Brasil es un país de contrastes,
donde lo mejor y lo peor conviven desapaciblemente. Uno nunca deja de
asombrarse tanto por lo uno como por lo otro. Quizás en eso resida una parte de
su magnetismo: esa mezcla de atracción y temor que te seduce y te asusta a la
vez. Brasil no se conoce, Brasil se vive. Tiene algo que se inocula en tus
venas y te hace diferente. Es como una comida llena de especias que acaban
transformando el sabor de lo que comes. Y eso sucede con cada cosa que ves, con
cada experiencia que tienes, con cada persona que conoces, que siempre llegan
llenos de matices y orlados de afectos, con lo cual deja de ser un episodio
rutinario y neutro para convertirse en un momento lleno de emociones, que te
toca por dentro.
Necesitaba decir todo lo anterior
para que se entendiera lo que a continuación diré sobre el CID (Centro
Integrado de Desenvolvimento), un colegio inclusivo de Porto Alegre que estos
días cumple su 30 aniversario. Bajo la batuta inteligente de sus fundadoras,
Cheila Schroer y Lia Chemello, han recorrido estos 30 años reforzando sus ideas
fundacionales y creando una comunidad educativa cada vez más experimentada y
unida. Es fácil entender que no ha sido un camino fácil: resulta muy complicado alterar la cultura
educativa de la sociedad y convencerles del valor de la diversidad y de la
importancia de que todos los niños puedan compartir una escuela que los acepte
y respete al margen de sus características individuales. Lograrlo es una meta
para toda una vida, pero ellas y todo el equipo del CID han estado ahí, todo
este tiempo, intentándolo. Y hasta donde
yo sé, cada vez van sintiendo que el clima social va avanzando en esa
dirección. Es uno de sus principales milagros en el grupo social de su entorno.
La gente ya sabe qué es el CID y qué es lo que le diferencia de otras escuelas.
A unos les gusta, a otros no tanto, pero ellas van sembrando esa semilla
prometedora de la educación para todos.
Hace ya muchos años que supe del
CID. Fue en un Congreso de la Futuro Eventos en Manaos, donde coincidí con Lía,
ella como experta en Psicomotricidad y yo como pedagogo extranjero. Ella contó
su experiencia en el CID, entonces iniciando su andadura. Lo que dijo tenía mucho
que ver con lo que yo pensaba y decía en mis conferencias. Eso y el hecho de
que fuera en Porto Alegre, ciudad muy querida para mí porque allí teníamos
cursos de doctorado desde hacía algunos años, hizo que sintonizáramos y que
allí se pusiera la primera piedra de una sincera amistad que ha durado desde
entonces. Y así, me hicieron el honor de adoptarme como amigo del CID y
colaborador comprometido con su proyecto educativo. Hemos alimentado un aprecio
mutuo que se ha mantenido a través de los años y cada vez que paso por Porto
Alegre, visitar el CID y abrazar a sus gentes (profes y niños) se convierte en
un momento imprescindible.
Ellas dicen que han aprendido
mucho conmigo, pero es una verdad a medias. Quien ha aprendido mucho en estos
años he sido yo a través de ellas. Durante los últimos años, uno de los temas
de trabajo que he abordado más intensamente ha sido el de las “buenas prácticas”
educativas. El CID es, desde luego, una buena práctica. Lo es tanto como
institución (por su organización, por su proyecto educativo, por su dinámica,
por el clima afectivo que han logrado en sus relaciones, por los contactos que
mantienen con su entorno), como por las actividades concretas que desarrollan
sus docentes (las actividades de clase, la relación con cada niño/a, el
compromiso de cada docente). En su ideario figura el compromiso de hacer del
CID una escuela que “enseña a pensar, a comunicarse, a convivir, a crear, a
respetar el medio ambiente y poner su granito de arena en pro de la
sustentabilidad”. Es un proyecto educativo ilusionante. Y a ello se entregan en
cuerpo y alma (lo que en este caso no es una exageración), tanto sus dirigentes
como, sobre todo, la comunidad educativa en su conjunto. A mí me emociona
verlos trabajar, por la sintonía que se nota entre todos. Ya sé que mi mirada,
la de un admirador, puede no ser objetiva; y sé, también, que cuando yo estoy
allí es como tener una visita curiosa en casa y la gente se comporta de forma
especial. Pero, con todo eso in mente,
el CID sigue siendo, para mí, un modelo de escuela inclusiva.
Durante los últimos años, me ha
tocado trabajar mucho sobre cuestiones de calidad en la educación. Y he
insistido mucho en la importancia de diferenciar entre escuelas ricas y escuelas
enriquecedoras. Para muchos padres, la calidad del colegio al que desearían
enviar a sus hijos está muy apegado a la riqueza de los centros: el edificio,
la imagen social, los recursos, los espacios. Son elementos importantes, desde
luego, pero no sustanciales para lograr una educación de calidad. Lo mismo que
sucede con las familias, que hay familias ricas y familias enriquecedoras, pero
ambas cosas no siempre coinciden. Algunas familias pobres son mucho más
enriquecedoras para sus hijos que otras más ricas. Lo importante es que las
escuelas sean enriquecedoras, es
decir, que los niños y niñas a los que atienden vayan creciendo con
experiencias educativas ricas que los hagan mejores como estudiantes y como
personas. El CID no es un centro que derroche riqueza, no es eso lo que atrae
de él, pero es un centro enriquecedor. El propio hecho de la inclusión se
convierte en un recurso educativo de enorme valor. Y, también lo es, el clima
de afecto y atención entre los adultos y de estos con los niños y niñas. Han
hecho de la amabilidad su bandera y eso se les da muy bien. Te contagian cuando
estás con ellos.
Volviendo al principio de esta
entrada, así es Brasil. Un territorio de contrastes. He tenido la oportunidad
de ir a visitar las que me aseguraban eran las mejores escuelas brasileñas. Una
de ellas en Sao Paulo. No sé si era la mejor escuela (yo no creo en eso: no
existe la mejor escuela como no existe el mejor profesor, ni el mejor esposo,
ni el mejor profesional; bastante tenemos con ser buenos e ir mejorando en lo
que podamos), pero, desde luego, era la más cara (los niños acudían a ellas en
coches blindados, cada uno con su guardaespaldas que los esperaban hasta que
concluían su jornada lectiva para devolverlos a sus casas sin peligro; con
enormes recursos materiales). Pero, aun admirando a sus profesores por tener que
actuar en ese ambiente de presión, no creo que en esas condiciones pudieran
hacer una educación excelente. Como ya dije, el CID está ubicado en un buen
barrio de Porto Alegre (Bom Fim) pero no es especialmente llamativo por su
riqueza externa. Sí lo es, en cambio, por su proyecto educativo. Por lo que
ofrecen a los niños y niñas y sus familias, por la forma en que tratan a unos y
otras, por el mensaje que transmiten a todo el barrio.
Queridas Lia y Cheila, me siento
feliz con vosotras en este aniversario del CID. Hemos compartido, desde hace
muchos años, tanto los afectos personales como la filosofía educativa que está alimentando
vuestro proyecto. Siempre he creído que en educación no basta con querer a los
niños, ni tampoco es suficiente con dominar las técnicas de la instrucción.
Ambas cosas son necesarias y hay que saber integrarlas por eso me gusta mucho
la I de vuestro nombre (Centro Integrado).
Hay que querer a los niños y niñas, pero también hay que saber tratarlos, saber
atenderlos, ser capaces de generar un espacio acogedor y estimulante que
permita crecer y aprender de forma autónoma y creativa. Y esa debe ser la D de
vuestro nombre, la D de Desarrollo, de Deseo, de Dedicación, de Diálogo. Y qué
decir de la importancia de Compartir, de Comunicarse, de vivir en Común: esa
debe ser la C de vuestro nombre. Al final, el CID es una institución Comprometida con un proyecto
educativo Ilusionante
que asume como un Desafío
coral al que todos, profesoras y alumnos, entregan sus mejores esfuerzos.
Muchas gracias, amigas, por estos
30 años de educación de calidad. La ciudad de Porto Alegre os debe un
reconocimiento al trabajo bien hecho. Las familias os lo vienen dando desde
siempre con sus comentarios y su fidelidad y apoyo. Los niños os lo dicen cada
día con su presencia y abrazos. Dentro de poco, los que en su día fueron niños
y ahora son adultos comenzarán a aparecer por vuestras aulas como padres y
madres que os confían sus hijos o como profesores deseosos de continuar vuestro
proyecto. Por mi parte solo puedo decir que me enamoré del CID desde que os
conocí y que me siento feliz de haber continuado a vuestro lado todos estos
años. Y los que vendrán.
2 comentarios:
Pensa numa pessoa feliz, sou eu lendo o mestre, a inspiração. Obrigada professor. Honradíssima.
Olá!!
Concordo plenamente com absolutamente tudo que escrevestes e adorei este teu dito em especial
"Elas fizeram da bondade sua bandeira e são muito boas nisso. Elas contagiam você quando você está com elas."
Sou avó de ex-aluno e sou muito grata ao CID e em especial a Cheila e Lia por todo o cuidado, carinho, acolhimento, criatividade e competência entre outras tantas qualidades...
Sou CID ontem, hoje e sempre!!
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