jueves, mayo 08, 2014

CRUCERO 4- SANTORINI




Santorini ha sido una sorpresa desde todos los puntos de vista. Apenas sabíamos nada de ella (salvo que todos nuestros amigos que ya han hecho este crucero decían que es preciosa). Y la verdad es que resulta de una belleza natural asombrosa. Responde muy bien a esa idea que uno se hace, a través de las películas, de lo que puede ser una isla griega.
El día comenzó temprano y nos hicieron madrugar. Además, en esta ocasión el barco no atracaba en puerto sino que anclaba en plena bahía con lo cual el desembarco lo haríamos a través de lanchas. Una emoción añadida. Así que para evitarnos riesgos, esta vez, nos apuntamos a la excursión oficial. Mejor llevarlo todo ya organizado. Y así fue, a la hora prevista (nosotros antes, aunque nos pesó) nos presentamos en el lugar de la cita (el salón de actos del barco) y allí tras algunos trámites en los que te asignan a un grupo y un autobús nos pidieron que esperásemos. Se hizo larga la espera. Y como suele pasar en estos actos, mientras los otros grupos (ingleses, alemanes, japoneses, etc.) estaban allí como clavos media hora antes, los italianos y españoles que íbamos juntos fueron llegando a cuentagotas. Total que fuimos los últimos en salir, pasada media hora de la prevista. Los controles consabidos y derechos al autobús (el 23  era el nuestro, de los que hablábamos español).
El trayecto hasta el puerto era corto pero, aun así, a algunos se les hizo muy cuesta arriba. Una mujer que iba con su hijita (de año y pico) se mareó y la pobre lo pasó fatal. Menos mal que entre la abuela y los que íbamos a su lado pudimos entretener a la niña y ayudarla a salir la primera. Una vez en el puerto, subimos al autobús y al ratos nos incorporamos a la fila enorme de autobuses que comenzaban la gira del día.
Santorini es una isla cortada casi en vertical. Las casas están en la cima. Así que salir del puerto es comenzar a avanzar en S subiendo todo el frente de la Isla. No sé si hablaban de 750 ms. De desnivel. Se puede subir (y bajar) a través de una escaleras (580 escalones, ya nos habían advertido que era una tarea solo para cachas), en funicular y en autobús, como nosotros. La verdad es que ya ese inicio de jornada fue espectacular porque vas zigzagueando con una vista cada vez más amplia y rica de la ensenada. A  parte de ese paisaje fantástico, Santorini (con 12.000 habitantes en toda la isla, aunque en el verano puede llegar a los 70.000) está compuesto por dos ciudades principales. La capital, Fira, que está justo en la mitad de la isla, encima del puerto de donde nosotros partíamos, y Oia es una de las puntas. El plan era llevarnos primero a Oia y regresar posteriormente a Fira.
Nos tocó una guía un poco pelma (a veces, querer hacerse la graciosa solo hace que resultes patética y eso le pasó a ella insistiendo en tópicos) pero de algunas cosas pudimos enterarnos con ella. Por ejemplo que lo más famoso de la isla son los vinos (la isla es volcánica y su forma de cultivar los vinos recuerda mucho a Lanzarote), los tomates (los probamos y no conseguimos descubrir cuál era su maravilla), las aceitunas (que, efectivamente, eran de esas un poco arrugadas y estaban muy sabrosas) y el queso Feta (nada del otro mundo para quienes amamos los quesos por encima de todas las cosas). También cantó las alabanzas, justas, de los lácteos griegos, sobre todo de sus yogures. Salvo estas cosas, no pudimos sacarle mucho más. Bueno sí, que no nos veía con capacidad para poder volver de vacaciones a la isla porque las habitaciones de los hoteles cuestan 2000 euros la noche (¡una exageración!, me pareció) y que, desde luego, por menos de 250 euros no se duerme ni en casetas de perro. Contó también que la gran erupción del volcán fue en 1956 en que quedó prácticamente destruida la isla. De hecho parte de ella desapareció. Y lo que hoy existe es fruto de los programas de reconstrucción que se llevaron a cabo a partir de ese momento. Tendré que consultar en fuentes más acreditadas de cómo fue la cosa.
Lo que resulta cierto de toda certeza es que Oia es un lugar espectacular. Casitas blancas colgadas unas sobre otras sobre el acantilado que da al mar. Construidas sobre terrenos calcáreos de roca volcánica clara. Como se verá en las fotos uno podía deleitarse con ricones realmente bonitos. Lo peor de todo era tener que ir casi en fila india porque las callejuelas estrechas estaban desbordadas con tanta gente que habíamos llegado del crucero, todos juntos. Y no solo estaba nuestro barco, también había llegado detrás nuestra otro crucero con sus miles de personas todas en grupos y caminando como rebaños. Comentaba después un mejicano que había querido ir a mear a un urinario y había tenido que hacer una cola de más de media hora (y ha tenido usted suerte, le dijo la guía, en verano habrían sido dos horas). No merece la pena ver cosas tan lindas en medio de tanta gente. No puedes saborearlo.
En el pueblo había una iglesia ortodoxa y fue una buena oportunidad para recordar otras iglesias de ese rito que había conocido en Helsinki. Todo muy distinto a nuestras iglesias, más recogido, con más rincones y más espacios como ocultos. Por cierto que otra de las gracias que nos contó la guía era que en el rito ortodoxo uno se puede casar hasta tres veces (con distintas mujeres u hombres, se entiende, y por la Iglesia, claro). Lo contaba porque alguien le había dicho que quería convertirse a ese rito para poder casarse de nuevo. Bueno, eso es fácil de entender: los curas ortodoxos se pueden casar y ellos ya ven desde dentro los vaivenes que dan los matrimonios (también los suyos) y, por la cuenta que les trae, son más flexibles. Digo yo que será por eso.
Bueno, tras Oia y encantados, regresamos a Fira pero pasando antes por una bodega de vino donde nos ofrecieron una degustación. Preparar una degustación para tantísima gente no es fácil. Los primeros que llegaron arramplaron con los pocos pinchos que pusieron para acompañar al vino. Y luego a medida que iban reponiendo algo, la gente se lanzaba hambrienta a pescar algo. Luego resultó que había para todos. Y hasta pudimos repetir, incluso vino, cuanto quisimos. El vino bebedeiro, sin una gran cosa. Había un blanco que yo no probé pero que tampoco recibió muchas alabanzas (aunque, de la gente de la excursión, yo creo que se podían contar con los dedos de la mano los que sabían algo de vino, y eso contándome yo). Parece ser que tienen, también lo ofrecieron pero yo no lo probé, una cosa que llaman “vino santo” (una especie de “vino de misa”, dijo la boba de la guía) que quiere ser una especie de jerez y que no estaba mal.
Fira, la capital de la isla, es algo parecido a Oia. Más grande y más tumultuosa. Todo organizado para el turismo, por supuesto. Las calles son comercios encadenados con souvenirs y cosas que los turistas puedan comprar (pero no se veía a nadie comprando, no sé si al final les será rentable). Y, claro, todo a precio de turista. El café a 3 euros, un yogur con frutas a 7 euros. Caro.
Ya he dicho que viajar produce mucho estrés. Más aún cuando se viaja en multitud. El regreso al puerto debíamos hacerlo bien bajando por los 580 escalones (cosa que yo pensaba hacer) bien en el funicular. Y nos habían advertido que el último bote para el barco saldría a las 4 de la tarde pues zarpábamos a las 4,30. Bueno pues fue llegar a Fira y hacerle una enorme cola para tomar el funicular. Faltaban casi hora y media para las 4 de la tarde pero ya estaba la mitad del grupo (cientos de personas) impacientándose por no perder el funicular y luego el barco. Puro estrés.
Aún nos dio tiempo a dar una nueva vuelta por la ciudad y sentarnos cómodos a tomarnos un cafecito y el yogur con frutas (caro, pero delicioso, hay que reconocerlo). Después nuevo paseo y aprovechando que pasábamos por cerca de las escaleras de bajada (me ahorré medio centenar) yo me animé a ir bajando los 550 escalones que me faltaban. Elvira se fue al funicular. Al poco me encontré con los burros (cientos de ellos, parados en los escalones a la espera de alguien que requiriera su servicio para bajar). Era llamativo ver tantísimos burros y mulas allí orillados. El olor, nauseabundo. Bueno pues resulta que también ellos suben y bajan por los escalones (son escalones, de esos de dar dos o tres pasos para pasar de uno a otro; no eran simples peldaños). Me tropecé con varios que no solo subían los escalones con gente en su grupa, sino que los subían trotando).Y se tienen tan aprendido el camino que ya van por la esquina (aunque los cabritos buscando siempre la mano corta al coger las curvas) y si ven que sube gente que va a tropezar con ellos, se paran un momento para dejarte pasar. Eso sí, un olor infame durante todo el trayecto (por otra parte, precioso, pues igual que había hecho el autobús para subir en zig-zag, lo mismo hacían los escalones). La verdad es que no resultó nada costoso bajarlos. Tardé diez minutos en llegar abajo. Y sin correr. Y me crucé con señoras que bajaban con un bebé en brazos y otro niño agarrado de la mano. Así que no era difícil.
Bueno, una vez abajo, nuevamente la lancha, llegada al crucero, más controles y tranquilamente a la habitación a descansar. Por la noche tuvimos un espectáculo musical muy entretenido, mitad música y baile, mitad acrobacias gimnásticas. Todo en torno a los piratas. Y de allí a clase de baile, esta vez merengue. Bueno, estuvo chupado porque el merengue ya lo tenemos asumido hace tiempo, pero siempre viene bien recordar. Y disfrutar un poco. Luego la cena con los compañeros de mesa (es curioso cómo en tres cenas que llevamos ya vamos haciéndonos amigos, sabiendo cada vez más unos de otros y pasándolo bien).  En el fondo somos buena gente.
Y aunque las ofertas seguían en las distintas salas y puentes del barco, lo que más te apetece a esas horas es ir a la piltra y leer un poco. O lo que sea.
Llevamos ya tres días y medio de crucero. Estamos en el ecuador. Hemos visto cosas realmente preciosas. Y, sin embargo, lo mejor de todo es el mar. Ese mar nocturno, perlado de las espumas que va dejando el barco, sinuoso y susurrante. Hermoso, el Adriático, oiga!.

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