Lo
de la “nueva normalidad” se va haciendo normal y poco a poco vamos recuperando
algunas de las rutinas que formaban parte de nuestras vidas. Igual que para
muchos, la ausencia del cine fue para mí un drama durante todos estos meses. Al
principio parece que la puedes compensar empachándote de series y subproductos
de la TV, pero no es lo mismo. Ni siquiera parecido. A quien le gusta el cine, le
gusta con toda su parafernalia (incluida la cenita posterior con tu pareja para
comentar lo visto). Vamos que el cine es más que cine y todo eso lo habíamos perdido.
Y se nos hizo largo, la verdad. Ahora el cine es menos fiesta de lo que era: con
entradas electrónicas, sin tocar nada, sin nadie a tu lado, sin palomitas (es
lo mejor, ¡qué silencio precioso en toda la sala!), todo muy controlado… Pero,
chico, estás allí en el cine, con los actores actuando en una pantalla grande,
volviendo a soñar en historias, sumergiéndote en ese universo envolvente de
luces y oscuridad, sonidos y silencios, historias y emociones. El cine, de
nuevo.
Claro
que, por ahora, la programación sigue en stand by y las salas van programando
lo que tienen a mano. A mí me tocó ver una peli viejilla, de 1976. Aún no había
nacido nuestro primer hijo que ya ha cumplido 43 añitos. Se trata de El
asesinato de un corredor de apuestas chino, de John Cassavetes que es, también,
autor del guión. De hecho, la han seleccionado y repuesto en el marco de un
ciclo de homenaje a Cassavetes. Así que hay que verla con perspectiva.
Lo
primero que sorprende, al menos a mí, es que se trata de un film muy largo. 2
horas y 20 minutos es mucho tiempo para el ritmo al que nos ha acostumbrado el
cine actual. Sigue habiendo algunas películas largas, pero casi siempre lo son
porque abordan temáticas complejas que requieren narrativas demoradas. No es
ése el caso de la historia que nos cuenta Cassavetes: un personaje del mundo
marginal, dueño de un cabaret, que buscando lucirse ante sus chicas se endeuda
en el juego cosa que aprovecha la mafia a la que debe el dinero para obligarle
a actuar como sicario y eliminar a un chino famoso. Hay que decir en su descarga
que, salvo momentos puntuales, la película se soporta bien. Podrían reducirse
algunos momentos de los sucesivos shows que se alargan en exceso, pero eso
significaría perderse la contemplación de culos y tetas, así que vaya lo uno
por lo otro.
En
realidad, la película no cuenta nada o lo que cuenta (viendo el título, se
diría que vamos a presenciar la anatomía de un crimen y sus consecuencias)
resulta secundario en la estructura del film. El chino muere, efectivamente,
pero su muerte es un episodio poco relevante y marginal en el desarrollo del
film. Podría haberlo contado una voz en off y no hubiéramos perdido nada de la riqueza
visual y narrativa del film. Yo creo que lo que le interesaba a Cassavetes era
contar una historia sobre el ambiente marginal, escandalizar al establishment con un voyerismo
explícito aunque contenido. Al finalizar, tienes la sensación no de haber
asistido a un crimen, sino de haberte colado en ese submundo marginal y macarra
de los cabarets y la mafia. Un submundo que es, a la vez, violento y cordial.
En él se mezcla la tiranía psicótica de los criminales, con el cariño de los
personajes mediosanos que sobreviven en ese ambiente.
Dicen
las crónicas que la película tiene componentes autobiográficos de su autor, que
en el fondo él quería contar algo parecido a lo que había sido su propia vida.
Me lo creo. El mimo con que retrata el compromiso del protagonista (por cierto,
un papel fantástico el que hace Ben Gazzara, aunque resulta un poco inexpresivo
y lineal, a veces) con su cabaret, el respeto y trato cariñoso con que se dirige a cada una de
sus chicas, el optimismo que desprende, la forma en que afronta los momentos
adversos…todo eso expresa vivencias que van más allá del buen dominio del
lenguaje cinematográfico. Al final, más que un Thriller es una película
intimista focalizada en la descripción de ambientes y relaciones.
En
resumen, se me ha hecho larga, pero me ha gustado. Lo que tiene de protesta
(los estriptís, la violencia, los personajes y cantos macarras del show, los
ambientes oscuros y cutres) puede parecer un poco trasnochado e ingenuo hoy en día, pero
hay que situarse en aquel lejano 1976 en que nosotros teníamos que viajar a
Perpiñán o Povoa de Varzim para poder ver películas un poco atrevidas.
En
fin, la gran alegría de hoy es que, finalmente, hemos recuperado el cine. Aún
está convaleciente la cosa, pero para empezar no ha estado nada mal. Y hacerlo
con Cassavetes le añade un mérito indudable. Que siga así la cosa, sin recaídas
ni retrocesos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario