sábado, mayo 23, 2020

EL PUZZLE DE LAS GENERACIONES



Revisando los restos de prensa atrasada (los ritmos sosegados de la pandemia dan para mucho) me he encontrado con reportaje de Felipe Romero (XL Semanal, 12-18 enero 2020) en el que hace un recuento sobre las sucesivas generaciones que conforman la población española actual. Es curioso.
Su repaso comienza en los años 30 del siglo pasado, hace casi 100 años. Todavía deben vivir bastantes personas anteriores a esa fecha (todos los que tienen más de 90 años), pero a su generación no le han puesto nombre. Así que el repaso generacional comienza con la GENERACIÓN SILENCIOSA (los nacidos entre 1930 y 1948). Cuando lo leí me dio un sofoco: me libré por un año (¿por qué demonios habrán hecho el corte en el 48?, ¿qué pasó en ese año o en el siguiente para que la cuenta se reiniciara en el año 49?). No lo sé. La cosa es que estos pobres fueron los que apechugaron de críos con la guerra civil y la segunda guerra mundial con sus respectivos descalabros sociales y económicos de las postguerras. Así que les tocó sufrir y pelear, no tanto con armas (esos fueron sus padres, ellos eran aún pequeños) como con su trabajo, para ir sobreviviendo. De hecho, ese espíritu de supervivencia forjó su carácter. Y ahí los tenemos aun peleando por la salud, por sobrevivir. La pandemia se ha cebado con los más vulnerables entre ellos y eso significa que van a tener que seguir luchando.
La siguiente es la GENERACIÓN DEL BABY BOOM (los BABY BOOMERS). Uno de los recursos de la lucha que la generación de nuestros padres tuvo que poner en marcha, fue la de tener muchos hijos. Y ahí vinimos nosotros. 7 hermanos fuimos en mi casa, y eso nos parecía algo normal. También conocíamos a familias con 10 y 12 hijos. Decía el artículo que somos alrededor de 12 millones en España, la generación más numerosa. Los estragos de las contiendas bélicas se habían mitigado en nuestro tiempo y las políticas sociales (sobre todo educativas, pero también alimenticias y sanitarias) ayudaron lo suyo.  De todas formas, sufrimos-disfrutamos aquella leche en polvo intragable y aquel queso amarillo aceptable que debíamos tomar en la escuela. Y cursamos la educación básica. Algunos, incluso, tuvimos la oportunidad de estudiar gratis (no hubiera podido ser de otra manera) aprovechando las posibilidades que ofrecían las diferentes congregaciones religiosas en sus colegios y seminarios. Sus reclutadores llegaban con la primavera a las escuelas para hacer marketing de sus instituciones y seducir a aquellos chicos y chicas que quisieran enrolarse en la aventura de seguir estudiando (que tuvieran “vocación”, en términos pastorales). En realidad, como método de reclutamiento para la orden, aquello fue un fracaso absoluto (de los 120 chavales que comenzaron conmigo el curso con los Pasionistas, en Gaviria, tan solo 1 llegó a ordenarse), pero fue muy importante como rescate individual para todos aquellos que no hubiéramos podido estudiar sin ese periodo de internado.  En fin, somos la generación que ahora frisa los 70-80 años, es decir, los jubilados. Generación sufrida (no tanto, como la de nuestros padres); generación que ha superado económica y culturalmente a las generaciones anteriores; generación que ha tenido que enfrentar los nuevos desafíos de la tecnología digital; generación que ha sabido cumplir con sus deberes pero que también ha exigido que se atiendan sus derechos. Y ahí estamos, defendiendo nuestras pensiones, luchando para que no nos discriminen en las crisis sanitarias, sirviendo de punto de ayuda para hijos y nietos, comunicándonos por internet, viajando por el mundo. Eso sí, con esa sensación agridulce de estar ya amortizados socialmente y pertenecer al grupo de gente mayor a la que la naturaleza y los años han convertido en población de riesgo.
La siguiente es la GENERACIÓN X (del 1969 al 1980), la de nuestros hijos. También la han llamado la generación de la EGB. Les ha tocado crecer en unas condiciones mejores que a las generaciones lo que ha significado que han tenido que sufrir y esforzarse menos. Cualquier análisis general tiene, desde luego, sus excepciones. Es la generación que consagró el consumismo (culpa de sus padres, sin duda), pero también ha sido la generación mejor formada (al menos en lo que al componente académico se refiere) y la que ha integrado mejor lo analógico con lo digital en la vida cotidiana. También es la generación que ha ido soltando lastres culturales que nosotros no fuimos capaces de eliminar del todo incorporando otros estilos de vida más liberales: el divorcio, la homosexualidad, la igualdad de género, la conciliación familiar, la ecología, etc. Ahí están nuestros hijos e hijas haciendo lo que pueden por sobrevivir. Han tenido una vida cómoda pero no fácil, van a ser la primera generación que no vive mejor que sus padres y para quienes la pelea está en su trabajo, muchas veces transitorio, devaluado y con escasas posibilidades de promoción.
La siguiente es la GENERACIÓN Y, la de los “Millenials”. Son los que han transitado en el periodo entre-siglos: nacieron en el XX y vivirán en el XXI. Siete millones en España, según el texto. Se dice de ellos que son “nativos digitales”, pero a mí que he sido su profesor en la universidad, me entran dudas, aunque es verdad que para ellos los aparatos y el sistema ejecutivo de ensayo-error (sin miedo a que la cosa se estropee) pertenecen al mundo que mamaron desde bebés. Es una generación con grandes contradicciones internas: ahí están desde los más acomodados y pasotas hasta los más comprometidos, desde los pijos hasta los idealistas, desde los narcisistas hasta los valedores de causas perdidas. Son los que más han sufrido los efectos de la crisis cuando les tocaba incorporarse al mundo del trabajo, lo que les ha llenado de desconfianza en el futuro y desencanto social.
LA GENERACIÓN Z es la que va desde 1994 hasta 2010. Casi 8 millones en España. Nacieron entre aparatos, así que, en su caso, sí cabe hablar de nativos digitales y socializados en redes sociales. Cabe suponer que su estructura y dinámica cerebral se ha ido configurando de una forma diferente, más digital, más icónica y menos basada en recursos lingüísticos. Disfrutan más con la Tablet o la Play que con un cuento o una novela. Les ha tocado vivir la crisis, pero en su caso como chicos y chicas jóvenes, por lo que han sufrido sus efectos, pero de rebote. Se mantiene la ansiedad por el trabajo futuro y acumulan titulaciones y cursos para entrar en mejores condiciones en el punto de salida laboral. Han vivido desde niños una dinámica cultural y de valores bastante contradictoria y eso hace que sus conductas no siempre se acomoden a los clichés que proclaman en cuestiones de género, de inclusión, de medio ambiente. Son, desde luego, ciudadanos del mundo.
Y luego están quienes ahora son aún niños y escolares (2010-2025) LA GENERACIÓN ALFA. Quizás deberían denominarla GENERACIÓN DEL COVIRUS o de LA PANDEMIA. Van a ser los primeros que han experimentado eso de estar encerrados en casa durante semanas, los del distanciamiento social y la mascarilla, los de comunicarse con los abuelos por Internet, los del colegio de clases a medias y la enseñanza virtual. Serán, desde luego, esta vez sí, nativos digitales. De hecho, algunos la han denominado generación T (por táctil, porque todo lo que sea tocar les seduce). Y en eso, son precoces hasta asustar: comentario de mi nieto Matteo, de 3 años, refiriéndose a su Tablet: “la pantalla se enciende, pero se ha estropeado el sistema de navegación”.
En fin, desde el mirador que te ofrece el ser mayor, se ve con curiosidad este sucederse de las generaciones. Por un lado, produce seguridad ver que las oleadas de gente se van sucediendo a un ritmo natural. Que habrá personas que continuarán con el mundo. El futuro es siempre una cosa incierta, pero deja de ser angustioso cuando aparece en blanco (o en negro) porque no le ves posibilidad de continuar. Pero nuestro mundo si lo tiene. Las generaciones se van sucediendo, la gente va cambiando, pero la vida sigue. No es poca cosa. Da gusto sentirlo así.

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