La Sabeliña, aquel bebé pequeñito
y rechoncho que nos había enamorado desde que nació se ha convertido en una
niña preciosa, cariñosa, jovial e imprescindible. Ser la hija pequeña, la menor
de tres hermanas no debe ser fácil. Uno, una en este caso, tiene que hacerse
con habilidades especiales para poder sobrevivir a la influencia de los mayores.
Yo no tuve esa experiencia porque fui el mayor de siete hermanos (lo que
también tiene lo suyo), pero he podido comprobar que tampoco ser el pequeño o
la pequeña es fácil. De hecho, nuestra hija pequeña solo se atrevió a echarse a
andar cuando yo me llevé al mayor unos días de camping. Vio el panorama libre,
constató que nadie la iba a atropellar en sus primeros pasos balbuceantes y
comenzó a andar.
En fin, que tienen que ser
fuertes (de ánimo y de vitalidad) las pequeñas de la casa. Y Sabela, a los
pocos, se ha ido haciendo con su propio espacio y con una forma de ser muy suya
y diferente a sus hermanas. Le gusta, desde luego, que sus hermanas le atiendan
y le ayuden, pero defiende y gestiona bien su autonomía. Eso del “no es no” lo
tiene bastante claro. Con sus hermanas y con sus primos. Cuando se encuentra con su primo Matteo, unos
meses menor que ella, hacen una pareja muy igualada. Y los lloros y quejas se
reparten por igual. Entre ellos no hay machismo que valga. Juegan, se quieren,
se pelean, se buscan y rechazan con una energía muy simétrica.
Ahora, ella está orgullosa de
marcar con sus cuatro dedos la nueva etapa que inicia: cuatro, tengo cuatro,
abuelo. Y es como si hubiera conquistado una meta importante en su vida. Y,
seguramente, eso es lo que ha sucedido: día a día, mes a mes, ha ido escalando
esos primeros peldaños de su vida. Y cada uno de ellos suponía una conquista.
Ella quizás no es consciente de ello, simplemente va viviendo, pero quienes la
vemos desde fuera somos testigos de cómo va creciendo feliz e inteligente.
Pero si algo caracteriza a Sabela
es lo cariñosa que resulta. Especialmente con sus abuelos, pero supongo que lo
es con todos. Eso de que pregunte constantemente por “l’abuelo”, así con
apócope, que te busque, que adore estar a tu lado y sentarse en tus rodillas es
uno de los mayores placeres que la vida te puede otorgar. Uno es consciente de
que ese amor se les va a ir pasando a medida que se vayan haciendo conscientes
de tus debilidades de persona mayor. También es fácil entender que ese cariño
es una seña de identidad de ella y que, por tanto, no te lo puedes atribuir a
ti mismo (ella te quiere porque sale de ella el quererte, no porque tú te lo
merezcas especialmente), ni pensar que eres el único al que muestra ese afecto.
Eso te obliga a relativizar tus méritos y puedes disfrutar con ella sin
sentirte puesto a prueba en cada ocasión. Y evita los celos (qué cosa esta: con
la edad vas perdiendo los celos en relación a tu pareja pero van apareciendo
con tus nietos: que te prefieran a ti, que seas su preferido, que logres una
relación especial con ellos). Quizás porque los necesitas mucho.
Lo vi en México hace unos días.
Fuimos a comer a un restaurante. Frente a la mesa donde nos sentaron había una
mesa enorme preparada. Daba la impresión de que estaba destinada a un gran
grupo que irían a celebrar algún acontecimiento. Y así fue. Como suele
acontecer en México, el concepto de comida (almuerzo para ellos) no está muy
claro y la gente va llegando según le peta. La diferencia entre los primeros y
los últimos puede llegar a dos horas. Un caos. Pero fueron llegando. Eran
familias enteras con padres e hijos pequeños. Los primeros en llegar se
colocaron en una esquina de la mesa que era enorme. La siguiente familia,
también con niños, se sentó a su lado. Después vino una pareja de abuelos que
por el recibimiento entendimos que eran los que celebraban algo: quizás el
aniversario del abuelo. Pero lo curioso es que los abuelos se colocaron no a
continuación sino casi en la otra esquina de la mesa. Solos. Y según iban
viniendo se iban añadiendo a la esquina de las parejas jóvenes dejando a los
abuelos solos en la otra esquina. Me dieron pena los pobres. Los jóvenes
hablaban entre sí y atendían a sus hijos adolescentes. Los abuelos hablaban
solos. Y entonces llegó otra pareja y con ellos una niña pequeñita. Y fue la
niña la única que en cuanto vio a sus abuelos dio un grito “ABUELO…” y corrió
como loca a darle un beso. Bueno, dije, menos mal que vino la nieta. El pobre
abuelo, pese a ser el protagonista, resultaba invisible a todos. Menos a su
nieta. Eso es lo que marca la diferencia. Benditos nietos.
Y con Sabela esa sobredosis de
afecto es siempre un regalo. Pese a que no nos vemos mucho, cada encuentro es
un chute de afecto que sirve para compensar las dificultades y penas que hayas
podido ir acumulando. Una bendición.
Y así, entre miradas constantes
al whastapp para ver qué decían Torra y los ministros; entre precauciones
disimuladas para que los niños no contagien a los abuelos ni los abuelos a los
niños; así con esa aceleración y ansiedad que la situación nos ha ido
inoculando en las venas y en las neuronas, así hemos celebrado los 4 años de
Sabela. Los mayores estamos un poco tocados por el virus, pero ella lo ha
disfrutado sin remilgos. Está con sus
padres, sus abuelos y sus tíos; sabe que esto es solo un anticipo de la fiesta
que celebrará en unos días con más abuelos y más tíos… y tiene 4 años. Es la
niña más feliz del mundo. Se lo merece.
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