Sándor Márai fue un escritor
húngaro nacido en 1900 y fallecido (se suicidó de un disparo en la cabeza) en
1989. La novela la escribió en 1942, aunque la edición en español se demoró
hasta 1999. Ha sido una novela de culto durante estos años, lo que ha
significado que muchos clubes de lectura la hayan programado entre los libros a
discutir. Con todo, no siempre ha merecido elogios por parte de la crítica
literaria (Guelbenzu se extrañaba de su éxito en España: https://www.revistadelibros.com/articulos/el-ultimo-encuentro-de-sandor-marai).
Y con esa misma sensación agridulce me he quedado yo. Me ha costado bastante llegar
al final porque sentía que el autor alargaba indefinidamente el monólogo del
protagonista sin que el desarrollo de la historia avanzara. Era como cuando
estás con alguien y no sabes cómo concluir la conversación porque el otro se
enrolla y enrolla y te ves incapaz de decirle basta.
La historia, en verdad, no da
mucho de sí. Dos ancianos que fueron amigos íntimos en su juventud y que
compartieron formación militar acaban, sin embargo, separándose de manera brusca
y siguiendo caminos muy divergentes. Llegados al final de sus vidas, vuelven a
reunirse en el castillo de uno de ellos, el protagonista (de quien no se llega
a conocer su nombre, sólo que es general), que fue quien continuó su carrera
militar y llegó a general. Este recibe a su examigo en su palacete en lo que se
supone que iba a ser un “ponerse al día” en torno a lo que fueron sus vidas
desde la separación, pero que, en lugar de eso, se convierte en una especie de
ajuste de cuentas en torno a las heridas abiertas en aquel periodo lejano en que
vivieron juntos. En realidad, ni siquiera llegan a eso porque la novela se
reduce al monólogo-chorreo que el ahora general le echa a su antiguo amigo
haciendo como que le exige respuesta a dos preguntas que han estado comiéndole
el alma desde aquel día infausto en el que el ahora visitante desapareció de su
vida: si realmente le quiso matar cuando le apuntó con su arma en una cacería y
si estaba enamorado de su mujer (la del general) y ambos le engañaban. En
realidad, tampoco es que saber la respuesta le preocupe en exceso. El general
ya conoce la respuesta. Lo que necesita en ese momento de su vida es poder
explicitar ante quien en su día fue su amigo todas las elucubraciones que han
martirizado su alma a lo largo de todos esos años. Y ése es el monólogo, un caudal interminable
de comentarios, quejas, reflexiones, pensamientos, ideas, reproches, sentencias
sobre la vida, sobre su relación, sobre sus amores, sobre todo y todos. Y es
ahí, en ese fluir de cosas, que se parece mucho a lo que nos sucede cuando nos
encontramos en esa duermevela somnolienta en la que tu mente pasa de una cosa a
otra sin solución de continuidad, donde está el auténtico contenido de la
novela. Te cansa por su hipermetría (todo se hace largo y complejo) pero, a la
vez, encuentras que va tocando temas de interés con aportaciones que te hacen
pensar.
En realidad, se podría decir sin
traicionar al autor, se trata de una novela sobre la amistad. La amistad entre
hombres, la amistad como el valor supremo y mayor que cualquier otro. La
amistad como componente básico de la condición humana y vulnerable, por tanto,
a todas sus imperfecciones: las diferencias, los secretos, la soledad, el
erotismo, la fidelidad, el engaño. Sobre todo eso va reflexionando el
protagonista en su interminable monólogo. Y diciendo cosas sustanciosas. He
aquí algunas (los textos de Màrai en cursiva).
¿Qué es la amistad? Sobre el eje de esta pregunta se desarrolla
buena parte de la historia que nos cuenta Màrai. Son interesantes sus
consideraciones al respecto. La amistad se convierte en un valor supremo capaz
de dar sentido a nuestro paso por la vida. Porque la amistad no son esos “pactos de amistad” llenos de ritos que
los niños o jóvenes acostumbran hacer en sus momentos líricos entregándose al
otro en exclusiva. “Para mi padre, dice
el protagonista, la palabra amistad era
sinónimo de honor. Para mí es aún más que eso.” (p.99) “Es la relación más noble que puede existir
entre los seres humanos” (p.100) “A
veces pienso que la amistad es la relación más intensa de la vida… y que, por
eso, se presenta en pocas ocasiones” (p. 100). “La
amistad es un servicio. Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna
recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la
persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así,
con todas las consecuencias” (p.101). “Porque
la amistad no es un estado de ánimo ideal. La amistad es una ley humana muy
severa. En la antigüedad era la ley más importante, y en ella se basaba todo el
sistema jurídico de las grandes civilizaciones. Más allá de las pasiones, de
los egoísmos, esta ley, la ley de la amistad, prevalecía en el corazón de los
hombres. Era más poderosa que la pasión que une a hombres y a mujeres con
fuerza desesperada; la amistad no podía conducir al desengaño, porque en la
amistad no se desea nada del otro” (p. 127-8)
La amistad de la que habla Màrai
es una amistad entre hombres. Y ésa es una amistad muy especial. “El sentido profundo de la amistad entre
hombres es justamente el altruismo: que no queremos un sacrificio del otro, que
no queremos su ternura, que no queremos nada en absoluto, solamente mantener el
acuerdo de una alianza sin palabras” (p. 125) Y así era la amistad entre
los dos protagonistas: “Su amistad era
seria y callada como un sentimiento destinado a durar toda la vida. Con componentes de pudor y culpa, como todos
los sentimientos grandiosos” (p.38)
Y si la amistad es tan importante,
tan central en la biografía de las personas, conviene mucho no confundirla con
otras formas de relación. La amistad
no es simpatía. Simpatía es una
palabra hueca y poco consistente, dice el general: “Insuficiente para mantener unidas a dos personas incluso en situaciones
adversas, ayudándose y apoyándose de por vida” (p.100). Las relaciones que
se basan en la simpatía acaban “ahogándose
en los cenagales de la egolatría y la vanidad” (p.101). La amistad tampoco es erotismo,
aunque en toda relación humana hay siempre un fondo de erotismo. “Al erotismo de la amistad no le hace falta
el cuerpo… no le es atractivo, resulta incluso inútil. Sin embargo, no deja
de ser erotismo, “porque en el fondo de
todo amor, de todo cariño,de toda relación humana late el erotismo” (p.
100). La amistad tampoco es un estado
momentáneo por placentero que pueda resultar. La amistad “no es ese placer momentáneo que sienten dos personas que se encuentran
por casualidad, ni la alegría que les embarga porque en un momento dado de su
vida comparten las mismas ideas acerca de ciertas cuestiones o porque comparten
sus gustos o aficiones. Eso todavía no es amistad” (p. 100) La amistad no
es compañerismo y camaradería, aunque a veces adquiere el aspecto de la amistad:
“Los intereses en común pueden producir
situaciones humanas que se parecen a la amistad (p. 101) N se trata de
resolver el problema de la soledad: “También
la soledad hace que las personas se refugien en relaciones más íntimas: al
final se arrepienten, aunque al principio crean que esa intimidad es ya una
forma de amistad. Claro, todo esto no tiene nada que ver con la amistad”
(p. 101)
Y en torno a ese eje central de
la amistad, Màrai va desgranando otras temáticas, siempre vinculadas a la
amistad, que en este caso se refiere a la relación entre los dos protagonistas.
Una relación marcada por un ciclo dramático que pasó de la intensidad juvenil
al desapego adulto hasta llegar al reencuentro en la vejez. En esa tumultuosa
relación, algunas temáticas van siendo desgranadas:
Los recuerdos: Las experiencias
vividas no se olvidan. Esto lo dice el invitado: “lo que es importante en la vida no lo olvidas nunca…Todo lo secundario
desaparece, lo tiras por la borda como los malos sueños… Después de 10 o 20
años te das cuenta de que algunos acontecimientos, por importantes que te
parecieran, no te han cambiado nada. Pero un día, sin embargo, te acuerdas de
una cacería, del detalle de un libro o de esta sala… Te acuerdas hasta de los
menores detalles… Los detalles son importantes porque dejan todo bien atado,
aglutinan la materia prima de los recuerdos…” (p. 88)
Los secretos. “Los secretos tienen una fuerza peculiar.
Queman los tejidos de la vida como unos rayos maléficos, pero también confieren
una tensión, cierto calor a la vida. Te
obligan a seguir viviendo…Mientras uno tenga algo que hacer en esta vida, se mantiene
con vida” (p. 95).
La soledad. Es un estado muy peculiar… a veces se presenta como una selva llena de peligros
y sorpresas. Conozco todas sus variantes. El aburrimiento que en vano intentas hacer
desaparecer con la ayuda de un orden de vida organizado de manera artificial.
Las crisis repetidas e inesperadas… (p. 95-96).
El valor de las palabras. El
general en su chorreo le había acusado de haber huido pidiendo disculpas si la
esa palabra le resultaba ofensiva, a lo que el invitado le decía que “las
palabras no tienen importancia”: “¿Qué las
palabras no tienen importancia?... A veces creo que muchas cosas, que todo
depende de las palabras, de las palabras que uno dice a su debido tiempo, o de
las que calla o de las que escribe…” (p. 107). Pero, aun siendo importantes
las palabras, es más importante la vida como respuesta a las grandes
cuestiones. “Uno siempre responde con su
vida entera a las preguntas más importantes. No importa lo que diga, no importa
con qué palabras y con qué argumentos trate de defenderse. Al final, al final
de todo, uno responde a todas las preguntas con los hechos de su vida: a las
preguntas que el mundo le ha hecho una y otra vez. Las preguntas son estas: ¿Quién
eres?...¿Qué has querido de verdad?...¿Qué has sabido de verdad?... ¿A qué has sido
fiel o infiel?... ¿Con qué y con quién te has comportado con valentía o con
cobardía? Estas son las preguntas. Uno responde como puede, diciéndola verdad o
mintiendo: eso no importa. Lo que sí importa es que uno, al final responde con
su vida entera” (p. 109).
La fidelidad y el engaño. “¿Qué significa la fidelidad, qué esperamos
de la persona a quien amamos? Yo ya soy viejo y he reflexionado mucho sobre
esto. ¿Exigir fidelidad no sería acaso un grado extremo de la egolatría, del egoísmo
y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y de los deseos de los seres
humanos? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que
la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil
esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a quien se la exigimos? Y si
no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle
fidelidad y sacrificio?” (p. 168). El engaño. “¡Engaño! ¡Qué palabra! Hay palabras así, palabras determinadas, con las
que definimos ciertas situaciones de una manera desalmada, mecánica. Sin
embargo, cuando todo ha acabado ya, como ahora, pues para nosotros todo ha
acabado ya, no podemos llegar muy lejos con palabras así. Engaño, infidelidad,
traición: son simples palabras, sólo son palabras…” (p. 172).
En resumen, El último encuentro, no es una novela divertida de esas que, una
vez te metes en la historia, no puedes abandonar. Al contrario, cuesta seguir
porque se trata de un argumento muy circular como lo son todos los soliloquios,
una noria discursiva rodando eternamente en torno al mismo eje. Con todo, nada
de eso resta interés a las reflexiones que el protagonista hace. A través del
protagonista de la historia, el autor va presentando múltiples cuestiones
vinculadas a las relaciones humanas. Suficiente para atraer la atención de los
lectores, al menos la mía y, a lo que se ve, la de otros muchos lectores. A ese mérito, yo he de añadir uno más que,
probablemente, pasa desapercibido en el conjunto de la historia: el diario
personal que Krisztina escribe para que su esposo pueda estar siempre enterado
de sus sentimientos: una especie de confesión permanente de sus ideas y
pensamientos. Ella había prometido que escribiría en el diario todo lo que le
costara expresar en voz alta. No sé si eso beneficiaría su relación (por el
desarrollo de la historia se ve que no) pero, desde luego, para ella seguro que
fue una especie de salvavidas. Como si escribiera un blog.
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