De nuevo en el avión. Como si
fuera una necesidad. Como si fuera una condena. Y quizás tenga algo de ambas
cosas. A pesar de las presiones para que baje el ritmo de viajes, a pesar de
que no sabría explicar por qué acepto las invitaciones (lo que me lleva a
preguntarme a mí mismo, con mucha frecuencia, cuando estoy en esos lugares de
Dios, “¿qué demonios hago yo aquí?”), a pesar de que llegado el día de viajar
con gusto renunciaría a hacerlo porque me entra una pereza que me muero, pues
bien, a pesar de los muchos pesares aquí estoy de nuevo, camino de México. Un viaje de cuatro días, para dar dos
conferencias a personas que no conozco, o quizás sí pero de esos conocimientos
puntuales y efímeros de que te han oído en alguna intervención o han leído
algún libro mío. Esto sería muy estimulante hace 20 años. Hoy casi lo llevo
como una cruz. No me pregunten por qué.
Así de compleja es la vida, a
veces. O, al menos, la mía. Y no es solo en esta cuestión. Todas se me van
haciendo enormemente complejas. Desde las cuestiones políticas a las
académicas, de las emociones a las conductas. Admiro o envidio, no sé, a la
gente que lo tiene todo claro. Toma una idea como cierta, se la cree y no se
mueve de ella. Saben dónde está el bien y dónde el mal y quiénes son los buenos
y quiénes los malos. A mí todo me parece muy borroso, a todo le veo ventajas e
inconvenientes. Y así la vida se te va convirtiendo, poco a poco, en una
especie de caos. Eso solo tiene una ventaja: que no puedes juzgar a nadie ni
emitir juicios tajantes.
Estos viajes tan largos (son 11
horas y pico de Madrid al DF) dan para pensar mucho. Ya llevo dos películas, he
leído un par de periódicos, he comido, he echado una siesta y aún vamos por la
mitad del viaje. Así que aquí estoy con las elucubraciones de siempre,
haciéndome preguntas muy manoseadas ya pero que siguen igual de
desconcertantes. Cuando nuestra hija María era pequeña, regresó de un verano en
Londres y le dieron un diploma por ser la niña que hacía más “unanswered
questions”. De raza le viene al galgo. Así son también mis preguntas, sin
respuesta, o quizás mejor, con muchas respuestas. Pero el caso es que aquí
estoy, comiéndome el coco encima del Atlántico. ¡Qué cosa, Señor!
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