Hoy, viernes 17, bajo la batura
del buen amigo y corcubionense de ADN, Felipe Trillo, hemos dado un paseo por
A Costa da Morte. Ha sido magnífico. Una mañana intensa (Santiago – Muros –
Carnota – Ézaro – Cee – Corcubión – Finisterre – Corcubión), con un tiempo
variable pero respetuoso (muy gallego, con pequeñas lloviznas para humecederte
y buenos momentos de sol para secarte) y con paisajes preciosos como siempre y, además,
visibles porque el día estaba claro y luminoso.
Comida en Corcubión. Buenos
comensales de la zona nos recomendaron el restaurante Marea Viva y, salvo por
el ritmo, fue una excelente elección. Entras en una pescadería gourmet donde
ponen ante tu vista un pescado excelente del día que has de escoger para tu
comida. Requiere destreza gallega el identificar la oferta y saber
discriminar, pero así puedes escoger viendo lo que hay cada día. Nuestra
elección fueron unas lubinas hermosas (las mejores que yo he tomado en mis 40
años de gallego adoptivo, los otros no cuentan para cosas de pescado) y unos
excelentes rodaballos. Obviamente, precedidos de unos percebes, unas cigalas y
unas centollas de escándalo. Y sin olvidar el aperitivo de croquetas de
centolla que estaban de morirse. En resumen, comimos y bebimos muy bien. En
exceso, como casi siempre. No solo
comimos mucho, sino que lo hicimos lentamente, así que eran ya las seis de la
tarde cuando nos levantamos de la mesa. Tres horas y media de degustación…
Y de allí a Muxía. Como es
lógico, después de tal almuerzo, no había cómo pasar por debajo de a pedra dos cadrís, al pie del santuario
da Virxe da Barca.
Dice la tradición que la llaman así (cadrís se dice en gallego a los riñones) por su forma y porque tiene propiedades curativas: a quien pasa nueve veces por debajo de ella se le curan las enfermedades de los riñones, los dolores de espalda y de cabeza. No fue fácil convencer al personal del valor de esa tradición. Con todo, incluso los descreídos en esas cosas abrieron un paréntesis y, a trancas y barrancas, casi todos pasamos por la piedra. Espero que ese esfuerzo se note en nuestras artritis del próximo invierno. Y eso que algunos lo hicieron con poca fe y con muchas quejas, así que tampoco da para esperar milagros. Allí al lado estaba, también, A pedra de avalar, pero las olas y los abusos de la gente la habían partido por la mitad, así que no pudo ser el balancearnos sobre ella.
Dice la tradición que la llaman así (cadrís se dice en gallego a los riñones) por su forma y porque tiene propiedades curativas: a quien pasa nueve veces por debajo de ella se le curan las enfermedades de los riñones, los dolores de espalda y de cabeza. No fue fácil convencer al personal del valor de esa tradición. Con todo, incluso los descreídos en esas cosas abrieron un paréntesis y, a trancas y barrancas, casi todos pasamos por la piedra. Espero que ese esfuerzo se note en nuestras artritis del próximo invierno. Y eso que algunos lo hicieron con poca fe y con muchas quejas, así que tampoco da para esperar milagros. Allí al lado estaba, también, A pedra de avalar, pero las olas y los abusos de la gente la habían partido por la mitad, así que no pudo ser el balancearnos sobre ella.
En el regreso a casa éramos ya sombras durmientes después del ajetreo de un día tan intenso y lleno de naturaleza, cultura y gastronomía. Con dos o tres certezas bien consolidadas por repetidas y consensuadas a lo largo de todo el viaje: que Galicia es preciosa tanto en su interior como, y sobre todo, en sus costas y paisajes marinos; que nuestra gastronomía a base de marisco-pescado es fantástica; y que, desde luego, Cee no puede compararse con Corcubión porque es mucho más señorial y llena de historia.
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