Después de hora y media para
hacer 40 kilómetros sorteando un tráfico endiablado medio dormido, medio desesperado llegas a La
Antigua, una forma apocopada de decir La Ciudad Antigua de Guatemala, destruida
por un terremoto en el siglo XVIII a raíz de lo cual, la capital se trasladó a
la actual Ciudad de Guatemala. En 1979 fue declarada por la Unesco, Patrimonio
de la Humanidad.
Lo primero que hay que decir de
La Antigua es que es una ciudad colonial preciosa. Calles largas, regulares,
con casitas bajas, multicolores. Está llena de palacios antiguos, la mayor
parte de ellos en ruinas. A medida que iba avanzando por las calles, cuando se
me permitía esa curiosidad, entraba en
los patios de las casas. Una preciosidad, la mayor parte de ellos: con pozos de
agua, con plantas que los convertían en vergeles, sombreados frente al calor
terrible del exterior. La paz frente al bullicio turístico del exterior.
Todo parte de una plaza central
en la que, como resulta obvio, está el palacio municipal y la catedral. El
primero es un espléndido edificio columnado que se ha convertido ahora en un
centro cultural abierto a los turistas. Y, al lado, la catedral, buena muestra
del gran poder que en su momento tuvo la Iglesia en esta ciudad.
Visité dos veces la ciudad, una
de ellas un jueves y la otra un domingo. Parecía una ciudad distinta, desde
luego. El domingo estaba repleta de turistas. En la plaza mayor varios grupos
de diversas religiones celebraban sus actos con aspectos llamativos: imposición
de manos, rezos (más bien recitaciones alocadas de frases seguidas cuyo sentido
no era fácil de rescatar). Me dejó bastante impactado las cosas que ví:
unos cantaban y tocaban (y no mal, por cierto); otros se acercaban a las
personas y les ponían la mano en el pecho y, calculo, rezaban por ellos (esas
frases enlazadas como trabalenguas que no parecían tener sentido aunque
oraciones debían ser y quizás tranquilizaban) un señor mayor sentado en medio
de dos jóvenes a quienes daba la mano y rezaba (esas frases de nuevo) mirando
fijamente al suelo los tres.
Pero La Antigua es, sobre todo,
la ciudad del jade. Las mejores tiendas
están vinculadas al jade. Y no es para menos. Hay dos tipos más notables de
jade en el mundo, el chino y el centroamericano (el jade maya).
Tiene muy diversos colores en función de la
pureza y la antigüedad de la gema. Los más reconocidos en Guatemala son el jade
negro y el jade blanco. También son los más caros. Pero, en fin, siendo la
primera vez que visito Guatemala y pese a que todo me ha parecido
desmesuradamente caro, esta vez mi visita a La Antigua ha sido, sobre todo de
compras. Tarea que no es fácil y que complica la vida de turista que debería
ser más relajada. Pero tienes que pensar en cada persona querida, en sus
posibles gustos, en qué le quedaría bien en función del cabello, de los ojos,
de sus vestimentas habituales. En fin, un estrés. Pero bueno, merece la pena
porque también se disfruta mucho en ese proceso de selección y eliminación de
posibilidades. Y al final, pues hay lo que hay.
Y si no les gusta que los devuelvan.
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