No suelo leer el periódico a fondo. Pero, por el contrario, me siento mal el día en que no lo compro. Y no son pocas las veces en que siento necesidad de tenerlo, aunque sea al anochecer y a sabiendas que no me dará tiempo a leerlo. Mi estilo es, más bien, surfear por los títulos parándome solamente en aquellas noticias que me llaman la atención por algún motivo. Soy consciente de que los títulos están construidos para seducir y que, por tanto, no siempre reflejan el contenido real de la noticia. Pero es lo que hay.
El título, la columna en la página final de La Voz de Galicia del 12 de Junio se titulaba “Neorracionalistas”, no es que fuera muy sugerente, pero tiene su aquel y, además, su autor, Paco Sánchez, razona bien. El caso es que lo leí y me gustó. Contrapone el pensamiento racional al emotivo. Como estos días he estado escribiendo sobre ello para un texto brasileño, me pareció muy interesante el análisis, con el que coincido.
Bueno, no sé si se puede hablar de pensamiento emotivo. El pensamiento es siempre racional. A veces, cuando es precipitado o inconsistente, su racionalidad es limitada, pero pensar supone un proceso que se desarrolla en nuestra mente y transita, justamente, por nuestro espacio racional. Lo emotivo pertenece a ese otro espacio más visceral y reactivo, menos procesado. Las emociones puras suelen marginar la razón. Algo de eso significa esa recomendación que muchas veces nos han hecho (para bien y para mal): “no pienses tanto y déjate llevar”.
El texto de Paco Sánchez parte de la reciente intervención de una feminista africana (Rëna Xustina) en una entrevista que decía: “el problema es ese concepto de racionalización que ha tenido siempre el hombre blanco europeo (…), lo queréis racionalizar todo y ¡no!”. El comentario del autor de la columna es interesante: “El emotivismo impide argumentar y llegar a acuerdos. Primero porque te lo prohíben: si no eres, como decía esta chica, mujer y negra no puedes hablar de las mujeres negras, porque tu enfoque sería objetivo, desde fuera, y no subjetivo y desde dentro: el único conocimiento bueno. Sabes más cuanto más sientes, no cuanto más conoces. De manera que quien siente mucho, fácilmente se tendrá por sabio, por una persona profunda”.
Es una interesante controversia. Muy actual. Hemos descubierto la realidad de las emociones y su enorme influencia en la vida de las personas, pero como nos sucede con frecuencia, lo hemos hecho a costa de sacrificar la otra parte de la ecuación humana, la racionalidad. Es cierto que, durante mucho tiempo, la razón ha asumido un papel excesivo que no le correspondía, a costa de las emociones. No somos solo razón o mente, somos, también, emociones y explosión vital. El desafío es cómo combinarlos con acierto. Por eso se ha hablado tanto de la “inteligencia emocional” como esa capacidad de integrar emociones y razón, el cuerpo y la mente.
Hay mucha emoción hoy en día en el ambiente. Y eso constituye una riqueza pues significa que esa parte de nuestra existencia ha dejado de estar oculta y sometida. Las emociones permiten rescatar la subjetividad, lo que cada uno es y tiene de singular de propio, de cuerpo. La cuestión es que, cuando la emoción se desprende de la razón, los acontecimientos se hacen imprevisibles, desregulados, de difícil control. Por eso es tan importante la razón, porque la razón nos conecta más al exterior, a lo reglado, al consenso social, al deber, a la moral. Las emociones nos conectan con el mundo animal, la razón con el género humano.
Es tentador eso de dejarse llevar, de decir o escribir lo primero que te viene a la cabeza, sin filtros, pero, a la vez, resulta terrible, destructivo. Algunos insisten en quitar importancia a este comportamiento voluntariamente irracional. Incluso se le otorga valor por su naturalidad primitiva. Sin embargo, luego nos quejamos de quienes hacen eso mismo, pero en lugar de utilizar las palabras utilizan sus manos, su fuerza, los recursos de que disponen. Cierto que hay diferencia entre decir algo y actuar, pero si vamos eliminando ese filtro del “pensar” lo que decimos o hacemos, en ambos casos nos vamos a encontrar ante conductas irracionales. Para algunos sujetos el tránsito entre el mero decir y el hacer, en este contexto de irracionalidad, debe parecerse al pisar una cáscara de plátano, que allá vas sin posibilidad de retorno.
De todas formas, lejos de mí el querer decir que ese era el mensaje de la feminista africana. El sentirse mujer es un sentir muy racional, es pensarse como mujer, conocerse y saber de su condición y sus expectativas. Tiene razón en que eso no lo puede sentir un hombre blanco y occidental. Y lo mismo se podría decir a la inversa. Pero no por causa de la racionalidad, y evitarla, en lugar de mejorar la comprensión, la empeoraría. En realidad, nadie se puede sentir igual que otro, sea mujer u hombre. En esos casos siempre hablamos por analogía.
Pero, en fin, volviendo al asunto...¡Dios nos libre del día en que la emotividad acabe ahogando la racionalidad! Sería como esa lava volvánica, vistosa y subyugante, que va cubriéndolo todo pero con tanta fuerza y tanto calor que quema cuanto queda a su paso.