El día ha comenzado con la
principal obsesión de ir al banco y poder cobrar el cheque. Llama la atención
cómo, al final, uno se convierte en una especie de animalito obsesivo, con
todas las neuronas macerándose en el
mismo caldo. Tras tantos viajes a estos países he aprendido que
conseguir el cheque es ya toda una proeza pero que, incluso cuando lo
consigues, la batalla por recuperar el dinero del viaje está sola mediada.
El chofer fue puntual, es una
maravilla este señor (que hoy me ha confesado que su salario mensual son 12
CUC, es decir 12 euros; cuesta creérselo aunque no tendría por qué engañarme. Y
para entender bien el drama baste decir que un litro de gasolina cuesta 1 CUC).
Bueno, pues allá marchamos. Llegamos al banco (el que creíamos que era el banco
que nos correspondía) y me quedé asustado de la cola que había ya en la puerta.
Y eso que llegamos antes de que abrieran.
De todas formas el chofer me decía que la mayor parte de ellos eran
jubilados que iban a cobrar su pensión. Que yo no tendría que hacer cola. Lo
intenté y me echaron para atrás con cajas destempladas. No solo no podía pasar
sino que los jubilados (los que ya estaban y los que fueran llegando) tenían
preferencia sobre todos los demás. Cuando llegó el chofer tras aparcar, fue él
quien intentó hablar con el tipo que regulaba la entrada(en Cuba se va entrando
al banco por grupitos pues todos tienen que estar sentados, nadie puede esperar
de pie; así que, a medida que van quedando puestos libres van dejando entrar a
los siguientes en la fila, salvo que vengan jubilados que ellos/as pasan y son
los primeros en ser atendidos). Las gestiones del chofer dieron buen resultado
y pude pasar, pero cuando me atendieron resulta que allí no tenían dólares y
deberíamos ir a la central. En realidad, allí era donde deberíamos haber ido
desde el principio. Cuando llegamos, la misma operación. No podía pasar hasta
que me llegara el turno y siempre que no hubiera jubilados esperando. El chofer
volvió a ganar la batalla y pasé enseguida. De todas formas tuve que esperar a
que llegaran los dólares y, cuando llegaron en el transporte blindado, nueva
espera hasta que el tipo los contara y ordenara. Al final, todo acabó bien.
El resto del día ha ido a
trompicones. Primero, que Internet se ha ido perdiendo y no he podido trabajar
en absoluto en todo el día. Después participé en una reunión que debía ser de
intercambio entre jóvenes investigadores. Me gustó ver que le dan bastante
importancia a la investigación en los estudios de Medicina. Incluso tienen una
revista los estudiantes, bastante buena, para exponer sus trabajos. Aquí se insiste mucho en la Medicina
Familiar, lo que me parece muy oportuno tanto en la lógica política como en el
contexto económico en el que tienen que actuar. La Medicina hospitalaria es
mucho más cara que la preventiva y en buena lógica siempre habría que
priorizarla. Lo contrario que nos pasa a nosotros siempre buscando los aparatos
más sofisticados y los medicamentos más caros. Todo eso viene muy bien a las
empresas sanitarias.
A la hora de comer, siempre en un
comedero inmenso como para más de mil personas, me dí cuenta de que me faltaba
el ticket. Me lo había dejado en el hotel. ¡Terrible circunstancia! Ayer había
visto como rectores y responsables sanitarios se quedaban sin comer porque no
tenían ticket. Parecía no haber solución: no ticket, no lunch! No había nada
que negociar. Y todo ello cuando en el restaurante se veía una llanura inmensa
de mesas llenas de platos con la
ensañada ya servida. Ya me veía sin comer, aunque tampoco lo lamentaba mucho.
Pero chico, a grandes males grandes remedios. Llamé a mi chofer, vino a
buscarme, nos fuimos al hotel, rescaté mi ticket y volvimos a Centro de
convenciones. Y comí, claro. La tarde se me hizo pesada. A las 15 era la
clausura del Congreso. Unas formalidades de la leche porque allí estaban los
ministros y todas las delegaciones: 119 países estaban presentes. Todos en los
que Cuba tiene delegaciones médicas y otros muchos que se interesaron por el
Congreso. Me llevaron a sentar a la 4ª fila, la penúltima de puestos reservados
(ahí pude calibrar la poca importancia que al final yo tenía: sic transit gloria mundi. Chofer sí,
pero a la cuarta fila. Eso sí, en el pasillo). Todas las anteriores estaban
ocupadas por delegaciones nacionales, cada país con su cartelito. Delante de mí
México. Y a mi lado, también como fuera de lugar la encargada de la embajada de
Filipinas que, pilla ella, como no había asistido al Congreso me pidió que le
hiciera un resumen porque tenía que presentar un memorándum a su embajador. Por
supuesto que le dije cuatro tonterías y pasé mucho de resumir nada, que además
no sería capaz.
La mesa presidencial estaba
formada por casi 40 personas. Y la presidía un alto militar del Secretariado
ejecutivo del partido comunista cubano. Me entró terror pensando que pudieran
hablar todos ellos/as. Afortunadamente no fue así. Habló el ministro de salud,
que no lo hizo mal y ni siquiera fue largo. Luego una ministra africana en un
inglés ni el traductor entendía. Y alguien más que ya no recuerdo. Y lo mejor
de todo una sesión de música cubana que fue un magnífico cierre del congreso.
La cosa acababa con la cena del
Congreso a la que todos estaban invitados y con la posibilidad de asistir a un
concierto-baile con la que dicen es la mejor orquesta cubana, la Van Van. Lo
peor de todo era que la cena comenzaba a las 5,30 al acabar la clausura y se
montó un tapón para entrar al comedor que parecía una estampida. Pasé de la
cena. Y luego aparecí un momento por el lugar del concierto y tampoco fui capaz
de soportarlo. Muchísima gente, muchísimo calor. Pero impresiona lo bien que
bailan los cubanos y cómo disfrutan con la música.
Así que llamadita al chofer y vuelta al hotel.
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