domingo, agosto 30, 2009

Despedidas

Aunque habíamos sacado la entrada para ver la última de Coixet, nos colamos en la sala donde se proyectaba “Despedidas”. Verás cómo ésta, que ya se estrenó a primeros de Julio, la quitan enseguida, nos dijimos. Ya volveremos a la de Isabel otro día. Creo que fue un acierto. Me encantó la película de Yôjirô Takita. Y eso que el tema no es fácil.

La muerte es, desde luego, un tema universal, pero hacer una película en torno a ella no resulta nada fácil. La historia comienza con el protagonista (Masahiro Motoki) tocando el celo en una orquesta que se deshace por problemas económicos. Debido a ello, decide, con el beneplácito de su esposa, regresar a la casa que le quedó en herencia en la pequeña ciudad de sus padres. Allí encuentra trabajo en una funeraria donde tiene que preparar los cadáveres para su despedida final. No es un trabajo ni fácil ni bien considerado. Y de eso va la película, de su propio proceso interior hasta aceptar el sentido de lo que estaba haciendo, y la del proceso que siguen su mujer y sus amigos para quienes hacer lo que él hacía era poco digno. El guión va diseccionando con mimo los avances y retrocesos que unos y otros van dando en torno a eso de “trabajar con/sobre muertos”. Pero lo que consigue la película es hacerte ver ese trabajo como algo bello y digno. Yo, desde luego, lo he vivido así. Creo que no sería capaz de hacerlo, pero reconozco que ha sido extremadamente bello y emotivo todo lo que el protagonista y su mentor hacían con los difuntos. Al final, es más una película sobre la vida y sobre los afectos que sobre la muerte o los muertos.

La película es extremadamente bella, llena de detalles. Con ese abigarramiento de cosas de las coreografías japonesas. Pero todas ellas muy bien colocadas, con encuadres perfectos, con colores exquisitamente compensados dentro de su gama. Todo en espacios pequeños, con un gran predominio de los primeros planos de los personajes. En fin, la fotografía excelente. Y no digamos nada de la música. Los solos de violoncelo con que nos deleita el protagonista son deliciosos. La verdad es que, metido como estás en embalsamamiento de cadáveres, te transportan a un limbo infinito donde sólo tienes de escuchar y dejarte llevar por la melodía.

Los actores, todos, están excelentes. Con esa emotividad contenida de la cultura japonesa (por eso las lágrimas silenciosas recorriendo las mejillas del protagonista en las escenas finales son mucho más elocuentes que cualquier grito desgarrado) pero con una totalidad sinceridad del gesto. No sobra nada, no hay aspavientos, pero te hacen llorar de emoción.

Es curioso esto de la muerte y del trato con los muertos. ¡Varía tanto de una cultura a otra! Y de unas sensibilidades a otras. Lo que a unos nos parece un gesto de máximo respeto y cariño a la persona que acaba de abandonarnos, a otros les parece una desmesura sin sentido (¡es un cuerpo, masa, nada!). Emociona en la película ver la sensibilidad, el mimo con que tratan al difunto. Y todo delante de sus seres queridos. Se les brinda un último homenaje, un adiós consentido. Y qué maravilla los movimientos perfectos de los embalsamadores: pausados, perfectos, respetuosos. Desde luego, no podrían hacerlo mejor de estar vivos. Y qué emoción cuando el esposo o la esposa o los hijos vienen a gradecerles el esfuerzo (“nunca estuvo tan hermosa como ahora”; “gracias, muchas gracias”).

Ni qué decir tiene que, mientras ves la película, pasan por tu cabeza tus propios difuntos. Piensas en ellos, sientes de nuevo su proximidad, rememoras su imagen final, aquellas miradas furtivas y angustiadas cuando los despedías para siempre. Y a cada recuerdo una nueva oleada de emociones y lágrimas. Pero visto así, en la óptica amable y tranquilizadora de esta película, no resulta difícil reconciliarte con tus recuerdos y sentir sentimientos apacibles.

Me parece muy justo el Oscar que recibió a la mejor película extranjera del 2008.

miércoles, agosto 19, 2009

El luchador

En realidad, el perdedor, aquel que va bajando los escalones de la fama a trompicones hasta encontrarse en el sótano -3 con la crisma rota y sin otro futuro que la muerte. Todo muy cutre, muy triste. Pero una película inmensa, de las mejores que he podido ver en estos últimos tiempos.
Se nos había pasado en su día. La busqué con ansiedad en el periodo de los oscars, pero la he podido admirar sólo ahora, seis meses después de su estreno en España. Y me ha dejado impresionado.
Me he enterado que Darren Aronofsky es un director que cuida mucho la descripción de sus personajes, que escarba en su mundo interior y que le gustan sujetos perdedores. Supongo que es cierto porque eso, justamente, es lo que hace en este peliculón. Y desde luego acierta de pleno con los actores: Mickey Rourke, el luchador venido a menos, está que se sale (a veces te da la impresión de que sobreactúa pero según vas siguiendo la historia ya ves que no, que simplemente lleva su papel hasta el extremo); Marisa Tomei, la stripper pasada de años, está buenísima y lo hace requetebién. El resto apenas si importa (incluida la hija que se hace bastante repelente). La fotografía es muy realista y sin artificios. El guión, excelente. La música perfecta para la situación. Lo dicho, una película que no se puede dejar de ver.
Alguien ha descrito la película como la historia de una agonía. Creo que es una acertada descripción. Todos los personajes están viviendo su personal agonía: esa lucha por sobrevivir, por superar el paso del tiempo, la pérdida de los brillos y oropeles de las buenas épocas. No es fácil saber aceptar las condiciones cada vez más duras que te impone la existencia. Menos aún si has vivido la vida tan intensamente como lo han hecho los protagonistas de esta historia.
A medida que iba viendo los entresijos de la lucha libre con todo lo que tiene de ficción, de camelo visual me iba medio convenciendo de lo fatuo de ese mundo. Pero la película no te permite quedarte en esa superficialidad y te enfrenta con la dureza de esa vida extremosa: los cuerpos sufrientes, los golpes, las salvajadas que te impone el espectáculo, la necesidad de meterte drogas y calmantes a mansalva, la resignación ante el sufrimiento. Otro tanto sucede con la vida de la stripper. Parece todo tan sencillo: tener un buen cuerpo y saber moverte y mirar con insinuaciones. Uno tiene ganas de envidiar a esas personas. Pero todo eso es solo la pantalla, lo que hay que dejar ver. El mundo interior es otra cosa, mucho más doloroso, mucho más humano.
“Hay que ver qué vida más dura, pero cómo atrapa”, comenta Elvira. Y es verdad. Los dos protagonistas viven de su cuerpo, sufren con el paso del tiempo, pero ambos están atrapados en su trabajo (por llamarlo de alguna manera), lo necesitan para sobrevivir, es cómo si no supieran hacer nada más allá de su propio sacrificio en el ara del voyeurismo de quienes les mantienen. Necesitan darles carnaza, sentirse reconocidos, saborear los instantes del aplauso de su público. Es como una droga de la que resulta difícil escapar.
Hay escenas simpáticas, como el intento de resocialización del luchador como simple tendero (dan más miedo las viejecitas maniáticas que van a comprar más que a sus encarnizados enemigos del ring). Y escenas eróticas muy sugerentes, con la Tomei en plena forma. Otras son espeluznantes (como la salvajada de clavarse grapas en todo el cuerpo). Otras emotivas, como su encuentro con su hija y su petición de perdón. Y al final, ese vuelo sin fin de quien, perdido todo, ya no tiene por qué preocuparse.
En fin, una hora y media larga que se pasa pronto. Y al final, no es que te quede una sensación angustiosa. Al menos yo, seguiré odiando la lucha libre y admirando a la gente que es capaz de poner todo su empeño en sobrevivir sean cuales sean las condiciones que la vida les imponga. Una gran película. De las mejores.

martes, agosto 18, 2009

Cocktail de sentimientos

Ahora están de moda los “centros de interpretación de la naturaleza”. Los van poniendo en parques naturales, paisajes de interés, lugares de especial significación por algún motivo ecológico o cultural, etc. Sirven, supongo, para que los menos enterados sean capaces de entender lo que tienen por delante. El nombre que se ha escogido es un poco pretencioso, pero parece interesante. Hay mucha gente que sólo es capaz de ver pastos o árboles o piedras o montañas (así en bruto y sin matices) cuando sale al campo. Así que un poco de ayuda para “aprender a ver” parece más que conveniente.
La cosa es que necesitaríamos “centros de interpretación” de muchas cosas. De los sentimientos, por ejemplo. Podría ser una salida profesional para tanto psicólogo en paro: ayudar a la gente a interpretar lo que está pasando. Sobre todo, cuando se trata de experiencias abigarradas y difíciles de “leer”.
¿Qué haces cuando se arremolinan sentimientos cruzados, cuando te sientes bien y mal, cuando se mezcla todo? Eso es el verano, me dice mi coach, ya sabes que los vapores tienden a subir y los ánimos a caldearse. No sé de qué me estás hablando, le he dicho. Yo solo sé que tendría que estar encantado y feliz pero no siento esa alegría. Lo más probable es que sea cosa del disco duro, ha seguido él, a veces es suficiente con resetear y las cosas vuelven a organizarse. También podría ser una sobrecarga de tensión, con el calor de estos días mucha gente usa más energía de la habitual y se producen apagones. ¿Tú estás bien?, me he visto forzado a preguntarle, dices cosas raras. Desde luego, con tu ayuda, no creo que vaya a interpretar yo mucho.
Después de todo, quizás tenga razón. Ayer vi en el telediario un mapa cromático del país. Los colores eran más intensos en función del calor que había hecho en cada zona. Y la verdad, casi toda España se veía de un rojo violento, casi infernal. Y siempre se dijo que los calores estropeaban los buenos productos. Por eso nacieron los frigoríficos, pero quién mete en un frigorífico sus emociones. Quién puede, siquiera, ordenarlas. Y así se van agolpando todas sin orden ni concierto. Muchas sensaciones polarizadas: la desazón del aire acondicionado que no funciona, la emoción de ver de nuevo a tus padres, la alegría de abrazar a hermanos convalecientes pero ya en plena forma, el notición de un nuevo embarazo, la satisfacción de reunirse de nuevo toda la tropa familiar, la ansiedad del caos producido por tanta gente, los encuentros y desencuentros con las personas que quieres, la nostalgia de las ausencias, las brusquedades inesperadas, los gritos y los silencios. En fin, todo eso que sucede en una gran reunión familiar. Es como si nos pusiéramos a cantar en coro y disfrutaras haciéndolo pero sin poder evitar los gallos o las salidas de tono.


Ya sé lo que te pasa, me acaba de soplar el coach, eso es un virus. Lo leí el otro día en una revista especializada. Hacia la mitad de las vacaciones, sobre todo si hace mucho calor, las defensas se relajan y te entra el bicho. No le habían encontrado antídoto pero seguro que las aguas frías de Coruña acaban con él. Ojalá tengas razón, le he dicho, aunque lo que estaba pensado era que estaba como una cabra, pero me lo he callado para no parecer descortés.
Creo que, por ahora, me tomaré un cocktail. Y mañana será otro día.

miércoles, agosto 12, 2009

UP

Recuperar al niño que todos llevamos dentro, eso es lo que suelen aconsejar los terapeutas para que la vida no resulte demasiado triste o seria. El cine va bien para eso, y la risa, y la fantasía, y dejar que las emociones vayan emergiendo sin demasiados filtros racionales. Todo eso es posible en esta nueva película de Disney.
Construida por los Estudios Pixar, uno ya sabe antes de entrar que va a asistir a otra obra maestra de la imaginación y la técnica. ¡Hay que ver lo que ha cambiado el cine animado en los últimos años bajo las producciones de estos genios! Bueno, pues Up, dirigida por Pete Docter (el mismo de Monstruos S.A.) es un escalón más en ese proceso hacia la perfección.
Up es la historia de un sueño. No un “sueño” en el sentido de que sea algo que uno piensa mientras duerme. No, un sueño de esos que expresan un fuerte deseo que uno tiene y que lucha hasta verlo realizado. En este caso, es el sueño heredado por Carl Fredricksen (un vendedor de globos) de quien fuera primero su compañera de juegos infantiles, posteriormente su esposa y, tras su fallecimiento, su motor vital. Ella era la que tenía una capacidad ingente de construir sueños. Y, en una época en que su ídolo era alguien capaz de descubrir nuevos mundos, el más grande de todos sus sueños fue establecer su casita junto a unas enormes cataratas de Sudamérica. No podía yo sentirme indiferente ante un sueño que se parece tanto a mi propio sueño (seis meses aquí, seis meses allí disfrutando de lo mejor de ambas partes del mundo; incluso lo de las cataratas podría estar bien). Así que el bueno de Carl dedica su vida a realizar el sueño que otrora fuera el gran sueño de su esposa.
Y ahí van apareciendo los otros protagonistas del film. Un mequetrefe boy scout parlanchín y deseoso de completar su medallero de explorador intrépido. Seguro que a Carl le trajo tantos recuerdos de sí mismo y, sobre todo, de su esposa cuando eran niños que no tuvo más remedio que sintonizar con él aunque rompiera del todo con su tendencia depresiva. O quizás por eso.
No faltan, desde luego, las dicotomías morales, como es habitual en las pelis de Disney. Están los malos o la maldad, Los constructores (de negro, por supuesto y con su móvil siempre funcionando) que quieren hacerse con todo y edificarlo todo, incluida la idílica casa en la que Carl guarda su vida y sus tesoros. Los jueces que condenan a un pobre viejo a estar encerrado en un asilo por constituir un peligro. Los enfermeros del asilo, casi siempre mal encarados, que vienen a llevárselo sin miramientos. No falta, incluso, el personaje brillante que ha alcanzado el culmen de la fama pero que resentido se vuelve malo, malísimo. Y también están los buenos y la bondad: el perro bueno, pájaro raro. Están los que transforman su egoísmo en altruismo como el propio Carl. Está la amistad, el valor, el propio sacrificio. Bueno, todo un cocktail de emociones que te atrapa y va movilizando tus sentimientos a medida que la aventura avanza.
Claro que, como en la parte estética (imágenes, colores, sonidos, movimientos, todo), es tan bella, tan original, tan espectacular uno sigue la historia de asombro en asombro y con la boca abierta. Los 10.000 globos que tiran de la casa; las jaurías de perros parlanchines; los animales salvajes con unas plumas y una estructura física que son una preciosidad; los paisajes tanto aéreos como selváticos o de montaña. Los diálogos, los gestos, el ritmo. Todo es un milagro de la técnica y de la imaginación de los coreógrafos de Pixar.
Y, al final, el happy end lógico y merecido después de tanto esfuerzo y sacrificio. Y el sueño cumplido. La casita llegó a donde tenía que llegar. Y el diario, en el apartado de “cosas que tengo que hacer” quedó completo. ¡Qué envidia!

martes, agosto 11, 2009

Un cuento de Navidad



Ver una película con este título a mediados de Agosto tiene su mérito, pero la verdad es que no había mucho que escoger en el videoclub. Y los cines tampoco es que tengan una programación como para lanzar cohetes. Así que uno tiene que ir acomodándose a las posibilidades de cada momento. Y así caímos en esta película.
Está dirigida por Arrnaud Desplechin, al que mucha gente considera el substituto de Bergman. Yo no lo conocía (es la primera película suya que pasan en España), así que si tengo que explicar porqué escogí esa cinta mis razones son mucho menos fundamentadas. La verdad es que me llamó la atención que tuviera éxito en Cannes 2008. Me pareció suficiente aval. Que trabajara Catherine Deneuve también ayudó.

De todas formas, me equivoqué de punta a cabo. Pensé que sería una cinta agradable y distendida (un cuento de navidad), pero es un dramón espectacular. Se trata de una familia con problemas sanitarios hereditarios en su sistema auto-inmune. Se muere un niño pequeño de leucemia, la madre acaba diagnosticada del mismo tipo de enfermedad. Ella puede ser tratada, sin muchas garantías, con un trasplante de médula. Y de eso va la película, de los amores y desamores en el seno de una familia con muchos problemas. Y lo del cuento de navidad, traído muy a contrapelo, se refiere a que la familia se reúne por Navidad y ahí, claro, estallan todas las locuras que iban arrastrando.

No debió ser fácil para el director definir con tanta claridad la gran cantidad de caracteres que aparecen en la película. La verdad es que cada personaje es un caso clínico y todos juntos constituyen un auténtico manicomio. No falta de nada. Da para repasar los manuales de Psicopatología que estudiamos en la Facultad: la madre enferma y egocéntrica, el hijo alcoholizado, la hija melancólica y vengativa, el amigo deprimido, la nuera desorientada, la recién llegada enigmática, los niños pequeños hiperactivos, en fin, un cuadro. En medio de ese caos, me encantó la figura del pater familiae (Jean-Paul Roussillon), firme como una roca, cabal, capaz de llevar el timón en medio de tanta tormenta.

Quizás, lo más llamativo del film sea lo intenso y, a la vez, descarnado de las emociones que expresan los miembros de la familia. Esas cosas suelen sentirse, a veces, pero pocas veces se dicen de esa manera: una madre que no quiere a su hijo y lo dice así de claro; una hermana que destierra a su hermano y le guarda odio profundo; un marido que acepta resignado que su esposa se acueste con su mejor amigo. Una forma de dar y de recibir que más parece una condena que un don. Va avanzando la película, larguísima por cierto (2 horas y media), y a cada nueva situación te preguntas qué otra cosa de locos puede pasar a la escena siguiente. Y en qué acabará todo. Uno siempre espera que al final, la Navidad ejerza su poder salutífero pero ve que la cosa se va alargando y el milagro no llega por ninguna parte.

Como en los buenos vinos, el retrogusto es satisfactorio. No deja mal sabor de boca aunque acabas con la cabeza un poco tarumba ante tal orgía de emociones encontradas. Menos mal que está el abuelo y cada vez que aparece la cosa se relaja. ¡Menuda Navidad le dieron al pobre!

lunes, agosto 10, 2009

RESIGNACIÓN

Te veo resignado, oí que le decía. Él no contestó nada pero le miró con esa mirada especial y esa leve subida de hombros de quien renuncia a explicar lo obvio. ¿Y eso?, continuó el otro. Y se repitió la misma respuesta, ojos planos y alzamiento de hombros. Debe ser, pensé para mí, que la gente resignada tiende a ser parca en palabras. Aquella lo era. Siguieron varias preguntas más, preguntas simples, qué te ha pasado, desde cuándo, estás bien… Pero las respuestas seguían siendo pura mímica. Tampoco es que parecía especialmente incómodo el resignado. ¿Será que la resignación es una especie de limbo anímico en el que no se está tan mal? E, igual que cuando ves a alguien deprimido te vas dándole vueltas a lo jodido que debe ser verse así y, cuando ves a alguien feliz, lo dejas envidiando su suerte, me marché pensando en la resignación y sus muchas caras.
De pequeño nos enseñaron que la resignación era buena. Chico, es la vida, me decían. No tenemos nada que hacer. Luego, las explicaciones se fueron haciendo más sofisticadas: la voluntad de Dios, el destino, la naturaleza, la realidad. Teníamos muchos elementos que limitaban nuestras expectativas. Parte de nuestro trabajo era crecer sabiendo dónde estaban los límites y evitándonos la lucha inútil de tratar de romperlos. Lo otro, lo que no tenía límites eran los sueños pero ya nos advertían de que era bueno soñar pero resultaba muy confuso y peligroso mezclar sueños y realidad. Pertenecían a negociados distintos y se jugaban con reglas muy diferentes.
Luego, de mayor, ya no hace falta que te lo expliquen. Ya lo ves. Esas rocas con las que has de evitar romperte la crisma están en cada esquina. En la etiqueta de cada nuevo episodio. Son como las etiquetas que traen las cosas que compras y que te advierten de cómo has de lavar la prenda y cómo debes evitar usarla si no quieres que se estropee. Algunas etiquetas solían poner una bomba antes de las advertencias más relevantes. Así nos viene la vida, con etiquetas y bombas, dejando claros los límites.
Me ha gustado, desde siempre, aquella frase de que “es más importante querer lo que se tiene que tener lo que se quiere”. Sin embargo, soy consciente de que resulta bastante pantanosa y te puedes ir hundiendo en la tibieza y la apatía que son peores aún que la resignación. En cambio, me desespera esa otra frase de “virgencita, que me quede como estoy”. A parte de cursi, es que tiene muy mala leche. O buena, claro. Depende de cómo sea ése “como estoy”. De todas formas, lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. Quedarse como estás es imposible. Es una actitud que no lleva a ninguna parte. “Aprender a convivir con lo que tienes”, sigue teniendo la misma mala leche pero parece más positiva. Puedes trampear un poco con lo inevitable. O echar mano de las pastillas adecuadas. Lo malo es cuando se van acumulando muchas cosas con las que tienes que convivir: la tensión, el estrés, el trabajo, la columna, la memoria. En fin, dejémoslo estar.
Si uno trata de documentarse algo sobre esta historia de la resignación, siempre sale a relucir la vida de pareja. Debe ser el escenario donde más claramente se vislumbra el nivel de resignación al que uno llega en su vida. Emilio Jorge Atognazza, que debe ser, aunque parezca una redundancia, argentino y psicoanalista, intenta diferenciar las parejas tormentosas de las trascendentes, en base a la resignación. “Resignarse tiene que ver con un acto de sumisión, de mansedumbre, de ceder para no causar trastornos, para evitar discusiones o peleas. Cuando uno se resigna no acepta que el deseo propio haya sido frustrado. La resignación siempre incluye enojo, bronca que puede transformarse en deseos de venganza:vas a saber quién soy yo”. No está mal, aunque lo de la mansedumbre suena aún peor que lo de la resignación (¿calzonazos?, ¿huevón?). Y de ahí saca sus conclusiones de cara a las parejas:

En las parejas tormentosas no hay aceptación de que el otro es como es, que sus deseos son SUS deseos. Por el contrario, se le quieren imponer los propios como si fueran grandes verdades. A su vez, el otro miembro de la pareja, vive la misma realidad: sus deseos y proyectos son los auténticos y verdaderos, no los del otro. Si por imperio de las circunstancias uno tiene que ceder su deseo en aras del proyecto del otro, no se lo hace con gusto, con esa condición del amor que es la renuncia, sino con fastidio, con refunfuño, esperando consciente o inconscientemente una reparación.
Aquel fastidio por postergar sus deseos sin defenderlos adecuadamente, puede transformarse, con el tiempo, en una especie de "ausencia de deseos". Llegado a este estado la persona se adhiere al deseo del otro. Es típico de esta situación el pedir la misma comida que su pareja o amigo. El despertar de un deseo necesita, en estos casos, de la iniciativa de un otro. Pero se trata de un deseo vacío, empobrecido, engañoso, falso porque no surge de la propia interioridad de la persona sino de la iniciativa de otro. Esto también nos muestra lo desparejo de esa "pareja" y este estilo puede dar lugar a demandas y quejas del tipo "!Nunca se te ocurre nada a ti!".
En las parejas trascendentes, en cambio, como se respetan las individualidades, se aceptan los deseos del otro eligiendo participar en ellos o no. Esto da lugar a un enriquecimiento mutuo por cuanto se llegan a compartir experiencias, relacionadas con el cumplimiento del deseo del otro, que nunca se vivirían de otra manera. En la pareja tormentosa, al adherirse al proyecto del otro o al atacarlo pero cediendo al fin, no hay enriquecimiento por cuanto se "participa de mala gana". No hay, entonces, una asimilación de esa experiencia. En la pareja trascendente, aunque no haya aspiración de tal o cual cosa, hay un profundo y auténtico anhelo de compartir la experiencia de realizar tal proyecto sabiendo que, al hacerlo, se están creando las condiciones para contribuir a la felicidad del otro
.” (http://www.isabelsalama.com/Pareja%20trascendente%20vs%20pareja%20tormentosa.htm)
Bueno, creo que me he liado en exceso. Total, fue que había escuchado preguntarle a alguien si estaba resignado y que eso me había dejado pensando. No sé cómo demonios hemos ido a parar a hablar de las parejas tormentosas. Bueno, en todo caso, la resignación también tiene sus partidarios. Algunos que filosofan: “Resignación, qué triste palabra pero qué buen refugio”; “si no aceptamos con conciencia, si no aceptamos con malicia e inteligencia una realidad inmodificable, ¿de qué puede valerse el hombre para confrontar en esta vida los imposibles?”. Otros que pontifican: "Aquel que se acomoda a lo que fatalmente sucede, es sabio y apto para el conocimiento de las cosas divinas". Algunos, incluso hacen de ella poesía: “¿Sabe la flor que por ella se resigna la raíz a no ver las estrellas? Bueno, tampoco le faltan detractores como vemos en la frase de Balzac: “la resignación es el suicidio cotidiano”.
“¿Y a santo de qué viene esto de escribir hoy sobre la resignación? ¿Has pasado una mala noche?”, me acaba de preguntar el blog cuando ha visto mi texto. La verdad no he sabido qué decirle. Sólo esa ligera subida de hombros propia de la mímica de estas cosas.

viernes, agosto 07, 2009

LA AMISTAD

Agosto va avanzando y lo que debería ser un mes de calores y baños se está quedando en un calendario incierto que lo mismo eleva la temperatura durante un rato, como al rato siguiente tienes que buscar a toda prisa un paragüas y un buen jersey. Questo estate é mobile! De bañarse, mejor ni hablar. Sólo los más arriesgados y ascetas o aquellas personas que deben rentabilizar necesariamente su inversión veraniega. O los incondicionales, como bastante gente en Coruña, que piensan que si estás en la playa ya ¡qué mas da! Pero es difícil mantener un buen rollito y esos amores veraniegos con el mar en estas condiciones.

Claro que los veranos frescos tienen otras ventajas. Sobre todo para los que nos visitan desde lugares donde se están asfixiando. Galicia les da un respiro: pueden dormir (incluso con manta), pueden respirar, pueden darse el lujo de sustituir la galbana solariega por una nueva energía y los gazpachos por un marisquito. Tampoco está mal.

Eso es lo que ha sucedido con nuestros amigos madrileños, Luis y Dami, que se han escapado hasta Galicia para disfrutar de Rianxo y de amigos que veranean allí. Y para volver a vernos, por supuesto. Y eso hemos hecho. Lo que mejor se puede hacer aquí: comer, pasear, charlar y, como dicen los brasileiros, “matar a saudade”.

Y, de paso, Luis me ha traído su texto sobre la amistad. Lo que me leyó en la fiesta de mi cumpleaños. Como se lo había reclamado con insistencia no le ha quedado más remedio. Además, como acaban de regresar de Chicago, ni le ha dado tiempo a retocarlo. Así que tengo el original, aquel escrito de su puño y letra en el que intentó plasmar todo un discurso (pero sobre todo, su discurso, el de él) sobre la amistad.
Yo lo he vuelto a releer. No es lo mismo, claro, sin su tono, sin la emoción contenida con la se iban desgranando las ideas, sin las lágrimas finales y el abrazo emocionado en el que nos fundimos ambos. No podía ser lo mismo. Pero, igualmente, conmueve porque te mete, sin miramientos ni anestesias lingüísticas, en el tema central de la amistad. La amistad vista por un psicoanalista, pero sobre todo, la amistad vista por un amigo.

La amistad, ha escrito alguien en Internet, es “una cajita de cristal pequeña y transparente” donde guardas cosas queridas. Es una bonita imagen. Es una caja pequeña. No hace falta guardar grandes baúles. Los amigos no tienen que hacer oposiciones ni tienen que presentarte un curriculum vitae abultado para consolidar su categoría. Son siempre pequeñas cosas que abultan poco. Y, al contrario, cuando los méritos van siendo excesivos se diría que deja de ser amistad para convertirse en débito. Necesitas responder a tanta generosidad, tienes la obligación de mantener tu contraprestación. Y todo se va complicando.

También lo de “transparente” está bien porque es un buen indicador del estado en que se encuentra la cajita y lo que contiene. No siempre es fácil mantener la transparencia (esa que se expresa y se nota en la mirada, en los gestos, en la confianza). Hay momentos en que la caja se empaña, otros en que puede incluso sufrir algún golpe o deterioro. A veces basta pasarle un paño para recuperar la transparencia, otras veces puede que precise de algún arreglo mayor. La cuestión es que la cajita se mantenga.

Pero lo que más me llama la atención de toda esta metáfora es cómo cada cajita es distinta a las otras. Y contiene cosas muy diversas. No sirven de mucho las reglas o las condiciones. Cada amigo o amiga lo es por razones distintas. Cada uno tiene su cajita y en su interior guardamos cosas bien diversas de unos a otros. Por eso, tengo mis dudas sobre si existe o no la amistad. Lo que existe son los amigos y amigas cada uno de ellos distinto de los demás. Tampoco sirve de mucho preguntarse si éste es mejor amigo que aquella o quién es tu mejor amigo. Cada uno lo es a su manera y eso no tiene vuelta de hoja.
Bueno, y todo esto venía, simplemente, al hilo de haber tenido que transcribir las ideas de Luis sobre la amistad. Dice cosas interesantes: la amistad es un don, no se gana, te escogen como amigo; la amistad como pacto sin condiciones; la amistad como fortuna que nos hace afortunados. Así me siento yo, desde luego. Alguien muy afortunado por las muchas cajitas pequeñas y transparentes que he ido acumulando a lo largo de estos años. No sé si les doy el mantenimiento adecuado. Seguro que no. Pero tengo la suerte, confirmada por el texto de Luis, de que esto de la amistad no es algo que tú te merezcas, es algo que te dan. Pertenece a la “lógica del don”. Menos mal.
Gracias, de nuevo, Luis.

LA PASIÓN DE LA AMISTAD (discurso de Luis Martín, en mi aniversario)


La palabra “AMIGO” deriva de una raíz griega, de la misma raíz de la que se deriva la palabra “AMOR”. Esto no es sorprendente. La amistad, como bien sabemos, es una de las formas de amar, una forma de amor que suscita una profunda intimidad pero en la distancia. De esa misma raíz se deriva la palabra “ama”, en el sentido de “madre”. Tampoco esto debería sorprendernos si pensamos que la amistad, como toda forma de amor, tiene capacidad fecundativa y generadora de una nueva individualidad. Se podría decir que la amistad es precisamente esto, el don de la individualidad: alguien me elige, me escoge, me sustrae del tumulto de las otras relaciones humanas; alguien me hace amigo y basta , pero sin hacerme o convertirme en su propiedad. En este sentido, la amistad es lo contrario a un vínculo porque es un pacto sin condiciones.

Es un evento no solo de amor, sino de la libertad, pero de una libertad que se compromete con la historia del otro, del otro amigo.

Este hecho de ser amigo de otro, sin ser del otro, es lo que diferencia la amistad de la relación de pareja. Incluye a los otros pero sin fusión física o espacial.

La amistad es esencialmente desinteresada, no quita ni conserva nada de sí misma, excepto, lógicamente, la gratificación afectiva y el sentimiento y la disponibilidad a comprometerse en lo humano y por lo humano.

He hablado deliberadamente de sentirse elegido y no de elegir. Digamos que la amistad pertenece a la lógica del “don”. No es un acto de mi voluntad, yo no decido ser amigo de tal o cual persona. La amistad, sencillamente, se produce. Se da, se “presenta”, se “me presenta”. Después puedo buscar razones, explicaciones, pero siempre para algo que ya ha ocurrido, que ya ha tenido lugar, que ya he experimentado, sentido y vivido.

El origen de la amistad, como toda forma de amor, se impone o, al menos, se propone a mi respuesta, a mi sensibilidad. Por esto la amistad es, sobre toso, un dejarse elegir. Una disponibilidad a darme, a implicarme, a arriesgarme en una relación. Abrirme y dejar que el otro penetre en mí y, desde dentro, me hable.

Como don, la amistad es una fortuna maravillosa, la fortuna de poder ser una fortuna para los otros, poder dar la amistad a quien nos busca como amigo… y poder llegar a ser más que uno mismo.
Creo, Miguel, que haciéndome portavoz del sentir de todos, puedo expresar la suerte y el honor que todos vivimos de considerarnos para ahora y para siempre tus queridos y fieles amigos.


Luis Martín Cabré

Orazo, Julio 2009

domingo, agosto 02, 2009

Desnudos por Central Park



Cuando me preguntan cuáles son mis hobbies siempre incluyo el teatro. Pero debería añadir que lo que me gusta es el “buen teatro”, el teatro inteligente, el vistoso, el que he hace sentir cosas y admirar a los actores. ¡Qué difícil es encontrar cosas así en España! Pero claro, si no aprovechas las oportunidades de ver a las compañías que de vez en cuando van pasando por provincias no te enteras de cómo está la situación.
En fin, que como milagrosamente aún quedaban entradas para ver Desnudos por Central Park, una obra de Mark Rowell y que llegaba a La Coruña en la típica gira veraniega de las compañías madrileñas. El trabajo está dirigido por Jaime Azpilicueta y protagonizada por Manuel Galiana, Emma Ozores y Ma. José Alfonso, entre otros.

Bueno, pues nada. Una tontería de teatro de colegio. Veo en la propaganda que la obra se representó como un musical en Broadway. La verdad, yo no lo vi anunciado cuando estuve allí hace unos meses, pero debía ser algo muy distinto a lo que nos presentaron el otro día en el teatro Rosalía de Castro. Una coreografía impresentable, absolutamente minimalista (un banco, una muro a medias y un árbol artificial) y sin cambio alguno durante toda la obra. Un texto ñoño (aunque el mensaje podía ser interesante), unos actores sin registros (salvo la suegra, en la que se notaba la veteranía de la Ma. José Alfonso)), unos efectos especiales de chiste y un ritmo inexistente. Con decir que hasta el desnudo no fue desnudo y en una época como la actual cuando les tocaba desnudarse apagaron la luz para que no se viera nada. Una pena, porque probablemente el desnudo de Emma Ozores sería una de las pocas cosas que podríamos recordar con alegría de esta representación. Pero ni esa suerte tuvimos. Desde mi punto de vista, una buena idea muy mal desarrollada y pobremente interpretada (aunque es posible que poco más se puediera sacar de un texo y unas situaciones tan planas). Una pena para los que amamos el teatro.
La idea no estaba mal. Venía a señalar que la realidad social que tenemos es algo construido a través de los medios. Uno tiene que estar en la prensa si quiere existir. Y para estar en la prensa ha de hacer algo raro, que llame la atención. E incluso eso, resulta insuficiente, porque lo que en un momento es novedoso deja de serlo al poco tiempo. Irse a vivir al Central Park fue novedoso al principio pero pronto dejó de serlo. Ya no se paraba la gente a verlos, ya no los reconocían cuando se cruzaban con ellos. Se habían convertido en un elemento más del Central Park. Y ahí nació la necesidad de buscar nuevos elementos novedosos. Estar en el parque ya no era novedoso… tendrían buscar un nuevo motivo de asombro. ¡Desnudarse!
Y una nota final. La sesión de teatro fue ayer en la noche. Hoy la prensa local hacía referencia a la obra. Por supuesto la ponía por las nubes (igual que todas las noticias que he podido ver en Internet) pero lo gracioso es que quedaba claro que el/la periodista que escribió la crónica no asistió a la sesión. Es cierto que hubo muchos fotógrafos haciendo fotos cuando se inició la representación, pero enseguida se fueron. Y digo que no asistió a la sesión, no sólo porque repetía literalmente las frases elogiosas de la propaganda incluidas en el programa, sino que ni siquiera se sabía la historia. Con lo que la cuenta mal: “… y se da cuenta de que para triunfar no hay nada mejor que montar un circo. Puesto a ello, decide vivir completamente desnudo en Central Park y se lleva a su mujer para darle más empaque. (…) A partir de su desnudo integral y diario, le comienza a llover ofertas…”. Quizás ese fuera el libreto de Rowell pero nada que ver con lo que vimos en el teatro. ¡Mucha cara!

sábado, agosto 01, 2009

Frost-Nixon- Los políticos y sus cuentos

Comenzar el veraneo lloviendo puede parecer un mal presagio, pero esto es Galicia y aquí hasta los presagios son inciertos. El caso es que estamos a uno de Agosto y se ha pasado la noche lloviendo. Lo siento por la gente que haya pagado por venirse de vacaciones a este paraíso terrenal sin un plan B. De todas formas, prefiero, sin duda, esto a los calores y fuegos que están martirizando otras zonas del país. Ya tuvimos eso aquí hace un par de años y fue una de las experiencias más terribles que recuerdo.
Nuestro plan B, cuando no hay playa, es mirar mucho por la ventana y entretenerte en esas cosas varias que toda casa deja pendientes para estos momentos. Yo, además, tengo el blog que es un amigo muy acaparador y se aprovecha cuando te ve menos agobiado. Parece un termostato, en cuanto tu nivel de estrés baja de la línea roja, aparece enseguida (ignoro quién puede andar filtrando datos tan íntimos, quizás sea la mirada o los andares más lentos) con sugerencias que más que solicitudes parecen órdenes. Y aquí estoy. ¡Qué puede hacer uno ante su blog, y más en vacaciones! ¿Qué excusa pones?
Bueno, pues ayer, siguiendo esa manía inveterada de los fines de semana alargados (llegar el viernes por la tarde a Coruña), no pude resistirme a pasar por el cineclub y tomé una peli del año pasado que no habíamos visto en su momento: Frost contra Nixon. Pensé que con la movida que hay ahora en la política española con corrupciones a diestro y siniestro podría estar bien esta versión dramatizada del asunto Watergate. Además había sido nominada para 5 Oscars y estaba dirigida por Ron Howard. No estaba mal para empezar.
Luego resultó que estuvo entretenida. Y eso que dura dos horas. Frank Langella que hace de Nixon borda realmente su papel. También lo hace bien Michael Sheen como periodista aunque no llega a su nivel. Y la pléyade de secundarios resulta muy buena. Todas sus caras te suenan de haberlos visto en otras películas y lo hacen bien. Es una película típica de esas que en sus inicios fueron obras de teatro o que se realizan siguiendo los cánones del teatro, como los juicios o las entrevistas, como en este caso. Espacios cerrados, diálogos vibrantes, movimiento de personas que rompa la estaticidad, muchas puertas que se abren y cierran, etc.
La historia no es original pues todo el mundo ha oído hablar del Watergate. Eso hace más meritorio el trabajo del director y de los guionistas. Efectivamente, te hacen sentir como si te estuvieran contando cosas nuevas. O detalles desconocidos de cosas que ya sabías. El caso es que las 4 entrevistas contratadas, con guiones pactados y estrategia de confrontación se hacen muy entretenidas. Se ha logrado un lenguaje cinematográfico muy eficaz con momentos de movimiento manual de cámaras (lo que te hace sentir como en un reportaje), juegos de primeros planos lentos (para expresar los sentimientos de las personajes en ese momento), momentos de tensión para romper la monotonía de una historia presumible, etc. Lo dicho, está bien. Se aprende mucho de cómo funciona este tipo de espectáculos periodísticos.
Y de trasfondo, toda la historia política real. Un tipo, presidente de un país, que espió, o dejó que lo hicieran, a sus adversarios y que luego, cuando se descubrió intentó que la cosa se quedara en casa, sin escándalos. De todo el argumento de la película, esto me pareció lo más increíble: que haya un país donde ese tipo de cosas puedan llevar a la recusación parlamentaria de un presidente y a su renuncia. Aquí que se espían dentro de los propios partidos, que se hace cualquier cosa por tapar los errores y que no intervenga la justicia, que se presiona a los jueces por vías directas e indirectas, escuchar lo que te cuentas en la película y el dramatismo que ponen en ello, resulta ciertamente alucinante. Parece una novela.
Pero de todo ello, lo que más me llamó la atención, ya al final, es el recurso al “pueblo”. El periodista se empeña en que Nixon confiese que ha engañado al pueblo, al pueblo americano. Esa idea de pueblo como entidad abstracta o todopoderosa. Y se diría que ellos creen en ello. Pasa también con los japoneses. Se angustian, lloran, se arrepienten, se suicidad porque “han traicionado al pueblo”. Dice una cosa Nixon que llama poderosamente la atención: de lo que él más se arrepiente es de haber manchado la imagen de los políticos ante los jóvenes, “ahora aquellos que quisieran dedicarse a la política van a pensar que aquí todo es corrupto”. Cosa curiosa, esa confesión. No porque no sea cierta y, efectivamente, los jóvenes, y no solo ellos, piensen hoy que la política es un nido de gente corrupta. Sino porque atribuya ese pensamiento a esos hechos minúsculos que, a fuerza de darles vueltas y alborotos, acabaron con su carrera política. Él podía sentirse orgulloso de haber invadido Camboya y asolado aldeas enteras de gente inocente pero se sentía muy culpabilizado por haber defraudado a su pueblo por haber intentado sobornar a dos infiltrados para que no confesaran que habían espiado por orden de su partido. ¡Hasta qué punto se pueden trastocar los criterios!
Y qué decir de nuestros políticos y del uso y abuso que hacen de la idea de “pueblo”. Sonaría a chiste oír a alguno de los nuestros decir que se sienten avergonzados porque han traicionado al pueblo. Aquí la idea de pueblo es mucho más fluida. Un blandiblú al que se le da forma según convenga. Asombra oir que “ el caso de Camps es distinto, a él le apoya todo el partido popular y todo el pueblo español”; o que “el pueblo español está orgulloso del papel de nuestras fuerzas armadas en Afganistán”. Vamos que el pueblo español sirve para un roto y un descosido. Pero nadie se avergüenza por no por haber defraudado al pueblo español. Bueno y de dimitir o suicidarse ni en sueños. ¡Estás de coña, o qué!