Estos son días de tristeza global.
Días de esos en los que poco a poco todo se destempla y el desasosiego nos va
inundando como esa lluvia intensa e incesante que va ahogando la esperanza de
que la buena fortuna hiciera un milagro que alterara el avance natural del
desastre. En este tiempo, que es una especie de no-tiempo en el que lo único
que tienes que hacer es esperar que el tiempo vaya pasando, todo parece gris oscuro,
muy oscuro. Todo menos la risa.
Ayer oí en la radio una frase que
me encantó. La risa, decía el
entrevistado, te mete en la vida.
Eso es, pensé. Estos días oscuros escuchas algo gracioso y es como esas
apariciones del sol en días nublados. Pasan, una tras otra, las nubes que
ocultan el sol y, de pronto, aparece un hueco en el firmamento y el sol vuelve
a iluminarlo todo. Algo parecido a lo que han venido haciendo esos whatsapp
graciosos que han ido apareciendo en nuestros teléfonos. Unos con más gracia
que otros, claro, pero siempre con esa posibilidad de romper un poco la
preocupación, de mirar hacia otro lado, de no pensar, de reírte.
Ese efecto terapeútico de las
bromas me ha parecido siempre muy importante. Recuerdo que tras el
fallecimiento de mi padre, al volver del entierro a casa quedamos todos
exhaustos en la cocina de casa: mi madre (que no había querido ir por sentirse
mal), mis hermanos y sobrinos; éramos bastantes. Todos con los ojos llorosos y
seguramente cada uno con ganas de quedarse solo y dejar de mantener el tipo. Momentos
difíciles para mantener una conversación, pero no sé cómo, poco a poco (mérito,
sobre todo, de los jóvenes) alguien hizo algún comentario gracioso y no solo sonreímos;
y las anécdotas surgieron y empezamos a relajarnos e incluso surgieron algunas
risas. Mucho mejor eso que seguir en la pesadumbre. Estoy seguro que no
hubiéramos podido hacerle un regalo mejor a papá, él que disfrutaba como un crio
con todo lo que fuera gracioso, tanto daba si el chiste era bueno o no (le
encantaban las películas de Paco Martínez Soria que las repitió cientos de
veces y siempre se reía y disfrutaba con ellas). En fin, la risa como bálsamo
que estos días ha sido como un ungüento para suavizar la desazón de las
noticias y de las cifras.
Afortunadamente, cada día hemos
ido recibiendo decenas (y sí, decenas, en sentido literal) de vídeos e imágenes
graciosas e imaginativas. Imágenes y vídeos que inmediatamente reenviábamos a
todos nuestros contactos. A todos, incluso a los que nos lo habían mandado. Esto
funciona como el propio coronavirus, cada uno va contactando con muchos otros y
así todo se expande. Resulta gracioso ver que aquel mensaje con respecto al que
tú creías estar en el comienzo de la cadena, ya lo conocía todo quisque. Y
otros que enviabas tú, te volvían a ti al cabo de vete a saber cuántos reenvíos
en cadena. El mundo virtual es circular, desde luego. Y todo se multiplica, se
clonifica (que me digan a mí estos días que trato de ordenar los archivos de mi
ordenador y me encuentro con que cada archivo lo tengo repetido decenas de
veces, a veces con nombres distintos: un caos).
Comenzó alegrándome el aislamiento
aquella imagen del “A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, nos guíe en
el encierro dándonos su bendición”. Lo reenvié a los amigos con la coletilla de
“ni siquiera hay que cambiarle la letra”. También estuvo bien aquel otro que decía que “la
aplicación que me mide los pasos diarios me pregunta si me han secuestrado”. O
las varias que describían la posibilidad de organizar una tournée por el piso.
Pero la mejor, sin duda, tras tal cúmulo de información sobre el coronavirus es
aquella otra que decía “en un país donde cada noche vieja nos explican cómo comer
las uvas, que entendamos lo del coronavirus pinta chungo”. Y luego están los
millones de videos que han ido llegando, duplicados, triplicados. Habrá que
hacer una limpieza exhaustiva del móvil.
En fin, gracias a dios, tenemos
el humor y la simpatía como acompañantes durante estos largos días de encierro.
Es lo que hace que, al final, no estemos solos. La presencia de los otros se
hace constante, masiva, atrapadora. A algunos se les hará hasta agobiante. Este
es un encierro abierto, un oxímoron. Pero con todo ello, estoy convencido de
que la gente solo quiere ayudarse y ayudarnos. Necesitamos sentir que nuestros
amigos y conocidos están ahí, al otro lado de un whatsapp o un mensaje.
Necesitamos saber que nos siguen, que nos contestan, que comparten con nosotros
lo que ellos mismos van recibiendo. Y así, mensaje tras mensaje construimos
esas redes que traen información y trangalladas, pero, sobre todo, lo que traen
es una presencia virtual que acompaña. Y si los mensajes, o lo que sea, son
simpáticos y te hacen sonreir, pues es siempre un alivio. Y si te ríes, pues es
un chute de endorfinas que te alegrará el día.
La risa también va unida, generalmente,
a la generosidad, al deseo de alegrar y animar. Animar a los otros porque, como
decía el maestro a su discípulo, ésa es la mejor forma de animarse a sí mismo.
Por eso, renglón aparte merecen esos otros mensajes-vídeos-canciones que te
emocionan. Estos días que estamos con las emociones a flor de piel han sido
muchos los mensajes que te ponen al borde del llanto. Los hay de desesperanza
(algunos sanitarios que cuentan su desesperación) pero, los más, son de ánimo y
esperanza. Los italianos lo han sabido utilizar muy bien. Me han emocionado los
vídeos en que la aviación italiana anima a sus compatriotas. El grito de “all’alba
vincerò”, la imagen del “andrà bene”, la canzonetta del “faciamo finta che…”,
son la mejor expresión de ese corazón y esa sensibilidad enorme de la gente
italiana.
En fin, volviendo al inicio, la
risa nos mete en la vida, en todo lo que la vida tiene de humano. Bendita sea
la risa cuando todo a nuestro alrededor provoca angustia y pena. Aquí teneis un buen ejemplo:
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