Nueva aventura en la agenda de
este servidor de ustedes. Esta vez, con elementos bastantes particulares: ¡de
nuevo Cuba, hermano!
Viajar a Cuba siempre es
apetecible. Quizás más antes que ahora, pero Cuba sigue estando en una posición
central en el imaginario de muchos de nosotros. Solo que esta vez todo tiene un cierto aire de contrasentido:¡qué pinto yo en un Congreso de
médicos!!! Mira que les advertí desde el
inicio, desde su primera invitación: yo no soy médico, pero aquí en Santiago
tenemos gente muy valiosa a la que ustedes podrían invitar. Incluso les mandé
el email de mi amigo Juan Gestal para que redirigieran a él su invitación. O
nuestro Rector, al que supongo que le encantaría viajar a Cuba y reforzar las
relaciones que ya tenemos con las universidades de aquel país. Pero un hubo
manera, insistieron en invitarme a mí personalmente. Incluso, y eso sí que es
milagroso, me dijeron que correrían ellos con todos los gastos. ¡Increíble! La
invitaciones cubanas son solo semi-invitaciones. No pagas la inscripción al
Congreso (solo faltaba que invitándote ellos tuvieras que pagar la matrícula)
y, si el interés es grande, incluso corren con los gastos de hotel y
alimentación. Pero en este caso, aunque no me lo llegué a creer hasta el final,
hasta prometieron correr con los gastos de viaje. Un milagro, ya digo. Eso sí,
primero lo tenía que pagar yo y después me darían un cheque para ir a cobrarlo
al un banco cubano. Ya veremos cómo va esta segunda parte.Temblando estoy.
El caso es que aquí estoy. Tras
un viaje complicado (tuve que volar hasta México ante la falta de vuelos
directos a La Habana), hacer noche allí porque ya no había vuelos a la Habana
cuando yo llegaba a México y a la mañana siguiente seguir ruta hasta aquí. Un
viaje largo en el que sobrevuelas Cuba para llegar a México con la perspectiva
de volver hacia atrás dos horas y media para alcanzar tu destino. Con todo es
verdad aquello de que no hay mal que por bien no venga. Recalar en México,
aunque fuera unas horas me dio la posibilidad de encontrarme con colegas y
poder ponernos al día en iniciativas y afectos. Además, descansar una noche
antes de reiniciar otro trayecto siempre te relaja un poco.
Volar de México a Cuba es una
experiencia que tiene lo suyo. Cuba pone tantas cautelas como si fueran los
EEUU para la gente que quiere que viajar allí. Por ejemplo, tienes que sacarte
una VISA. No es la primera vez que viajo a Cuba pero eso de la Visa no lo había
oído nunca. Me lo avisaron el vienes por la tarde (yo viajaba el martes) y
entré en estado de pánico. Ya estaban los billetes comprados, el lunes tenía
que ir al hospital para hacerme una resonancia magnética lo que me llevaría toda
la mañana y el martes a primera hora salía mi avión. ¿Qué demonios hacía con la
Visa? Debe ser verdad eso de que Dios aprieta pero no ahoga. La agencia de
viajes me dijo que podría obtener la Visa el lunes por la mañana en el
consulado de Cuba en Santiago (ni puta idea de que hubiera un consulado de Cuba
en Santiago de Compostela; cabreo supino pensando que, la semana pasada, para
obtener la Visa a México yo había tenido que concertar una cita, viajar a
Madrid, perder todo un día y gastar más de 500€). Pero esta vez la cosa
salió bien y tuve la bendita Visa y los complementos que ese trámite añade como
el seguro de viaje y de salud, etc. Una pasta. Luego resulta que el viaje a Cuba tiene sus
reglas (todas vinculadas al sacarte dinero o al control), lo que significa que
no puedes sacar tus tarjetas de embarque por Internet. Ya estaba temblando. Me
conozco Aeroméxico y ya me ha tocado presenciar muchos dramas de última hora de
gente que se encontraba con un overbooking y sin plaza para volar. Así que una
vez en el DF quise hacer lo primero la tarjeta de embarque para el día
siguiente. Eso significa cambiar de terminal y tener suerte en que no haya
mucha cola. Pero no fue posible. Me dijeron que esas tarjetas de embarque no se
daban hasta el mismo día por cautelas oficiales. Y que no se podía sacar por
Internet. Pero alguien no se entera y/o todo es una trampa, porque sí pude entrar
en Internet esa noche a última hora y vi angustiado que ya estaban todas las
plazas otorgadas, menos tres. Conseguí una de esas plazas en salida de
emergencia. Pero, claro, como estaba en el hotel no pude imprimirlas y cuando
lo intenté a la mañana siguiente, lo que salió fue un churro. Así que ya vi que
me tocaba madrugar y marchar al aeropuerto pronto en la mañana. Eso hice y me
dieron mis tarjetas advirtiéndome la azafata de tierra que no se explicaba cómo
yo había sido capaz de sacarlas por Internet porque eso era imposible (vamos
que según las reglas no se podía hacer; pues sí se podía y además no era verdad
que las plazas se dieran solamente el día del vuelo porque los asientos estaban
ya todos dados un día antes).
El vuelo fue bien. Se sentó a mi
lado una señora joven. Me pareció que traía pasaporte español por el color de
las tapas pero luego, cuando nos repartieron los protocolos de inmigración,
ella dijo que era residente mexicana. Me pidió el bolígrafo para rellenar solo
lo de Aduanas (yo tenía que cumplimentar tres documentos). Se lo dejé pero
apenas hablamos durante el viaje. Los dos dormimos un rato, leímos, ella no
quiso el pequeño brunch que nos ofrecieron, solo frutos secos. En un momento,
ya llegando, hubo turbulencias y los pilotos nos pidieron que estuviéramos
sentados y con los cinturones abrochados. Ella se mostró muy temerosa y se agrarraba al asiento como si fuera su tabla de salvación. Y fue ahí
cuando comenzamos a hablar. Que no le gusta volar, que le daban mucho miedo
esos movimientos del avión… Yo la animé diciéndole que no era nada, una nube.
Vamos, lo normal. Y esa pequeña intimidad nos permitió iniciar una conversación. Le pregunté si era mejicana y me
dijo que no, que era española. Gallega, me dijo. No me digas, le dije. Y de
dónde. De la Coruña. Increíble, le dije, De dónde, de Mazaricos. Pero ya llevo
10 años en Cuba. Luego me tocó a mí decirle que trabajaba en la USC. Hombre, me
dijo ella. Yo estudié Historia en Santiago. Y luego pasé un tiempo aquí en Cuba
trabajando en temas vinculados a la cultura y la inmigración. Pero me casé, me
dijo, y ya me quedé aquí. ¿Das clases de Historia?, le pregunté. No, trabajé un
tiempo en cosas de emigración pero después tuvimos gemelas y ahora me dedico a
preparar los conciertos de mi marido que es músico. Un gran cambio, pensé. Quizás lo conozcas, me dijo humilde, porque
es bastante famoso, se llama Pablo Milanés. No le di un abrazo de milagro.
Quizás no le guste que la reconozcan por su marido, pensé imaginándome una
situación similar con mi mujer. Pero enseguidá comencé a insultarme: soy idiota, dos horas y media sentado al
lado de la mujer de Pablo Milanés y yo haciendo el gilipollas sin charlar con
ella. Claro que los 15 minutos que faltaban dieron para mucho. Me enteré de que
acababan de hacer una gira por España
presentando su último disco (ya no tan reciente, me dijo), de que él no piensa
ni por el forro emigrar, que no aguanta más de tres meses fuera de
Cuba, etc. etc. Hasta nos dio tiempo para hablar de los novelistas cubanos
actuales y que me recomendara tres novelas interesantes.
Pero, en esas, ya estábamos
desembarcando. Y hete aquí que tomamos el finger y al salir, antes de tomar el
pasillo para llegarnos a los controles de inmigración, nos tropezamos con un
tipo de protocolo con un cartel con mi nombre. Como en los viejos tiempos,
pensé, cuando llegábamos a Brasil y nos llamaban por la megafonía antes de
salir del avión. Pues nada, saludé al tipo que me esperaba y le seguí. Me llevó por un camino distinto al resto de la gente hasta la sala de autoridades. Me pidió el pasaporte y él se encargó de pasar por mí
el control de inmigración y la aduana. Me invitaron a un café y, al poco,
llegaron dos rectoras que formaban la comisión de bienvenida para llevarme al
hotel Comodoro que es donde residiré estos días de Congreso. Me entregaron una carta que contenía la
invitación del Ministro de salud para cenar esta noche. Le dieron tanta
importancia a la invitación que creí que casi era un convite particular: vaya
pensé, se lo han tomado en serio los cubanos esta vez; ¡qué honores! Luego,
cuando leí la carta, ya vi que me habían situado en la mesa 12. A tomar por el saco la intimidad. ¡Menos lobos, migueliño, pensé enseguida, la cosa está bien pero no es
para subirse a la parra!
El hotel Comodoro está en Miramar
una zona que ya conocía. Tiene una playa propia, aunque hoy el mar estaba
destemplado. Me han colocado en un bungalow y me han asignado un chofer
(también esto como en los buenos tiempos de la Ulbra en Porto Alegre). Aún me
dio tiempo de ver cómo ganaba el Madrid, de dormir un poco, de darme un baño en
la piscina y de estar a la hora previsto en perfecto estado de revista para
acudir a la cena (toda llena de ministros de salud, representantes de gobiernos,
rectores de universidades extranjeras y gente muy importante). Era, efectivamente, una cena exclusiva para autoridades. Y no he podido sino
volver a pensar qué demonios hago yo en un sitio como este. Había más de 29 ministros de educación, muchos embajadores, rectores de universidades. En fin, la leche. Pero no conocía a nadie y ni sabía cómo entablar conversación. ¿De qué se habla con un ministro de salud asiático o africano?
Y en eso llegó el
Rector de la Universidad de Puerto Rico y nos pusimos a hablar mojito en mano.
La cena estuvo bien, muy cubana: un quiche de entrada, una crema, un plato de
atún rojo y tarta de postre. Vino chileno del Maipu y algo de ron para los más
viciosos al final. En mi mesa, la 12: un alto representante de la sanidad
cubana como jefe de Mesa, otro director nacional de formación de recursos humanos en el
ámbito sanitario, el ministro de salud de Sudán, el Rector de
la Univ. de Puerto Rico, una alto cargo de sanidad del norte de Francia, y este
chaíñas servidor de ustedes. Menos mal que uno ya ha aprendido a hablar como
alguien importante. Estoy convencido de que al final se creyeron que yo estaba
a su nivel. La francesa hasta me dio un beso de despedida. O se lo di yo a
ella, no sé. Salimos afuera y allí a esperar cada uno de nosotros a su chofer y
su coche: ¿60 coches con 60 choferes? Todos los cohes mercedes o audis, no se
vayan a creer. Era impresionante ver aquella fila de coches de alta gama. Con
lo sencillo (y barato) que hubiera ponernos un autobús e irnos dejando por los
hoteles.
Y ahí acabó el primer día.
Interesante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario