Rosario es una ciudad argentina espectacular.
Afincada en la rivera derecha del Paraná (que estos días baja hermoso y
potente, dicen que por las muchas lluvias caídas en Brasil de donde procede). Según el taxista, la ciudad ronda los dos millones de habitantes. Como todo en
Argentina, el principal problema de Rosario es que no puede compararse con
Buenos Aires que es el referente universal, pero aceptada tal como es, resulta
una ciudad encantadora.
Urbanizada al estilo inglés con calles rectas y
perpendiculares que se van cruzando, viven en la actualidad su particular
crisis de crecimiento a la que se ha juntado ahora la necesidad de
reposicionarse en el nuevo esquema político de Argentina con el triunfo de
Macri. Rosario, al menos el círculo en que yo me muevo, es tradicionalmente
socialista y aunque tampoco comulgaban plenamente con el Kirchnerismo, desde
luego se sienten muy alejados de los planteamientos neoliberales del nuevo
gobierno.
Tiene ese toque vetusto de los edificios y
tradiciones argentinas: muchas casas preciosas necesitadas de una operación de
mantenimiento urgente. Otras que se mantienen bien o que ya fueron recuperadas
y que expresan con claridad el esplendor que la ciudad debió tener en tiempos
no muy remotos. Al igual que Buenos Aires es una ciudad con más librerías que
panaderías, lo cual, dados los tiempos que corren (y lo que ha venido
ocurriendo en España) es algo de admirar. Y, al igual que muchas ciudades
latinoamericanas es una mezcla de construcciones llamativas con espacios de subdesarrollo,
enormes torres de lujo en la rivera del río (con unas vistas que deben ser
increíbles) y a sus pies unas favelas ( aquí las llaman villas) que marcan esos
desajustes infinitos en clases sociales y estilos de vida.
Ha sido una ciudad con una gran herencia inglesa
en lo que se refiere a estaciones ferroviarias que contaban con enormes
espacios y amplias edificaciones en forma de galpones de ladrillo rojo. Al
desaparecer el tren (desgracia similar a las ocurridas en otros países
latinoamericanos con grandes tradiciones en cuanto a los trenes y toda la
cultura y la estética que suele surgir en torno a ellos) se han ido recuperando
los espacios y edificios de las antiguas estaciones y apeaderos que la ciudad
ha ido aprovechando para enriquecer su oferta de espacios libres (cuenta con
inmensos parques y espacios abiertos) y de centros culturales. Un modelo de
reaprovechamiento urbanístico a favor de la oferta cultural y de equipamientos
para la infancia. Admirable en ese sentido.
Pero lo mejor de la ciudad es el río y su
entorno. Como les ha pasado a muchas ciudades con entornos naturales similares
de río o mar, me han contado que Rosario ha sido hasta hace poco una ciudad de
espaldas al río que se aprovechaba únicamente como recurso de transporte industrial:
el puerto y los ferrocarriles. Situación que se ha revertido. Se han tirado los
muros y se han creado equipamientos sociales (restaurantes, museos, parques
infantiles, zonas de paseo, y juego). Ahora hay enormes espacios abiertos que
se llenan de familias con niños. Los domingos que salen con sol es una
maravilla pasear por allí y observar el bullicio y la alegría de aquellos
inmensos paseos.
Rosario tiene, además una peculiaridad especial
en Argentina. Es la ciudad en la que nació la bandera argentina y se ha
convertido en su hogar privilegiado. De hecho, el próximo lunes se celebrará
allí el “día de la bandera”, que es festivo en toda la nación. Asistirá el
presidente y cientos de niños con sus familias jurarán la bandera. En
Argentina, todavía creen y respetan su bandera. La bandera de todos. Yo llegué el jueves a media noche y pude
asistir el viernes (festivo también en Argentina en recuerdo de uno de sus
héroes de apellido Güemes) a la promesa que muchísimos niños de diferentes colegios
llegados hasta Rosario prestaban a la bandera. Como se ve en la fotografía una infinidad de niños y padres se fueron reunidos todos estos días en el monumento a la bandera (por cierto, si amplían la fotografía, podrán ver que un personaje va descendiendo por la torre ondeando la bandera). Un personaje que representa al
General Belgrano les plantea la
siguiente fórmula de juramento:
Queridos estudiantes santafesinos:
La bandera celeste y blanca representa a
nuestra Patria, su historia, su porvenir, que es el nuestro. Honrarla es un
acto de amor; al respetarla crece nuestra esperanza y podemos confiar en el
futuro. Cada pedacito de bandera es nuestro corazón que late.
Recuerden
que prometer es poder decir toda la verdad, con el corazón, y es para siempre. Por
eso, estudiantes santafesinos: ¿Prometen por las cosas que más quieren, por sus
amigos, sus familias y sus juegos, por la escuela y la ciudad que los vio
nacer, por engrandecer este país y lograr la igualdad para conseguir un futuro
mejor, donde todos seamos escuchados y podamos tener trabajo, esperanzas y
alegría?”
¿Prometen
que en cada pequeña tarea responsablemente asumida van a quererla, respetarla y
rendirle el homenaje que ella merece?
Queridos
estudiantes santafesinos, ¿prometen defender esta bandera celeste y blanca?»
Ellos responden: «Si, prometo».
No sé si esto servirá de algo. Probablemente, no.
O sí. A la gente de acá nos resulta un poco raro, pero quizás es que hemos
perdido sensibilidad hacia ciertas emociones que tienen que ver con lo que
somos como colectivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario