martes, abril 30, 2024

¡SOMOS ARGENTINA, CHE!

 

Si la grandeza de un país se manifiesta en las calamidades que es capaz de superar, está claro que Argentina es un gran país. Con sus luces y sombras, claro. Como todos. Y tienen la ventaja de que ellos se lo creen. Han incorporado a sus genes esa seguridad que te da el haberlo pasado mal muchas veces y haberlo superado. Y ahí están, vivos, grandes, ilusionados. O así los he visto yo en esa semana que he compartido con ellos.

El vuelo de Jujuy a Buenos Aires si inició bien, pero se me complicó enseguida con el café que te ofrecen a mitad de vuelo. Quizás dormía cuando el azafato pasó por mi fila, pero ese olfato de la comida que llevamos los buenos comedores hizo que me despertara de inmediato, así que pude reclamar el mío cuando solo iba en la fila posterior. Él me lo dio y yo lo coloqué en mi mesita. Debía estar todavía a medio despertar porque a poco de verter en él la sacarina, mi mano chocó pon el palito que te dan para revolverlo y el vaso se volcó. El café ardía y en segundos todo él me había caído encima en salva sea la parte. No sé si aullé de dolor, pero se organizó un revuelo de servilletas para secarme. Al lado iba una chica que, servicial, pretendía ayudarme, pero, obviamente, no era el caso. Pedí unos segundos para volver a respirar y cuando lo logré porque mis testículos recocidos dejaron de gemir, empecé a analizar hasta dónde llegaban los daños. El manchón era enorme, el escozor interior notable y la sensación de vergüenza e impotencia monumental. Me preguntaron si quería levantarme para ir al baño (iba en ventanilla), pero consideré que en mi estado andaría encogido y hecho un santo cristo. Preferí quedarme en mi asiento y asumir que tendría que aguantar el choteo por lo menos hasta el hotel. Disimulé lo que pude en el aeropuerto y en el taxi y cuando llegué al hotel tampoco mejoró el asunto porque no había habitaciones disponibles (eran las 11 de la mañana) y debería esperar hasta las 14 horas para disponer de una. Lo malo era que me venían a buscar a las 13 para llevarme a la UADE donde tendría esa tarde una conferencia. Así que, de perdidos al río, me senté tranquilamente en el hall y me resigné a no moverme mucho para que nadie pensara que me había meado encima (eso sugería el manchón frontal que mi vaquero azul claro sugería). Luego descubrí que había un baño del hotel allí cerca. Era minúsculo, a duras penas logré abrir la maleta, pero haciendo malabarismos conseguí mudarme por completo de ropa (todo estaba impregnado de café con leche) y sentir el alivio de quien ya está presentable. 

 Mis jornadas porteñas que no comenzaron bien, mejoraron enseguida. Conocí la UADE, una enorme universidad privada (la mayor de Argentina) de treinta y tantos mil estudiantes que conviven en un edificio que ocupa una manzana. No estoy acostumbrado a ese tipo de modelo de universidad y de campus. Todo iba resultando novedoso para mí. Pero lo que me admiró fue la vitalidad de aquel patio interior enorme y lleno de estudiantes. Comí en el comedor de estudiantes, visité los locales de la universidad y di mi conferencia en un espacio muy original (lleno de pufs), aunque calculo que poco adecuado para las espaldas de gente de edad como la que asistía al acto. Y así transcurrió el miércoles.

El jueves era mi gran día de ingreso en la ACADEMIA NACIONAL DE EDUCACIÓN DE ARGENTINA. Como tenía la mañana libre salí a pasear por las calles conocidas del centro de BBAA, pero llovió y me tuve que regresar al hotel. Comí en La Estancia, un restaurante especializado en carne que asombra a los viandantes de la calle Lavalle con un escaparate en el que puedes ver una hoguera en torno a la que han colocado corderos al espeto asándose lentamente. No quería volver de Argentina sin saborear un buen ojo de bifé, que habría de comentar obligadamente con mis amigos Juan Gestal y Felipe Trillo. Ya lo había tomado en Jujuy, pero era justo repetirlo en BBAA. Como estaba solo pedí uno mini (250 grs.) y lo disfruté con una copa de Malbec (lo que tiene mucha menos gracia que pedirte una botella elegida por ti y compartida con tus amigos). La verdad, comer a solas en un restaurante tiene poca gracia. La comida hay que compartirla, comentarla, disfrutarla en tu boca pero, también, en la de quienes te acompañan. Estuvo bien, pero el disfrute fue menor.

 La tarde en la Academia fue muy bien. Había sido una sorpresa para mí la invitación de José Ma. La Greca para ingresar como miembro correspondiente de la Academia. Me gustó mucho, y se lo agradecí, por lo que suponía de reconocimiento (Argentina siempre ha sido muy  generosa conmigo y esto es una muestra más), aún sin saber muy bien qué podría aportarles yo. El acto fue sencillo, pero muy agradable. Conocí a varios académicos, disfruté con la locuacidad italiana de la presidenta de la Academia, recibí el nombramiento que me reconoce como nuevo académico, escuché agradecido la presentación que hizo José María y leí mi discurso de ingreso. Todo con la solemnidad de estas cosas y en un gran clima de afecto. Luego nos fuimos a cenar. Y de nuevo carne, claro. Estaba mejor que la del medio día.

Para mi último día en Argentina tenía reservado un compromiso doble. Por la mañana en la Feria del Libro (en realidad, mi viaje se había organizado en relación a esta intervención en la Feria) y por la tarde, conferencia en la Universidad Católica de BBAA. Inaugurar las Jornadas de Educación de la Feria del Libro es un honor que, ciertamente, no merezco, pero que agradezco en el alma. Es la tercera vez que participo como conferenciante en la Feria y en cada una de ellas he podido comprobar el cariño con que me acogen y tratan en esta tierra. Muchos han estudiado mis libros o han utilizado mis trabajos en su formación y desarrollo profesional. Y son agradecidos. Y como uno no está exento de narcisismo, yo me siento encantado en ese ambiente de mimos y felicitaciones. Tenía que hablar de la ciudadanía digital, que no es un tema en el que me sienta especialmente cómodo, pero hice lo que pude. Creo que quedé bien, aunque una conferenciante que venía después dijo que el ponente anterior (que era yo) como psicólogo había dado una imagen negativa de lo digital, pero que ella como pedagoga tenía una visión más optimista porque los pedagogos siempre son optimistas y buscan sacar adelante a las personas. Me jodió un poco el comentario, sobre todo porque ni se podía extraer de mi conferencia que yo fuera pesimista (o al menos, estaba lejos de mi intención parecerlo), ni acepto que me niegue mi esencia pedagógica. Por supuesto, no dije nada. ¡Dios me libre!

Comí junto a los miembros de la comisión que llevaba las Jornadas de Educación de la Feria y de allí, salí con José María (él ha sido mi báculo durante los tres días de Buenos Aires y me ha acompañado en todas las intervenciones de estos días) para la UCA, donde tenía una nueva conferencia esa tarde. La Católica de Argentina es una muy buena universidad privada situada en la zona de Puerto Madero, no muy lejos de la Casa Rosada. Han recuperado viejos edificios del puerto creando allí un campus enorme y perfectamente ensamblado. Como sucede en otras católicas iberoamericanas, son instituciones con una amplia experiencia y que cuidan mucho la docencia. Eso se nota en cuanto ingresas en sus edificios. Dimos una vuelta por los espacios de la institución y desarrollé mi conferencia. La temática que trataba esta vez sí que es la mía y eso hizo que todo saliera muy bien. Entendí que les había gustado mucho lo que pude compartir con ellos. Fue una buena despedida de la parte académica de mi viaje: 5 conferencias y varios actos menos formales, en los 5 días que pasé en Argentina. Para que nadie se haga una idea equivocada del viaje, todas gratuitas. Y yo encantado.

Cené en el hotel (nuevo bifé de chorizo) y ya tranquilamente, viajé el sábado a Ezeiza. Volé con Iberia a Madrid (llegamos con 1 hora y 10 minutos de adelanto). A las 7:45 salió el vuelo a Santiago y a las 9 de la mañana del domingo estaba de nuevo en casa. Y a seguir.

jueves, abril 25, 2024

JUJUY Y SU QUEBRADA

 



Aunque con la cabeza llena de prejuicios por su situación económica, política y social (la prensa española se ensaña bastante con la Argentina de ahora), este nuevo viaje a ese país me ha regresado a la Argentina de siempre, ese país resiliente y animoso que siempre sigue adelante, tanto si los idus son propicios como si se tuercen.

Mi primera escala fue Jujuy, no sin que antes tuviera el primer tropezón con la Argentina gamberra y la compañía aérea suspendiera por la mañana, así por la cara y sin anestesia, su vuelo de Buenos Aires a Jujuy de la tarde (debía salir de Aeropareque ese domingo a las 16:30, y a los cachondos de Flybiondi no se les ocurrió mejor idea que trasladar el vuelo al jueves; así, del domingo al jueves, con dos cojones).  Esa fue la cara negra de las cosas porteñas; la cara blanca fue que inmediatamente se pusieron en Jujuy a neutralizar el desastre y enseguida me consiguieron un vuelo alternativo para dos horas después, pero desde Ezeiza. Al final, llegué a Jujuy y allí empezó el reencuentro con la parte buena de los viajes: los amigos, el cariño que percibes, la hospitalidad Premium que te ofrecen, la sensación de familiaridad con que te tratan.  Allí estaban Bettina y Ernesto y allí comenzó el reencuentro con la Argentina de siempre.

No conocía Jujuy, así que todo era novedoso para mí, desde el magnífico aeropuerto al que llegas, hasta la temperatura veraniega que me recibió; desde la cultura amigable que sientes en la forma de comportarse (Ernesto y Bettina, viendo que dos chicas debido al retraso de su avión había perdido el remise que las llevara a la ciudad, aunque no las conocían de nada, se ofrecieron a llevarlas ellos mismos y así lo hicieron), hasta el ambiente tranquilo que se respira en la ciudad. Dimos en coche, con las muchachas, un paseo por la ciudad de noche y las dejaron en su airbnb donde ya las estaban esperando. Me acompañaron al hotel y cenamos juntos.

Al día siguiente tuvimos diferentes encuentros con gente de la universidad y visité la plaza central y sus edificios significativos. Es impresionante el culto a la bandera en Argentina. Viven la bandera como la mejor expresión de su identidad, como su icono más venerado. Ya lo había visto en Rosario (el lugar donde primero si izó) y lo pude corroborar en el Salón de la Bandera del palacio de Gobierno de Jujuy, donde conservan como un tesoro la primera bandera. Un español como yo, acostumbrado a que aquí se minusvalore y vitupere la bandera patria, no deja de sorprenderse y añorar un poco de ese aprecio por los símbolos comunes. La tarde la ocupamos con mi primera conferencia y con eso llenamos el día y nos fuimos a cenar. Bifé de chorizo, por supuesto.

 Mi segundo día en Jujuy amaneció con una sorpresa: Bettina había programado una reunión con los políticos de la Comisión de Educación del Congreso de Jujuy (que funciona como una Comunidad Autónoma española, con su propio parlamento). La primera vez en mi vida que me pasa algo así; buena expresión de la exagerada estima con que me tratan los amigos argentinos. Pero fue un rato interesante. Cada uno de ellos fue hablando y yo contestando a lo que me planteaban. En lo que ellos y ellas iban diciendo, en los problemas educativos que iban destacando, se notaba su credo partidario, pero todos lo hicieron con mucha tranquilidad y sin entrar en controversia con lo que habían dicho los demás. Tengo que decir que me encantó. Probablemente les sirvió de poco lo que yo pude comentarles o contarles de nuestra experiencia, pero parecían satisfechos y agradecidos de que hubiéramos podido encontrarnos y charlar.

 Y tras ese coloquio nos fuimos a la montaña, la quebrada que le llaman ellos. Seguimos el curso del río grande (en esta época habría que decir “el cauce grande” porque, efectivamente lo era, aunque el agua que corría por él no pasaba de ser un chorrito) y nos fuimos alejando de la ciudad en dirección a Humauaca.. Previamente ya me había advertido que subiríamos hasta los tres mil metros, lo cual me asustó un poco porque mi corazón no está para muchos trotes, pero luego todo se me hizo muy normal. Y el viaje fue un auténtico disfrute de la naturaleza. Son paisajes hermosos en los que la naturaleza juega a disfrazarse, a adoptar formas imaginativas, a establecer contrastes entre las grandes moles montañosas y los sutiles detalles que el agua y el viento han ido perfilando en las rocas. Tanta naturaleza a ambos lados del camino, que acabas sintiéndote pequeñito, casi abrumado de la grandeza y la hermosura que te rodea.

Y luego están los pueblos por los que vas pasando Tumbaya, Purmamarca, Tilcara,  Humauaca. Tranquilos, serenos. Me contaron que, debido a la altura, el lema era “comer poquito, andar suavito y dormir solito”. Supongo que no le hacen mucho caso porque, aunque era un martes normal, los restaurantes estaban llenos, había turistas por todas partes (eso sí, ninguno con prisa) y, dada su edad, era poco probable lo del dormir solitos.

 No tengo palabras para describir esa excursión. Algunos momentos fueron espectaculares: el cerro de los 7 colores; la roca campana; los árboles algarroberos y sus sombras acogedoras (a todo esto, estábamos a 30 grados), los hotelitos pequeños y acogedores; el cauce inmenso del río; las subidas y bajadas del indicador de altura del coche (de los 1700 hasta los 3200 ms.). En fin, una excursión preciosa.

Estos días en Jujuy han significado un gran reencuentro con la Argentina de siempre, con amigos de esos que te llevan en palmitas y te atienden como si fueras de la familia. Como para guardar un gran recuerdo de Jujuy, de las personas y de la naturaleza.

 

domingo, abril 21, 2024

VIAJE A ARGENTINA

 

Es probable que eso de viajar lo llevemos algunos en el ADN, igual que el color de los ojos, los desajustes cardíacos o la tendencia a la obesidad. ¡Qué se le va a hacer! Nadie es perfecto. La cosa es que te apetece, que lo esperas con esa ansiedad con que esperan los ludópatas que abran el salón de juegos para echar sus monedas a la máquina y apretar el botón de su perdición. Y en el pecado te va la penitencia.

Tengo que decir que, después de casi un año sin pisar un aeropuerto, ya tenía mono de viajar. Así que me encantó la posibilidad de volver a Argentina. Además, mi EGO que lleva la jubilación con resignación, pero sin superar de todo el duelo de tanto anonimato, estaba encantado ante la oportunidad de regresar a los fastos y reconocimientos: el ingreso en la Academia Nacional de Educación, la actuación en la Feria del Libro, las conferencias, etc. Retomando los viejos vicios, dije a todo que sí y preparé mi ánimo para neutralizar las reservas familiares y organizarlo todo.

Todo iba bien hasta que un par de semanas antes de iniciar el viaje, me avisan de Rosario, que sería mi primera parada que las cosas se han puesto mal allí por el narcotráfico y que les parece arriesgado que les visite. Lo habían hablado, lo habían votado, incluso, y ganó la prudencia. Liliana estaba desolada, pero me ofrecía como alternativa la oportunidad de viajar a Jujuy. A mí me encanta Rosario y el grupo de amigas y amigos que he ido haciendo allí con los años. Claro que estaba seguro de encantarme con Jujuy, ciudad que no conozco, pero donde está Bettina amiga y colega en AIDU desde hace años. Sentí mucho el cambio, pero fue como cambiar de una cita ilusionante a otra cita ilusionante.

Trabajé intensamente, a pesar de estar metido como estaba en las celebraciones de las bodas de oro, para preparar bien mis intervenciones (son 5 conferencias en una semana) y esperé paciente el día. Llegó puntual y allá marché al aeropuerto con tiempo suficiente para evitar el estrés. Me había conjurado conmigo mismo en que este tenía que ser un viaje tranquilo.

Mi avión salía de Santiago a las 9:45, pero yo ya estaba en el aeropuerto hora y media antes. Disfruté de la Sala Vip durante la espera (este año he perdido la tarjeta Platino, pero aún quedo en la Oro) y me alegré de ver que el avión llegaba puntual y que todo el procedimiento del embarque nos daba para salir en hora. ¡Que va! Ya estábamos preparados desde hacía rato, pero el avión no se movía. Pasaban quince minutos y el comandante avisó que había problemas en Madrid, que estaba operando con dos pistas, pero que a esta hora debían cambiar de Norte a Sur y todo se estaba ralentizando. Una explicación un poco abstrusa, pero la consecuencia era que no le daban permito para iniciar la marcha hasta 10 minutos más tarde. Y la cosa se ponía en los 20-25 minutos de retraso. Prometió que durante el vuelo trataría de recuperar el tiempo perdido. Una tontería, porque si el problema estaba en Madrid, allí seguiría el problema cuando nuestro avión llegara. Y si su aterrizaje estaba previsto para una hora, le harían dar vueltas hasta que llegase su turno.

Odio esta conexión con los vuelos a América. Si todo va bien, llegas a Barajas a las 11 de la noche y tu avión a América sale a las 11:50. O sea que comienza el embarque a las 11:15. Y, eso, aunque llegues bien (que pocas veces pasa) tienes que correr como un loco por la terminal para tomar el trenecillo para la 4S, pasar el control de pasaportes, correr de nuevo por esa terminal hasta encontrar la puerta de embarque que está en el quinto carajo. Una cosa de locos. Ya lo he perdido varias veces, y cuando lo he logrado llego al avión sudando y con el corazón dando botes. Y eso es exactamente lo que ha pasado hoy.

Aterrizó el avión a las 11 y algún minuto, pero lo hizo en la pista más alejada que se pueda suponer. Avance lento por la pista, tiempo y tiempo, no se veía por ningún lado la terminal. Allá al tiempo aparecen en lejanía unas luces y uno piensa para sí, “corre, corre comandante, que no llegamos”, pero el avión sigue su ritmo. Incluso tuvo que parar en alguna ocasión para dejar pasar a algún otro avión que le cruzaba por delante. Allá al rato alcanzamos la terminal, pero veo que no se dirige hacia ella, me fijo y es la 4S, es decir el lugar a donde tendría que venir yo, si al final este bicho llega a su puerta. La dejamos de lado y seguimos a la terminal nacional. Hay 5 kms. entre una y otra y a esa velocidad se nos harán eternos. La desesperación se mezcla con la desazón (si pierdo el vuelo a BBAA, perderé el otro que me lleva a Jujuy y que no conectado a este; va a ser un desastre en toda regla). Y no, la cosa no tiene pinta de salir bien. No solo hemos de llegar a la termina 4, es que además los vuelos de Santiago están condenados a atracar siempre en puertas que están justamente en las esquinas de la terminal. No sé cómo hacen esos repartos, pero Santiago siempre queda en una esquina. Así que llegamos a la terminal por una punta y como no podía ser de otra manera nuestra puerta estaba justamente en la otra punta. Siguel el avión su marcha tranquila recorriendo toda la plataforma de la terminal, podemos admirar las dos docenas de aviones ordenaditos, llegamos al final y tampoco es ahí pues ha de bordear el borde para iniciar el paseo por el otro lado de la terminal hasta buscar su puerta. Algo pasaba en la puerta porque aún se paró el avión y espero un ratito.

Yo ya me había desplazado de mi asiento a la delantera de la nave y esperaba en pleno ataque de pánico. Tardaron en abrir la puerta y salí escopeteado. Fui adelantando a todo quisque, corriendo por las bandas móviles, bajé al tren, aún se iba a retrasar en llegar tres minutos. Tuve tiempo a comprar una botella de agua porque pensé que me daría un ataque y estaba chirriado de sudor por fuera y seco a morir por dentro. Llegó el trenecillo, nos pusimos en marcha y en otros 8-10 minutos que se me hicieron eternos llegamos a la 4S. Salí el primero del vagón (de algo tiene que servir tanta experiencia en viajes), subí como un loco la escalera móvil y me lancé a la máquina de pasaportes. Afortunadamente, allí no había nadie. La mayor parte de los que viajaban no son europeos y ellos tienen su cola. Esta vez la máquina me funcionó bien y me reconoció. Así que tomé mi trol y mi mochila y vuelta a correr por la terminal. Otra vez la puerta a BBAA estaba en una esquina. Corre que te corre, ya estaba en las 11:50, hora de salida. En la puerta de embarque no había nadie, claro, ya habían embarcado todos. Llegué exhausto. Pero ni ahí acabaron las penas, una azafata de tierra me ve llegar, le parece grande mi maleta, me la hace pesar y me dice que pesa 13 kilos, que debía pesar 10 y que la pasa a bodega. Nunca me han hecho eso. Si llego a tiempo, yo entro por la fila de bussiness y nunca me dicen nada, pero esta vez, no tuvo misericordia. Yo no tenía fuerzas para protestar. Le dije que era tarjeta oro y que siempre había viajado con esa maleta, pero ya vi que, de todas formas, ella no tragaba. Así que embarqué, se quedaron la maleta en la puerta del avión para bajarla a bodega, y yo busqué mi sitio y caí derrotado en él. Tardé bastante tranquilizarme y neutralizar el sudor, pero contento porque, aún así había logrado llegar a tiempo.

Si no fuera dramático, sería gracioso. Al llegar a Madrid, Iberia me había mandado un mensaje de cortesía para informarme que “Hola. Bienvenido a Madrid. Son las 23:09 y su vuelo a Ezeiza embarca por la puerta S44 a las 23:19. Le deseamos muy buen viaje”. ¡Cabrones! ¡Me dejan en la K83 de la T4, tengo que embarcar en la S44 de la terminal T4S y me dan 10 minutos para hacerlo! No tienen corazón.

Llegados a este punto ya daba lo mismo. Cuando te has acostumbrado a viajar en Bussiness o en Turista Premium, pasar a turista es una degradación en toda regla. Pero es lo que hay. Supongo que se acabó la etapa de los viajes cómodos; no están los tiempos para esos mimos. Y hay que hacerse a la idea. El estar tantas horas sentado, aunque inclines un poco el asiento, es duro. Como uno va perdiendo culo, acabas con los mini glúteos doloridos por la opresión de los huesos. Y tienes que cambiar de postura cada poco, de un glúteo al otro, luego los dos, luego a levantarte para que se relajen… un sinvivir.

Cenamos, ví dos películas buenas (“Saben aquell…” y “Robot dreams”), dormí tres horas, e intenté relajarme mientras pude. Y llegamos a Buenos Aires en buena hora, tras 14 de vuelo. Ningún percance en aduana y una vez fuera solo esperé 20 minutos a que llegara la persona que me había de esperar para llevarme a BBAA. Me dejaron en el Hotel NH Crillón, donde no me iba a quedar (llegaría allí el miércoles), pero quería pedirles que me guardaran unas horas la maleta para que yo pudiera darme un paseo por la ciudad mientras esperaba la hora del vuelo a Jujuy a las 16:30. Fueron muy amables y allí me guardaron mi trol. Cargué yo con mi mochila y salí a caminar.

 Fui recorriendo calles y reconociendo espacios. BBAA es enorme, pero uno tiene en la cabeza la estructura básica del centro de la ciudad y no es difícil moverse por él. Me fui al Museo de las Antiguedades del Barrio de San Telmo y recorrí las calles clásicas del centro Corrientes, Lavalle, Florida, etc. No tenía pesos argentinos cambiados y ni pude pararme a tomar un café. Iba mirando dónde estaban aquellos, otrora numerosos, cambiadores de dinero. Pues ni uno encontré ni en el mercadillo de San Telmo, ni en Corrientes, ni en el entorno del obelisco. Ya regresaba pesaroso al hotel por la calle Florida y allí estaban. Y no uno ni dos, a decenas. Allí cambié y ya tranquilo busqué un sitio donde comer algo antes de salir para el aeropuerto. Encontré el Classic de Buenos Aires y allí comí tranquilo. Aún me quedaban más de dos horas para que saliera el vuelo de Flybiondi para Jujuy. Regresé tranquilo al hotel Crillón y me entregaron la maleta que me guardaban. Como se me había agotado toda la batería del móvil y la del reloj, me busqué un rinconcito en el Lobby donde hubiera un enchufe para intentar cargarlo.

Y eso hice. Pensé que en las dos horas que me quedaban llegaría bien al aeropuerto de aeroparque que no está lejos y, como tenía tarjeta de embarque, estaría a tiempo para embarcar. Le llevó su tiempo al móvil cargar y cuando vi que ya tenía algo de carga comprobé que tenía una docena de whatsapps. Y allí estaba la sorpresa: Bettina me comunicó a media mañana que Flybiondi había suspendido su vuelo a Jujuy. Y me preguntaba qué hacíamos. Me cayó el alma a los pies: yo tan tranquilo dando vueltas por BBAA y a punto de salir para el aeropuerto y resulta que el vuelo estaba suspendido. Seguí leyendo con angustia los mensajes de Bettina y me decía que habían estado comprobando otras alternativas y que había un vuelo de aerolíneas que salía de Ezeiza a las 17:30. O si no dejarlo para el día siguiente y tomar otro vuelo que salía a las 4 de la mañana. Claro que esta segunda alternativa, además del madrugón, me exigía buscar un hotel para esa media noche en BBAA. Desesperado opté por la primera opción, pero claro aún había que conseguir el pasaje y salir pitando para Ezeiza que está a 40 Kms. y con un tráfico horrible. Bettina negoció con su gente la compra del pasaje y yo llamé con urgencia a un taxi para salir volando hacia Ezeiza pues eran las 14:30 y todo iría muy justo. Claro que mi móvil fuera del hotel ya no tenía conexión a internet y no podía seguir el proceso con Bettina. El taxista se compadeció de mí y me ofreció su móvil para que la llamara. Lo hicimos pero la línea nos decía que aquel teléfono que marcábamos (el que tenía yo en su whatapp no existía). Es que me das demasiados números, me decía el taxista que ya me estaba poniendo nervioso que, por ayudarme, atendía más al móvil que a la conducción. Le dije que Bettina vivía en Jujuy y él llamó a su mujer para que comprobara cómo eran los teléfonos de esa zona. Efectivamente había demasiados números en el que yo le daba. Quitamos los que sobraban y, milagro de Dios, al otro lado salió Bettina. Me dijo que ya habían comprado el billete, que me lo enviaba al móvil del taxista. Poco a poco pude controlar mi tensión y ya eran las 15:30 cuando llegamos a Ezeiza. 37.000 pesos me costó el viaje y le di 40000 porque el hombre se los mereció. Menos mal que había cambiado por la mañana.

Luego ya todo fue fácil. Saqué la tarjeta de embarque, esperé en la puerta de embarque. Conseguí dejar de sudar y relajarme un poco, y, cuando nos llamaron subí agotado al avión. Dos horas y media de vuelo. Un tiempo estupendo, de noche de verano, en Jujuy. A mi espera estaban Bettina y Ernesto su esposo, amabilísimos. Me trajeron al hotel dando un paseo por la ciudad, cenamos juntos saboreando un excelente vino de la zona. Y ya más entero, aunque con más sueño que voluntad (había dormido 3 horas en las últimas 30 horas) me dejé caer en la habitación del Hotel.

Eso de que viajar es vivir, a veces se tuerce y lo que acaba siendo es un “sinvivir”. Pero no me atrevo a quejarme porque ya oigo en la distancia a mi mujer recordándome que sarna con gusto no pica y que, si me quedara tranquilo en casa, que es lo que procede a mi edad, nada de eso me pasaría. Y como es verdad, pues a rañala.