La primera etapa nos llevaba hasta Bari.
La noche fue bien tranquila. De hecho, cosa insólita, nos despertamos casi
a las 10. Ese mecer constante del mar tiene algo de narcótico. Enseguida al
desayuno donde nos encontramos con cientos de personas que tenían la misma
idea. Menos mal que el restaurante para
desayunar es tan infinito como el barco. Tienes que andar, andar, pero al final
siempre encuentras una mesa.
Luego la mañana fue para
reconocer los espacios. Pero ya tuvimos poco tiempo. A las 11 avistamos Bari y
a las 12 estábamos ya en el puerto y dispuestos a salir de turisteo. Ya
conocíamos Bari, así que fue como un paseo para recordar. Cometimos el error de
contratar un autobús de excursiones que te prometía llevarte al centro, pero resulta
que el centro estaba a 400 ms. 7,5€ por cabeza por ese paseíto. Fue la primera
novatada (aunque es difícil evitarlas aquí pues te cobran por todo).
En Bari ya teníamos nuestro plan
de visita al margen de las excursiones. En primer lugar a San Nicolás que por
algo es el patrón de los imposibles y, según Elvira, desde siempre les sacó a
su familia de muchos apuros. No sé si la mía era también devota del santo,
aunque en Pamplona San Nicolás tiene una
importante Iglesia. De todas maneras, nos equivocamos y fuimos primero a la
Catedral, un edificio muy interesante con esos toques bizantinos tan frecuentes
en el Sur de Italia. Luego dimos enseguida con San Nicolás y callejeamos por el
barrio antiguo de Bari. Resultó interesante porque son callejuelas muy
apretadas y curiosas. Un poco degradadas. Una japonesa iba fotografiando la
ropa que estaba tendida sobre la calle. Le debió llamar la atención.
De todas formas, el encanto de
estos lugares se pierde cuando te ves formando parte de una marea humana de turistas
que van todos juntos caminando en fila y fotografiando todo cuando sale a su
encuentro. En realidad, habíamos desembarcado dos cruceros. El nuestro más
grande y otro un poco más pequeño pero también enorme. Así que de pronto
aparecieron en la ciudad 5000 personas, cámara en ristre y circulando todas por
las mismas rutas. En el caso de Bari, calles estrechitas. Desesperante. Así que
nos sobró tiempo y ya que nos despedíamos de Italia decidimos que la mejor
opción era entrar en un restaurante y disfrutar de una buena pasta y pizza. Fue
una solución acertada: la pasta estaba buena y la pizza excelente.
Desde donde comíamos podíamos ver
nuestro barco. Tuvimos dudas de si volver andando o regresar en el autobús de
la estafa. Nos decidimos por la última opción (quizás como venganza contra
nosotros mismos por haber hecho el primo contratándolo) y, nuevamente, nos
equivocamos. Llegamos cuando ya se había llenado uno y nos tocó esperar hasta que llegara el
siguiente. Total 15 minutos o más de espera para 5 minutos de viajes. Ya
embarcados aún pudimos descansar un poco antes de ponernos de nuevo en marcha.
El crucero está lleno de
actividades. La verdad es que no se da hecho. Es un estrés tener que elegir
entre tantas opciones. Nos fuimos al teatro (hay un teatro impresionante,
difícil de imaginar como algo metido en un barco: tiene platea y dos pisos de
butacas; un escenario enorme y todo lo necesario para actuaciones de alto
nivel). Hacen dos sesiones: una primera para los que cenamos en el segundo
turno y una segunda para quienes cenan a las 6,30 de la tarde (guiris
centroeuropeos y norteamericanos, obviamente). La animación de hoy eran
canciones italianas de esas que hemos escuchado toda la vida. Los cantantes
eran magníficos y los cantantes, aparte de hacerlo muy bien, fueron capaces de
meternos a todos en el lío. Lo pasamos excelente. Al salir del teatro fuimos a
dar a un pista de baile donde se daba clase del baile italiano típico (hoy ha
sido el día de Italia), la tarantela. Media hora divertidísima de clase en la
que hemos aprendido los pasos básicos de la tarantela. Muy divertido. Y de allí
a cenar. Ya sabemos cuál es nuestra mesa (hoy los uruguayos nos han faltado,
seguramente se han ido a algún comedor temático) y nuestro camarero filipino,
aunque nos hemos encontrado con la sorpresa de que al filipino lo han dejado
para servirnos el pan y quien nos atiende los pedidos es un hondureño que ya
nos entiende. La cena también con su toque italiano. Cada noche te avisan de
cuál será la ropa apropiada para la cena de cada día. Hoy nos tocaba llevar
ropa con alguno de los colores de la bandera italiana: rojo, verde o blanco. La
cena ha estado bien (muy bien, diría yo) y al final nos han obsequiado con una
nueva sorpresa italiana: ha entrado una ristra enorme de camareros
perfectamente uniformados con colores de la bandera italiana y cada uno de
ellos llevando un enorme tiramisú que luego nos han repartido. Exquisito.
La dopo-cena te ofrece muchísimas
alternativas. Hemos ido a caer a un salón con pista de baile donde, nuevamente,
el equipo de animación dirigía bailes diversos. Nos hemos unido al grupo y allí
hemos estado disfrutando hasta agotarnos. Y de allí a la cama, a dejarse mecer
por este mar Adriático, amable y tierno.
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