Ésa es la cuestión, ahora mismo.
El tiempo no pasa en vano y nuestro estado tampoco es ajeno a su evolución (la
del tiempo y sus efectos). Vamos, que entre la sorpresa llena de expectativas
de aquel lejano 14 de marzo y el agotamiento progresivo de esta mitad de mayo,
han pasado muchos días y muchas cosas en nuestra cabeza y en nuestros cuerpos,
en nuestras casas. ¿Y? Pues eso, ¿todo bien?
Oigo en la radio mañanera
anuncios de equipos legales que se ofrecen a mitigar la tensión de tan largo
encierro gestionando el divorcio de quienes quieren comer perdices, pero
comérselas solos, o solas. En cambio, ha dejado de darnos la lata, aquella otra
publicidad que te metía el miedo en el cuerpo para que pusieras una alarma en
tu casa. Debe ser que como ahora todos estamos en casa, incluidos los cacos,
pues el peligro es menor. Me cuentan que, con eso de la distancia social,
incluso han desaparecido los carteristas, que no pueden acercarse a sus
víctimas. Lo uno por lo otro.
De todas formas, ha sido mucho
tiempo. Mucho de un tiempo cargado de presiones contrapuestas, de temores y
expectativas, de convivencia forzada, de reposo inevitable. Tiempo bipolar,
para unos cargado de niños excitados, para otros lleno de soledad. Un tiempo
raro y, por eso mismo, un tiempo que se sitúa en un contexto extraño que te
exige nuevas estrategias de adaptación. Las que tenías ya no te valen porque la
situación cambió. ¿Y ahora qué? Pues seguro que cada uno de nosotros ha ido
poniendo en marcha su propia agenda de supervivencia. La cuestión es, si esa
estrategia te está sirviendo o si, por el contrario, te está machacando. A eso
se refería el ¿todo bien?
Algo de eso le había preguntado
la periodista a su entrevistada, una sexóloga: ¿qué efectos podía tener la
pandemia sobre las relaciones entre las personas? Ella, la sexóloga, trató de
responder a partir de la referencia a los sistemas de auto-regulación emocional de Paul Gilbert, psiconeurólogo
y autor del libro “The Compassionate Mind” (el pensamiento compasivo). Me
pareció una referencia muy interesante y muy útil para poder entender los
diferentes sistemas de adaptación que pueden observarse en este periodo de
confinamiento.
La idea de Gilbert es que nuestro
cerebro utiliza 3 tipos diferentes de sistemas de regulación mediante los
cuales se va adaptando a las diversas situaciones que le toca enfrentar: el
sistema defensivo; el sistema de logro; el sistema de afiliación. Los tres están activos
siempre, pero en función de cómo nuestro cerebro interpreta las situaciones uno
u otro de los tres sistemas se convierte en prevalente y desactiva o aminora el
poder regulador de los otros.
El sistema más básico y primitivo
es el de amenaza – defensa. El
propósito de este sistema es la supervivencia y por tanto lleva a nuestro
cerebro a identificar como amenaza todo aquello que puede afectar nuestra seguridad,
nuestra salud, el estado de bienestar alcanzado. Se estimula a través de
hormonas como el cortisol y la adrenalina que nos lleva a reaccionar mediante
el miedo, la ansiedad, la evitación de cuantas situaciones pudieran suponer
algún riesgo. Parece evidente que para muchos de nosotros éste ha sido el sistema
de regulación que se ha puesto en marcha con mayor potencia y capacidad
reguladora. Tiene que ver con esa sensación de miedo, con la huida de cualquier
situación presuntamente peligrosa (el “síndrome de la cabaña”, el cambiar de
acera cuando se ve a alguien que viene por ella, el ponerse de espalda cuando
se ve forzado a cruzarse con alguien, el armarse de cuantos artilugios puedan
aislarle del ambiente), con la ansiedad ante cualquier avance en la
desescalada, etc. Está claro que este sistema de regulación ha sido el más
activado en mucha gente.
El segundo sistema de
auto-regulación es el que tiene que ver con la búsqueda y el logro. Este
sistema nos activa para la consecución de aquellos propósitos que mueven
nuestra vida tanto en sus aspectos materiales (comida, dinero, comodidades)
como en aquellos componentes intangibles (el placer, el éxito, el status
social). La hormona básica de activación es la dopamina que es la que genera
esa energía que nos impulsa a actuar, a sentirnos activos y creativos. Está
claro que muchos comenzamos este periodo de pandemia con este sistema muy activado:
nos alegrábamos del mucho tiempo que tendríamos para hacer cosas, nos
prometíamos hacer muchas actividades aplazadas, explorar nuestras capacidades
escondidas por las urgencias del trabajo diario. Incluso, ha sido un sistema
muy movilizado una vez adentrados en el confinamiento para ir resolviendo las
dificultades que se han ido presentando, para mejorar nuestro dominio de los
recursos técnicos del tele-trabajo, etc.
El tercer sistema de
auto-regulación tiene que ver con la afiliación
y la calma interior. Todo eso que se
ha llamado el dominio de sí mismo y el apego afectivo a los demás. Se trata,
también, de generar seguridad, pero en este caso es la seguridad que surge de
la autoestima, de la calma consigo mismo, de la felicidad. Tiene que ver, por
tanto, con la relación que uno mantiene consigo mismo y con quienes le rodean. Se activa a través de las hormonas oxitocina y
endorfinas. Ni qué decir tiene, la
importancia que este sistema de auto-regulación tiene en periodos de alarma. Si
uno se siente vacío de sí mismo, descontrolado, sin referentes afectivos todo
el mundo se nos viene abajo. Es el problema de quienes han tenido que vivir
esta experiencia en soledad, de quienes han sufrido el virus sintiéndolo, a la
vez, como una desventura personal, una nueva condena que le caía encima. No son
pocos, con este sistema de auto-regulación débil, los que además de jodidos
(algo que les viene de fuera y resulta inevitable) se han sentido infelices
(que tiene más que ver, con cómo se sienten a sí mismos). Cuando este sistema
funciona bien nos permite sentir alegría, buena conexión con la gente que nos
rodea (tan importante en situaciones de encierro), calma interior.
Incluso en esta lectura
superficial de la aportación de Gilbert, podemos ver su pertinencia para
analizar lo que nos está sucediendo. Los tres sistemas interactúan y eso
significa que cada uno de ellos neutraliza, en cierta manera a los otros. El más
difícil de neutralizar es, desde luego, el de amenaza. Si el miedo te cala
fuerte, todos los otros sistemas se debilitan. El sistema de logro es potente cuando
uno está activado, pero es vulnerable al cansancio y al fracaso. El más debilitado
en tiempos normales es el de filiación y es porque le prestamos poca atención.
Por eso sentimos tanto su falta en tiempos de calamidad. Seguramente por eso
han surgido tantas propuestas de mindfulness, de yoga, de meditación. La
ansiedad es difícil de controlar sin herramientas.
En resumen, en eso se resume nuestra vida: defendernos, buscar y amar. Y la sabiduría debe consistir en saber lograr el equilibrio entre las tres.
En resumen, en eso se resume nuestra vida: defendernos, buscar y amar. Y la sabiduría debe consistir en saber lograr el equilibrio entre las tres.
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