martes, marzo 17, 2015

IRIA, un año juntos.





Ay, cariño, si tú supieras qué bonito ha sido este año que nos has regalado. Ni te imaginas la cantidad de momentos inolvidables que han cabido en estos 12 meses. Ha sido todo tan intenso, tan fuerte, tan profundo que hasta cuesta verbalizarlo. Y quizás sea eso lo más impactante, cómo podemos llegar a comunicarnos tanto con alguien que no habla pero que sabe decirte tantas cosas con un gesto, una mirada, con el simple contacto de su mano. Leí en una ocasión que cuando un recién nacido agarra con su mano el dedo de un adulto ya lo tiene atrapado para toda su vida. Y si ese adulto es su abuelo esa cadena se hace eterna. Es una sensación tan entrañable, tan emocionante que te deja una huella imborrable.
Ay, cariño, si tú supieras cómo has revuelto nuestras emociones. Sabes, corazón, tu abuela me riñe a veces porque le gustaría que escribiera sobre ti. Yo lo he intentado muchas veces pero no he sido capaz. Es difícil contar las emociones. Cuando lo he intentado se me llenan los ojos de lágrimas y me quedo sin palabras. Ni siquiera sé si lograré acabar esta entrada al blog que quiere ser mi felicitación en tu primer añito.
 Un año juntos… ¡qué largo y qué corto se nos ha hecho! En realidad, tu historia es mucho más larga que este año que ahora se cierra. Una historia con suspense como las buenas historias. Ya te lo contaremos cuando puedas entenderlo, pero la tuya es una historia bien larga, como si quisieras echar raíces profundas, como si necesitaras estar bien segura de que tus papis querían que vinieras costase lo que costase. Y costó lo suyo. Pero la vida es hermosa cuando todo acaba bien. Y el día en que, por fin, se oyeron tus latidos y supimos que allí estabas tú fue nuestro gran día de pascua, el inicio de un tiempo nuevo. Aquellos latidos fueron la mejor terapia, el gran regalo que la vida nos hacía. Tus papás se lo merecían y, también a ellos, aquellos latidos los transportaron del mundo de la resignación al de la exaltación y la esperanza. Fue como cuando sale el sol, un sol brillante, cálido, luminoso, después de muchos días de nubes y tormentas. Y allí, entonces sí, comenzó la parte bella de esta hermosa historia. Y siguieron meses de ansiedad para tus papás, de muchos cuidados para que todo saliera bien. Y vaya si salió.
Ay pequeñita si tú supieras qué emoción hace ahora un año cuando, finalmente, te decidiste (o te decidieron, que no está claro) a salir de tu escondrijo uterino. Mamá te contará cómo fue, porque sólo ella lo sabe, pero todos estábamos nerviosos tirando a histéricos. Yo ese día estaba en Lisboa. Tenía una conferencia que comenzaba hacia las 11 de la mañana y antes de empezarla ya sabía que tu mamá estaba en el hospital de parto. Solo quería que el que hablaba antes que yo acabara rápido para comenzar yo y acabar enseguida. Le dije a todo el mundo en la conferencia que iba a tener una nieta y que tenía que volver a Santiago (600 y pico kilómetros en coche). Así que me perdonaron las prisas (al fin y al cabo era un Congreso sobre Educación Infantil) y que saliera corriendo en cuanto acabé, sin preguntas ni nada. Me prometí que no correría pero seguro que no lo cumplí. El caso es que cuando llegué a Santiago, directamente al hospital, por supuesto, tú aún no habías nacido. Y como te retrasabas más de lo recomendable, los médicos nos avisaron que harían una cesárea. Todos los planes de tus papás para vivir ese momento de tu nacimiento juntos, conscientes y viviéndolo intensamente se fueron al carajo. Mamá pasó al quirófano, la operación salió muy bien y al rato nos llamaron para que tu papá pudiera conocerte y tomarte en brazos. ¡Qué momento, pichurrita, tan especial! Él corrió, corrió hasta la puerta donde lo esperaban y al poco salió conmocionado y con un bulto en brazos que sostenía como si fuera el tesoro más valioso y frágil del mundo y tuviera miedo a romperlo. Para él, eso eras tú, un tesoro tierno y entumecido con los ojitos cerrados. Él te hablaba entre susurros emocionados y todos tuvimos la sensación de que tú reconocías la voz que tantas veces te había hablado durante el embarazo y te tranquilizabas. Después pasó mamá en la camilla camino de la sala de rehabilitación y aún tuvimos un momento para besarla y ella lo tuvo para darte un coliño y llorar de emoción al tenerte tan cerquita. De allí nos fuimos a la habitación donde pasarías tus primeros días hasta que mamá se recuperase. Allí te esperamos ansiosos y cuando te trajeron y te pusieron de nuevo en manos de papá, él se sentó y, simplemente, entró en trance abrazado a ti. Te miraba y remiraba, te sentía y se asombraba en cada gesto que tú hacías. Y así mucho tiempo, tanto que las enfermeras empezaron primero a sugerir y luego a ordenar que había que darte un biberón porque mamá tardaba en subir. Pero, al final subió, rabiosa también ella porque todo se había ralentizado mucho y se moría de ganas de estar contigo. Fueron momentos preciosos, pequeñita, todos allí pendientes de ti. Y así empezó esta historia que acaba de cumplir un año.
Ay, cariño si supieras cuánto hemos aprendido contigo. Nuestros tiempos de padres de bebés quedaban lejos y, además, todo ha cambiado mucho desde entonces. Como ya tu prima Berta y tus tíos habían abierto camino, sabíamos de las nuevas pautas de crianza y las habíamos podido observar en directo cuando nos visitaban. Pero es distinto verlo unos cuantos días a vivirlo en la vida cotidiana. Eso de la alimentación a demanda, del colecho, de evitar los lloros, de experimentar con la textura y sabor de los alimentos, etc. nos ha cogido un poco mayores y dubitativos, pero hemos aceptado con gusto nuestro papel de ver-oir-callar y, al final, hasta hemos disfrutado mucho con los nuevos planteamientos. Es un placer veros comer, saboreando las cosas que os gustan y tirando las que no os gustan o no os apetecen. Es un placer ver cómo disfrutas de los libros y de algunos juguetes, cómo te gusta la música y te metes en situación cuando tu papá te incita con la guitarra. No podemos dejar de admirarnos de cómo vas superando etapas, de cómo cambias de semana en semana, de cómo lo miras todo con cara de curiosidad. Y de todo lo que podemos admirar de ti, lo que más me gusta es ver tu energía, ese deseo eterno por saltar y cómo te cambia la expresión cuando lo haces, como te refuerzas tú misma. Solo el verte hablar, gesticular, moverte es ya todo un espectáculo. Hacía muchísimo tiempo que yo no veía reírse tanto y con tantas ganas a mi madre como cuando estuvo contigo. Otra cosa más que agradecerte.
Pero sabes, corazón, de todo lo que han significado estos 12 meses, lo más importante para mí (y para tu abuela) es sentir lo mucho que nos quieres. No importa mucho si ese querer es solo que nos conoces porque convivimos, porque es lo que tienes cerca, porque somos los que te hacemos cosas. Quizás desaparezcamos de tu mente cuando no estamos contigo y estás feliz con tus papás o con tus nonni. Eso es perfecto. Pero lo que yo siento cuando me echas los brazos para que te coja, cuando reposas tu cabecita en mi hombro y me abrazas con tus dos manos, cuando te relajas en mis brazos, cuando me buscas para que no me vaya, cuando sueltas el Ta-Ta para referirte a mí, todo eso, pequeñita, eso no se puede contar. Solo se vive y es tan profundo que ni siquiera se puede comparar con nada. Tu tío Michel cuando era pequeño y visitábamos lugares que le gustaban mucho, por ejemplo, Florencia, lo expresaba muy bien “es que, papá, no tengo palabras para decirlo”. Es verdad, no hay palabras para decirlo, pero es muy bello. Ha sido un gran regalo que ha durado todo este año. Y ojalá siga.
Ay cariño, si supieras… cuántas cosas que agradecerte, cuántos cambios en mi vida que tú has provocado. No es fácil ser abuelo, un buen abuelo, se entiende. Yo ya era abuelo antes de nacer tú y aunque la distancia siempre aminora las sensaciones, fue una experiencia hermosa la vivida con Berta. Pero ser abuelo a tiempo completo lo he experimentado contigo. Ese deseo-necesidad de verte, ese dejarlo todo para ir a bañarte, esa resistencia al cansancio para poder seguirte el ritmo, ese placer inmenso por mirarte, por enseñar tu fotografía y disfrutar contando cómo eres, esa curiosidad por ver lo que se te ocurre, por ayudarte a saltar, por ir explicándote las cosas que pasan, lo que hago… Es fantástico esto de ser abuelo. Ya no te da vergüenza cantar canciones infantiles, contar cuentos sencillos, pasar páginas de cuentos de imágenes y describir imaginando lo que allí aparece. Ese volverse de nuevo niño para poder disfrutar contigo.
Y ahora, pequeñita, a comenzar una nueva etapa. La etapa de las escuelas infantiles, la de andar y hablar, la de pasar más tiempo fuera de casa, la de descubrir otros mundos y otras personas. Nos va a costar a todos mucho. Probablemente a ti la que menos. Pero vamos a iniciar esta nueva etapa con la misma ilusión con que hemos vivido la anterior. Eres una niña hermosa, inteligente, sociable y cariñosa. Ya verás cómo cuando cumplas 2 años vamos a poder contar cosas igualmente emocionantes que las que hemos contado ahora. Y, además, lo podremos hacer con tus propias palabras porque seguro que vas a ser una niña muy habladora.
Feliz cumpleaños, pichurrita. Ay, cariño, si tú supieras…

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