Ante un calendario francamente
negativo (los meteorólogos daban el 100% de probabilidades de que lloviera), hubo que echar mano de remedios menos científicos pero más prometedores: los
huevos a Santa Clara. La tradición en Santiago es ofrecerle huevos a la santa a
través del convento de las clarisas pidiéndole que nos conceda buen tiempo
en el día señalado: una boda, una celebración, algo que requiera de que el
tiempo colabore con la celebración. Y eso hice, hace ya algunos días. Me pasé por el mercado y compré huevos
frescos a una campesina que los ofrecía fuera de los puestos oficiales. Huevos
de mis gallinas, me prometió. Dudé en cuanto a la cantidad pues no me había
documentado bien con respecto a ese punto. Al final, docena y media, ni mucho
ni poco. Y me fui al monasterio. Llamé y apareció una monjita en el torno a la
que le di los huevos. Hola hermana, le dije, vengo a cumplir con la tradición y
le traigo estos huevos a Santa Clara para pedirle que nos haga buen tiempo el
sábado. Noté que la alegría que había mostrado al dárselos se transformaba en
sorpresa, “Ah, no, me dijo, pero eso es con las clarisas, no es aquí”. Y, buena
persona ella, me devolvió los huevos que ya había depositado en una alacena. Y
era verdad, con los nervios y el corte que llevaba encima, me había equivocado
de monjas, aquellas eran las pelayas (del convento de San Pelayo) y yo tenía
que ir al de Santa Clara en otra parte de la ciudad. Y allí fui. Las clarisas
son de clausura, así que su convento es mucho más recoleto y oscuro. Allí no vi
a la monja porque el torno era de los que rotaba sin dejarte ver nada de lo que
había detrás. Pero oí la vocecita que me saludaba. Y volví a lo mío: Mire hermana,
traigo estos huevos para pedir a Santa Clara que tengamos buen el próximo
sábado porque celebramos un importante evento familiar. Muy bien, me dijo la
voz, y ¿cómo es su nombre? Miguel, le dije. ¿Y qué celebran?, me preguntó. Mi
aniversario, le dije. Felicidades, me dijo ella. ¿Y dónde será?, siguió
preguntando. Me pareció muy exhaustivo su interrogatorio, pero pensé que a
quien algo quiere, algo le cuesta y no era el caso de mostrarse reacio a la
conversación. En Orazo, le contesté a sabiendas de que no tendría ni idea de
dónde era eso. ¿Y a qué hora? Es comida, hermana. ¿Y serán muchos en la celebración?, siguió
ella. Bastantes, le contesté, temiendo ya que la cosa entrara en cuestiones más
íntimas como si iba a misa los domingos o desde cuando no me confesaba. Pero
no. Muy bien, Miguel, me dijo ella y me asombró que recordara el nombre, les
tendremos presentes en nuestras oraciones. Y ahí acabó el diálogo y la ofrenda.
Toda una experiencia.
Pese a ello, hoy ha amanecido un
día triste y nublado, cargado de malos presagios. Hemos desayunado todos juntos
en la casa rural y mientras nuestros amigos marchaban a su visita al Pórtico de
la Gloria, nosotros nos fuimos a Orazo a cumplir con los últimos preparativos
del gran día. Los invitados llegarían a partir de las 13 horas, pero antes
tendrían que colocarlo todo los chicos del catering.
Así que teníamos por delante una mañana intensa.
Todo siguió su ritmo. El tiempo
seguía amenazando lluvia. Llegaron los del catering y montaron su tinglado.
Nosotros dimos el último repaso al polvo, las flores, y la casa en general. Y
aún nos dio tiempo para tomar un cafecito y esperar relajadamente a que
llegaran los invitados. A la una y poco comenzaron a llegar, primero los
colegas de Orense y Pontevedra (con nuestro recién estrenado diputado
socialista al frente), después los Caeiro. Y, en eso, se puso a llover a mares.
Me acordé de los huevos a Santa Clara y me sentí defraudado. Afortunadamente,
por aquello de una vela a dios y otra al diablo, habíamos mandado colocar una
carpa para el caso de que acabara sucediendo lo que sucedió, que llovía.
También habíamos previsto que los aperitivos, caso de llover, podríamos
tomarlos debajo de la Galería que nos resguardaría de la lluvia. Allí se puso
la mesa de las bebidas y otras para los aperitivos. Así que el problema fue más
emocional (y de pérdida de fe) que fáctico. La gente siguió llegando y los
protocolos se fueron cumpliendo sin alteraciones. Éramos 53 en total. Todos
encontraron Orazo sin dificultad, aunque algunos con algún bucle innecesario. Casi
todos conocían Orazo de encuentros anteriores, así que tampoco hubo que
organizar visitas guiadas por la casa. Fue un momento muy agradable, con
conversaciones ricas y un clima muy amigable y cariñoso por parte de todos.
Este año no hubo cabra ni sorpresas llamativas. Se ve que vamos siendo cada vez
mayores y, con eso, más convencionales.
Tras el aperitivo, pasamos a la
carpa. Había dejado de llover pero sentarse bajo una carpa daba tranquilidad.
No fue fácil decidir cómo organizar los puestos en la mesa. Habíamos escogido
una estructura en U porque no queríamos mesas separadas y tampoco que hubiera
una presidencia como en las bodas. Afortunadamente cada quien se sentó como
quiso o pudo; Elvira se escapó de la mesa central pero yo no pude evitarla
arrastrando a ella a algunos amigos y a María y Luca con Íria y Matteo que se
convirtieron en los protagonistas de la zona. La comida muy bien. Como siempre
con estos chicos de Valenciaga: pulpo a
esgallo (su cálculo era una ración por persona), richada estilo Forcarey y tarta de Santiago. Todo rápido y bien
servido, repitiendo cuantas veces fuera necesario. El vino un poco más
flojillo, un Amandi blanco y tinto de cosecha. Yo creo que la gente quedó
contenta de la parte gastronómica. Al final, estábamos en una aldea y las
expectativas no pueden desmadrarse.
Pero lo interesante de estas
cosas no es tanto lo que comes (que también), sino cómo te sientes, cuál es el
clima que se nota entre la gente, qué tal te lo pasas. Y en eso, creo que se
nos da bien crear y mantener un tono amigable y próximo. Mis amigos son así,
desenfadados, de conversación agradable, poco creídos y envarados, próximos. Y
luego, nuestras reuniones tienen su protocolo: Juan Gestal hace su
lectura-cántico (con estribillo coral), alguien hace un brindis (esta vez, fue
Felipe); se entregan los regalos (yo había puesto la condición de que no hubiera
regalos pero ni caso: un fantástico reloj para mí y una hermosa orquídea para
Elvira; y además una propuesta de viaje en caravana por la Toscana, de Pepe y
un hermoso cuadro pintado por Arturo). Son los momentos mejores-peores porque
las emociones se descontrolan y cuesta mantener el tipo; por eso, justamente,
había pedido que no hubiera regalos. Pero en fin, yo tampoco obedecería si
algún amigo me pone esa condición. Así que no tengo de qué quejarme. Ni qué
decir tiene que, también esta vez, seguimos los ritos. Y luego, lo de siempre, de forma
semiespontánea van surgiendo momentos creativos y graciosos que rompen la
formalidad. Al final, por supuesto, el homenajeado tiene que decir algo y
someterse de buen grado a las chanzas que y provocaciones que los demás le
hagan. Todo eso pasó.
Y así, entre viandas, licores,
conversaciones y abrazos transcurrió la tarde. Ni una gota cayó mientras
estuvimos bajo la carpa. Al final, los huevos tuvieron su efecto. Santa Clara
cumplió. Bien entrada la tarde, la gente fue marchando. Todos muy agradecidos
y, al menos externamente, contentos. Yo, desde luego, el que más. Todo salió
muy bien y se cumplió el objetivo principal que era el de agradecer a los
amigos de tantos años (y a los de pocos años) el cariño y la ayuda que durante
todos estos años nos han prestado. Me encantó que pudieran estar allí también
María y Luca con los niños. Muchos de los amigos conocieron a María de niña y
pudieron volver a encontrarla de mayor y con niños. Ojalá hubiera podido ser
también con Michel y los suyos. Pero, en fin, sin ser perfecto, fue un día
completo.
Por la noche, de nuevo en la casa
rural, aún tuvimos ganas de cenar. Me tocó preparar un arrocito siquiera fuera
para serenar el estómago y completar el día con una copita postrera de vino.
Después, padecimos la humillación de eurovisión. ¡Qué desastre! Iban votando
país tras país y Spain no aparecía en
ninguna lista de votos. Terrible. Al final, preferí irme a dormir a seguir
penando. Los hubo más sacrificados que yo que aguantaron hasta el final.
Así fue este esperado día D. No
me puedo quejar. Ojalá no caiga el nivel de afectos y satisfacción en todo lo
que queda de década.
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