Una experiencia gastronómica
Ya sé que es un poco
contradictorio aprovechar la cuaresma para darse un capricho sensual. Va contra
la tradición cristiana, pero dado que tampoco andamos tan sobrados de
satisfacciones, nunca está de más aprovechar las ocasiones para concederse una.
La ocasión, en este caso, se lo merecía porque había llegado de México mi
hermano pequeño y su esposa que, además de otros muchos méritos (no sé si de
orden superior a éste o no), son grandes disfrutadores de los placeres sanos de
la vida. Los gastronómicos forman partes de esos placeres, así que establecido
el motivo, solo faltaba tomar la decisión.
Cosa compleja en Galicia eso de
escoger un buen restaurante. No porque no los haya sino, al contrario, porque
sobran. La cosa era decidirse bien por un placer más convencional (marisco,
pescado, carne) bien por algo más sofisticado (japonés, francés, nova couciña).
Y nos decidimos por esto último. Tampoco ahí es fácil la elección, pero como
son menos las alternativas tampoco nos duró mucho la duda. Y nos fuimos a Santa
Comba, al Retiro da Costiña.
Ya lo dice su propaganda (esta
vez, no engañosa) que comer allí no es sólo comer y bien, es toda una
experiencia gastronómica. Como todo en este mundo, el Costiña tiene sus
defensores y sus detractores, no deja indiferente y quizás ésa ya sea una de
sus principales virtudes. Para nosotros
no era una gran sorpresa lo que allí íbamos a vivir (la mayor parte de nuestros
amigos ya han pasado por sus mesas y nos habían contado su experiencia). Pero
para mi hermano todo resultaba significativo.
Llegar lleva su tiempo (primer
milagro: que una cosa así pueda sobrevivir a treinta y tantos kilómetros de la
ciudad y tras una carretera llena de curvas que te van sobando el estómago
hasta dejártelo al borde del vómito) pero luego, el lugar donde está ubicado te
compensa todos los sinsabores. A los 5 minutos es como hubieras llegado de casa
andando.Nos contaron que el restaurante lo inició la abuela, lo siguieron los padres que atienden ahora la cocina y tiene su futuro asegurado con los nietos,hemano y hermana, queson quienes te atienden con una amabilidad que desborda todas las demandas. En cuanto cruzas la puerta de entrada todo es hermoso y las personas
con las que te vas cruzando son todo simpatía (seguramente la mejor plusvalía
del lugar: la gente que la atiende, los padres y dos hermanos, él y ella, que
cumplen con su papel a las mil maravillas.
Manuel García |
Tras esa introducción, que en sus
protocolos debe ser corta pero que en nuestro caso duró mucho, subimos al
restaurante. Hasta ese momento nos había atendido el hermano; con el tránsito
al piso de arriba pasábamos al territorio de la hermana que era quien atendía
al comedor. Los padres tienen su reino en la cocina, por lo que nos contaron. La
hermana fue igual de simpática que lo había sido el hermano. A cada cosa que
decías ella respondía que “fantástico”.
Todo le parecía fantástico, contagiaba optimismo. Pese a que el menú degustación
tiene sus platos fijos, nos preguntó si teníamos alguna incompatibilidad
alimentaria y si en lugar de la propuesta oficial preferiríamos cambiar el
plato por alguna alternativa. Solo mi cuñada Rosy cambió uno de los platos,
pero en cualquier caso es un gesto de una gran consideración con los clientes.
Por otra parte, la verdad es que el menú que nos ofreció fue estupendo: 7
platos a cada cual mejor.
Comenzamos con (1) una vieira sin
concha con salsas especiales y anexos que ya no recuerdo pero que estaba
fantástica (mi cuñada la cambio por almejas que también merecieron grandes
elogios por su parte); siguió (2) una empanada de maíz deconstruída que contaba
con una base crujiente de harina de maíz y sobre ella navajas en su jugo y
trigueros, espectacular. Llegados a este punto mi hermano ya estaba rendido y
confesaba que, en su opinión, ya en aquel momento la experiencia superaba con mucho a la que había
vivido en otros restaurantes del máximo nivel. De tercero (3) nos trajeron un
combinado de boletus con queso de cabra y zumo de sirope que se mantenía al
mismo nivel que todo lo anterior. A la belleza de los platos y la combinación
de colores y olores se unía en cada plato la explicación llena de matices e ideas
sugerentes que nos daba la chica con esa voz suave y el tono dulce de las
gallegas (que en ella se veía, además, adornado por un ligero frenillo que le
añadía un toque mediterráneo fantástico). De los supuestos entrantes pasamos a
los platos fuertes y fue entonces cuando llegó (4) la lubina salvaje en salsa de
nécora y brotes de soja; aunque la lubina ya la conocemos más, la salsa le daba
un toque espectacular, fantástico. El pato fuerte (5) consistía en lomo de vaca
vieja al horno sobre base de patatas gallegas asadas. Lo de la vaca vieja
precisó de una explicación que atendimos ansiosos y puso las cosas en su sitio
(ella nos explicó que Santa Comba es una aldea rural gallega con muchas y
buenas vaquerías; los animales se matan o bien de terneros, antes de que
cumplan el año, o bien de animales añosos cuando ya han producido y tienen más
de 12 años; entonces la carne se deja en un secadero con temperatura controlada
durante 12 días para que se cure bien). Bueno, vieja o no, el lomo de la vaca estaba
exquisito. Y nosotros con el agua al cuello ya, después de los 6 platos y las
dos botellas de vino que nos habíamos metido entre pecho y espalda. Faltaba el
postre (7) que con solo nombrarlo ya comenzabas a salivar: un milhojas con
crema de no sé qué (a esas alturas uno ya se perdía en las explicaciones tan
llenas de matices). Fantástico.
De los vinos que ya se habían
escogido en la bodega, nada que decir. Fantásticos. Comenzaron con un Dávila L.
100 del 2009, alvariño de las Rías Baixas que tenía su tiempo de barrica pero
como no lo probé no sé decir (aunque las caras de mis co-comensales dejaban
entrever que también era fantástico). Yo seguí con mi rioja, un La Viña de Andrés Romeo
que mereció todo mi aprecio desde el
primer trago. No sé repetir toda su
historia en San Vicente de la Sonsierra, al pasar el puente, donde hay una viña
de vides muy especiales viejas y de las que el propietario, conocido del
somelier, hace 2000 botellas de un vino único. Lo del pedigree resulta
interesante pero, la verdad, es que el sabor que tenía el vino era
espectacular.
Y así fue corriendo la
experiencia gastronómica, de la que aún nos faltaba la tercera fase: el paso al
salón chimenea, un club donde puedes fumar tu puro y tomar en cómodos sofás tu
café y licores. El placer del tabaco ya lo dejamos hace tiempo y de los licores
solo quedan los castos, o sea, casi nada. Pero bueno, es una auténtico relax
quedarte allá un buen rato con tu café (también sobre una carta de cafés
especiales y sofisticados a cada cual más sabroso). Y luego los gintonic (y
nueva enciclopedia de ginebras) y los vodkas (y más sibaritismos).
En fin, no sé si una cosa así
entra o no en el catálogo de las cosas permitidas, pero lo que es seguro es que de
vez en cuando vienen bien. Se ve a la gente feliz, disfrutas, te asombras,
aprendes, saboreas, te olvidas de los problemas. Es verdad que no es algo que
puedas repetir mucho porque se escapa a tus posibilidades, pero de vez en
cuando merece la pena. Al final, si lo piensas bien, no es mucho más caro que
el que te metan una multa por exceso de velocidad. Y, sin embargo, es mucho más
divertido. Así que nos volvimos respetando escrupulosamente las velocidades y
dimos por buena y amortizada nuestra experiencia gastronómica. Fantástica.
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