lunes, abril 15, 2024

LAS BODAS DE ORO (etapa gallega)

 



Es en Marruecos (y supongo que también en otros lugares) donde el matrimonio no es algo puntual, algo que haces en una ceremonia. No, no, allí casarse es todo un proceso que dura varios días, con tareas, espacios y participantes variados que se van sucediendo. Bueno, pues algo así nos va a pasar con nosotros en relación a las Bodas de Oro: diversos momentos en lugares distintos (Galicia, Navarra, Cuenca), con distintos colectivos (familia Cerdeiriña y amigos de Santiago; familia Zabalza; amigos de la carrera); diferentes actividades, aunque todas vinculadas a una celebración conjunta. Como un maratón festivo para poner a prueba tu resistencia.

Bueno, pues en esa agenda movida, ya hemos transitado con éxito la primera de las etapas. Al ser la primera y la más compleja, tuvo su intríngulis el prepararla. Llevamos ya meses de trámites y operaciones para que todo estuviera a punto. Aunque parezca mentira, con muchos nervios. Me da la impresión (o quizás es que me fallan los recuerdos) que estuvimos más nerviosos en esta ocasión que en la boda original hace 50 años. Negociar el catering, preparar Orazo, buscar los gaiteiros, decidir las invitaciones, pensar las mesas y cómo sentar a la gente, concretar el menú, disponer las flores en la iglesia y en las mesas… Menos mal que estas cosas se hacen solo cada 25 años (plata, oro, diamante), porque es agotador. Pero hay que estar contentos porque, visto así, a posteriori, todo salió muy bien. Hasta tuvimos un día estupendo, soleado y brillante.

Tocaron diana en casa a las 7 de la mañana para que diera tiempo a prepararse porque a las 9 teníamos que estar en Orazo para atender a la gente del catering que debía prepararlo todo. Y así fue, llegamos antes de las 9 y poco después aparecieron ellos por allí. Como ya se va haciendo habitual, los primeros problemas surgieron con los furgones que traían que no cabían por la carrera. Lo intentaron, pero con el grande ni siquiera pudieron franquear la puerta de entrada. Al final, mal que bien, el pequeño pudo entrar, pero tuvieron que cruzar por el salido para entrar a la huerta por una esquina. El grande lo dejaron en la puerta grande donde la iglesia. Y su gente comenzó con los preparativos de cocina, toldo, mesas y demás artilugios. Es una maravilla ver cómo transforman el espacio. Lo que es un trozo de huerta se convierte en un par de horas en una preciosa jaima con mesas de mantel, sillas forradas de telas blancas y vajilla reluciente. Y en la era, bajo la galería por el sol que hacía fuera, aparecieron varias mesas preparadas para los aperitivos.

La gente fue puntual y, en torno a las 11:30 estaban ya casi todos por allí. Primeros saludos y abrazos a todos. A las 12 entraron los gaiteiros y comenzó el festejo de música gallega para ponernos a tono. La música siempre une mucho y crea ese clima especial de expansión y calidez que te ayuda aproximarte a los otros y a mover el cuerpo y las piernas siguiendo un ritmo colectivo.  Estuvo bien el aperitivo musical y de ahí, siguiendo a los músicos nos fuimos acercando a la Iglesia.

Y allí tuvimos un acto precioso. Elvira nos repartió una cala, esa flor blanca y serena de tallo largo, a los de la familia (sobre todo los niños) para que la posáramos, antes de entrar en la iglesia, en el panteón de la familia, en recuerdo de los padres, abuelos, bisabuelos y familiares difuntos. Fue muy emocionante. Vicente habló del sentido que tenía ese saludo inicial con los familiares, como si, recordándolos, quisiéramos invitarles a que estuvieran con nosotros en la fiesta que íbamos a celebrar.

 Del cementerio pasamos a la iglesia (al final, las tumbas están rodeando a la iglesia y se entra a ella pasando por encima de las mismas) y allí celebramos la misa especial para las bodas de oro. Las lecturas hablan de amor y de su naturaleza. Y de eso fue, también la homilía y las preces. Nuestra boda inicial había sido en esa misma iglesia y oficiada, también, por Vicente. En un momento de la ceremonia, bendijeron nuestros anillos y nos los pusimos el uno al otro prometiéndonos aquello de “fidelidad y amor hasta que la muerte nos separe”. Así lo hicimos… y sin titubeos. Al final, yo dije unas palabras de agradecimiento que adjunto a esta entrada. La Misa estuvo bien. Seguro que algunos de los asistentes sintieron esa incomodidad de asistir forzados a un acto religioso que no se corresponde con sus creencias, pero lo aceptaron así por amistad. Es muy de agradecer.

De la Iglesia salimos al atrio con más música y mucho arroz volando sobre nuestra cabeza. Y de allí a la era para disfrutar de los apetitivos que nos fueron sirviendo los del catering. Allí comenzaron las charlas, los grupitos de amigos, la fiesta laica y gastronómica. Magníficos los aperitivos y muy abundantes: cucharetas de carpaccio de mejillón y de chicharrones, quesos, empanada, pinchos variados, etc. Muy bien, la verdad. Y muy abundante. Todo bien regado (hacía un calor del demonio) con cerveza, vermuts, vinos, etc. Como debe ser un buen inicio.

Después llegó el momento de la comida. Nos tocó una carpa negra, menos espectacular que la blanca que nos han puesto en otras ocasiones, pero la imagen de la U blanca de las mesas, con las sillas adornadas y todo dispuesto… era magnífica. Habíamos dispuesto (ya señalé que no sin darle muchas vueltas) una de las alas de la U para la familia y la otra para los amigos. Pensamos que era mejor homogeneizar los espacios que provocar mezclas forzosas que conviertan un momento grato y de expansión en algo incómodo al tener que controlarte porque no sabes bien con quien estás tratando. Pero todo salió bien y, al final, la gente se colocó tal como habíamos previsto nosotros inicialmente. Y luego, a lo largo de la comida, pudimos comprobar que la gente estaba a sus anchas en ambas mesas, disfrutando, que de eso se trataba.

La comida en estas fiestas tiene una secuencia fija: pulpo a feira, croca de ternera gallega con ensalada y patatas fritas, y postre (pasteles variados). Vinos Mencía (tinto) y alvariño (blanco). Lo mejor, sin duda el pulpo, que lo bordan y no escatiman la cantidad. Es gracioso, te van poniendo, en el consabido plato de madera, una ración generosa para cada cuatro personas, pero a medida que lo acabas traen otro plato que lo colocan encima del anterior. Y así se va formando una torre de platos sucesivos que es la expresión culpabilizadora de la cantidad de pulpo que has ido consumiendo. Había torres de 5 y 6 platos, buen indicio del nivel de punto y sabor del pulpo que nos iban poniendo. Antes de empezar, todo el mundo decía que con los aperitivos les hubiera bastado, que ellos (más ellas que ellos) estaban ya comidos, pero luego se demostró bien que siempre queda un hueco para un buen pulpo. La croca estaba, también, en su punto y comimos hasta hartar. De los postres casi ni me enteré, porque nos entretuvieron con los brindis y los regalos y los pastelillos habían desaparecido. Apetito, desde luego, no nos falta.

Por supuesto, hubo champán y brindis a los postres. El brindis, en forma de poesía de Michel al que se notaba eufórico estrenándose como vate. Y tras él, actuó Juan Gestal, orador oficial de nuestros eventos, que se sacó de la manga (bueno de la memoria, que a lo que se ve la mantiene muy en forma) todo un recital poético sobre los pesares de la cosa esa de casarse. Yo entregué a cada familia asistente el libro Leer la vida… a través de un blog, que acabo de editar, gracias al apoyo y esfuerzo de mis amigas Ana y Mónica de la editorial Narcea. El libro salió de máquinas el día 9, así que está calentito como el pan recién salido del horno. He incluido en él casi 200 entradas al blog desde 2007 a hoy mismo organizadas en 4 grupos: Elucubraciones, Amigos/as, Familia y Yo mismo. No sé si ha sido una buena idea (no tenía claro que lo que yo pueda pensar y contar vaya a interesar a nadie), pero la acogida ha sido excelente. Ya veremos…

Y así fuimos echando la tarde entre comidas, charlas, chupitos y encuentros de diverso tipo. Las bodas (y lo que se come y bebe en ellas) crean un ecosistema muy favorable para las confidencias y conversaciones varias. Baste decir que, aunque algunos fueron marchando antes, nadie lo hizo antes de las 5:30 de la tarde (3 horas de comida), y los últimos tuvimos que levar anclar a las 7 y pico porque los chicos del catering iban recogiéndolo todo y tenían que marchar. Aún quedamos bastante tiempo en la era, visitando la casa, despidiéndonos.

En fin, ha sido un día intenso y grato. Llegamos a él un poco agotados por los preparativos, pero lo que hemos vivido hoy han sido emociones muy potentes. De nuestros amigos vinieron todos los esperados. Por la parte de la familia ha sido una alegría comprobar de nuevo toda la sabia joven que tenemos. Nietos y sobrinos forman un grupo fantástico de cerdeiriñas y zabalzas que irán completando con los años las diversas ramas que han ido naciendo en el árbol familiar. Además, la presencia de Consuelo y las familias de sus hijas Sonia y Ana nos ha permitido recuperar lazos familiares que se habían deteriorado. Ojalá este reencuentro haga posible una relación más rica. Al menos la generación de los mayores, estamos en una edad en la que valen más los encuentros que los desencuentros.

Y así ha concluido este día hermoso e intenso. Avanzada la tarde (aunque ahora el sol se alarga mucho en Galicia), recogimos la casa de Orazo y nos trasladamos a una casa rural (A Botica) a un par de kilómetros donde pasaríamos la noche y disfrutaríamos del domingo 14. La casa rural tiene una piscina destinada a ser el medicamento relajante para los nietos y nietas. Llegamos a la noche con tantas emociones en el cuerpo que no faltaron las discusiones ardientes incluyendo los inevitables pisotones del baile conversacional. Xurxo nos hizo disfrutar con sus gafas de realidad aumentada y así fuimos cerrando el día, nuestro día de las bodas de oro en su fase uno.

Un traballiño feito, que se dice por estar tierras. Hecho y disfrutado. Un buen inicio.

……………

Mi intervención en la Misa.

QUERIDOS AMIGOS Y AMIGAS QUE NOS ACOMPAÑÁIS EN ESTE ACTO RELIGIOSO DE CELEBRACIÓN DE NUESTRAS BODAS DE ORO,

Mañana hará 50 años de que aquí mismo, en esta pequeña y querida iglesia de Orazo, Elvira y yo celebramos nuestra boda. Era el día de Pascua de 1974 y nos acompañaban nuestras familias. Una cosa íntima, que se dice ahora.

Hoy volvemos a reunirnos de nuevo, en el mismo lugar y con el mismo sacerdote, para renovar los mismos votos y ratificar la misma voluntad de seguir juntos. Entonces sentíamos esa inquietud de quien abre una nueva etapa en su vida sin saber cómo evolucionará. Ahora, lo hacemos con la tranquilidad de quienes han cubierto las diversas etapas de la vida matrimonial y han ido superando metas, que siempre son metas volantes, de esa aventura que supone la vida familiar.

50 años juntos es mucho tiempo, es mucha vida. 50 años dan para mucho, de lo bueno y de lo menos bueno. Algunos de vosotros, matrimonios vintage como nosotros, lo sabéis bien. Es que llegar a las bodas de oro es recorrer un largo camino en el que has de cruzar todas las etapas de la vida y salir indemne del desgaste que provocan. Al principio, jóvenes y llenos de energía (y de hormonas), la cosa no es tan difícil, aunque tampoco faltan los problemas, pues cuesta conseguir el ajuste preciso entre ambos. Pero luego vienen los hijos, encantadores casi siempre, pero fuente permanente de inquietud y entropía en la vida familiar. Los disfrutas y los padeces. Y si su presencia es exigente, todo empeora cuando se van y vuelves a aquel estado inicial de dos, pero ahora con mucha más edad y muchas menos hormonas. La etapa del “nido vacío”, que podría ser estupenda porque te deja más espacio en casa y más tiempo libre en la agenda, tampoco es que sea una panacea porque, en definitiva, los echas de menos y añoras su presencia y hasta los viejos problemas. Y luego van llegando los nietos y parece que la vida retoma su ritmo primigenio: vuelves a tener niños en casa, a hacerte tú mismo un poco niño con ellos. Recuperas viejas competencias domésticas (cambiar añales, dar de comer, aprender a dormir con cuentos y nanas), te ríes más, vuelves a disfrutar. Pero también ellos y ellas se van haciendo mayores y, aunque siguen siendo una fuente inagotable de energía y afecto, ves cómo poco a poco van alejándose, creando su propio espacio reservado. Y otra vez, cada vez mayor y con más rotos y citas médicas, vuelves a tus cuarteles de invierno, a tu despacho, a tus lecturas, a lo tuyo y lo vuestro de los dos.

Así que esto de los cincuenta años de casados no es sino una secuencia permanente de presencias y ausencias; de momentos juntos y otros disjuntos. Pero siempre con tu pareja al lado. Afortunadamente también está la familia y estáis los amigos. Yo estoy convencido de que el matrimonio no es cosa de dos, es cosa de muchos. Y no por la cosa esa del poliamor, sino porque los amigos son esa gente que te abren expectativas, te reconocen, te ofrecen un respiro, te ayudan, aunque solo sea con su presencia. A nosotros, a Elvira sobre todo, siempre nos ha gustado mucho esto de celebrar los eventos significativos con familia y amigos. Y así hemos organizado este evento de las bodas de oro. Es nuestra forma de reconocer hasta qué puntos sois importantes para nosotros.

Durar como matrimonio 50 años no ha sido difícil en nuestro caso. Hemos tenido que currárnoslo, claro, pero sin excesivo mérito en lograrlo. Incluso llevándote bien, es cierto que uno se pregunta a veces si la monogamia y la vida familiar le compensa. Si no podría encontrar a otra persona con quien la convivencia fuera más armoniosa, con quien lo sexual fuera más placentero, o todo fuera más fácil en lo económico, o más brillante en lo social y laboral. Son las tentaciones del desierto. Tenemos amigos que han sucumbido a esos cantos de sirena. “Voy a separarme antes de que pasen los años y ya no tenga cómo volver al mercado”, comentaba hace años uno de ellos que, efectivamente, acabó separándose. Hace unos días, se planteaban en un programa de radio este tema de la duración de los matrimonios y contrastaban los más largos y los más cortos. Llamaron al programa muchas personas mayores para confirmar que el suyo había durado mucho y bien; también llamaron otros más jóvenes para contar que el suyo duró poco. Por lo que contaba el periodista, el matrimonio más corto fue uno que duró de menos de una hora. Al salir de la iglesia, la mujer tropezó, él se rio, y ahí acabo su historia común.

Bueno, no es fácil lograr una relación de larga duración, pero se puede. En nuestro caso, los pronósticos iniciales no auguraban tanta perseverancia. Somos demasiado diferentes y es más frecuente que tengamos posturas divergentes que convergentes. Y así ha sido siempre. No nos han faltado desencuentros, pero hemos ido adaptándonos a las diferencias y construyendo itinerarios personales lo suficientemente holgados como para que ninguno de los dos se sintiera aprisionado.

En fin, en realidad solo quería agradeceros, en nombre de Elvira y en el mío propio, vuestra presencia en este primer momento de la celebración de las bodas de oro. Hemos querido comenzarlo así, con una misa, porque así comenzamos nuestro matrimonio y con esa misma convicción religiosa lo hemos mantenido durante estos 50 años.

Que pasemos juntos un buen día y que la amistad y aprecio que hoy nos une aquí siga en pie los años que nos resten. Muchas gracias a todos. Gracias Vicente por celebrar con nosotros tanto la boda inicial como esta réplica de 50 años después.

……..

POESÍA DE MICHEL EN LAS BODAS DE ORO

En las calles de Madrid, 

entre libros y sueños

se encontraron Miguel y Elvira,

 destinos risueños.

 

Él de tierras navarras, 

ella con aroma a mar, 

se quisieron 

bajo el cielo de la capital.

 

Juntos construyeron un hogar

Uniendo sus caminos

Míchel nació primero

María después con cariños

 

De Madrid a Pontevedra

donde la vida floreció

Después Santiago

donde su amor creció

 

Entre callejuelas pontevedresas 

su amor arraigó 

y en cada rincón de Santiago 

la unión se fortaleció.

 

Cincuenta años de risas, 

de lágrimas y abrazos

han llevado su amor 

a través de todos los lazos

 

Hoy rodeados de familia y amigos

Celebran con alegría

sus bodas de oro e historia de amor

que nunca moriría.

 

Que sigan juntos por muchos años

Elvira y Miguel

con toda la energía 

de esta nueva luna de miel. 

 

 

 

 

 

MAR SE MERECE UN RECUERDO Y UN BESO

 

Se merece muchos, en realidad. Recuerdos y besos. Y hoy que cumple 10 años tienen que ser grandes. Así que empecemos por lo importante, que es felicitarte, pichurrita, y desearte de todo corazón que pases un gran día, aunque estés un poco cansada después del trajín de este fin de semana celebrando en Santiago las bodas de oro de los abuelos.

¡10 años! El diez es una cifra muy bonita. Redonda. Fácil de escribir y de recordar. Cumplir 10 años significa que uno (una en tu caso) ya ha vivido 10 años enteros de vida. Algunas personas se confunden. Creen que cuando cumples años, tú comienzas a vivir ese año que cumples (por ejemplo, tú podrías pensar que ahora comienza tu décimo año), pero no es así. Cumplir años significa que tú ya has vivido ese año que cumples, que lo cierras para pasar al siguiente. Así que tú, Mar ya has vivido diez años y ahora comienza tu undécimo año. Un poco rollo, ya lo sé. Lo importante es que estás de cumple y lo tienes que pasar muy bien.

Como ya voy mayor y no es fácil acordarse de todo, mi cerebro va recordando algunas cosas y olvidando otras, para hacer hueco. Y lo que recuerdo mucho de ti es un cumple que celebramos en Molins haciendo picnic en un monte donde había unas ruinas de un castillo. Estaban, también tus papás, claro, los yayos y tus tíos con el primo. No recuerdo cuántos años cumplías aquella vez, pero me encantó comprobar que eras una niña con mucha vitalidad y fuerza. Muy deportista y muy líder.  Subías y bajabas cuestas y escaleras con una facilidad pasmosa. Estabas en todas partes a la vez. Y siempre alegre. Esta niña va a ser deportista, pensé para mí. Lo pasé muy bien.

Y luego has seguido creciendo y acumulando años y agilidad hasta llegar a esta edad preciosa de los 10 años, una chica preadolescente. Yo te veo siempre muy segura, sabiendo bien lo que quieres y lo que no quieres. Eso nos confunde, a veces, a los mayores que estamos acostumbrados a que los niños y niñas hagan siempre lo que nos parece bueno a nosotros, pero está muy bien así. Suelen decir que los hijos o hijas intermedios (no son ni la mayor ni la menor) tienen que pelear más para crear su propio espacio y que no se lo coman ni por arriba, ni por abajo. Ese es tu caso y creo que defiendes tu terreno muy bien.

También lo has defendido muy bien protestándome este fin de semana porque no figuraba nada tuyo en el libro de recuerdos que he regalado a quienes asistían a nuestras bodas de oro. Tienes toda la razón y no sé cómo pedirte perdón. Y no es que yo no tenga muy buenos recuerdos tuyos, ¡claro que los tengo!, lo que no sé explicarme es cómo no has aparecido muchas veces en las entradas al blog. Seguramente, porque en este libro no he incluido cosas sobre los viajes  y es ahí donde he ido contando las maravillas de los castells y de su preciosa enxaneta, llamada Mar. Ya no tiene remedio en lo que refiere al libro, pero no será así en el futuro. Voy a estar muy pendiente de ir contando cosas de ti, si tú me lo permites, claro.

Un beso muy grande. Muchas felicidades y que este undécimo año que comienza hoy lo pases muy bien y tengas mucho éxito en las cosas que hagas.