Si algo va a quedar, en el lado
positivo de la balanza, cuando todo esto acabe, ese algo van a ser los
aplausos. Yo creo que todo el agobio contenido (mis amigos psicoanalistas le
llamarían, directamente, angustia), toda esa desazón de no saber cómo va a
acabar esto, todas esas emociones que son como lava volcánica que amenaza con
devorarnos por dentro, todo eso busca como escape los aplausos.
No es extraño, hoy en día, que se
aplauda en eventos y actos sociales. Se aplaude en los teatros, en los
conciertos, en las conferencias. Se aplaude en los entierros y en las bodas. En
algunos países iberoamericanos he visto que aplaudían en las misas, y, desde
luego, en todas partes se aplaude en los mítines políticos y en las
manifestaciones. Aplaudiendo manifestamos afinidad y acuerdo con la otra gente
que aplaude (por eso, no aplaudir cuando otros aplauden es una clara
manifestación de desacuerdo), reconocimiento al mérito de lo que hemos
presenciado y disfrutado, proximidad con las personas a las que dirigimos
nuestro aplauso. Aplaudiendo damos fe de nuestra presencia activa en el acto y
el momento en que se aplaude. Aplaudiendo mostramos afecto, compasión y apoyo aquellos
a los que honramos con nuestros aplausos. El diccionario dice que aplaudir es “palmotear para manifestar aprobación o entusiasmo”,
pero, la verdad, aplaudir es mucho más. Puede ser mucho más. En estos tiempos de zozobra médica, aplaudir sirve
para dar salida a la carga emocional con que estamos viviendo esta pandemia.
Mucha emoción hay en los aplausos los del
atardecer, pero, si hablamos de emoción, aún emocionan más esos aplausos
llorosos y alborozados que los equipos sanitarios ofrecen a los pacientes que
superan su periodo de UCI y pueden ser dados de alta. Qué emoción se siente en los rostros ocultos por las mascarillas del equipo médico que los atendió. También los enfermos salen llorando, pero lo suyo es
más visceral, más biológico. Lloran por instinto de conservación. Los enfermos,
al fin y al cabo, casi ni se han enterado. Cuando las cosas se pusieron mal
dadas los sedaron y han pasado todo ese tiempo inconscientes y conectados a un
respirador. Pero sus médicos sabían cómo iban evolucionando. Ellos y ellas
fueron quienes los vieron agravarse hasta llegar al borde de la muerte, ellos los que se preocuparon,
quienes lucharon hasta el límite de sus fuerzas. Comprobar que, al final, lo
han logrado, que se han recuperado, es como una gran victoria, una emocionante y peligrosa
aventura que tiene un final feliz. Por eso son aplausos tan emotivos. Se los
dedican al enfermo, pero, al final, quienes los merecen son ellos mismos.
Por eso, nosotros les
correspondemos con los aplausos de las 8 de la tarde. Aplausos que se han convertido, en
estas semanas de encierro, en una buena manifestación de la inmensa carga emocional
con que estamos viviendo la situación. No sé lo que siente otra gente en esos momentos,
pero a mí me saltan las lágrimas a salir al balcón cada atardecer. Pienso en
lo que estamos haciendo y por quién lo estamos haciendo. Todo ese ejército inmenso
de personal sanitario luchando a brazo partido contra esta pandemia que nos
está diezmando. Y no es tanto por el trabajo que hacen que, al final, es su
trabajo y lo hacen siempre. Como he dicho más arriba, es por la emoción que
ellos y ellas ponen en hacerlo así y en estas circunstancias. Es la emoción de
ellos y ellas la que me emociona. Porque me figuro que no es solo su rol
profesional, su conocimiento y experiencia lo que ponen en juego. Ellos y ellas
también deben tener sus miedos, se deben ver en riesgo para ellos y sus
familias. Y, sin embargo, ahí están. Es
ese dramatismo añadido a la vida profesional lo que marca el plus que merece
reconocimiento. Me los figuro besando con miedo a sus hijos cuando salen cada
mañana de casa, sintiendo todo el día sobre sus cabezas al enemigo invisible
pero acechante, esa espada de Damocles inmisericorde con la que resulta inútil
negociar.
Los aplausos de las 8 de la tarde son un espectáculo. Resuenan mucho más de lo que correspondería por el número de gente que aplaude. Tengo para mí que es por ese plus de emoción que la gente le pone. Es como si los necesitáramos al caer otro día de encierro. Por eso no hay día que comencemos a las 8, siempre se adelantan un par de minutos. Hay una viejecita al otro de la calle que sale a su ventana 10 minutos antes. Debe estar esperando desde mucho antes que sea la hora. El otro día comenzó a aplaudir cuando faltaban 7 minutos. Y miraba extrañada de verse sola aplaudiendo. Y luego, cuando ya salimos todos, aquello suena de una forma espléndida. Suena fuertísimo como si hubiera mucha gente más de la que puede apreciarse en las ventanas y balcones. A veces viene la policía local con sus sirenas y el estruendo pierde emoción, pero gana en decibelios. Y así cada día, pensando en la cifra de fallecidos que nos ha enumerado el telediario, en la cantidad de gente que lucha a vida o muerte en las UCIs, en los benditos sanitarios que pelean contra la enfermedad y contra ellos mismos para vencer esta batalla. Pensando, también, en los que aplaudimos y que con los aplausos tratamos de conjurar nuestros propios miedos y el espanto que la pandemia ha sembrado en nuestras vidas. Cada día me quedo mirando a quienes aparecen en las ventanas y pienso en quién será (al final, hemos podido poner cara a los vecinos de la acera de enfrente), si tendrán algún contagiado en la familia, si se les habrá muerto alguien. Les veo aplaudir con tanto entusiasmo que me contagian, me hacen sentir miembro de ese coro de agradecimientos, comulgando con ellos, sintiendo que estamos todos unidos en el mismo gesto de acción de gracias a nuestros sanitarios. Es un momento estupendo.
Y luego, cuando te recoges,
después de los 4 o 5 minutos de aplausos, entras en tu casa como más relajado y
animoso. Aplaudir a las 8 es la rutina que nos sirve para descontar
definitivamente un día más del calendario maldito del enclaustramiento. Después,
ya solo queda la cena y el relax de la postcena en el sofá. Y a esperar la cita
de mañana a la misma hora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario