martes, febrero 21, 2023

¿SE PUEDE SER MÁS BURRO?

 

Sentirse los más listos de la clase no es sino el anticipo de acabar siendo los más zotes a las primeras de cambio. Y eso duele de cojones.

Hace unos días, solo unos pocos días, me comentaba mi mujer que a una amiga le habían clavado un rejón de 5000 € en un fraude telefónico. Y me contó que había hecho una transferencia bancaria para saldar una deuda de su hija, pero que luego había resultado que todo era un fraude, que le habían engañado. Nos extrañó, la verdad, porque la amiga en cuestión es una persona inteligente y avispada. Catedrática de instituto jubilada, ha sido siempre una negociante nata que, desde hace muchos años, va resolviendo sola y con éxito todos los quebraderos de cabeza que la vida le ha presentado hasta hacerse con un no escaso patrimonio. Era lo que nos extrañaba, que a una persona así pudieran colársela con un burdo fraude telefónico de esos de los que nos están advirtiendo constantemente. Nos compadecimos de ella desde esa condescendencia de quien se siente seguro y complacido porque a él no le puede pasar algo así.

Craso error, amigo.

Ayer, tras la siesta de rigor, se me acercó mi santa para decirme que la ayudara que tenía que hacer una transferencia urgente porque a nuestra hija (ella vive en Madrid) se le había roto el teléfono y no podía hacerla. Que la estaba llamando desde otro teléfono y le pedía, por favor, si podíamos hacerla nosotros y que mañana nos devolvía el dinero. Teníamos que enviar 2.986€.

Aún amodorrado tomé mi móvil para ayudarla. Elvira ya se había hecho su propio montaje en la cabeza: suponía que nuestra hija no podía decirle nada a su marido porque debía ser un regalo para él y que sería algo que tenía que llegar enseguida. O  vete a saber… decía ella, ya sabes cómo es nuestra hija, no me ha contado nada, me lo dirá mañana cuando llegue. Yo comencé a operar, ella me iba dictando el IBAN de la cuenta (una del Open Bank), el destinatario (un tal F. Monsanto), el concepto (nada, un número de referencia), y  la cantidad. Y me insistió en lo de envío inmediato. Fui cumplimentando los datos. La primera vez algo pasó que no salió bien y tuve que repetirlo. Y una vez hecho, le dí a Hecho. Y justo entonces, ella me dijo, “y voy a ver si puedo hablar con ella para decirle que ya está porque como tiene el teléfono roto y me está llamando desde uno viejo aún no hemos hablado”… y fue oir eso y en ese mismo segundo (solo unos pocos tras haberle dado a Enviar) cuando caí de la burra. “¿Cómo, que no has hablado con ella?”, “No, me contestó ella, todo ha sido a través de whatsapp”. “¡Un fraude, grité agobiado, ha sido un fraude!” y me puse a ver cómo anular la transferencia. No ví que se pudiera hacer directamente desde la App del Banco y llamé agobiado al teléfono de emergencias del banco. Me contestaron, pero tampoco resolvieron nada, salvo confirmarme que, efectivamente, la transferencia estaba hecha y el dinero ya no estaba en ABANCA. Que debíamos ir a la policía, contar lo que nos había pasado y enviarles a ellos la denuncia para que también desde el banco la procesaran.

Y en eso estamos. En ese torbellino de quien va dando tumbos porque el puñetazo te ha dejado medio K.O. La policía no aceptó la denuncia porque necesitas un certificado del banco de que se ha hecho la transferencia (y eso, aunque la App del banco ya nos había enviado el resguardo virtual de haberla hecho, pero no les servía). Un resguardo del banco en el que, curiosamente, no aparece la cuenta a la que se envió el dinero. Y ahí está mi pobre mujer, culpabilizada por todo el trance, peleándose con unos y otros para cubrir trámites inútiles que solo van a servir para que tenga que repetir una y otra vez un relato humillante de lo idiotas que somos.

Lo curioso de todo esto es lo bien montado que estos chorizos tienen su guión. Te tienden una red de la que, si no estás muy atento, es fácil caer. A nosotros nos cogió despertando de la sienta (es probable que lo hagan a propósito, pensando además que quien está en casa a esas horas,  debe ser porque ya está jubilado/a). Y caímos como chinos. Este fue, paso a paso, el teatrillo de nuestro escarnio:

L (ladrón); E (Elvira)

(13:44)

-(L)Hola mamá, mi otro teléfono está roto. Este es mi nuevo número que puedes guardar.

(15:35)

-(E)¿Qué pasó, quién eres para asegurarme?

-(L)Tu hijo. El teléfono se me cayó y la pantalla táctil no funciona. Yo estoy usando un teléfono viejo. Es difícil de comunicarme ya que es muy antiguo y no acepta cualquier SIM.

-(E)👍👍

-(L)Voy a ver si puedo arreglar mi teléfono mañana. ¿Estás en casa?

-(E) Sí

-(L)¿Estás ocupado? Quiero pedirte un favor.

-(E)Llámame.

-(L)Mi micrófono está roto, solo puedo enviar mensajes. Necesito hacer un pago para mañana, pero como mi teléfono está roto, no puedo acceder a mis archivos. Te enviaré los datos de pago. El importe e de 2984€ ¿Si eso es posible? Mañana te devuelvo el dinero.

-(E)Sin problema. De todas formas tú no puedes estar sin móvil.

-(L)Te envío los datos de pago. ¿A través de qué banco lo pagas? Entonces sé cuánto tarda la transacción.

-(E)Abanca. Puedes llamar desde tu fijo al nuestro.

-(L)Intentaré llamarte más tarde. Te envío los datos de pago.

-(E)Vale

-(L)Beneficiado: F. Monsanto. Cta. ES97 0073 0100 5707 7411 6960 Referencia 56748 Importe transferencia 2984€ Tienes que pagar con la opción Transferencia Inmedia (pagas unos euros de comisión por esto). Págalo solo con transferencia bancaria instantánea. Envíame una copia del pago cuando esté listo.

-(E)Voy a intentarlo con papá. Una pregunta, ¿por qué no lo haces con Luca?. Lo digo porque no sé si sabremos hacerlo así. Sería más fácil en el banco mañana.

-(L)Tienes que pagarlo con la opción de transferencia directa. Intentaré llamarte más tarde y te explicaré.

-(E)O.K.

(15 minutos más tarde)

-(L) Se ha pagado.

-(E)Sí, está papá hablando con el banco.

-(L)Vale. Envíame una copia del pago cuando esté listo.

 

(unos minutos después)

-(L) ¿Se ha pagado?

-(E) Sí

 

(20 minutos después)

-(L)Gracias.

-(L)Aún tengo una factora de 2986€, ¿puedes pagar esto también? Te devolveré el dinero.

 

(6 minuts después)

-(L) ¿Estás ahí todavía?

(40 minutos después)

-(L) ¿Estás ahí todavía?

 

Lo miras ahora, en la distancia y te avergüenzas de ti mismo por no haberte dado cuenta. Hasta en el lenguaje se nota que algo va mal. Y en la insistencia, pero en fin.A veces los malos son más listos que los buenos. Quien fuera el chorizo actuaba desde el móvil 611201939. Y la cuenta a la que se envía el dinero es de Open Bank. Ya le hemos protestado al banco.

 Y ahí estamos. Tocados en la moral. Cabreados. Humillados. Sin poder sacar de la cabeza cómo se puede ser tan inocente y caer ante un fraude tan burdo. Yo creo que más que por el dinero (que, de todas formas, te hace un buen roto en la economía doméstica), es la humillación. Y por otro lado, nuestra hija quejándose de la imagen que tenemos de ella creyéndole capaz de pedirnos dinero urgente así por el morro y sin más explicaciones. Y los chorizos virtuales riéndose, calculo, de lo fácil que les ha resultado una vez más hacerse con un pequeño botín. Los cabrones aún seguían en la conversación tras recibir la transferencia: le daban las gracias a mi mujer y le decían simulando ser nuestra hija, que aún le quedaban más deudas, si creíamos que podríamos ayudarla a liquidarlas y que mañana nos devolvía el dinero…

¡Qué inicio de cuaresma! No ha hecho falta que nos pongamos la ceniza...  ya hemos sentido en propia carne eso de que "polvo eres" y a nada que te soplen "te hacen polvo".

Que no os pase a nadie.

 

 

 

 

 

sábado, febrero 18, 2023

EL TRIANGULO DE LA TRISTEZA

 

 

Película difícil de contar. Te acercas al cine lleno de expectativas ante el magnífico pedigrí que luce esta película de Ruben Östlund, que es también autor del guión: Palma de Oro de Cannes, 3 nominaciones a los Oscars y otras 3 a los BAFTA así como otras muchas a diferentes premios. Luego entras en el cine y te metes en una historia larga (¡otra vez, casi tres horas, señor qué cruz…!), compleja, oscilante, caótica y tan preocupada por hacerte reír que más que conseguirlo, acaba cansándote. Pero luego, sales del cine y viendo la historia en su conjunto, tampoco te cabreas; aceptas que hay un mensaje bajo tanto alboroto y que, siendo ésa la moraleja, casi prefieres que te la hayan servido así que con una historia seria y llena de consideraciones profundas.

Östlund tiene fama de iconoclasta y así lo ha demostrado en su filmografía anterior (The Square, Fuerza Mayor, Play). En el Triángulo de la tristeza (curioso nombre que se refiere al triángulo que forman ceja, nariz y ojo que, por lo visto, es la zona donde más se notan las arrugas y que modelos y gente guay debe cuidar con esmero y botox) el objetivo de la crítica son la gente bien de siempre (los ricos) y la de ahora (influencers, modelos, artistas). En cualquier caso, nadie sale bien parado en la película pues todos tienen una tal dosis de esperpento que el guión los convierte en títeres a la orden de las locuras que se le ocurren al guinista-director. Todo es exagerado en la historia y los momentos graciosos (algunos hay, desde luego, tampoco quiero demonizar el film) apenas te dan respiro para soportar las exageraciones y redundancias que se van acumulando escena tras escena.

La historia está dividida en tres partes que, eso sí, están muy bien enlazadas. Te van llevando a diversos escenarios en los que ese público objeto de la crítica de Östlund va demostrando sus contradicciones y puntos débiles. Comienza con una selección de modelos y una escena de restaurante (esa sí graciosa), continúa con un crucero de lujo (pura exageración) y acaba con el mismo grupo en una isla desierta (que es la estocada final). La cuestión es que, exagerando los perfiles, la crítica pretendida acaba haciéndose artificial y pretenciosa.

Quizás debiera confesar antes de acabar este comentario que soy, desde siempre, un fan inamovible y acrítico de las comedias y el cine de humor. Incluso cuando se trataba de un cine simple y sin pretensiones (disfrutaba y reía mucho con mi padre en las películas de Paco Martínez Soria), pero me cansan las exageraciones. El humor intangible, el que se basa en matices, en gestos, en diálogos inteligentes es mucho más contagioso y se disfruta más que el humor desmesurado, loco, de boutade. En esta película predominan estos últimos, pero tampoco faltan algunos momentos de humor auténtico en base a los diálogos. Y tampoco faltan escenas en las que los actores, sin salirse de lo creíble, te ofrecen conductas o posturas hilarantes.

 En fin, no siempre se sale satisfecho de las que, según los críticos y los festivales, son grandes películas. Está claro que en este caso la culpa (si es que hay una culpa, ya señalé que la película ha sido muy valorada y premiada) es del guión, no de los actores. La pareja protagonista está bien, sin que hayan sido el prodigio que uno ve en otros protagonistas. Hacen bien su papel. Y, en el caso de Charlbi Dean, la chica influencer, tiene el morbo añadido de que la actriz falleció a los 32 años al terminar esta película, a causa de una fatal infección. Destaca, también, la actuación de la actriz Dolly De Leon, propuesta como mejor actriz secundaria en numerosos premios. Me ha defraudado un poco Woody Harrelson, el más conocido del elenco, que hace de capitán, pero siempre sobreactuando y en un papel un poco ridículo (salvando, quizás, la escena del magnífico intercambio de citas célebres con su compañero de borrachera).

La parte técnica está bien lograda. Los escenarios son fantásticos y muy ajustados a la historia que se nos cuenta. La música no se hace notar en exceso, quizás porque el propio contenido de las escenas es demasiado fuerte y te atrapa. El ritmo es demasiado cansino y reiterativo: las escenas se repiten y se alargan sin demasiada necesidad. No te aburres porque la acción es frenética, pero sientes que estás como en esas canciones en que todo es estribillo. Una y otra vez.

 

 

 

martes, febrero 14, 2023

IKIGAI: el arte de saber vivir

 

El periodista Lluis Ferrer escribe su tira semanal en La Voz de Galicia (14/2/2023) sobre el Ikigai, una palabra japonesa que no conocía, pero de la que me he enamorado a primera vista. Es lo que corresponde dado que estamos en San Valentín.

Cuenta el periodista que hay un pueblo en la isla de Okinawa, llamado OGIMI, en el que es normal que las personas se aproximen o superen los 100 años y que lo hagan en un estado de salud excelente. Obviamente, se ha convertido en objeto de estudio para médicos y antropólogos. ¿Cómo es posible?, ¿Qué tienen de especial?, ¿Qué hacen o no hacen? 

Según www.cuerpomente.com , los médicos ha encontrado que entre ellos hay muchos menos casos de demencia y menos enfermos crónicos (de cáncer, corazón o afecciones inflamatorias); que presentan menos radicales libres en sangre (los que producen el envejecimiento de las células) y, en cambio, mayor saturación de hormonas sexuales hasta edades muy avanzadas. Por su parte los antropólogos observaron fuertes lazos de relaciones comunitarias (pertenencia a asociaciones), una fuerte colaboración entre ellos para tareas comunes (tienen una palabra específica para definirlo: yui-maru, juntarse para ayudar a otro), el deseo de celebrarlo todo, hasta las pequeñas cosas (con gran apego a las tradiciones locales), el estar ocupados (de hecho, casi todos tienen su pequeño huerto y no se veían ancianos sentados en bancos sin hacer nada). Pero lo que más les llamó la atención fue ese sentimiento de tener una misión, de que su vida tenía sentido.

Ellos se extrañan de tanto interés. Cuando les preguntaban ellos contaban que no hacían nada que fuera especial. Y hasta se diría que algunas cosas las hacían mal: por ejemplo, basaban su alimentación en hidratos de carbono con poca presencia de las proteínas, abusando de su patata (la batata) de la que obtienen la dosis de calorías necesaria. Ahora, eso sí, muchos de ellos aludían al ikagai como quizás la cosa que podría diferenciarles de los demás.

¿Ikigai, y qué demonios es el ikigai?

En términos cultos la palabra japonesa ikigai tiene una doble raíz: iki y kai (que por exigencia de eufonía, el japonés la convierte en gai). Iki se refiere a vida y kai a la realización de lo que uno espera o desea. Así que ikigai viene a referirse a la realización de lo que uno desea o busca en la vida. En términos más cotidianos algunos describían el ikigai como esa buena razón que te da energía y hace que tú te levantes cada día de la cama con ánimo renovado. De forma más profunda, el ikigai es tu propósito en la vida, tu raison d’être.

Lluis Ferrer la traduce por “la razón por la que merece la pena vivir” y la vincula a 4 condiciones que son claves para ese bien vivir:

a.       Hacer lo que verdaderamente te gusta hacer (por eso, cuando estás en ello, el tiempo te pasa volando).

b.       Hacer lo que se te da bien hacer.

c.       Hacer lo que te da el dinero suficiente para vivir.

d.       Hacer lo que el mundo necesita (es decir, que sirven también a los demás)

Parece ser que los isleños han alcanzado un notable equilibrio en esas cuatro condiciones del bienestar personal y que es eso, justamente, lo que los mantiene tan longevos. Claro que, visto así, en conjunto, se parece bastante al sueño que todos tenemos en lo que se refiere a nuestra vida. Estar bien situados en alguna de ellas no resulta difícil. Lo difícil es lograr el equilibrio,  el que las cuatro condiciones puedan darse a la vez: lo que te gustaría hacer no es siempre lo que mejor sabes hacer y, menos aún, lo que te da dinero para vivir bien. Y sintonizar las tres primeras con la cuarta, tampoco es que resulte fácil. 

 Gabu López, (en https://www.cronista.com/clase/trendy/Ikigai ) sitúa en el centro de cuatro cualidades que definen nuestra existencia: la pasión, la vocación, a profesión y la misión.

No me digan que no es una palabra hermosa, llena de misterio y con esa connotación buenista y positiva de quien pretende darte una lección, pero sin que se note mucho. Claro que eso de encontrar tu ikigai no depende solo de ti. Pesan mucho las circunstancias en las que se mueva tu vida. Pero cierto es que, en muchas ocasiones, aún dándose las condiciones adecuadas para encontrar ese ikigai, nos empeñamos en desequilibrarlo y avanzar solo a trancas y barrancas.

¿No es extraño, por ejemplo, que en profesiones como la nuestra (me refiero a la enseñanza, pero podría aplicarse de la misma manera a muchas profesiones) vivamos tan estresados y agotados personalmente? Hacemos lo que nos gusta, somos buenos haciéndolo, obtenemos dinero suficiente para vivir y, al menos en teoría, lo que hacemos beneficia a los demás. Deberíamos tener un ikigai de la leche. Pero no es así, o no lo es en muchos casos. Claro que si uno analiza el estilo de vida de estos isleños japoneses (la comunidad, el apoyo mutuo, las celebraciones, la tranquilidad…) entiende bien que lo nuestro es otra filosofía, otra vida.

En la filosofía japonesa todos tenemos nuestro ikigai. Lo tenemos como posibilidad. Lo que sucede es que no todos somos capaces de encontrarlo en nuestro interior, de establecer ese equilibrio en la configuración de nuestra dinámica vital. Quizás eso sea la madurez.