Dicen que con alguien de la
familia siempre es peligroso hacer negocios, porque si la cosa va mal,
comprometes muchas más cosas que el propio negocio. Y algo así se podría decir
sobre el peligro de escribir sobre ellos. Da lo mismo que escribas por amor o
por odio. Siempre corres muchos riesgos. No es como los amigos que van y
vienen, la familia siempre está ahí unida con lazos leves. Mejor evitar
cualquier motivo de roce que sea difícil reparar.
No sé, la verdad, por qué he
comenzado así. Da mala impresión, como si tuviera miedo a lo que pudiera decir
sobre Iñaki o a lo que me pudiera pasar si lo que escribo no le gustara. Lo
cierto es que nada de eso es aplicable en este caso: si algo caracteriza a
Iñaki es su silencio y su cordialidad tímida. Nadie puede esperar de él ni una
bronca a gritos, ni una pelea, ni siquiera un enfado solemne. Si ha de pecar,
es mucho más probable que peque por defecto que por exceso.
La cosa es que hoy mi hermano
Iñaki está de cumple. 58 tacos, si no me salen mal las cuentas. Penúltimo hijo
de la saga de los zabalzaberaza, sexto en el orden de sucesión. Tampoco debe
ser fácil sobrevivir con tanto hermano por encima de uno. Y hermanos como los
suyos, chavales fuertes, movidos, bruticos. Menos mal que tenía una hermana que
lo protegía. Y ni aun así se libró de que le rompiéramos la pierna jugando al
balancín con un carro de bueyes. Quizás su forma tímida de ser viene de aquella
presión fraterna que lo llevaba en volandas a situaciones de peligro y poco
recomendables para su edad. Yo no viví mucho aquella época de Iñaki porque mi
salida al internado coincidió con la fecha en que mamá quedó embarazada de él.
Así que nuestra convivencia en esos primeros años se limitó a los periodos de
vacaciones. Pero allí estaba él, primero bebé y luego niño sonriente, en las
famosas fotografías hechas en la era de Garro, sábana blanca detrás, para la
cartilla de Familia numerosa.
Pero los años infantiles, para él
como para todos, corrieron rápido. Y los años de escuela básica le catapultaron
hacia retos personales mayores. Iñaki era un chaval listo, un perfecto
candidato para seguir estudiando. Y eso significaba entonces, acudir a alguno
de los muchos internados que los “vocacioneros” de las distintas congregaciones
religiosas iban ofreciendo por las escuelas a los chicos y chicas de 10-12 años
que acababan la Primaria. Como tontos no eran, solían escoger a los mejores. Y
en esa categoría estaba Iñaki. Por aquel entonces, año 1973, yo estaba a punto
de acabar mi carrera en Madrid e hice cuanto pude para que, efectivamente,
Iñaki continuara estudiando. No sé si él se acordará, pero batallé mucho con
los papás y con él para que aceptaran alguna de las opciones que estaban
abiertas. Creo que él no estaba muy motivado y que prefería quedarse en casa
con los demás hermanos y seguir el camino habitual de la escuela al trabajo.
Pero aún venía otro hijo por detrás, así que, al final, también Iñaki inició su
andadura estudiantil en los Combonianos de Corella. Ya no recuerdo cuánto duró
aquello, pero sí lo duro que se le hacía cada vez que, camino de Madrid, lo
dejábamos en el colegio. Todo lo contrario de cuando, de regreso a Tafalla en
vacaciones, lo pasaba a recoger y se venía conmigo a Tafalla encantado. Sus
profesores siempre nos daban informes muy positivos de él: era un chico
inteligente y bien comportado que prometía mucho. Pero sus ilusiones iban por
otro lado y aquella alternativa de estudio duró poco. Yo lo sentí mucho, él no
tanto. Y cada vez que ha salido ese tema
en la conversación, él me ha reprendido por pensar que aquella opción de seguir
estudiando hubiera sido mejor que la de dejarlo y buscar otros caminos. Así que
ese tema, ni tocarlo.
La cuestión es que ahí comenzó su tránsito particular a
un periodo de adolescencia y juventud intenso y convulso, como lo son todos y
más en aquellos tiempos de Tafalla. Eran los años ochenta. Poco sé yo de todo
eso, pero visto lo visto, no salió mal. Se empandilló, se ennovió, se casó con
Marisa, tuvo dos hijos (Oihane y Pello) y fue disfrutando y sufriendo en cada
una de las etapas por las que se transita para pasar de la adolescencia a la
madurez adulta. Como todos y todas. Y así hasta hoy, momento en el que puede
sentirse satisfecho de todos estos años y de los muchos momentos sufridos y disfrutados
para llegar hasta aquí. No sé qué pondrá en su Currículo cuando pide trabajo,
pero seguro que su hoja de servicios está repleta de informes positivos. La
verdad es que Iñaki ha sido siempre un perfeccionista en los diferentes
trabajos por los que ha ido pasando, desde alicatador especialista en la
construcción hasta empresario autónomo, de transportista a obrador de dulces y,
para rematar, hasta se ha atrevido a hacer una oposición (y superarla) para
personal laboral de centros educativos. Nunca le he oído quejarse de su suerte
y, aunque también a él le ha tocado cruzar trechos difíciles y dolorosos en la
vida, su capacidad de resiliencia, de resurgir desde las propias cenizas, ha
podido con todos ellos. Y ahí lo tenemos, encantado con su actual trabajo,
haciendo sustituciones como conserje de instituto y quejándose del poco trabajo
que le dan. Estoy seguro de que la gente de ese instituto va a empezar a notar
pronto (cuando volvamos a la nueva normalidad) la plusvalía que supone tener a
Iñaki de encargado de que todo vaya bien en la conservación del centro
educativo.
Y si todo eso puede constar en su
hoja de vida laboral, más méritos acumula todavía la otra hoja del currículo,
la que se refiere a la vida en general. Son datos que no te piden a la hora de
buscar trabajo pero que resultan mucho más importantes porque, al final, son
los que marcan los resultados de tu historia vital. Y de esa historia, Iñaki
tiene que estar bien satisfecho, supongo. Nadie conoce demasiado de lo que cada
uno de nosotros hemos ido viviendo en nuestro interior, las peripecias
personales por las que hemos ido pasando (y menos aún en gente que cuenta poco
de su vida). Solo vemos la punta del iceberg, pero, incluso así, no es un mal
resumen de resultados el que Iñaki puede presentar. Le ha tocado pelear duro
por cada una de las cosas importantes de la vida (la salud, el matrimonio, los
hijos, el trabajo) y es bien seguro que en todos esos territorios puede
contabilizar tanto victorias como derrotas. Pero, al final, ahí están los buenos
resultados en todos ellos. Como para sentirse bien satisfecho. 58 tacos con las
tareas bien hechas y las energías renovadas para abrir una nueva etapa.
Claro que, puestos a destacar, lo
que marca la diferencia en Iñaki es su silencio que a veces se convierte,
incluso, en hermetismo. Debe tener algo del karma budista en su ADN y eso le
permite ponerse en modo zen con facilidad. No es de los que tienes que pedirles
por favor que se calle. El estar callado es su estado habitual; el desafío es
hacerle hablar. Y eso que las cosas han mejorado muchísimo últimamente. Se nota
que está avanzando mucho en eso. Superada la etapa del silencio tranquilo (era
capaz de pasarse la tarde acompañando a mamá sin apenas intercambiar dos
palabras), y los momentos de los monosílabos (sí, no, bien) e, incluso,
polisílabos (bastante, qué va, no creo, mucho, eso lo dirás tú), da gusto verle
ahora manteniendo conversaciones prolongadas, amenizando las conversaciones con
una gracia que nos ha estado racaneando durante muchos años. En fin, que su
competencia lingüística se ha reforzado mucho en estos años, y menos mal porque
le va a hacer buena falta cuando se vayan incorporando al instituto los
estudiantes.
Bueno, pues eso, que hemos estado
de celebración. Celebración virtual, como es todo ahora. Nos hemos tomado un
tele-vermout los hermanos y familias. Y hemos podido verlo contento y alegre.
Incluso guapo y dicharachero, gestionando bien la reunión. La pandemia le ha
chafado un poco el cumple porque en lugar del viaje a Brasil que pensaba
regalarle Marisa se ha tenido que contentar con un taladro. ¡Ya es mala suerte,
la verdad!.
Querido hermano penúltimo, muchas
felicidades. Aunque en esta familia no somos mucho de repetirlo, no hace falta
decir lo mucho que te queremos. Que pases un día estupendo y, tú que estás tan
acostumbrado a iniciar etapas nuevas en el trabajo, que los 58 sean el inicio
de otro periodo estupendo de tu vida, ahora rodeado de chavales adolescentes
que, a veces, te pondrán de los nervios (en tu caso no les será fácil) pero a
los que, sin duda, acabarás cogiéndoles mucho cariño.
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