Revisando los restos de prensa
atrasada (los ritmos sosegados de la pandemia dan para mucho) me he encontrado
con reportaje de Felipe Romero (XL Semanal, 12-18 enero 2020) en el que hace un
recuento sobre las sucesivas generaciones que conforman la población española
actual. Es curioso.
Su repaso comienza en los años 30
del siglo pasado, hace casi 100 años. Todavía deben vivir bastantes personas
anteriores a esa fecha (todos los que tienen más de 90 años), pero a su generación
no le han puesto nombre. Así que el repaso generacional comienza con la
GENERACIÓN SILENCIOSA (los nacidos entre 1930 y 1948). Cuando lo leí me dio un
sofoco: me libré por un año (¿por qué demonios habrán hecho el corte en el 48?,
¿qué pasó en ese año o en el siguiente para que la cuenta se reiniciara en el
año 49?). No lo sé. La cosa es que estos pobres fueron los que apechugaron de
críos con la guerra civil y la segunda guerra mundial con sus respectivos
descalabros sociales y económicos de las postguerras. Así que les tocó sufrir y
pelear, no tanto con armas (esos fueron sus padres, ellos eran aún pequeños)
como con su trabajo, para ir sobreviviendo. De hecho, ese espíritu de
supervivencia forjó su carácter. Y ahí los tenemos aun peleando por la salud,
por sobrevivir. La pandemia se ha cebado con los más vulnerables entre ellos y
eso significa que van a tener que seguir luchando.
La siguiente es la GENERACIÓN DEL
BABY BOOM (los BABY BOOMERS). Uno de los recursos de la lucha que la generación
de nuestros padres tuvo que poner en marcha, fue la de tener muchos hijos. Y
ahí vinimos nosotros. 7 hermanos fuimos en mi casa, y eso nos parecía algo
normal. También conocíamos a familias con 10 y 12 hijos. Decía el artículo que
somos alrededor de 12 millones en España, la generación más numerosa. Los
estragos de las contiendas bélicas se habían mitigado en nuestro tiempo y las
políticas sociales (sobre todo educativas, pero también alimenticias y
sanitarias) ayudaron lo suyo. De todas
formas, sufrimos-disfrutamos aquella leche en polvo intragable y aquel queso
amarillo aceptable que debíamos tomar en la escuela. Y cursamos la educación
básica. Algunos, incluso, tuvimos la oportunidad de estudiar gratis (no hubiera
podido ser de otra manera) aprovechando las posibilidades que ofrecían las
diferentes congregaciones religiosas en sus colegios y seminarios. Sus
reclutadores llegaban con la primavera a las escuelas para hacer marketing de
sus instituciones y seducir a aquellos chicos y chicas que quisieran enrolarse en
la aventura de seguir estudiando (que tuvieran “vocación”, en términos
pastorales). En realidad, como método de reclutamiento para la orden, aquello
fue un fracaso absoluto (de los 120 chavales que comenzaron conmigo el curso
con los Pasionistas, en Gaviria, tan solo 1 llegó a ordenarse), pero fue muy
importante como rescate individual para todos aquellos que no hubiéramos podido
estudiar sin ese periodo de internado.
En fin, somos la generación que ahora frisa los 70-80 años, es decir,
los jubilados. Generación sufrida (no tanto, como la de nuestros padres);
generación que ha superado económica y culturalmente a las generaciones
anteriores; generación que ha tenido que enfrentar los nuevos desafíos de la
tecnología digital; generación que ha sabido cumplir con sus deberes pero que
también ha exigido que se atiendan sus derechos. Y ahí estamos, defendiendo
nuestras pensiones, luchando para que no nos discriminen en las crisis
sanitarias, sirviendo de punto de ayuda para hijos y nietos, comunicándonos por
internet, viajando por el mundo. Eso sí, con esa sensación agridulce de estar
ya amortizados socialmente y pertenecer al grupo de gente mayor a la que la
naturaleza y los años han convertido en población de riesgo.
La siguiente es la GENERACIÓN X
(del 1969 al 1980), la de nuestros hijos. También la han llamado la generación
de la EGB. Les ha tocado crecer en unas condiciones mejores que a las
generaciones lo que ha significado que han tenido que sufrir y esforzarse
menos. Cualquier análisis general tiene, desde luego, sus excepciones. Es la generación
que consagró el consumismo (culpa de sus padres, sin duda), pero también ha
sido la generación mejor formada (al menos en lo que al componente académico se
refiere) y la que ha integrado mejor lo analógico con lo digital en la vida
cotidiana. También es la generación que ha ido soltando lastres culturales que
nosotros no fuimos capaces de eliminar del todo incorporando otros estilos de
vida más liberales: el divorcio, la homosexualidad, la igualdad de género, la
conciliación familiar, la ecología, etc. Ahí están nuestros hijos e hijas
haciendo lo que pueden por sobrevivir. Han tenido una vida cómoda pero no
fácil, van a ser la primera generación que no vive mejor que sus padres y para
quienes la pelea está en su trabajo, muchas veces transitorio, devaluado y con
escasas posibilidades de promoción.
La siguiente es la GENERACIÓN Y,
la de los “Millenials”. Son los que han transitado en el periodo entre-siglos:
nacieron en el XX y vivirán en el XXI. Siete millones en España, según el
texto. Se dice de ellos que son “nativos digitales”, pero a mí que he sido su
profesor en la universidad, me entran dudas, aunque es verdad que para ellos
los aparatos y el sistema ejecutivo de ensayo-error (sin miedo a que la cosa se
estropee) pertenecen al mundo que mamaron desde bebés. Es una generación con
grandes contradicciones internas: ahí están desde los más acomodados y pasotas
hasta los más comprometidos, desde los pijos hasta los idealistas, desde los
narcisistas hasta los valedores de causas perdidas. Son los que más han sufrido
los efectos de la crisis cuando les tocaba incorporarse al mundo del trabajo,
lo que les ha llenado de desconfianza en el futuro y desencanto social.
LA GENERACIÓN Z es la que va
desde 1994 hasta 2010. Casi 8 millones en España. Nacieron entre aparatos, así
que, en su caso, sí cabe hablar de nativos digitales y socializados en redes
sociales. Cabe suponer que su estructura y dinámica cerebral se ha ido
configurando de una forma diferente, más digital, más icónica y menos basada en
recursos lingüísticos. Disfrutan más con la Tablet o la Play que con un cuento
o una novela. Les ha tocado vivir la crisis, pero en su caso como chicos y
chicas jóvenes, por lo que han sufrido sus efectos, pero de rebote. Se mantiene
la ansiedad por el trabajo futuro y acumulan titulaciones y cursos para entrar
en mejores condiciones en el punto de salida laboral. Han vivido desde niños
una dinámica cultural y de valores bastante contradictoria y eso hace que sus
conductas no siempre se acomoden a los clichés que proclaman en cuestiones de
género, de inclusión, de medio ambiente. Son, desde luego, ciudadanos del
mundo.
Y luego están quienes ahora son
aún niños y escolares (2010-2025) LA GENERACIÓN ALFA. Quizás deberían
denominarla GENERACIÓN DEL COVIRUS o de LA PANDEMIA. Van a ser los primeros que
han experimentado eso de estar encerrados en casa durante semanas, los del
distanciamiento social y la mascarilla, los de comunicarse con los abuelos por
Internet, los del colegio de clases a medias y la enseñanza virtual. Serán,
desde luego, esta vez sí, nativos digitales. De hecho, algunos la han
denominado generación T (por táctil, porque todo lo que sea tocar les seduce). Y
en eso, son precoces hasta asustar: comentario de mi nieto Matteo, de 3 años,
refiriéndose a su Tablet: “la pantalla se enciende, pero se ha estropeado el
sistema de navegación”.
En fin, desde el mirador que te
ofrece el ser mayor, se ve con curiosidad este sucederse de las generaciones.
Por un lado, produce seguridad ver que las oleadas de gente se van sucediendo a
un ritmo natural. Que habrá personas que continuarán con el mundo. El futuro es
siempre una cosa incierta, pero deja de ser angustioso cuando aparece en blanco
(o en negro) porque no le ves posibilidad de continuar. Pero nuestro mundo si
lo tiene. Las generaciones se van sucediendo, la gente va cambiando, pero la
vida sigue. No es poca cosa. Da gusto sentirlo así.
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