas mexicanos; me invitaron a inaugurar la sección de Educación de la feria del libro de Buenos Aires; me invitaron a formar parte de la Academia Nacional de Educación de Argentina, he participado en dos congresos internacionales como co-presidente (Ensenada y Lisboa); he organizados dos seminarios de expertos en temas de docencia universitaria; he coordinado un ciclo de cine educativo en Santiago y he participado en varios libros. En fin, pas mal.
Aunque todo eso es trabajo, el 2024, también ha tenido cosas importantes en ese mundo más complicado de la identidad y el orgullo profesional. La parte dolorosa ha venido unida las cosas que dejas y que, por tanto, ya no eres. Dejé de ser emérito de la Univ. de Santiago porque ya cumplí mis cinco años de emeritazgo y vinculación post-jubilación a la institución. Sigo siéndolo como título honorífico, lo que está bien, pero ahora ya estás fuera, viendo los toros desde la barrera. También dejé la presidencia de REDU, porque preferí dimitir cuando empecé a sentir que esa condición de presidente comenzaba a pesarme en exceso y se hacía poco compatible con la exigencia de tranquilidad que exigía mi salud. Ese amargor de la despedida lo compensaron con creces los muchos amigos que uno ha ido haciendo a lo largo de tantos años de trabajo. Y fue así que se me honró con el prestigioso premio internacional de Spirit of ICED que se concede a personas que demostraron un destacado liderazgo en el desarrollo educativo. La pena fue que el nombramiento se hizo en la International Cenference 2024 que ICED (International Consortium for Educational Development) celebró en Nairobi (Kenya) en el mes de Junio.
No puedo quejarme, por tanto, de cómo me ha ido el 2024 en lo que se refiere al apartado profesional. Las quejas se refieren a la otra cara de nuestras vidas, la salud y la vida. Son condiciones que, por otra parte, cada vez que cruzamos de año, van tomando mayor relevancia y acaban contaminándolo todo. Y en eso, en salud y en vida, el balance es bien negativo. El año nació ya nublado con la enfermedad de Vicente y la insoportable diálisis que le amargaba tres mañanas a la semana; y se tiñó de gris oscuro con su fallecimiento el 22 de Julio. Vicente, sacerdote y cuñado, había sido nuestro compañero inseparable desde siempre y su pérdida nos dejó muy tocados. Después llegaron otras enfermedades nuestras que fueron como el descabello que se le aplica a un toro malherido. Y como sabemos bien que con la salud no caben especulaciones ni expectativas, ahí estamos recibiendo el nuevo año con un cierto acojono y echando mano de los escasos resquicios de resiliencia que nos van quedando.
Pero, aunque las cosas se han ido complicando al final, tampoco es todo haya sido tan negativo este año. Pasamos una Semana Santa fantástica en el Balneario de Zestona; hicimos un viaje de amigos de carrera a Cuenca en el mes de Mayo que sirvió para reencontrarnos una vez más y renovar nuestros afectos; acabamos de hacer en Noviembre un viaje a Jordania en el que nos hemos enamorado de PETRA y del que hemos vuelto encantados. Y hemos cerrado el año con unas navidades con hijos y nietos que han sido el broche de oro de este año.
Y hablando de oro, si algo tengo que agradecerle al 2024 es, desde luego, que ha sido el año de nuestras BODAS DE ORO matrimoniales. Llegar a esa meta, haberlo podido celebrar con Vicente aún vivo, haberlas disfrutado por tres veces (en Galicia, en Navarra y con nuestros amigos en Cuenca), es lo mejor de este año.
Y ese ha sido mi-nuestro 2024. La verdad, viendo lo que ha pasado en Ucrania, en Gaza, en los cayucos, en Valencia, resulta vergonzoso quejarse de nuestros pequeños males. Pero todo se junta y sentir el mundo no te evita cómo te sientes en tu pequeño mundo personal. Y es ahí donde hemos vivido 12 meses de trajín y montaña rusa, como decía al principio. De emociones que saltaban de las risas al llanto, de la euforia a la desazón. No estaría mal que el 2025 viniera menos intenso y un poco menos cabrón.