Y van pasando los días del encierro.
El nuestro comenzó el 15, así que hoy 19 hacemos el quinto día. Y aquí estamos,
en una especie de sopor (léase atontamiento) adaptativo, como tratando de
acostumbrarse al territorio mermado de nuestra casa.
Todo lo que está pasando es una
experiencia novedosa. Muy a contracorriente de lo que estamos acostumbrados a
hacer. Quizás por eso cuesta tanto la adaptación. El arresto domiciliario nos
ha privado de dos necesidades básicas para muchos de nosotros: la autonomía (el
que puedas decidir qué haces) y el aire libre. En mi caso que me paso la vida
viajando por América, cuando llego al hotel, lo primero que hago siempre es
dejar las cosas en el cuarto y salir a pasear para no deprimirme. Llego agotado
después de más de 20 horas de viaje, pero sé que si me quedo en el hotel a
descansar se me cae el alma a los pies y me desmorono. Así que salgo, aunque
solo sea, por seguridad, a dar la vuelta a la manzana y respirar. Así que
quedarme en casa sin poder salir, aunque sea la casa de uno, me está costando
bastante. Y supongo que a todos nos pasa un poco lo mismo.
Pero he de reconocer que, por
otra parte, tampoco es tan dramático. Uno se puede acostumbrar a este ritmo
cansino y sin compromisos. Te levantas cuando te peta (total, va a ser más o
menos a la misma hora de siempre); desayunas tranquilo sin el agobio de salir
corriendo al trabajo; te vas a tu ordenador para hacer quién sabe qué; te sientas
y te levantas a voluntad; y, así, casi sin notarlo, va pasando el tiempo. Luego
preparar la comida, la siestecilla y vuelta al vaivén del ordenador y las
pequeñas cosas del atardecer. No es que resulte emocionante, pero tampoco es
que te tengas que estresar.
Lo peor del encierro es, desde
luego, el motivo por el que estamos en él. Motivo indefinido y ajeno al inicio
(había que prevenir que los contagios se extendieran), pero que poco a poco se
ha ido llenando de ansiedad y miedo (evitar que nosotros nos contagiemos y
tengamos que acudir a un hospital desbordado con serio riesgo para nuestra
vida). Hemos hecho nuestro el peligro, podemos ser una de las muchas víctimas
que aún quedan por producirse. La situación es grave y estamos muy involucrados
en ella. Y los que tenemos la edad que tenemos, pues aún más porque somos grupo
de riesgo y grupo marginal (de esos que, en igualdad de condiciones con otros
más jóvenes, seremos descartados a la hora de acceder a un respirador). Chungo!
Lo mejor de estos días de agobio
es que, como sucede siempre, en las situaciones complejas aparece lo mejor de
nosotros. Lo mejor de la mucha gente buena que tenemos a nuestro alrededor. Las
dinámicas políticas de los últimos tiempos han exacerbado tanto las diferencias,
los desacuerdos, los odios, que han provocado una desconfianza generalizada
respecto a los otros. Cada quien agarrado a su bandera ha dibujado a los otros
de forma perversa como enemigos, como malas personas, como carentes de valores.
Y resulta que no, que hay mucha buena gente. Que todos podemos coincidir en el
aprecio mutuo cuando lo que nos estamos jugando es algo tan serio como la vida.
Siempre queda algún descerebrado que se aprovecha del mal ajeno, pero no son
tantos. Y así, en medio del fragor mediático del coronavirus han ido
apareciendo momentos emocionantes de apoyo mutuo, de comunión y compasión con
los otros.
A mí me emocionan cada noche los
aplausos a los sanitarios. Me emocionan las noticias de la gente que se ofrece
a ayudar a quienes viven solos y precisan de ayuda. Me emocionan los pequeños y
grandes empresarios que ofrecen su apoyo y se ponen a disposición de las
autoridades para lo que puedan aportar. Quizás sea un ingenuo que ve solo lo
bueno y no sabe distinguir las malas artes de muchos. Es probable, pero la
verdad es que lo que siento a mi alrededor es que tras estos días de encierro
la gente comienza a plantearse no lo jodida que está sino qué podríamos hacer
para encarar positivamente la situación, para ser proactivos y útiles para la
gente que lo está pasando mal. Han bastado unos pocos días para que empiecen a
correr correos y whatsapps sugiriendo iniciativas para ayudar a los demás: cadenas
telefónicas para llamar a quienes están solos; música y canciones en los
balcones para animarnos, textos de análisis que ayuden a entender mejor la
situación; ayuda domiciliaria a estudiantes que han de trabajar desde su casa;
voluntariado de diverso tipo. La dinámica cotidiana de la vida nos fuerza a una
supervivencia autoreferida y eso nos hace parecer egocéntricos y muy
preocupados cada uno por lo suyo (“aquí cada uno va a lo suyo, menos yo que voy
a lo mío”, decía con gracia un candidato a rector). Pero llegan momentos como
este y va apareciendo esa otra dimensión de comunidad, esos rescoldos aún vivos
de sentido colectivo y fraterno con los demás. En fin, la buena gente que
somos.
Buenos y, a la vez, creativos. Es
fantástico ver cómo la gente va afrontando el encierro y buscando soluciones
creativas a las necesidades que el encierro provoca. Los cientos de whatsapp
que estamos recibiendo estos días son la punta de ese iceberg de originalidad
que la gente posee. Hace unos días, mi nieta Iria cumplía sus 6 años. Una fecha
que ella había esperado con enorme ansiedad esperando la fiesta que celebraría
con sus amiguitas. Y todo se frustró. Con enorme desespero la niña aceptó que
no podría reunirse con sus amigas porque no se podía salir de casa. Y así
amaneció el día de su cumple, entre alegre por la fecha, sus nuevos 6 años y los
regalos, pero triste por no poder celebrarlo. Pero luego se acercó al balcón y
se encontró que sus amigas (las que vivían en su misma manzana) habían colgado grandes
carteles en los balcones de sus casas en los que la felicitaban. Me emocioné
cuando me lo contaron.
En definitiva, vamos por el
quinto día y esto tiene pinta de que se va a alargar. Poco a poco iremos
estableciendo nuestras rutinas y nos acostumbraremos a esta reclusión
domiciliaria. Aprenderemos a aburrirnos y a entretenernos. Podremos
experimentar eso que llaman la slow life,
es decir vida lenta, “pero el movimiento slow no significa ser
vago y trabajar poco. Significa tomarse la vida de otra manera, lejos de la
prisa que envuelve nuestro día a día. Significa disfrutar de cada acción, de
cada momento y de cada persona” (https://efectogreen.com/que-es-el-movimiento-slow).
Pues eso.
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