Desde siempre me ha emocionado
este regalo y me maravilla aún más que una cosa de tan alto valor cultural y
afectivo se haya convertido en una tradición para todo un pueblo. En un país
tan complejo como el nuestro y en el que nos encontramos con tradiciones tan
primitivas como tirar una cabra desde la torre del pueblo o tirarte a la cara
harina con hormigas que muerden o apalear animales hasta la muerte, encontrarse
con que lo que se espera en el día del patrón es que regales un libro y una
rosa, me parece de otro nivel. Es la Cataluña que uno admira y lleva en el
corazón.
Y no es solo eso. Ahí están
también los castellets como otra de
las tradiciones populares. Es otra metáfora de lo que significa y supone una
cultura popular que valora el esfuerzo colectivo. Una base amplia de personas
(la pinya) que soportan a otras y
éstas a otras y así hasta llegar al niño o niña que asciende hasta la cumbre
del Castell (la enxaneta).
Emociona ver el entusiasmo que todos ponen, no importan si eres más fornido o
menos; la intensidad con que entrenan; el valor que otorgan al disfrutar en
grupo.
Nosotros lo hemos podido vivir y disfrutar directamente en la familia:
nuestra nieta Berta, de 8 años, es una valiente enxaneta que asciende con una seguridad y un ánimo contagioso piso
tras piso del tronc del castell hasta llegar a la cima, ponerse
de pie y abrir sus brazos mostrando la felicidad inmensa de haber completado la
proeza. Más felicidad, si cabe, sabiendo que también su madre está allí en la pinya del Castell, apoyándola y
aportando su grano de arena a la construcción de ese gran edificio colectivo.
¡Qué hermosura!
En fin, cosas de las que podemos
sentirnos orgullosos todos y de las que todos tendríamos que aprender. Los
tiempos y las posturas políticas han ido enturbiando un poco esa admiración y
siento, realmente, el corazón roto por sentimientos contradictorios. Llevo
tantos años trabajando con colegas catalanes (desde aquellos lejanos 80) en
temas como la Educación Infantil, la formación para el trabajo, la enseñanza
universitaria, la formación de profesores, etc.; he aprendido tanto de ellos y
con ellos; me han tratado siempre tan bien que, la verdad, la nueva situación y
los inevitables resquemores que se filtran entre las rendijas de las relaciones
mutuas te dejan hecho polvo. Las cosas cambian de tono y los afectos van
perdiendo nitidez y fuerza. Supongo que a mucha gente le pasa eso. Tanto entre
ellos como entre los que no somos de allí. Yo lo llevo fatal, la verdad.
Pero bueno, lo que hoy celebramos,
este S. Jordi que llega cada año con un libro, una rosa y un beso, es como un
regalo que merece la pena compartir y ponerlo en valor. Ojalá fuera una tradición
que traspasara los límites reducidos de Cataluña para ampliarse a todo el país. Es una hermosa tradición que todos nos
merecemos disfrutar.
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