lunes, noviembre 22, 2021

MAIXABEL

 

Ya ha pasado algún tiempo desde que la vi (estaba demasiado agobiado en otras cosas como para interrumpirlas y poder escribir sobre ese mundo de emociones que me despertó el film) y eso me agobia un poco. Ya no tienes ese escozor doloroso con el que sales del cine cuando lo que has visto te toca muy dentro. Escribo, por tanto, desde una relajación que no se corresponde con ese quedarse mudo, quieto y sin moverte de la butaca mientras pasaban los interminables listados de personas participantes en la producción.

Si hablamos del film como producto cinematográfico, los comentarios son fáciles y positivos. Maixabel es el último film de Iciar Bollain que, una vez más, ha sabido hallar una temática que no deja indiferente a quien la ve. Temáticas basadas, muchas veces, en casos reales pero que ella logra que salten de la anécdota a la categoría y así llevar a los espectadores a reflexiones generales sobre cuestiones vitales. El resultado son filmes no excesivamente complejos en su estructura narrativa y sin efectos especiales pero que, quizás por eso mismo, llevan la historia hasta muy dentro de quien la ve. Que son buenos filmes lo demuestran los premios que recibe. En el caso de Maixabel: el premio del Festival de San Sebastián (lo que tiene su mérito dado el tema que trata y la perspectiva desde la que lo cuenta); y 5 nominaciones para los premios Forqué del año que viene.

Otro de los méritos de Iciar Bollain es lo bien que escoge a sus actores. Es este caso, dos primeras estrellas del firmamento español: Blanca Portillo y Luis Tosar. Ambos hacen un papel impresionante: comedido, profundo, con momentos intensos. Superan los primeros planos con mucha autenticidad y hacen que sus personajes nos sitúen con mucho realismo en la historia que cuentan. Por su parte, el ritmo de la historia tiene sus altos y bajos, hay escenas que se prolongan quizás en exceso, pero la peli no se hace nunca pesada y mantiene muy bien la tensión. Buen cine.

Pero lo que te atrapa es la historia. Algo que tiene mucho mérito en este caso, pues estamos ante un hecho que todos conocemos: esa mesa de diálogo entre etarras y víctimas. Si cualquier muerte nos hace temblar las entrañas, las muertes así, sin sentido, provocadas, inútiles, actúan como terremoto en todas nuestras estructuras físicas y psíquicas. Es como la voladura de un edificio, todo se viene abajo en segundos. No entiendes nada, salvo que allí estás ante tu padre, o tu hermano, o tu marido muerto de unos disparos o destrozado por una bomba. Y, a partir de ahí, comienza ese terrible calvario de recoger tus piezas desparramadas y empezar a componer un nuevo puzzle vital. 

 En ese proceso de destrucción y reconstrucción, me impresionó sobremanera la figura de la hija. Más incluso, que la propia Maixabel: el grito cavernario, sísmico, ante la noticia y la desolación permanente que le siguió es terrible. En Navarra teníamos una frase poco académica, pero muy expresiva, para reflejar esa situación en que te deja la muerte de un ser querido: machucado. Así te quedas, destruido, roto, temeroso. María Cerezuela lleva muy bien ese drama, te hace vivirlo con ella.

Muy interesantes, aunque más fáciles de entender, son los procesos que siguen tanto los etarras arrepentidos, como la propia Maixabel. Desde las escenas iniciales en las que cada muerte es un triunfo para los terroristas, hasta el momento final en que en aras de una empatía sobrevenida van recuperando ese espacio de humanidad que la juventud, los ideales y la locura juvenil había anestesiado, hay un largo recorrido de reflexión y supervivencia. Recuperar el propio dolor, aprender a sentir el padecer de los propios familiares provoca una fuerte disonancia en los afectos. Las ideas y seguridades que han ido nutriendo el proyecto personal de vida empiezan a resquebrajarse y uno se descubre en la mitad de la nada, siendo solo aquello que otros le exigen ser. Y el vacío que sale de dentro, como la lava que estos días asola la isla de La Palma, se va comiendo todo, lo va abrasando, te destroza. Suerte es que, en medio de tanta destrucción interior, con culpabilidad o sin ella, amanezca ese ramito verde que augura que puedes iniciar algo nuevo y tuyo. La fase de construcción de otra visión de sí mismo y del mundo es compleja y dura. El mundo que nos sostiene siempre está compuesto de andamios ajenos que nos ayudan y nos aprisionan a la vez. Reconstruirse precisa, en estos casos, prescindir de esos andamiajes, “salirse del grupo”, lo que no solo es arriesgado en lo personal porque pierdes pie y fuerza; es, también, peligroso en lo social pues renuncias a una identidad que te daba seguridad y pertenencia, de ser amigo pasas a ser un desconocido y, quién sabe, a ser, incluso, enemigo. Son muchas luchas en simultáneo.

Para Maixabel, el proceso no es más fácil. A la vista está como su propio entorno no acaba de entenderlo. Pero ella es una mujer vasca, segura de sí misma, segura del valor de su marido asesinado (la perversión del terrorismo no es solo matar a sus víctimas sino intentar destruir su imagen en quienes siguen vivos: aquella frase terrible que me ha tocado oír tantas veces, “algo habrá hecho” si ETA lo ha matado). Y es, desde esa seguridad como ella logra reconstruir su maltrecha vida. No pretende perdonar, ni siquiera comprender (ya sabe que lo que hicieron es imperdonable e incomprensible), lo que busca es que también ellos, sus interlocutores entiendan que fue así: un acto injusto e inútil. Lo que les cuenta de su marido es, justamente, lo contrario de lo que ellos debieron suponer (aunque, reconocen que, en realidad, nada sabían de él, salvo que debían matarle y eso hicieron).

 En fin, es una historia que, no por conocida, se hace menos emocionante. En cualquier caso, es una historia muy vasca, en los hechos, en los gestos, en las expresiones, en el propio devenir de los acontecimientos. No sé cómo lo ha logrado, pero Iciar Bollain ha sabido hacerlo muy bien. Supongo que la película se ve de diferente manera si has estado cerca de esos acontecimientos a si te cogen de lejos. Yo los he vivido muy de cerca, mucho, y eso ha hecho que, desde el primer momento, vivas la situación como protagonista. No solo entiendes el problema, lo hueles, lo llevas dentro, lo sufres. No hay forma de escapar.

Ni qué decir tiene que salí conmocionado. Me resonaban en la cabeza aquella doble frase del diálogo entre Maixabel y el etarra. Ella: Lo que sí puedo decirte, de  verdad, es que prefiero ser la viuda de un asesinado que la madre del asesino.  El: y yo preferiría ser el asesinado más que el asesino. Y ambos lo decían en serio. Tampoco salía de mi cabeza la escena final del film, el homenaje a Jaúregui al que asistía su asesino. Aquel dolor en la expresión, aquella canción vasca (yo no la conocía, pero incluso así me emocionó). Tuve que esperar a que se secaran mis lágrimas para levantarme de la butaca y salir.