lunes, diciembre 29, 2008

Fuerteventura


He de confesar que inicié esta aventura de irse de vacaciones en navidades lleno de reticencias. No era la primera vez, hace dos años nos fuimos a Estambul, pero esta vez más que de turismo (ese turismo agotador de tantas cosas que ver, es decir, como en la vida diaria) parece que venimos de ejercicios espirituales. O tántricos cuando menos. Todo el mundo que conoce esto me ha advertido que aquí no hay nada que hacer, salvo ir a la playa y relajarse. Quizás sea un cambio demasiado brusco para mí, me he ido repitiendo estas últimas semanas. Pero me apetecía mucho romper el invierno con una semanita de sol y playa. Otras veces lo he hecho en Brasil y molaba. Algo así esperaba yo de Fuerteventura.
Y en esas estamos. Sólo que lo de romper el invierno hay que relativizarlo porque aquí hace frío. Los termómetros marcan 20 grados pero hasta la gente más fornida va con su chaquetica. Así que de playa, salvo pasear y, como mucho, mojarte los pies, nada de nada.
Fuerteventura es un gran arenal. Al menos en lo que hemos visto hasta ahora. Las vistas son espectaculares, desde luego. Estamos en Morro Jable, en un hotel a pie de playa, disfrutando de ese soniquete ininterrumpido de las olas y con una terracita a la que no llega la arena de milagro. Con una vista impresionante de una playa que no acaba nunca. Todo un privilegio. No me extraña que la gente de tierra adentro sienta que esto es una maravilla. Lo es, desde luego, aunque para quienes podemos disfrutar de los mares gallegos a pie de casa resulta menos novedoso.
En todo caso se está bien. Un poco aburrido eso sí, porque, a falta de un sol playero, hay pocas alternativas. Aparte de que, calculo, los primeros días son los peores, pues uno ha de pasar por la desintoxicación necesaria de sus barullos cotidianos. Se te cae el mundo encima cuando te ves a las 5 de la tarde y sin una programación por delante. Has de reconstruir todas tus rutinas. Son las 6 y yo ya he abierto dos veces mi correo, he entrado en la web de la Universidad y hasta me he comprado por Internet un billete de avión para final de mes. Tengo todos los síntomas de que he iniciado mi particular “mono”. No me quejo, todavía es lunes y uno ha de darse su tiempo.
Tengo la ventaja de que nos hemos venido con mi amigo Luis, el psicoanalista. Así que si me da un ataque de ansiedad me bajaré al sofá de su habitación para que me reajuste los anclajes.
Pues eso. A falta de sol tendremos paseos por la playa. Y a falta de otra cosa que hacer (volver a los trabajos convencionales me parecería muy poco adecuado y hasta de mal gusto) aprovecharé para leer y disfrutar de la compañía.
Y, como no hay mal que por bien no venga, puede que hasta el blog se beneficie de este superávit de tiempo y energía desaprovechada.

sábado, diciembre 27, 2008

Australia


Esta vez no teníamos escusas y nos fuimos al estreno de Australia, la nueva peli de Baz Luhrmann. Ya la venían anunciando desde hace meses y los “traillers” resultaban prometedores. Y con el frío que hacía en Santiago, no había opción (honesta) comparable. Pues allá nos fuimos, a disfrutar casi tres horas de los amores y sinsabores de Nikole Kidman y de Hugh Jackman en un escenario maravilloso y en el marco de la visión épica de unos guionistas que tratan de reconstruir los difíciles momentos que anteceden a los bombardeos de la segunda guerra mundial en Darwin.
La historia viene contada por un pequeño y simpático indígena mestizo (que no es blanco ni es negro, quizás por eso le llaman Nullah, "Nada", y a quien la sociedad bien pensante del lugar se siente en la obligación de internar en centros para reeducarlos de forma que pierdan esa parte negra de su herencia biológica). Pero, de todas formas es una historia compleja, muy construida ad hoc. Uno tiene la impresión de que los guionistas hicieron primero una especie de torbellino de ideas para ver qué tipo de cosas deberían entrar en una historia que quiere ser una representación condensada de la “historia global” de Australia e, incluso, de la humanidad. Tiene que haber de todo, se dijeron: gente buena y genta mala (y que se les distinga con facilidad); indígenas y extranjeros; curas y militares, ricos y pobres, paisajes de ensueño; amores y guerras, comedia y tragedia; realismo y magia. Alguien ha dicho que el film Australia quería ser como “Lo que el viento se llevó" del S.XXI. Eso debieron pensar los guionistas cuando se pusieron a la tarea. Después sólo había que encajar las diversas piezas del puzle. Lo han logrado sólo a medias. Se notan en exceso las costuras. Y al final resulta una historia excesivamente abigarrada. No tanto por los personajes que son muy lineales y previsibles cuanto por la historia en sí.
Con todo, Kidman y, sobre todo, Jackman están impresionantes. Ella un poco más rígida en su papel. Él derrochando humanidad y poderío. Muy natural y creíble el pequeño indígena Brandon Walters. Los paisajes, como era de suponer, impresionantes: cañones, desiertos que se convierten en grandes pastizales verdes, secarrales que acaban siendo lagos en la época de las lluvias, diluvios que hacen renacer la vida. Y en medio de esas maravillas de la naturaleza, las maravillas de la vida: el ganado y sus desplazamientos; los peligros constantes de la vida en el campo, los contrastes entre la vida indígena y la occidental, entre ricos pijos y pobres, entre la buena sociedad y la masa.
No se hacen largas las dos horas y tres cuartos que pasas a oscuras. La historia está bien trabada y con su punto de suspense en cada secuencia. Técnicamente, el film es muy bueno y posee una estructura narrativa muy bien diseñada. Lo que menos me gustó fueron las escenas de guerra, aunque entiendo bien que para un director como Luhrmann era todo un desafío. En cambio, la estampida del ganado y la cabalgada para evitar que se fueran por el precipicio fue un auténtico placer estético.
Pude conocer Australia hace unos años, aunque menos de lo que me gustaría. Me gustó tanto (Sydney sigue siendo para mí la ciudad más bella del mundo) que todo lo que tiene el film de documental de aquel continente me parece maravilloso. Casi seguro que va a provocar toda una oleada de turistas hacia allí. Al margen de sus bellezas, por razones profesionales, he ido siguiendo, también, en los últimos años el gran esfuerzo de aquel país por recuperar las culturas indígenas. Ese compromiso se nota también en el film. De una forma demasiado superficial, probablemente. No habría que mezclar lo indígena con la magia, ni identificarlos con esa figura demasiado original y carismática del hechicero omnipresente. Pero me ha parecido importante la importancia que dan a la “travesía”, a ese periodo de iniciación a la edad adulta que el niño ha de hacer con su abuelo. En el fondo, es incorporarse a la propia cultura, volver ella para hacerse “hombre”. Si no lo hace, se repite varias veces, “no tendrá una historia propia, no tendrá sueños”. Preciosa forma de sintetizar el valor de la cultura: te da historia (te une a la historia de los tuyos) y te permite soñar. Lindo también el poder de la música. “Yo cantar para tu venir”, dice Nullah, el pequeño indígena, en varias ocasiones. Y, efectivamente, la música está presente en todo el film como un arcoiris hermoso que los une y los dirige. De hecho, es la música la que permite que el barco con niños que huyen del bombardeo pueda llegar a puerto.
Y, como siempre, dentro de la macro historia que quiere contar la película, nos encontramos con muchas microhistorias muy interesantes. La forma en cómo se construye el enamoramiento entre los dos protagonistas es muy interesante y romántica. Las luchas de poder y ambiciones (porque “el orgullo no da poder”), con sus correspondientes dosis de corrupción, que se suceden a lo largo de la historia son más de lo mismo a lo que nos tiene acostumbrados el cine. La relación de los indígenas con sus muertos resulta entrañable: ya no podemos decir más su nombre. Pero de todas ellas, destacaría la que más angustia produce (seguramente porque llueve sobre mojado entre nosotros ahora que estamos en esa fase de recuperación de la memoria histórica): ese robo de niños mestizos para internarlos en una institución religiosa que debe reeducarlos. La “generación robada”, dice el film. Y aunque sucediera hace ya mucho tiempo uno no puede por menos que escandalizarse de que cosas así hayan podido suceder. Y apoyadas por la Iglesia y los médicos (las frases frías del doctor aludiendo a la necesidad de borrar su parte negra, producen escalofríos).
Bueno, pues esto fue Australia en el día del estreno. Interesante película. Acaparará varios oscars, sin duda.

sábado, diciembre 20, 2008

Quantum of Solace

No debería haber ido a verla, pero uno, a veces, tiene que concederse un respiro. Así que hoy, después de 10 horas entrevistando a diversos colectivos de la Universidad de Lleida (formo parte de la Comisión que debe acreditar su procedimiento para evaluar la calidad de la docencia de sus profesores) me ha parecido buena idea despejar un poco la cabeza. El problema es que no estoy seguro de si la he despejado o, simplemente, anestesiado a golpe de efectos especiales.
Tengo que reconocer que me gustaba más el otro “Bond”. Este Daniel Craig da menos el pego de flemático inglés y su papel de duro pega menos con la sofisticación donjuanesca del Bond original. Y eso que las chicas del reparto siguen siendo espectaculares, especialmente la rusa Olga Kurylenko que hace de coprotagonista. Además, Marc Forster, el director, ha construido una historia demasiado compleja. Te pierdes en el laberinto de servicios de inteligencia de medio mundo y en el rompecabezas de fidelidades y traiciones.

En todo caso, yo soy de películas intimistas que tratan de mostrar la psicología de los personajes. Y de historias creíbles. En Quantum of Solace (por cierto, ¿qué significará el título?) todo son efectos especiales, azañas imposibles que se resuelven por que sí, personajes binarios (o buenos o malísimos), y tiros a diestro y siniestro (aunque poco eficaces, al menos los de los malos que no aciertan aunque lo tengan a huevo). Eso sí, nos pasean por medio mundo, Austria, Italia (precisamente en Siena, celebrando las carreras de caballos en la fiesta del ferragosto), Bolivia, Haití, Rusia y más que no recuerdo. Son paisajes contrastantes y muy lindos aunque uno los vea siempre a través de mucho polvo o en medio de tiroteos.
Pues eso, un rato para dejarse llevar por el trajín infinito de Bond. Y para no pensar. ¿En qué vas a pensar entre tanto tiro y tanta incertidumbre? Quizás los guinistas han querido presentarnos un mensaje ecológico (los malos queriendo adueñarse del agua para luego cobrarla a precio de oro) o, incluso político (los malos y los servicios secretos poniendo y quitando presidentes en América Latina) pero todo eso queda en un segundo plano en medio de tanta acción desproporcionada.
Lo dicho, las chicas-bond siguen siendo espectaculares (¡qué labios los de la rusa Kurylenko! ¡Qué erótica la imagen de la chica cubierta de petróleo que parece chocolate!) y el Bond-Craig no deja de ser un guaperas. O sea, sigue siendo una película Bond. Pero me gustaba más el otro.

jueves, diciembre 18, 2008

My blueberry nights




Van pasando los días y aún no he tenido un rato para poder comentar esta peli del fin de semana. No es que me dejara una gran huella, pero tampoco está mal. Y hace pensar sobre uno mismo, sobre la soledad, sobre las relaciones…
El primer encanto de la película, a ojos de los entendidos, era el propio director Wong Kar-Wai que, después de muchas películas orientales, se estrenaba en el cine americano. Tengo que reconocer mi ignorancia porque no lo conocía ni recuerdo haber visto ninguna de sus obras. Obras que, por otro lado, tienen unos títulos preciosos: “Eros”(2004), “In de mood for love” (deseando amar ) en el 2000, “Felices juntos” y “Ángeles caídos” del 97 y 95 respectivamente. No me suenan. Y con esos títulos, con seguridad que habría ido a verlas. En fin, es un magnífico director, con toda esa sensibilidad oriental que logra encuadres coloristas y estéticamente perfectos. Y, sin sexo, pero con escenas de un gran erotismo. En My blueberry nights está el beso más impresionante y erótico que yo he visto en el cine.
La historia es bonita. Una chica que rompe con su novio y tiene que rehacer su vida. Siente que ha perdido tanto, se siente tan vacía que se lanza a la carretera a buscar algo que llene el vacío que lleva dentro. Y no es que se lance como una loca a sustituir a su novio casquivano por otros hombres o experiencias. No hay sexo en la película, pero sí mucha soledad. Soledad sin drama (salvo unos pequeños excesos). Soledad que se salva a través del contacto humano con otras personas. Lo que más me gustó de la película (beso aparte) es el gran poder terapéutico de la palabra. Lo bien que les hace a los personajes el hablar, el encontrarse con otros y compartir con ellos su propia soledad.
En ese camino de reconstrucción, Elisabeth (Nora Jones) va conociendo a gente y compartiendo con ellos sus historias. Primero el dueño y camarero del bar (Jude Law) al que solía acudir su novio que ahora anda con otra; después cuando se marcha lejos de su ciudad y se pone a trabajar en un bar, conoce a un policía alcoholizado que no logra superar que le haya dejado su mujer de la que sigue aún enamorado. Pero también se marcha de allí hasta Las Vegas y allí se encuentra con una jugadora empedernida que está sola y mantiene una relación de amor-odio con su padre. Tres historias de ruptura y soledad. Y aunque todas las historias tienen su punto de dramatismo están muy bien llevadas. Sin exageraciones. Sin movimientos raros de cámara. Y con un envoltorio estético magnífico. Incluida la música.
De todas formas, lo más interesante es la vida que late a lo largo de todo el film. Vas encontrándote con figuras que están bien jodidas. Casi siempre por problemas de amores y relaciones. Es como si hubieran perdido su norte, su estabilidad, su proyecto de vida. Y sin embargo hay mucha vida en ellos, mucha humanidad. Los ves cercanos, corrientes, sintiendo lo que podrías sentir tú. Eso hace que la protagonista, una chica en crisis pero con una gran capacidad de empatía vaya desarrollando comportamientos de apoyo como quien simplemente respira. Ayuda sin aspavientos, como quien no quiere la cosa. Pero es capaz de introducir en el descoloque de sus sucesivos amigos el sentido común y una cierta racionalidad. Pero sin atosigarlos, sin ocupar su espacio. Sólo escuchando y generando sinergias positivas con ellos. La verdad es que tiene mucha vida dentro de sí misma. Y aunque la tiene un poco alborotada en ese momento, es una tía magnífica. De esas que saben transmitir sosiego incluso en las situaciones más complejas.
Y así, ayudando a los demás, va recomponiendo su propio puzle y encontrando su camino. Se merecía ser feliz. Una historia muy aleccionadora. Y al final, el beso. Ese beso en scorzo. Dulce, intenso, divino. El mejor. Sólo por eso, merecería la pena no perderse esta película.

lunes, diciembre 15, 2008

Adiós, Juanita.


Alguien decía, con razón, que somos los amigos que tenemos. Parece una frase incorrecta lingüísticamente, pero resulta de lo más real en la vida diaria. Los amigos están ahí y nuestra existencia está vinculada, directa e indirectamente a ellos. Aquel aforismo orteguiano de que “yo soy yo y mis circunstancias” resulta muy cierto. Y en esas circunstancias, un papel fundamental (junto a la familia) lo juegan los amigos. Claro que resulta fácil decirlo y menos fácil entrar a dilucidar quiénes entran en ese grupo, en qué se nota que perteneces a él y qué condiciones de filiación exige el título de amigo/a. Bueno, pero esta entrada no se refiere a un disquisición semántica sobre la amistad , sino de un acto de amistad sin más.
Viene todo esto a cuento de que nuestro amigo Juan ha perdido a su madre. En realidad todos sus amigos hemos perdido a la madre de Juan y ésa es una manera horrible de acabar el año. Ella se mantuvo siempre en el segundo plano que le reservó la v ida, pero siempre estuvo ahí en las buenas horas y en las malas, con ese coraje sencillo de las personas buenas. La pérdida, hace unos años de su hermana y cómplice, y los achaques de la edad la fueron apartando de las actividades cotidianas pero ella siempre estaba allí, jugando su papel y llenando su espacio. Por eso se nota tanto su falta. Uno construye su vida contando con ella y cuando falta, todo se rompe. Y aparece un agujero negro que no es fácil llenar.
Las buenas personas, como los buenos vinos, dejan un retrogusto especial. Uno empieza a valorarlas más cuando han pasado, cuando puedes hacer un flashback y recuperar lo que ha sido su vida y su entrega. No es fácil armar un panegírico de una persona como Juanita. Ella no ha escrito libros, ni impartido conferencias; ella no ha sido una persona famosa (toda esa trabajera se la ha dejado a su hijo) pero estaba allí, en segunda línea pero transfiriendo toda su energía para que las cosas resultaran bien. Y lo consiguió.
Cuenta Juan que, al final, ya no tenía muchas ganas de vivir. Era como si se hubiera resignado, como se diera por satisfecha con los 89 años que la vida le había regalado. Dio orden de comenzar la cuenta atrás. Y, como suele suceder, su biología la obedeció. Por supuesto, su familia no lo aceptaba y peleaban con ella para motivarla a hacer ejercicio y a mantenerse vigilante. Pero no tiene caso. Y así llegó su día, con la tranquilidad de quien puede presentar una hoja de servicios llena de méritos sencillos pero relevantes. No tengo dudas de que ella se despidió feliz y tranquila. Y muy bien acompañada.
Volviendo a lo de los amigos, la cosa es que duele inmensamente ver cómo alguien de los tuyos pierde a su madre. Todos la perdemos un poco y todos nos hundimos en ese pozo negro en el que sientes chapotear a tu amigo. Calculo que no ayudamos mucho (nadie puede hacerlo porque la angustia se cuela hasta lo hondo de las entrañas) pero igual sientes que debes estar ahí como una cohorte de cortesanos que no tiene nada más que ofrecer que su presencia y un poco de conversación. No sé si eso es bueno cuando uno desearía sorber su propio dolor a solas pero, al menos, se hace explícita la presencia y el cariño.
Y en esas estamos. Nuestros amigos Juan y Matilde han de elaborar ahora su duelo personal por la pérdida. Ese dolor intenso y visceral de los primeros días se irá racionalizando. Han de convencerse de que fue bueno para ella, de que marchó sin sufrir, que había cumplido su misión, que ahora nos acompañará desde otra dimensión… Y, tras este paréntesis de dolor, la vida recuperará su protagonismo. Porque hay mucha vida en la pareja, en los hijos, en los amigos. Quizás ahí es donde mejor podamos intervenir los amigos: haciendo que la vida, la cotidiana y la especial, vuelva de nuevo al primer plano. De hecho ya tenemos que preparar la cena de navidad y las nuevas discusiones para abrir año. Es la vida, el gran regalo de los amigos. No te dejan parar ni abandonarte a la melancolía. Son un hermoso coñazo.
Y seguro que Juanita, que ya nos conocía, sonríe socarrona desde su nueva atalaya.

martes, diciembre 09, 2008

Gomorra


Cuando sales del cine sólo se te ocurre un pensamiento. ¿Es posible una cosa así? Todo parece demasiado kafkiano, demasiado infernal. La película, y supongo que lo mismo sucede con la novela de Savione en la que se basa, trata de darle una pátina de realismo a la historia pero resulta difícil de creer. Porque no sitúa la acción en un espacio marginal sino que da la impresión de abaracarlo todo (no se ve un mundo normal que te pueda servir de contraste). Porque describe la mafia como un estilo de vida que no escoges. Simplemente estás dentro, lo quieras o no. ¿Quién puede vivir en un mundo así?
Matteo Garrone, su director, juega a lo seguro. Sabe que cosas así venden bien. El cine brasileño ha sido pródigo en los últimos años en películas de este tipo, siempre con mucho éxito. Y, a la vista está, que también Gomorra los va a tener (ya consiguió premios en Cannes y probablemente los volverá a obtener en los Oscars). Con justicia, seguramente, aunque es tan fuerte la historia que te impide dar ese paso atrás necesario para entender que estás viendo cine. Quizás ése sea su mérito.

Hay tanta crueldad implícita y explícita, tanta violencia... Se rompen tantas reglas de la vida civilizada (el tráfico de drogas, la contaminación por residuos tóxicos, la explotación a través de talleres clandestinos, los abusos inmobiliarios, las presiones intolerables para la afiliación a un grupo, el abuso de la infancia, la eliminación cruenta de los disidentes y adversarios, etc. etc.)... Y todo ello con ese toque de film documental que se transmite a través de las cámaras en movimiento (como si fueras tú mismo que vas andando, metiéndote en los mismos líos que los personajes a los que sigue la cámara, corriendo los mismos riesgos que ellos), de los ambientes cutres (difíciles de creer en Nápoles), de los personajes no profesionales, de un hiperrealismo constante que se recrea en las escenas...

En fin, ya se ve que he salido bastante conmocionado del cine. Me parece una buena palícula (tampoco sobresaliente; puestos a contar cosas terribles, prefiero las brasileñas). Demasiada trasgresión para un país sin miseria ni favelas, como Italia. Puede que sea así, pero cuesta creerlo. En realidad, todos se conocían entre sí, sabían de qué lado estaban, eran capaces de saber qué pasos daba cada quien. ¿Cómo es posible que eso mismo pase desapercibido para la policía, para los ciudadanos normales? ¿No hay escuelas, no hay iglesias, no hay gente con un poco de cordura?

Duele, sobre todo, la indefensión, el que la vida no valga nada. Soy incapaz de concebir, salvo en mentes gravemente enfermas, esa ligereza a la hora de decidir sobre la vida o la muerte de los demás. Pero, a la vez, aterra constatar que hay mucha gente implicada en ese tipo de “estilo de vida”. Todas esas gentes que viven así (los que mandan matar, los que matan, los que colaboran y saben lo que pasa) tienen a su vez sus familias, sus hijos (¡qué preciosidad de niño el hijo del diseñador!), sus sueños vitales, sus amores. ¿Es posible vivir bajo la sospecha constante de que todo eso se puede quebrar en cualquier momento porque te pegan un tiro?

Una peli dura. Que no te deja indiferente. Al contrario, te va golpeando en cada escena. Por eso sales del cine como si te hubieran dado una paliza. Y sin ganas de creértelo. Demasiado fuerte para sobrevivir con esa angustia. De hecho, aquí estoy descargando mis agobios en el blog para ver si consigo dormir. Y son ya casi las dos de la mañana.

viernes, diciembre 05, 2008

La Ola


Aproveché que se me estaba comiendo el agobio para irme al cine. Dicen que, a veces, es bueno para la salud mental romper con lo previsible y adoptar conductas paradójicas. Y nada mejor que el cine un jueves. Así, por el morro.
Además, se trataba casi de un compromiso académico. Ya había hablado con otros colegas del posible interés de esta película para nuestros estudiantes. Ayer se lo propuse a ellos en clase. Que la vieran y después podríamos debatirla. Seguro que muchos lo hacen. A ver qué les parece.
Digamos, para empezar que la película cuenta la historia de una experiencia educativa en una escuela secundaria alemana. Parece ser un experimento real que llevó a cabo un profesor americano de la Cubberly High School (Palo Alto, California) en 1967. Esa experiencia dio pie a una novela de Todd Strasser: The wave. Ahora el director alemán Dennis Gansel ha vuelto a retomar el tema y a actualizar los elementos de la historia. Utiliza actores, sobre todo jóvenes (es una película sobre jóvenes en la que los adultos pasan bastante desapercibidos) conocidos en Alemania por las series televisivas y que cumplen muy bien su papel. Muy metido en su papel de profesor progre está Jürgen Vogel, el protagonista. Todo ello es suficiente para lograr una película que está batiendo todos los records de taquilla en aquel país. Me ha hecho gracia la clasificación con la que la valoran los internautas de Decine21: Acción 2, Amor 2, Lágrimas 2, Risas 0, Sexo 0, Violencia 1 [de 0 a 4]. La resumen bastante bien.
Pero vayamos al film que tiene mucho que comentar. La historia del film, vista como experiencia educativa es muy interesante. Pura Pedagogía y de la buena. En el centro escolar dedican una semana a la realización de “proyectos educativos”: la semana de los proyectos. Los diversos profesores ofertan propuestas a las que los alumnos se inscriben voluntariamente. Pueden escoger aquella propuesta que más les apetezca. Primer aspecto interesante para nosotros habitualmente acostumbrados a estructuras curriculares rígidas y con escasas opciones. También llaman la atención las temáticas sobre las que versan esas propuestas de proyectos. La anarquía y la autarquía son los que aparecen en el film pero cabe suponer que habría otros similares.
Al profe de la historia le hubiera gustado más dirigir el trabajo sobre “anarquía” pero se lo arrebata otro con más antigüedad (interesante la fría relación entre ellos y el papel desdibujado de la directora). Así que tiene que apechugar con el tema de la autarquía. Y ahí se inicia la historia. Al menos en su eje central, que en realidad son dos ejes: la fórmula didáctica seleccionada (del máximo interés para mí pues eso es lo que enseño) y los contenidos y elementos de la autarquía que los estudiantes van enfrentando.
La dimensión didáctica de la historia (el cómo aprender unos contenidos académicos más o menos convencionales) es lo más interesante del film. Cualquiera de nuestros estudiantes de secundaria ha estudiado qué es la autarquía y qué son las dictaduras. Muchos de ellos podrían hacer, sin excesiva dificultad, un trabajo bien documentado al respecto. Pero enseñar, para este profesor, no es saber, es vivenciar, experimentar lo que se estudia. Y su estrategia es buenísima. Les va haciendo entrar en los aspectos más sustanciales de la mentalidad autárquica de forma que se sitúen en una forma particular de pensar y sentir. Sin eso, no hay aprendizaje real, aprendizaje con todo el cuerpo, no sólo con la cabeza. Seguro que no olvidarán en toda su vida la experiencia escolar en la que han participado. Incluso al margen del final, excesivamente ficticio y dramático para mi gusto. No era necesario y le resta credibilidad a la historia. Lo interesante es que en solo una semana un profesor extraordinario ha hecho vivir a sus estudiantes una inmersión profunda en un tipo de mentalidad social, en unos valores y un estilo de pensamiento. Vivirlo así no tiene nada que ver con estudiarlo como el capítulo 5 de una disciplina de historia o de cualquier otra materia. Vivirlo implica que te pones en situación, te implicas, pones en juego tanto tus ideas como tus sentimientos, tanto tu mundo personal como tus relaciones. Es un modo de aproximación full contact con los temas de aprendizaje. Una forma de aprender que te marca la vida. El sueño de todo profesor que, por lo general, ve como sus estudiantes apenas se implican en un 10-15% de sí mismo en las cosas que les proponen y que, al final, pasan por las clases sin emoción ni compromiso. Por eso les dejamos tan poco rastro.
El segundo eje de desarrollo de la película es el de los contenidos que van abordando. Con una sistematicidad germánica la clase va avanzando progresivamente en los diversos elementos que configuran el pensamiento autárquico o fascista: la ideología como fuente nutricia, la insatisfacción como base del reclamo de control, la presión e, incluso, la violencia como actitud para imponer el consenso, el líder como figura clave para que las cosas funcionen y la disciplina como marca de bienestar y eficacia; el valor del grupo como elemento de identificación, de satisfacción personal y de poder; los signos externos de identificación (uniforme, logo, saludo); la necesidad de conformidad. Lo dicho. Son contenidos habituales para estudiar el tema. Lo que diferencia esta clase de otras miles en las que los estudiantes abordan estos mismos asuntos es que aquí ellos los viven, no sólo los estudian. Y la diferencia es tan importante que hasta puede dar lugar a una película exitosa. Nadie haría una película de unas clases convencionales donde se estudiara la autarquía.

Y visto todo lo anterior, uno sale del cine con el alma perturbada y con muchas sensaciones contradictorias en su cabeza. Y con una sana envidia por ese profesor que es capaz de montar una coreografía tan perfecta para que sus estudiantes aprendan. Y con el sentimiento de que la buena enseñanza, como todo aquello que asume desafíos y riesgos, es una actividad bien compleja. Y contradictoria.
Mi primera sensación, la que me fue golpeando a lo largo de todo el film, fue que resulta muy difícil distinguir esa fina línea que distingue lo brillante de lo pernicioso. Yo hubiera dicho que el profesor lo hacía bien, que me parecía modélico su planteamiento. Pero aparecían en la historia voces discrepantes que sentían y expresaban que las cosas no podían seguir así: la alumna de rojo, la esposa. Y efectivamente aparecían ciertos comportamientos problemáticos, ciertas exageraciones derivadas de un exceso de celo en algunos muchachos más propensos a ello. Pero parecían simples efectos colaterales de un proceso que en sí mismo estaba funcionando bien: los alumnos se sentían interesados como nunca en la escuela, fortalecían su solidaridad, se hacían fuertes como grupo. Los comentarios finales que ellos hacen sobre la semana de proyectos son muy positivos: se han sentido bien, han aprendido mucho, ha mejorado la imagen que tenían de sí mismos y su capacidad de colaborar con sus compañeros. Pero había una fina línea muy difícil de distinguir entre tanta acción y tanto entusiasmo. Me estuve preguntando todo el tiempo dónde estaba esa línea, qué le faltó a este profesor para no cruzarla.
Se me ocurre pensar que fue la falta de elementos críticos y autocríticos a lo largo del proceso. Fueron avanzando en el proceso de identificación de los componentes del pensamiento autárquico sin pararse a pensar en los riesgos de cada uno de los avances. Incluso el progreso en dimensiones valiosas en el comportamiento social (como en la ciencia o la medicina o el arte) trae consigo riesgos que conviene prevenir. Sentirse fuerte como grupo es un valor, abusar de esa fortaleza para exigir el consenso y eliminar a los disidentes es un problema grave. Implicarse en cuerpo y alma en un proceso de aprendizaje es magnífico, ser incapaz de tomar la distancia necesaria para poder revisar lo que uno hace es un riesgo. Tener un líder que te marque el camino resulta necesario para que las cosas puedan funcionar sin excesivos diletantismos (el ejemplo de la caótica sesión para preparar la función de teatro que quieren organizar es un magnífico ejemplo) pero alienarse, perder la propia identidad como sujeto que toma conscientemente sus decisiones es un pecado capital en educación. Ser un profesor capaz de entusiasmar a tus estudiantes es una virtud inapreciable, llegar a seducirlos tanto como que te sigan incondicionalmente es perverso. No era fácil distinguir la línea ni ser consciente de en qué momento la has cruzado sin darte cuenta. Pero resulta esencial para que el proceso educativo avance como un proceso que te enriquece como persona y no sólo como repositorio de informaciones o como un cocktail de emociones que te hacen sentir bien y fuerte pero sin saber dónde estás o a dónde vas.
Hay otras cosas en la película que la hacen muy interesante a la vista de un profesor. Los espacios del colegio, por ejemplo. Aunque el aula donde se desarrolla la acción no es nada extraordinaria (razón de más para entender que una buena didáctica no es solo cosa de recursos técnicos), sí pueden verse otras aulas llenas de materiales para la enseñanza de las ciencias, de la lengua, etc. El acceso libre a la fotocopiadora, incluso por parte de los estudiantes. La existencia de una revista escolar donde ellos pueden opinar. De extraordinaria importancia me ha parecido la estructura curricular: esa posibilidad de dedicar una semana a un proyecto de trabajo sobre una temática de actualidad que rompa con la rigidez de las disciplinas.
Y junto a toda esta historia escolar, el film desarrolla, como no podía ser menos (al final, la vida nunca puede reducirse a la escuela por muy interesante que ésta sea), otras historias personales. Los amores inciertos entre adolescentes, la solidaridad generacional, la construcción de la propia identidad y sus avatares, la presencia de la música dura, de las drogas, del poder de las pandillas, la complicada relación con los padres, la presencia de sujetos complejos y vulnerables que están viviendo su juventud cómo un match point que tanto puede ir bien como mal. También aparecen los amores entre la pareja de profesores, cuya relación parece envidiable durante todo el film y que, al final, también se ve afectada por el proceso que el profesor va viviendo en paralelo a sus estudiantes. Él también tiene su vida, sus demonios internos, sus insatisfacciones. Y lo que hace en clase no puede ser ajeno a lo que él es. Al final, también él aprende con su proyecto. Aprende a reconocerse a sí mismo y a darse cuenta de que, en realidad, el proceso que propone a sus estudiantes es un proceso que se propone a sí mismo. Por eso le cuesta tanto distinguir la línea entre lo positivo y lo negativo de su proyecto. Debe ser verdad aquello de que a nada que rasques en una teoría (quizás también en un método didáctico, en una forma de ser o de relacionarse) aparece, enseguida, una biografía.

Bueno, pues ya está bien, para mí. Veremos ahora qué dicen del film mis estudiantes, qué cosas les llaman a ellos y ellas la atención. También de eso habré de aprender yo porque si de algo se da cuenta uno en historias como éstas, es que su mirada es parcial, que apenas eres capaz de ver una cara de ese caleidoscopio de matices que aparecen en procesos tan apasionantes como éste. Y la pregunta inicial con la que se abre la película sigue resonando ahí, aún después de dejar la sala: ¿creéis que es posible que una dictadura vuelva a implantarse en nuestros días? Posible es, desde luego, pero angustia sólo el pensarlo.

martes, diciembre 02, 2008

¡Cuánto tiempo sin escribir! Y debe ser verdad aquello de que cuanto más lo dejas pasar, más te cuesta reiniciarlo. Esto del blog es como un amante. No puedes descuidarlo porque la cosa se enfría. Y luego cada vez te llama menos el hacerle confidencias. En fin, mejor tarde que nunca.

La cuestión es que también necesitaba airearme un poco. Y dejar pasar esa necesidad de "tener que cumplir" con la receta diaria o casi diaria. Pero lo echaba de menos. Me encanta eso de escribir y de contar (contarme) cosas. Cuando no tengo esta salida parece como si me sumergiera en una crisis de apatía. Te pones tras una barrera y vas dejando que las cosas pasen sin más. Sin contarlas que es casi como sin vivirlas. Bueno, a ver si comenzamos de nuevo aprovechando que el avión en que debo regresar a Santiago se ha retrasado de nuevo. Esto de la T4 es para mí como una musa. Tienes que pelearte con los ordenadores de la sala VIP porque casi ninguno funciona pero parece que la espera me estimula.

Ha sido una semana intensa. Con un pelín de drama si no fuera que todo ha acabado bien. Partí el día 21 para México en un viaje bastante accidentado: el avión se retrasó dos horas y, para colmo, no pudimos aterrizar en el D.F. por niebla y nos desviaron a Acapulco (¡7 horas perdidas!). Total que debía haber llegado a Puebla sobre las 10 de la mañana y llegué a las 7 y pico de la tarde. Como allí son muy generosos y de comidas largas, aún pude llegar antes de que se levantaran de la mesa y saborear las viandas que me habían reservado. De Puebla a Monterrey al día siguiente (con la emoción añadida de que la compañía aérea con la que había comprado el billete quebró una semana antes y tuvieron que buscar otro billete a toda prisa). Pero llegué bien a Monterrey y la conferencia que tenía allí salió muy bien. Pero para no decayera el nivel de estrés, el vuelo que debía tomar para San Luis lo cancelaron. Así que vuelta al hotel y a esperar otro vuelo a la mañana siguiente bien temprano. Éste sí salió, no sin antes decirnos el piloto, una vez en la cabecera de la pista, que debíamos regresar a la plataforma porque habían detectado problemas técnicos en el aparato. ¡Glub! El fantasma del accidente de Spanair volvió a aparecerse. Dí tú que éste era un avión de hélices y resultaría menos dramático caerse al comenzar el vuelo. En fin, al final llegué sano y salvo a San Luis Potosí. Bueno, no tan salvo pues en el trayecto perdí mi teléfono móvil. Me dí cuenta en cuanto llegué al hotel pero para entonces ya se había marchado el avión y lo dí por perdido. Creo que fue ahí donde la mala suerte comenzó a torcerse y volverse buena. Me encontraron el móvil y lo recuperé al día siguiente (se ve que las limpiadoras funcionaron bien). Dos días y medio en San Luis con tres intervenciones para tres instituciones distintas. Las tres estupendas (y no porque fuera yo). Quedé contento y ellos también. San Luis volvió a enamorarme, la ciudad estaba preciosa (las placitas repletas de gente disfrutando del solecillo vespertino), los anfitriones atentísimos y cariñosos. Hasta comí bien esta vez. No se puede pedir más a un viaje.
Y de San Luis al D.F. En plena calle Insurgentes. Un lujo. Y efectivamente la suerte fue cada vez en aumento. En contrarte con gente que te admira, que ha leido tus libros, que te ven como alguien que ha sido muy importante para ellas, que te tratan como si fueras de la familia ha sido todo un placer. Se notaba que estaba entre educadoras. Tienen ese algo especial que te atrapa. Sólo puedes rendirte. Y eso hice. Y pasé un par de días entre nubes con ellas. Hasta pude asistir a un espectáculo folklórico mejicano en la comida de despedida. Bastante malillo, la verdad, salvo el mariachi, pero estuvo bien poderlo disfrutar. La otra alternativa era Madona que también andaba por allí, pero no hubo posibilidad porque perdería el vuelo. En fin, fue un buen regalo de despedida.

Y nada, una vez corregidas las coordenadas de la suerte, todo fue saliendo muy bien. El vuelo de regreso salió y llegó en hora. Pude tomar el vuelo a Santiago y llegué a casa con el tiempo justo para salir a cenar a casa de unos amigos.

Entre tantas cosas buenas, ya sería raro que todo saliera bien. Y no salió. Al día siguiente era lunes y yo tenía clase a las 9,30 y gimnasio a las 8. Pues ni madres. Me quedé dormido y desperté a las 10,30. Me levanté como un poseso y en 10 minutos ya estaba en la Facultad, pero obviamente, los estudiantes ya se habían largado. Así que fue un mal comienzo.
Eso ayer, lunes por la mañana. Por la tarde tuve que volar, de nuevo para Madrid pues hoy martes, tenía una jornada completa de trabajo con profesores de la Politécnica de Madrid. Me dió tiempo para cenar con mis amigos Jesús y Juan Manuel. Y hoy ha sido jornada intensa. Pero ha salido muy bien.
Y ya estoy de nuevo aquí en el aeropuerto, esperando que nos llamen a embarcar (otra vez con una hora de retraso). Así que han pasado apenas 24 horas desde que regresé de Méjico y ya han pasado un montón de cosas. Todo sucede demasiado deprisa. Por eso, si no lo cuento en el blog, es casi como si pasara así a escondidas, sin que te des cuenta. Y de eso nada. ha sido una semana bien interesante.