Ya lo decía Gil de Biedma que,
mal que nos pese, ahora ya de casi todo hace más de veinte años. Y bueno, pues
menos mal, porque eso significa que ahí seguimos, que hemos tenido la suerte de
durar y así podemos gestionar los recuerdos y las cosas que sobrevivieron con
nosotros. Algunas de esas cosas duraderas tienen una importancia relativa, pero
hay otras que resultan esenciales: la salud, la familia, las amistades…
A eso voy, a las amistades de
larga duración, esas relaciones que quedaron tan firmemente establecidas en sus
inicios que pueden superar el desgaste del tiempo y mantenerse durante años.
Quisiera honrar con esta entrada de hoy a nuestro grupo de amigos y amigas que
se inició hace ya 50 años cuando, inocentes veinteañeros nosotros, cursábamos nuestros
estudios universitarios. Y ahí seguimos, ahora que todos vamos cruzando la
frontera de los 70. Es fácil entender que algo de especial tiene nuestro grupo
si, pese a los cambios que todos nosotros hemos ido teniendo en nuestras vidas
durante esos años, la amistad ha persistido viva y fuerte. Durante estos meses
de la pandemia nos hemos ido encontrando cada semana y ha sido como un chorro
de energía y apoyo que iba calmando la ansiedad del confinamiento.
Probablemente no se trata de un
fenómeno extraño en estos tiempos. Son muchas las agrupaciones de exalumnos, de
“amigos de…”, las quintas de la mili, etc. que se mantienen por años o se reencuentran
después de muchos años de estar alejados. Probablemente, los nuevos
dispositivos tecnológicos que permiten el contacto a través de redes sociales
tienen mucho que ver con este resurgir de las viejas amistades. Y no debe ser
ajena, tampoco, la necesidad que en este momento de relaciones superficiales,
superpuestas y transitorias, acabamos sintiendo de una pertenencia más seria y
duradera. ¡Quién sabe!
Yo he vivido esta situación como
algo tan natural que siempre pensé que los amigos lo eran para siempre. Que
surgían del azar, de momentos y situaciones privilegiadas en las que te
encontrabas con personas con las que sintonizabas y a las que acababas
queriendo. Y que una vez establecido el lazo, eso ya permanecía para siempre.
Cierto es que la edad te va enseñando que la vida es más compleja que todo eso y
que las relaciones va evolucionando (como la política) con una geometría
variable. Las afinidades de hoy se alteran mañana y lo que parecía eterno es
solo un espejismo momentáneo. Y, probablemente, eso ni siquiera es malo porque nos
ayuda a evolucionar, a descubrir a nuevas personas, a afrontar otros desafíos.
Sea como fuere, el caso es que nosotros sí que hemos durado. 50 años, que decir, se
dicen pronto, pero te pones a contarlos y es una lista enorme. Tiempo
suficiente para que sucedan muchas cosas en su interior.
El caso es que ahí estamos
nosotros, celebrando nuestras bodas de oro de grupo. Y siendo muchos de
nosotros psicólogos, somos bien conscientes de que mantener relaciones
duraderas no es fácil. ¿Cómo ha sido posible lo nuestro?; ¿qué tiene de
original este grupo que hemos sabido mantener durante tantos años?; ¿han sido la
suerte o la casualidad las que nos ha traído hasta aquí o es mérito de
alguien?; ¿y, de serlo, a quién deberíamos agradecérselo, a personas concretas
del grupo o al conjunto? Muchas
preguntas…
Toda esta temática de los grupos
me ha tocado explicársela a mis estudiantes porque es un tema relevante para
quienes van a tener que trabajar gestionando instituciones y organizando grupos.
Recuerdo que les gustaban mucho estos temas porque era fácil vincularlos con su
propia experiencia. Lo mismo que me sucedía a mí cuando se lo explicaba. Y esa
misma inquietud interior he sentido hoy al reflexionar sobre nuestro grupo. Ha
sido importante para mí, lo viví intensamente en sus orígenes y ese mismo
regusto vuelve cada vez que nos encontramos. La pertenencia a un grupo ocupa
siempre una parte importante de nuestra identidad y nos define de alguna manera.
Claro está que pertenecemos a grupos muy diversos y esa multiplicidad de pertenencias difumina
nuestra vinculación a cada grupo específico, pero aun así, hay grupos que te
dejan una marca indeleble. No es fácil saber por qué.
Eso es lo que me he querido
plantear hoy. ¿Cómo es que hemos llegado hasta aquí? ¿Qué tiene de particular
este grupo que lo ha hecho tan persistente?. Revisando cosas sobre grupos y mis
propios recuerdos resulta que podrían establecerse algunas condiciones para
que las amistades ganen en persistencia temporal. Obviamente la duración de los
grupos y la intensidad de su influencia en los miembros vienen condicionadas
por el tamaño y estructura del grupo, por la naturaleza de la relación, por las
actividades que realiza, etc. Pero en nuestro caso, ese tipo de aspectos son
los que son: un grupo pequeño, basado en el afecto, sin función específica que
cumplir salvo la de satisfacer el deseo de vinculación de sus miembros. Lo interesante es que partiendo de ahí
(al final son característica habituales de muchos grupos informales) podemos establecer una
especie de decálogo cuyos enunciados hacen más probable una larga vida del
grupo. Veamos:
- Basarse en experiencias compartidas gratificantes. Por eso, es más probable que duren las relaciones con origen en la juventud. La juventud connota positivamente a quienes compartieron con nosotros aquella etapa de nuestra vida que, normalmente, recordamos con visión positiva y mucho agrado.
- Mantener expectativas realistas. No esperar que los amigos puedan satisfacer todas nuestras necesidades y deseos. Las expectativas excesivas, al no cumplirse, generan frustración y ésa no es una base apropiada para una amistad duradera.
- Irse adaptando a las variaciones que el tiempo provoca en la relación. Las personas van cambiando con el paso del tiempo (en ideas, en conductas, en aficiones, en posicionamientos frente a la vida, en amores). Incluso la propia relación dentro del grupo va variando. En la vida de los miembros del grupo van apareciendo otras personas que provocan reajustes relacionales. Puede que el propio grupo cambie (alguien que lo deja o nuevos miembros que se incorporan) con los consiguientes cambios en las afinidades y coaliciones internas. En fin, si falta esa capacidad de “apertura” (openness) y “adaptación” se hace más difícil la supervivencia. Algunos grupos se blindan internamente para evitar ese riesgo (no admiten nuevos miembros, penalizan las variaciones, refuerzan el liderazgo) pero eso, en lugar de reforzarlos como grupo, les resta dinamicidad y los esclerotiza.
- Asumir como grupo las 4 grandes condiciones que se vinculan a la persistencia de la amistad: confianza, sinceridad, fidelidad, reciprocidad. No son condiciones fáciles de incorporar en la etapa adulta, pero sí en los años jóvenes. Por eso los grupos de juventud las establecen mejor en los inicios y después es más fácil tomarlas como referentes, aunque sea, simplemente, como cualidades virtuales más que reales. Se trata de condiciones fáciles de entender: la pertenencia al grupo y las relaciones con los amigos y amigas deben generar confianza y no desconfianza; debemos sentir que nuestra relación es auténtica y sincera, no interesada o buscando objetivos no declarados; las relaciones deben ser leales (no es fácil sentirse bien si sabes o sientes que tus amigos hablan mal de ti a tus espaldas, por ejemplo); y debe haber reciprocidad en la relación, que nadie trate de aprovecharse de los demás.
- Respetar el espacio personal de los demás. Nadie debería tomar decisiones que afecten a los demás considerando sagrado ese espacio ajeno. Y saber mantener una distancia higiénica cuando opiniones ajenas no coinciden con las mías. Confesar el incomodo si uno se siente capaz de decirlo y sentirse libre de divergir. No insistir en las propias convicciones si uno siente que molestan a los otros miembros del grupo (desplazar el ejercicio de esas convicciones a otros grupos que sintonicen con ellas). Las diferencias constituyen una riqueza del grupo, pero insistir en ellas puede debilitar la necesaria presencia de elementos compartidos que alimente la relación.
- Estar ahí en los malos momentos individuales. Poner en juego cotas relevantes de disponibilidad, aunque solo sea a través de la presencia, del abrazo, de la mirada cariñosa. Eso es lo que suele decirse: “en los momentos malos se descubre quiénes son tus verdaderos amigos”.
- Estar ahí y compartir los buenos momentos y reírse juntos. La risa es ese bálsamo que ayuda a suavizar los roces y a resetear los malos momentos. Las celebraciones juegan un papel crucial en el mantenimiento de la amistad y actúan como tónicos reconstituyentes en los momentos bajos. Quizás por eso es frecuente escuchar aquello de “lo que más me gusta de mi pareja es que me hace reír”. Claro es que se trata de reírse juntos, reírse con, no reírse de…
- Buscar tiempos y espacios compartidos, superando los trajines y urgencias de lo cotidiano. No resulta un compromiso fácil en las dinámicas agitadas con que acostumbramos a vivir, pero no se trata tanto de “estar junto” (dimensión espacio) sino estar ahí, dedicar tiempo al otro, permanecer en contacto, aunque ese contacto solo pueda ser virtual (dimensión tiempo). Ya hemos visto qué importante resulta esa disponibilidad en la situación de pandemia que hemos vivido.
- Sazonar de lírica la relación. Reconocer lo difícil que es crear lazos fuertes y duraderos y felicitarse mutuamente por haberlo logrado. Regodearse en los recuerdos, reforzarse por el mérito colectivo en permanecer juntos, hablar del grupo, de nuestra amistad, de los buenos tipos que somos y de lo bien que estamos juntos.
- Un liderazgo alternado, tenaz y movilizador. No suele ser bueno que siempre ejerza el liderazgo la misma persona o grupo. No es bueno para ellos porque sobredimensiona su protagonismo y tumoriza su narcisismo. Tampoco lo es para el resto porque los acostumbra a un papel de “followers”, a dejarse llevar y no implicarse en la toma de decisiones, a elaborar sistemas de identificación débiles con el grupo. Y lo que está claro es que un grupo de amigos y amigas se mantiene por años si se van sucediendo alternativamente el papel de movilizador del grupo, de gestor de iniciativas colectivas. Añadido esto, obviamente, a la necesidad de que todos, pero todos, colaboren y se esfuercen en lograr que el grupo sobreviva.
Son 10 aspectos que, si de algo
vale mi experiencia (cosa que harían bien en poner en duda), forman parte del clima
que las buenas amistades necesitan para afirmarse y permanecer. Claro que bien pudieran
ser otras las características a mencionar. Unas colegas de la UNAM publicaron un
Inventario de estrategias de mantenimiento de la amistad (https://www.aidep.org/sites/default/files/articles/R23/R232.pdf).
En cualquier caso, como sucede con los otros mandamientos, todos los
mencionados pueden reducirse a dos: quererse
y comunicarse. Los dos juntos. Quedarse en el simple afecto resulta insuficiente porque, al
final, el cariño va difuminándose, se va convirtiendo en un simple recuerdo que
da pereza recuperar. Lo que actualiza y renueva el cariño es, justamente, la
comunicación, el conocimiento mutuo, las experiencias compartidas, el
encuentro.
Si analizo nuestro grupo con los
anteojos de estas diez condiciones creo que nuestra valoración tendría que ser
muy positiva. Podemos sentirnos orgullosos
de lo bien trabadas que teníamos nuestras relaciones cuando comenzamos
(condición 1), de cómo nos hemos ido adaptando a los cambios (condición 3) y del
esfuerzo colectivo que hemos hecho para que el grupo se mantenga vivo (condición 10).
Hemos sido buenos chicos y chicas llorando y riendo cuando ha hecho falta
(condiciones 6 y 7) y aunque, a veces, la política y el fútbol enredan el
clima, tampoco llega la sangre al río y somos capaces de hacer retornar las
aguas a cauces de moderación y respeto mutuo (condición 5). Hemos celebrado
todo lo celebrable, hemos hecho por reunirnos cuantas veces hemos podido y,
cuando no hemos podido, hemos echado mano del “zoom” para nuestros encuentros
semanales (condición 8). En fin, que la edad nos ha enseñado a no volvernos
locos y a saber ajustar nuestras expectativas con respecto a lo que podemos dar
y recibir de nuestros amigos: a la vista está lo que pasa con el álbum de los
50 años (condición 2). Y, desde luego,
todo eso de la confianza, sinceridad, fidelidad y reciprocidad, aunque son
valores abstractos y genéricos, forman parte de nuestra agenda común de líneas
rojas y ni siquiera nos planteamos que alguien pudiera saltárselas
(condición 4). En definitiva, que somos unos tipos estupendos que hemos tenido
una suerte enorme en encontrarnos, querernos y mantenernos en contacto durante
tantos años (y con esto cumplimos de sobra la condición 9). Así que diez de diez. No está mal para una
trayectoria tan larga y llena de incidencias.
Nos merecemos una fiesta. Y un álbum.
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