Este fin de semana lo hemos
pasado en Madrid. Yo tenía que dar una conferencia y aprovechamos la
oportunidad para encontrarnos con los amigos y recordar viejos tiempos. Ya he
contado mis paseos por los Colegios Mayores donde pasamos nuestra etapa
universitaria. Pero, además, pudimos acercarnos al museo del Prado para ver la
exposición de los cartones de Goya que
resultó muy interesante. Y no faltó el regodeo por Las Meninas y las salas
anexas, todo un goce para la vista. Después El Bosco. Fue como esos vasos de
agua fresca en una tarde asolarada de verano. Solo que ese día hacía un frío
tremendo.
El sábado fuimos al teatro. Una
pieza menor aunque la publicidad decía que se trataba de una obra que se había
representado con mucho éxito en Broadway: Somos
Buena Gente, creo que se titulaba. Con la Verónica Forqué de protagonista.
Una mujer a la que su jefe (también vecino de su barrio y supuesto amigo) la
tiene que despedir porque llega tarde al trabajo. Ella tiene, por supuesto, sus
motivos porque ha de cuidar de su hija que tiene alguna discapacidad. El perfil
de los buenos y los malos comienza ya en ese momento: ella es la pobre y
sufridora y quien la despide una mala persona que la deja en la calle pese a
toda su amistad y a la necesidad que ella tiene. Luego sus amigas le sugieren
que vaya a ver a un antiguo novio, ahora casado y prestigioso médico. Eso hace
y allí las cosas vuelven a plantearse de la misma manera: ella es una pobre
mujer, buena gente durante toda su vida, a la que quienes podrían hacerlo no le
dan trabajo, cosa que, sin embargo estarían casi obligados a hacer por la
amistad y las relaciones que previamente han mantenido, por la suerte que a
ellos les ha dado la vida frente a las desgracias que le ha traído a ella. Una
mirada simple dejaría enseguida a la vista quién es la buena gente y quién no
lo es. Pero eso mismo es muy complejo, la protagonista que se otorga a sí misma la cualidad de buena
gente, no lo es tanto. Resulta pesada, egocéntrica, cizañera, desconfiada,
acusica, mala. Intenta destruir ante su esposa la buena imagen que de sí mismo
y de su infancia que se ha construido el médico. Malmete en sus relaciones
matrimoniales sugiriendo que se acuesta con su enfermera. La buena oficial no
parece tan buena y a quienes hace aparecer como malos resulta que son mejores
que ella, con mayor capacidad de empatía.
Nuestros amigos protestaban
porque no les había gustado la obra. A mí tampoco es que me enloqueciera, pero
me hizo pensar. No sé si era eso lo que el autor quería comunicarnos, pero yo
también siento esa sensación de confusión y mezcla entre el bien y el mal,
entre buenos y malos. En principio, todos tenemos mucho de buena gente. Salvo
los pirados o los enfermos que pueden llegar a ser malvados netos, todos
tenemos cosas de buena gente y otras que no son tan buenas. De hecho, todos
podemos llegar a hacer daño a sabiendas, mayor o menor según el grado de
depravación al que hayamos llegado. O según las oportunidades que hayamos
tenido tanto para ser buena como mala gente. La protagonista de la obra se
escudaba mucho en la difícil vida que le había tocado vivir para justificar sus
quejas y sus agresiones. Pero solo era una coartada.
Con todo el cristo que se está
montando últimamente con la corrupción, lo que más me asombra a mí es la
desmesura de algunas críticas y la desfachatez de quienes las hacen. Ya he
contado alguna vez que hace ya algunos años yo jugaba al squash con un
parlamentario amigo de mi mismo partido. Un día escribió un artículo en la
prensa en contra de la corrupción que me pareció muy interesante. Le felicité
por ello. Al poco tiempo en una conversación con otros amigos me aseguraron que
era él quien pasaba por las constructoras recogiendo el porcentaje que debían
pagar al partido. Me negué a creerles porque no podía entender que fuera
posible manejarse con tanta doblez. Y algo parecido siento cuando ahora los
políticos se acusan mutuamente, cuando todo el mundo actúa como si él o ella
fuera perfecto a la hora de juzgar a los demás.
No es fácil ser buena gente.
Algunos pretenden serlo acusando a otros de ser los malos. Al final, eso fue lo
que sentí al concluir la obra de teatro, que la protagonista más que buena
gente era una cabrona quejica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario