martes, mayo 19, 2020

66º DÍA DE CONFINAMIENTO: RELEYENDO A GILBERT




Ésa es la cuestión, ahora mismo. El tiempo no pasa en vano y nuestro estado tampoco es ajeno a su evolución (la del tiempo y sus efectos). Vamos, que entre la sorpresa llena de expectativas de aquel lejano 14 de marzo y el agotamiento progresivo de esta mitad de mayo, han pasado muchos días y muchas cosas en nuestra cabeza y en nuestros cuerpos, en nuestras casas. ¿Y? Pues eso, ¿todo bien?

Oigo en la radio mañanera anuncios de equipos legales que se ofrecen a mitigar la tensión de tan largo encierro gestionando el divorcio de quienes quieren comer perdices, pero comérselas solos, o solas. En cambio, ha dejado de darnos la lata, aquella otra publicidad que te metía el miedo en el cuerpo para que pusieras una alarma en tu casa. Debe ser que como ahora todos estamos en casa, incluidos los cacos, pues el peligro es menor. Me cuentan que, con eso de la distancia social, incluso han desaparecido los carteristas, que no pueden acercarse a sus víctimas. Lo uno por lo otro.   

De todas formas, ha sido mucho tiempo. Mucho de un tiempo cargado de presiones contrapuestas, de temores y expectativas, de convivencia forzada, de reposo inevitable. Tiempo bipolar, para unos cargado de niños excitados, para otros lleno de soledad. Un tiempo raro y, por eso mismo, un tiempo que se sitúa en un contexto extraño que te exige nuevas estrategias de adaptación. Las que tenías ya no te valen porque la situación cambió. ¿Y ahora qué? Pues seguro que cada uno de nosotros ha ido poniendo en marcha su propia agenda de supervivencia. La cuestión es, si esa estrategia te está sirviendo o si, por el contrario, te está machacando. A eso se refería el ¿todo bien?
Algo de eso le había preguntado la periodista a su entrevistada, una sexóloga: ¿qué efectos podía tener la pandemia sobre las relaciones entre las personas? Ella, la sexóloga, trató de responder a partir de la referencia a los sistemas de  auto-regulación emocional de Paul Gilbert, psiconeurólogo y autor del libro “The Compassionate Mind” (el pensamiento compasivo). Me pareció una referencia muy interesante y muy útil para poder entender los diferentes sistemas de adaptación que pueden observarse en este periodo de confinamiento.

La idea de Gilbert es que nuestro cerebro utiliza 3 tipos diferentes de sistemas de regulación mediante los cuales se va adaptando a las diversas situaciones que le toca enfrentar: el sistema defensivo; el sistema de logro; el sistema de afiliación. Los tres están activos siempre, pero en función de cómo nuestro cerebro interpreta las situaciones uno u otro de los tres sistemas se convierte en prevalente y desactiva o aminora el poder regulador de los otros.

El sistema más básico y primitivo es el de amenaza – defensa. El propósito de este sistema es la supervivencia y por tanto lleva a nuestro cerebro a identificar como amenaza todo aquello que puede afectar nuestra seguridad, nuestra salud, el estado de bienestar alcanzado. Se estimula a través de hormonas como el cortisol y la adrenalina que nos lleva a reaccionar mediante el miedo, la ansiedad, la evitación de cuantas situaciones pudieran suponer algún riesgo. Parece evidente que para muchos de nosotros éste ha sido el sistema de regulación que se ha puesto en marcha con mayor potencia y capacidad reguladora. Tiene que ver con esa sensación de miedo, con la huida de cualquier situación presuntamente peligrosa (el “síndrome de la cabaña”, el cambiar de acera cuando se ve a alguien que viene por ella, el ponerse de espalda cuando se ve forzado a cruzarse con alguien, el armarse de cuantos artilugios puedan aislarle del ambiente), con la ansiedad ante cualquier avance en la desescalada, etc. Está claro que este sistema de regulación ha sido el más activado en mucha gente.

El segundo sistema de auto-regulación es el que tiene que ver con la búsqueda y el logro. Este sistema nos activa para la consecución de aquellos propósitos que mueven nuestra vida tanto en sus aspectos materiales (comida, dinero, comodidades) como en aquellos componentes intangibles (el placer, el éxito, el status social). La hormona básica de activación es la dopamina que es la que genera esa energía que nos impulsa a actuar, a sentirnos activos y creativos. Está claro que muchos comenzamos este periodo de pandemia con este sistema muy activado: nos alegrábamos del mucho tiempo que tendríamos para hacer cosas, nos prometíamos hacer muchas actividades aplazadas, explorar nuestras capacidades escondidas por las urgencias del trabajo diario. Incluso, ha sido un sistema muy movilizado una vez adentrados en el confinamiento para ir resolviendo las dificultades que se han ido presentando, para mejorar nuestro dominio de los recursos técnicos del tele-trabajo, etc.
El tercer sistema de auto-regulación tiene que ver con la afiliación y la calma interior. Todo eso que se ha llamado el dominio de sí mismo y el apego afectivo a los demás. Se trata, también, de generar seguridad, pero en este caso es la seguridad que surge de la autoestima, de la calma consigo mismo, de la felicidad. Tiene que ver, por tanto, con la relación que uno mantiene consigo mismo y con quienes le rodean.  Se activa a través de las hormonas oxitocina y endorfinas.  Ni qué decir tiene, la importancia que este sistema de auto-regulación tiene en periodos de alarma. Si uno se siente vacío de sí mismo, descontrolado, sin referentes afectivos todo el mundo se nos viene abajo. Es el problema de quienes han tenido que vivir esta experiencia en soledad, de quienes han sufrido el virus sintiéndolo, a la vez, como una desventura personal, una nueva condena que le caía encima. No son pocos, con este sistema de auto-regulación débil, los que además de jodidos (algo que les viene de fuera y resulta inevitable) se han sentido infelices (que tiene más que ver, con cómo se sienten a sí mismos). Cuando este sistema funciona bien nos permite sentir alegría, buena conexión con la gente que nos rodea (tan importante en situaciones de encierro), calma interior.

Incluso en esta lectura superficial de la aportación de Gilbert, podemos ver su pertinencia para analizar lo que nos está sucediendo. Los tres sistemas interactúan y eso significa que cada uno de ellos neutraliza, en cierta manera a los otros. El más difícil de neutralizar es, desde luego, el de amenaza. Si el miedo te cala fuerte, todos los otros sistemas se debilitan. El sistema de logro es potente cuando uno está activado, pero es vulnerable al cansancio y al fracaso. El más debilitado en tiempos normales es el de filiación y es porque le prestamos poca atención. Por eso sentimos tanto su falta en tiempos de calamidad. Seguramente por eso han surgido tantas propuestas de mindfulness, de yoga, de meditación. La ansiedad es difícil de controlar sin herramientas.

En resumen, en eso se resume nuestra vida: defendernos, buscar  y amar. Y la sabiduría debe consistir en saber lograr el equilibrio entre las tres.


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