
Por eso, estaba seguro que “El
exótico Hotel Maringold” me iba a gustar. Tenía demasiadas cosas buenas para
que el conjunto pudiera desmerecer: unos autores ingleses extraordinarios, de
esos que hacen escuela; una historia de personas mayores llena de sugerencias y
guiños, tanto para quienes ya calzamos años como para quienes son más jóvenes
(siempre pueden vivirlo en función de sus padres o abuelos); un lugar como la
India que nunca te deja indiferente, con sus colores, sus ritmos frenéticos,
sus contradicciones. Y, al final, efectivamente, se trenza una historia en que
todos esos elementos combinan perfectamente y la película logra sus objetivos.
Se pasa bien.
La historia es original y actual:
un grupo de personas mayores inglesas (jubiladas, en situaciones personales
complicadas o que, simplemente, buscan nuevas emociones) deciden pasar una
temporada en un hotel índio que la propaganda describe como lugar idílico. Tan
actual es la cosa que varios de nosotros ya habíamos hablado de iniciativas de
ese tipo para cuando llegue el momento de la jubilación. Mejor que una
residencia, mejor que andar deambulando y de prestado por las casas de los
hijos, mucho mejor, tener una urbanización o un lugar en la que puedas, a la
vez, sentirte libre y acompañado. Irse hasta la Índia puede parecer exagerado
pero, bueno, para mí un plan excelente sería pasar 6 meses en España y otros 6
meses en algún país sudamericano. Y a ese plan de la Índia hay que reconocerle
sus atractivos.
Y allí se van. Son gente con
caracteres muy marcados y los actores que los encarnan están muy bien
escogidos. Para eso los actores ingleses, con gran experiencia en el teatro,
con un dominio absoluto de los primeros planos y de esas muecas que son todo un
discurso, son excelentes. Y se nota. Un juez, un matrimonio arruinado por haber
prestado su dinero a su hija, una viuda reciente, un tipo que lo que quiere es
ligar y una señora con las mismas intenciones, una mujer cascarrabias y muy english que no soporta a negros ni
indios. En fin, una fauna notable, llena de arquetipos fácilmente reconocibles
en la vida cotidiana. También los personajes indios están muy remarcados, pero
se hacen muy humanos, muy simpáticos.
Y luego está el hotel Maringod,
famoso en tiempos pasados pero hecho una ruina en la actualidad. Y, en parte,
ésa es la gracias de la historia. Las reacciones diferentes de gentes ya
entradas en años que se encuentran de buenas a primeras en una situación nueva
y desconcertante. Ellos acostumbrados al orden inglés llegan al paraíso del
caos. Y cada uno emplea sus armas para adaptarse. Curiosamente lo logran mejor
aquellos que más se abren a la nueva situación. Quien se acurruca en sus viajas
seguridades no lo consigue.
Lo más interesante es cómo el
carácter de cada uno condiciona su proceso. Obviamente, cuando uno llega a la
edad madura lleva ya mucho bagaje de experiencias. No es fácil desaprender,
pero tampoco es imposible. Y para algunos de ellos, el desaprender es,
justamente, lo que les devuelve a la vida. La cascarrabias racista es la que
mejor sintoniza con la criada india intocable; el marido abrumado por su
lealtad a una mujer que ya no soporta, es el que acaba descubriendo la locura y
el sinvida en que está metido; la mujer que nunca ha trabajado, la que empieza
a trabajar y a disfrutar de ello. Y así cada uno va haciendo su propio aprendizaje.
La India resulta para ellos una especie
de terapia dulce. También en los personajes indios se produce esa
transformación.
Al final, la película es un canto
a la vida, a la ilusión, al sentimiento de que sólo nos acabamos cuando nos sentimos
acabados. En estos años en los que tanta tendencia tenemos a la depresión, a
ver las cosas negras y a sentirnos en medio de un túnel, unos cuantos días
(quizás un mes, con menos no daría tiempo) en el hotel Maringod nos vendría de
maravilla. Es lo que piensas al salir del cine: ¡carajo, me encantaría pasar
una temporada en ese hotel!.
La película está llena de grandes
frases de esas que conviene anotar (lástima, me faltó el bolígrafo y mi
libretica del Alzheimer), pero hay una que como se repetía uno se la aprende: No hay que preocuparse porque al final todo
irá bien; y si las cosas no van bien, es que todavía no es el final. Seguro
que al gobierno le encantará.
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