martes, abril 30, 2024

¡SOMOS ARGENTINA, CHE!

 

Si la grandeza de un país se manifiesta en las calamidades que es capaz de superar, está claro que Argentina es un gran país. Con sus luces y sombras, claro. Como todos. Y tienen la ventaja de que ellos se lo creen. Han incorporado a sus genes esa seguridad que te da el haberlo pasado mal muchas veces y haberlo superado. Y ahí están, vivos, grandes, ilusionados. O así los he visto yo en esa semana que he compartido con ellos.

El vuelo de Jujuy a Buenos Aires si inició bien, pero se me complicó enseguida con el café que te ofrecen a mitad de vuelo. Quizás dormía cuando el azafato pasó por mi fila, pero ese olfato de la comida que llevamos los buenos comedores hizo que me despertara de inmediato, así que pude reclamar el mío cuando solo iba en la fila posterior. Él me lo dio y yo lo coloqué en mi mesita. Debía estar todavía a medio despertar porque a poco de verter en él la sacarina, mi mano chocó pon el palito que te dan para revolverlo y el vaso se volcó. El café ardía y en segundos todo él me había caído encima en salva sea la parte. No sé si aullé de dolor, pero se organizó un revuelo de servilletas para secarme. Al lado iba una chica que, servicial, pretendía ayudarme, pero, obviamente, no era el caso. Pedí unos segundos para volver a respirar y cuando lo logré porque mis testículos recocidos dejaron de gemir, empecé a analizar hasta dónde llegaban los daños. El manchón era enorme, el escozor interior notable y la sensación de vergüenza e impotencia monumental. Me preguntaron si quería levantarme para ir al baño (iba en ventanilla), pero consideré que en mi estado andaría encogido y hecho un santo cristo. Preferí quedarme en mi asiento y asumir que tendría que aguantar el choteo por lo menos hasta el hotel. Disimulé lo que pude en el aeropuerto y en el taxi y cuando llegué al hotel tampoco mejoró el asunto porque no había habitaciones disponibles (eran las 11 de la mañana) y debería esperar hasta las 14 horas para disponer de una. Lo malo era que me venían a buscar a las 13 para llevarme a la UADE donde tendría esa tarde una conferencia. Así que, de perdidos al río, me senté tranquilamente en el hall y me resigné a no moverme mucho para que nadie pensara que me había meado encima (eso sugería el manchón frontal que mi vaquero azul claro sugería). Luego descubrí que había un baño del hotel allí cerca. Era minúsculo, a duras penas logré abrir la maleta, pero haciendo malabarismos conseguí mudarme por completo de ropa (todo estaba impregnado de café con leche) y sentir el alivio de quien ya está presentable. 

 Mis jornadas porteñas que no comenzaron bien, mejoraron enseguida. Conocí la UADE, una enorme universidad privada (la mayor de Argentina) de treinta y tantos mil estudiantes que conviven en un edificio que ocupa una manzana. No estoy acostumbrado a ese tipo de modelo de universidad y de campus. Todo iba resultando novedoso para mí. Pero lo que me admiró fue la vitalidad de aquel patio interior enorme y lleno de estudiantes. Comí en el comedor de estudiantes, visité los locales de la universidad y di mi conferencia en un espacio muy original (lleno de pufs), aunque calculo que poco adecuado para las espaldas de gente de edad como la que asistía al acto. Y así transcurrió el miércoles.

El jueves era mi gran día de ingreso en la ACADEMIA NACIONAL DE EDUCACIÓN DE ARGENTINA. Como tenía la mañana libre salí a pasear por las calles conocidas del centro de BBAA, pero llovió y me tuve que regresar al hotel. Comí en La Estancia, un restaurante especializado en carne que asombra a los viandantes de la calle Lavalle con un escaparate en el que puedes ver una hoguera en torno a la que han colocado corderos al espeto asándose lentamente. No quería volver de Argentina sin saborear un buen ojo de bifé, que habría de comentar obligadamente con mis amigos Juan Gestal y Felipe Trillo. Ya lo había tomado en Jujuy, pero era justo repetirlo en BBAA. Como estaba solo pedí uno mini (250 grs.) y lo disfruté con una copa de Malbec (lo que tiene mucha menos gracia que pedirte una botella elegida por ti y compartida con tus amigos). La verdad, comer a solas en un restaurante tiene poca gracia. La comida hay que compartirla, comentarla, disfrutarla en tu boca pero, también, en la de quienes te acompañan. Estuvo bien, pero el disfrute fue menor.

 La tarde en la Academia fue muy bien. Había sido una sorpresa para mí la invitación de José Ma. La Greca para ingresar como miembro correspondiente de la Academia. Me gustó mucho, y se lo agradecí, por lo que suponía de reconocimiento (Argentina siempre ha sido muy  generosa conmigo y esto es una muestra más), aún sin saber muy bien qué podría aportarles yo. El acto fue sencillo, pero muy agradable. Conocí a varios académicos, disfruté con la locuacidad italiana de la presidenta de la Academia, recibí el nombramiento que me reconoce como nuevo académico, escuché agradecido la presentación que hizo José María y leí mi discurso de ingreso. Todo con la solemnidad de estas cosas y en un gran clima de afecto. Luego nos fuimos a cenar. Y de nuevo carne, claro. Estaba mejor que la del medio día.

Para mi último día en Argentina tenía reservado un compromiso doble. Por la mañana en la Feria del Libro (en realidad, mi viaje se había organizado en relación a esta intervención en la Feria) y por la tarde, conferencia en la Universidad Católica de BBAA. Inaugurar las Jornadas de Educación de la Feria del Libro es un honor que, ciertamente, no merezco, pero que agradezco en el alma. Es la tercera vez que participo como conferenciante en la Feria y en cada una de ellas he podido comprobar el cariño con que me acogen y tratan en esta tierra. Muchos han estudiado mis libros o han utilizado mis trabajos en su formación y desarrollo profesional. Y son agradecidos. Y como uno no está exento de narcisismo, yo me siento encantado en ese ambiente de mimos y felicitaciones. Tenía que hablar de la ciudadanía digital, que no es un tema en el que me sienta especialmente cómodo, pero hice lo que pude. Creo que quedé bien, aunque una conferenciante que venía después dijo que el ponente anterior (que era yo) como psicólogo había dado una imagen negativa de lo digital, pero que ella como pedagoga tenía una visión más optimista porque los pedagogos siempre son optimistas y buscan sacar adelante a las personas. Me jodió un poco el comentario, sobre todo porque ni se podía extraer de mi conferencia que yo fuera pesimista (o al menos, estaba lejos de mi intención parecerlo), ni acepto que me niegue mi esencia pedagógica. Por supuesto, no dije nada. ¡Dios me libre!

Comí junto a los miembros de la comisión que llevaba las Jornadas de Educación de la Feria y de allí, salí con José María (él ha sido mi báculo durante los tres días de Buenos Aires y me ha acompañado en todas las intervenciones de estos días) para la UCA, donde tenía una nueva conferencia esa tarde. La Católica de Argentina es una muy buena universidad privada situada en la zona de Puerto Madero, no muy lejos de la Casa Rosada. Han recuperado viejos edificios del puerto creando allí un campus enorme y perfectamente ensamblado. Como sucede en otras católicas iberoamericanas, son instituciones con una amplia experiencia y que cuidan mucho la docencia. Eso se nota en cuanto ingresas en sus edificios. Dimos una vuelta por los espacios de la institución y desarrollé mi conferencia. La temática que trataba esta vez sí que es la mía y eso hizo que todo saliera muy bien. Entendí que les había gustado mucho lo que pude compartir con ellos. Fue una buena despedida de la parte académica de mi viaje: 5 conferencias y varios actos menos formales, en los 5 días que pasé en Argentina. Para que nadie se haga una idea equivocada del viaje, todas gratuitas. Y yo encantado.

Cené en el hotel (nuevo bifé de chorizo) y ya tranquilamente, viajé el sábado a Ezeiza. Volé con Iberia a Madrid (llegamos con 1 hora y 10 minutos de adelanto). A las 7:45 salió el vuelo a Santiago y a las 9 de la mañana del domingo estaba de nuevo en casa. Y a seguir.

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