Bueno, llegó (y pasó) el día D
del Congreso. Esta vez la cosa no estaba
fácil. No es solo que cada vez me siento más vulnerable en las intervenciones
ante grandes auditorios (acabará pasándome lo de Sabina: el pánico escénico),
sino que esta vez el auditorio era realmente complicado: médicos y responsables
de salud de muchos países, incluidos los EEUU (ahora que se han reanudado las
relaciones, andan de luna de miel).
Me cambiaron de chofer y el nuevo
llegó una hora antes a buscarme. Lo interesante es que parece que he ascendido.
Me han otorgado un coche de ministro o rector (un modelo chino de gama alta).
Me extrañó. ¿Pero no es usted Presidente de la Sociedad Americana de Medicina?,
me preguntó la chica de enlace en el hotel. No quise romper la magia del
momento y me quedé en responder con un "Ummmm" que tanto podía que ser eso como lo contrario.
Seguramente leyeron Presidente de la Sociedad Iberoamericana de Docencia
Universitaria y lo leyeron en clave médica. En todo caso, hay ciertos
malentendidos que no merece la pena aclarar. Pues nada, tengo chofer privado
hasta el domingo cuando me vaya. Un lujo.
Luego en el Congreso pasó lo que
suele. Se empezó tarde y luego los desfases se fueron acumulando hasta tal
punto que la sesión inicial que era abierta a todos los congresitas estaba
formada por 4 personas que iban a hablar.
Pues cuando aún estaba hablando la segunda, un político argentino
pesadísimo, ya se habían chupado una hora de las sesiones múltiples siguientes
en una de las cuales participaba yo. Así que me temí lo peor, que llegáramos
allí y de los 45 minutos que teníamos cada uno, la cosa se redujera de manera
dramática. Y de nuevo, la cuestión de siempre, ¿merece la pena todo este viaje
para después intervenir media hora ante un auditorio que será, con toda probabilidad
escaso? En fin, hay ciertas preguntas que uno no debe hacerse a poco de iniciar
su conferencia en un Congreso. ¡Fuera!.
Y pasó lo que tenía que pasar,
aún no había acabado la primera sesión común, nos tuvimos que salir porque ya
habían comenzado las sesiones simultáneas. Cuando llegamos allí, ya estaba
hablando la que me precedía, una doctora, creo que salvadoreña, muy mayor que
debía ser todo un referente en la Educación Médica centro-americana. Las cosas
que le oí, me parecieron interesantes y bastante coincidentes con algunas que
yo diría a continuación. La cosa es que las canas pesan y a ella no le cortaron,
con lo cual su intervención se alargó mucho. Y si yo tenía que iniciar mi conferencia a
las 11, debían ser las doce y mucho cuando la iniciaba.
Aquí son bastante pragmáticos y
no se pierde tiempo en presentaciones. Tampoco lo perdí yo en agradecimientos
porque me temía lo peor en cuanto a la gestión del tiempo. De hecho, mi mayor
preocupación en ese momento era cómo reducía la presentación a su esqueleto. Y
lo que tenía que pasar, pasó. A los 20 o 25 minutos me advirtieron que me
quedaban 5 para concluir. Demonios!, acababa justo de concluir la introducción.
A partir de ahí comencé a correr mi particular encierro. En este caso, no me
perseguían los toros sino la mirada y los gestos dela coordinadora de la
sesión. El discurso fue a saltos. Las dispositivas se pasaban desde la cabina,
así que en lugar de decirle "vamos a la siguiente” yo lo que iba diciéndole es
“vamos tres más allá” y “siga pasando, siga pasando, siga...”.
Bueno, quizás la cosa no fueran
tan dramática. Al final, el salón estaba lleno y la conferencia gustó mucho. Asistieron a ella varios
rectores de las Universidades Médicas cubanas y mucha gente de la dirección
central de Educación Médica del Ministerio de Sanidad MINSAP (aquí las
universidades médicas dependen del ministerio de salud, por eso juegan por
libre en relación el resto de universidades y facultades). Luego todos se lamentaban que la falta de
tiempo no nos hubiera permitido profundizar más en los diversos puntos que les
fui presentando. Y algo curioso, en otros sitios, al final de la conferencia,
mucha gente viene a hacerse una fotografía conmigo, aquí la gente que se acercó
después lo que quería era que le pasara la presentación. Listos estos cubanos. Menos mito y más
pragmatismo. También me tocó oír mucho aquello de “esto ya lo hacemos
nosotros”.
El resto del día fue de muchas
esperas y un poco de relax. Comimos en una sala infinita del Palacio de
Congresos, después me tocó esperar aburrido a que viniera de la sede central de
la OPS (Organización Panamericana de Salud) el cheque que serviría para pagar
mis gastos de viaje. Yo no las tenía todas conmigo en que pudiera recuperar los
700€ que me costó el pasaje. Al final llegó y espero que todo acabe bien
cobrándolo mañana en el banco. Después aproveché mi reciente estatus de tipo
importante y llamé a mi chofer para que me llevara al hotel. Ningún problema,
allí estaba él en 5 minutos. ¡Da gusto ser importante!
Camino del hotel, pensé que dado
que tenía chofer podría aprovecharlo para no quedarme encerrado lo que quedaba
de tarde. Y pensé en que me llevara al centro de la ciudad para recuperar
recuerdos y volver, después, andando. Así mataba dos pájaros de un tiro, volver
al Centro de La Habana y andar un poco, que buena falta me hace después de
estos días de quietud. Me cambié en el
hotel (el resultado quedó un poco chapucero: traje de baño, camiseta amarilla
limón, hasta ahí bien; zapatos marrones de diario con calcetines negros; esto
me quedaba como a un cristo dos pistolas, de guiri total, pero no había traído
zapatillas y no creí que pudiera hacer el camino con unas chancletas, que sí
tenía) y salimos cara al centro. La visita al centro se hizo bonita, fui
recuperando muchos recuerdos de Cuba. Cada uno de los viajes realizados tuvo su
historia (mis viajes iniciales a Congresos de Infantil; mis dos viajes con
Rafa; el viaje con Elvira y los Gestal; el viaje en que coincidí con Jesús Valverde y su novia canaria de
entonces…). Pasé por La Cecilia, restaurante donde celebramos con los Gestal un
cumpleaños mío; paseé por el malecón que me trajo muchos recuerdos con Jesús;
paseé por el centro con muchos recuerdos con Rafa y mis hermanos. Un refresh de recuerdos muy agradable.
Yo había pensado que podría
volver andando desde el Centro de la ciudad, pero ya en la ida me di cuenta de
que eso no sería posible porque las distancias son enormes. Al final, el chofer
me dejó en una plaza intermedia en la que había un festival de samba cubana. Me
encantó el dinamismo y la alegría de la gente que bailaba desde niños muy
pequeños hasta jóvenes veinteañeros de distintas escuelas, supuse. Iban con
ellos sus entrenadores o cuidadores, no sé. El sol caía a fuego sobre el lugar,
treinta y pico grados, pero eso no les afectaba porque cada nuevo grupo que entraba
en acción se mostraba más enérgicos y motivados.
Después de un rato, comencé a
andar cara al Hotel. No sabía a qué distancia estaba y no quería que me cogiera
la noche. El camino me lo conocía en cuanto a la dirección (tampoco hay que ser
muy listo: al final el hotel está tocando al mar; bastaría seguir el malecón
para llegar). Pasé por la oficina de negocios americana y todo el tinglado de banderas cubanas y la plaza para manifestarse que
le han puesto por delante para joderlos (aunque ahora parece que la van a remodelar para acomodarse a los nuevos tiempos) ; por el Meliá Cohíba; por los campos de deporte; por
el torreón (estaba la terraza llena de gente). Y así fui siguiendo el camino
hasta que perdí el malecón porque llega un río y cruzarlo te aleja de él. El
sol seguía inmisericorde y yo sudando como una fregona. Y el camino seguía. A
la media hora pensé en rendirme o, cuando menos, relajarme con una cervecita
intermedia, pero seguí. Mejor no pensar. A la hora estaba realmente cansado y
ni siquiera había llegado a la mitad del camino. Luego me perdí un rato
buscando la 5ª avenida y cuando la encontré la seguí como mi clavo ardiendo.
Luego volví a perderme porque aparecí en la 7ª. Me costó recuperarla. Una
señora con la que me crucé ya debió ver que andaba perdido y me dijo cómo
volver a mi ruta. Posteriormente tuve que preguntar a un guardia que vigilaba
en su garita y poco después a otro joven con el que me crucé. Y todos sin
excepción me miraban extrañados diciéndome que el hotel seguía muy lejos. Como
yo insistía en que quería andar, me daban orientaciones parciales con el
consabido y “cuando llegué por allí… pregunte de nuevo". En fin, para que el
relato no resulte tan largo como la caminada, diré que tardé en torno a dos
horas en llegar al hotel. Calculo que hice en torno a los 8 o 9 kilómetros.
Una vez en el hotel, me pasé
primero por el supermercado a comprar una cervecita porque lo que me apetecía
era salir a la piscina para darme un baño y quedarme allí tumbado, cerveza en
mano. Escogí una cerveza holandesa que no me gustó pero que, pese a ello, me la
fui tomando mientras leía a Vázquez Montalbán. Me pegué otras dos horas de relax en la piscina y llegada
la hora me pasé a degustar una pasta y una copita de vino. Después había un
espectáculo en el hotel, un grupo flamenco que fue fantástico y que sirvió para
levantarme el ánimo. Llegué a la habitación dando las 11 y diez minutos después
ya estaba sopa. Un día intenso.
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