Ay, cariño, si tú supieras qué bonito ha sido este año que nos has regalado. Ni te imaginas la cantidad de momentos inolvidables que han cabido en estos 12 meses. Ha sido todo tan intenso, tan fuerte, tan profundo que hasta cuesta verbalizarlo. Y quizás sea eso lo más impactante, cómo podemos llegar a comunicarnos tanto con alguien que no habla pero que sabe decirte tantas cosas con un gesto, una mirada, con el simple contacto de su mano. Leí en una ocasión que cuando un recién nacido agarra con su mano el dedo de un adulto ya lo tiene atrapado para toda su vida. Y si ese adulto es su abuelo esa cadena se hace eterna. Es una sensación tan entrañable, tan emocionante que te deja una huella imborrable.
Ay, cariño, si tú supieras cómo
has revuelto nuestras emociones. Sabes, corazón, tu abuela me riñe a veces
porque le gustaría que escribiera sobre ti. Yo lo he intentado muchas veces
pero no he sido capaz. Es difícil contar las emociones. Cuando lo he intentado
se me llenan los ojos de lágrimas y me quedo sin palabras. Ni siquiera sé si
lograré acabar esta entrada al blog que quiere ser mi felicitación en tu primer
añito.
Un año juntos… ¡qué largo y qué corto se nos
ha hecho! En realidad, tu historia es mucho más larga que este año que ahora se
cierra. Una historia con suspense como las buenas historias. Ya te lo
contaremos cuando puedas entenderlo, pero la tuya es una historia bien larga,
como si quisieras echar raíces profundas, como si necesitaras estar bien segura
de que tus papis querían que vinieras costase lo que costase. Y costó lo suyo. Pero
la vida es hermosa cuando todo acaba bien. Y el día en que, por fin, se oyeron
tus latidos y supimos que allí estabas tú fue nuestro gran día de pascua, el
inicio de un tiempo nuevo. Aquellos latidos fueron la mejor terapia, el gran
regalo que la vida nos hacía. Tus papás se lo merecían y, también a ellos, aquellos
latidos los transportaron del mundo de la resignación al de la exaltación y la
esperanza. Fue como cuando sale el sol, un sol brillante, cálido, luminoso,
después de muchos días de nubes y tormentas. Y allí, entonces sí, comenzó la
parte bella de esta hermosa historia. Y siguieron meses de ansiedad para tus
papás, de muchos cuidados para que todo saliera bien. Y vaya si salió.
Ay pequeñita si tú supieras qué
emoción hace ahora un año cuando, finalmente, te decidiste (o te decidieron,
que no está claro) a salir de tu escondrijo uterino. Mamá te contará cómo fue,
porque sólo ella lo sabe, pero todos estábamos nerviosos tirando a histéricos. Yo
ese día estaba en Lisboa. Tenía una conferencia que comenzaba hacia las 11 de
la mañana y antes de empezarla ya sabía que tu mamá estaba en el hospital de
parto. Solo quería que el que hablaba antes que yo acabara rápido para comenzar
yo y acabar enseguida. Le dije a todo el mundo en la conferencia que iba a
tener una nieta y que tenía que volver a Santiago (600 y pico kilómetros en
coche). Así que me perdonaron las prisas (al fin y al cabo era un Congreso
sobre Educación Infantil) y que saliera corriendo en cuanto acabé, sin preguntas
ni nada. Me prometí que no correría pero seguro que no lo cumplí. El caso es
que cuando llegué a Santiago, directamente al hospital, por supuesto, tú aún no
habías nacido. Y como te retrasabas más de lo recomendable, los médicos nos
avisaron que harían una cesárea. Todos los planes de tus papás para vivir ese
momento de tu nacimiento juntos, conscientes y viviéndolo intensamente se
fueron al carajo. Mamá pasó al quirófano, la operación salió muy bien y al rato
nos llamaron para que tu papá pudiera conocerte y tomarte en brazos. ¡Qué
momento, pichurrita, tan especial! Él corrió, corrió hasta la puerta donde lo
esperaban y al poco salió conmocionado y con un bulto en brazos que sostenía
como si fuera el tesoro más valioso y frágil del mundo y tuviera miedo a
romperlo. Para él, eso eras tú, un tesoro tierno y entumecido con los ojitos
cerrados. Él te hablaba entre susurros emocionados y todos tuvimos la sensación
de que tú reconocías la voz que tantas veces te había hablado durante el
embarazo y te tranquilizabas. Después pasó mamá en la camilla camino de la sala
de rehabilitación y aún tuvimos un momento para besarla y ella lo tuvo para
darte un coliño y llorar de emoción al tenerte tan cerquita. De allí nos fuimos
a la habitación donde pasarías tus primeros días hasta que mamá se recuperase.
Allí te esperamos ansiosos y cuando te trajeron y te pusieron de nuevo en manos
de papá, él se sentó y, simplemente, entró en trance abrazado a ti. Te miraba y
remiraba, te sentía y se asombraba en cada gesto que tú hacías. Y así mucho
tiempo, tanto que las enfermeras empezaron primero a sugerir y luego a ordenar
que había que darte un biberón porque mamá tardaba en subir. Pero, al final
subió, rabiosa también ella porque todo se había ralentizado mucho y se moría de
ganas de estar contigo. Fueron momentos preciosos, pequeñita, todos allí
pendientes de ti. Y así empezó esta historia que acaba de cumplir un año.
Ay, cariño si supieras cuánto
hemos aprendido contigo. Nuestros tiempos de padres de bebés quedaban lejos y,
además, todo ha cambiado mucho desde entonces. Como ya tu prima Berta y tus
tíos habían abierto camino, sabíamos de las nuevas pautas de crianza y las
habíamos podido observar en directo cuando nos visitaban. Pero es distinto
verlo unos cuantos días a vivirlo en la vida cotidiana. Eso de la alimentación
a demanda, del colecho, de evitar los lloros, de experimentar con la textura y
sabor de los alimentos, etc. nos ha cogido un poco mayores y dubitativos, pero
hemos aceptado con gusto nuestro papel de ver-oir-callar y, al final, hasta
hemos disfrutado mucho con los nuevos planteamientos. Es un placer veros comer,
saboreando las cosas que os gustan y tirando las que no os gustan o no os
apetecen. Es un placer ver cómo disfrutas de los libros y de algunos juguetes,
cómo te gusta la música y te metes en situación cuando tu papá te incita con la
guitarra. No podemos dejar de admirarnos de cómo vas superando etapas, de cómo
cambias de semana en semana, de cómo lo miras todo con cara de curiosidad. Y de
todo lo que podemos admirar de ti, lo que más me gusta es ver tu energía, ese
deseo eterno por saltar y cómo te cambia la expresión cuando lo haces, como te
refuerzas tú misma. Solo el verte hablar, gesticular, moverte es ya todo un
espectáculo. Hacía muchísimo tiempo que yo no veía reírse tanto y con tantas
ganas a mi madre como cuando estuvo contigo. Otra cosa más que agradecerte.
Pero sabes, corazón, de todo lo que
han significado estos 12 meses, lo más importante para mí (y para tu abuela) es
sentir lo mucho que nos quieres. No importa mucho si ese querer es solo que nos
conoces porque convivimos, porque es lo que tienes cerca, porque somos los que
te hacemos cosas. Quizás desaparezcamos de tu mente cuando no estamos contigo y
estás feliz con tus papás o con tus nonni. Eso es perfecto. Pero lo que yo
siento cuando me echas los brazos para que te coja, cuando reposas tu cabecita
en mi hombro y me abrazas con tus dos manos, cuando te relajas en mis brazos, cuando
me buscas para que no me vaya, cuando sueltas el Ta-Ta para referirte a mí, todo
eso, pequeñita, eso no se puede contar. Solo se vive y es tan profundo que ni
siquiera se puede comparar con nada. Tu tío Michel cuando era pequeño y
visitábamos lugares que le gustaban mucho, por ejemplo, Florencia, lo expresaba
muy bien “es que, papá, no tengo palabras para decirlo”. Es verdad, no hay
palabras para decirlo, pero es muy bello. Ha sido un gran regalo que ha durado
todo este año. Y ojalá siga.
Ay cariño, si supieras… cuántas
cosas que agradecerte, cuántos cambios en mi vida que tú has provocado. No es
fácil ser abuelo, un buen abuelo, se entiende. Yo ya era abuelo antes de nacer
tú y aunque la distancia siempre aminora las sensaciones, fue una experiencia
hermosa la vivida con Berta. Pero ser abuelo a tiempo completo lo he
experimentado contigo. Ese deseo-necesidad de verte, ese dejarlo todo para ir a
bañarte, esa resistencia al cansancio para poder seguirte el ritmo, ese placer
inmenso por mirarte, por enseñar tu fotografía y disfrutar contando cómo eres,
esa curiosidad por ver lo que se te ocurre, por ayudarte a saltar, por ir
explicándote las cosas que pasan, lo que hago… Es fantástico esto de ser
abuelo. Ya no te da vergüenza cantar canciones infantiles, contar cuentos
sencillos, pasar páginas de cuentos de imágenes y describir imaginando lo que
allí aparece. Ese volverse de nuevo niño para poder disfrutar contigo.
Y ahora, pequeñita, a comenzar
una nueva etapa. La etapa de las escuelas infantiles, la de andar y hablar, la
de pasar más tiempo fuera de casa, la de descubrir otros mundos y otras
personas. Nos va a costar a todos mucho. Probablemente a ti la que menos. Pero
vamos a iniciar esta nueva etapa con la misma ilusión con que hemos vivido la
anterior. Eres una niña hermosa, inteligente, sociable y cariñosa. Ya verás
cómo cuando cumplas 2 años vamos a poder contar cosas igualmente emocionantes que
las que hemos contado ahora. Y, además, lo podremos hacer con tus propias
palabras porque seguro que vas a ser una niña muy habladora.
Feliz cumpleaños, pichurrita. Ay,
cariño, si tú supieras…
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