Teniendo en cuenta lo mucho que me gustó la primera película, me apetecía volver a disfrutar de ese mundo complejo de las emociones en versión Pixar. Mis nietos (7 y 9 años) la traían como uno de mis deberes para el inicio del veraneo “ir con el abuelo a ver Dentro-Fuera 2”, pero no pude acompañarles porque andaba en otras tareas. Fueron con su abuela y me pareció que les había gustado, al menos habían sido capaces de identificar cuál de aquellas emociones les afectaba más.
Del revés 2, es una película norteamericana, de clara factura Pixar, que continúa la historia de aquella niña Riley cuyas emociones se convertían en personajes que movían su vida y su comportamiento desde una especie de cuadro de control. La historia continúa ahora con una estructura bastante similar, solo que ella, la protagonista, ha crecido hasta llegar a su etapa de adolescente y, por tanto, el elenco de emociones se ha multiplicado y se ha radicalizado.
Como se mantiene la coreografía y el atrezzo del primer film, esta nueva película pierde en originalidad visual. Todo lo que nos sorprendió en la primera deja de hacerlo en esta y aquel “¡oh!” permanente se sustituye por una sensación de “¡déjà vu!”. Como en la sala del cine había bastantes niños entendí que la película perdía en sorpresa, pero ganaba en continuidad porque permitía a los pequeños poder conectar esta historia con la que ya conocían de la versión anterior.
Por supuesto, la parte técnica del film es fantástica: el color, las imágenes, los personajes, los diálogos… Un poco exagerado todo, como si se tratara de un producto de realidad aumentada, pero combinando bien las imágenes de objetos enormes con otros más minúsculos y comprensibles. Con todo, la desmesura de componentes tales como las neuronas, las sensaciones, las reacciones, etc. ayudan poco a situarlas en el contexto del cuerpo y la experiencia de una chica aún pequeña.
Así que la valoro más como juego visual que como aproximación a la vida real de una chica adolescente. Tengo mis dudas del valor educativo del film que tanto ponderan muchas de las personas que la comentan. Ese mensaje de que nuestras emociones están gestionadas desde fuera de nosotros mismos y que, por tanto, lo que nos pasa no depende de nosotros sino de otros agentes externos, no me parece adecuado. De hecho, ése es uno de los problemas que afectan a los adolescentes (y muchos adultos), que sitúan el “lucus of control” de sus comportamientos fuera de sí mismo. Lo que hacen y la forma en que se sienten no dependen de ellos, no pueden controlarlo y, por tanto, no es algo de lo que deban preocuparse por mejorar.
Con todo, es obvio que uno no va al cine para que le den una clase de psicología, sino a divertirse. A quien cumpla ese rito, la película le gustará en lo técnico y le dejará un poco más frío en el relato en sí y en el desarrollo de la historia, bastante predecible. Creo que eran más genuinas y creativas las emociones infantiles que las de la adolescencia, aunque en esto, la película se aproxima bastante a la realidad. El batiburrillo y caos emocional que el guion desea reflejar es una plausible cartografía de lo que la adolescencia supone. Sin embargo, el hiper-protagonismo que se atribuye a la ansiedad tampoco debería ser tan marcado. Y, desde luego, le falta al film toda la revolución que el mundo de las tecnologías digitales ha incorporado a la vida adolescente.
En fin, me gustó más la primera película por la historia y la originalidad, pero ambas me han parecido igual de valiosas en el apartado técnico y de efectos especiales: te meten de veras en ese mundo onírico de neuronas y avatares emocionales organizando tu mundo personal. La fotografía y el ritmo, así como los recursos gráficos de diseño de ambientes y personajes son excelentes. Y, en definitiva, es una película que no se puede dejar de ver. Y si es con hijos o nietas en edad de entenderla, seguro que se disfruta muchísimo.
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