La vida pasa inexorable, lo que
es jodido aceptar como idea de la propia vulnerabilidad, pero no queda otra.
Los “ciclos de vida” que tengo que explicar de vez en cuando a mis estudiantes
para que entiendan que hagamos lo que hagamos como profesionales, la edad
siempre está ahí enarbolando el principio de realidad que exige una obediencia
mucho más rígida e inquebrantable que la constitución. Y en esos ciclos de
vida, a algunos de nuestros amigos, les ha llegado el de la jubilación que en
algún caso se ha acogido sonriendo y otros con una resignación cabreada. La
jubilación depende de cómo te la tomes, pero es verdad que las instituciones no
te ponen las cosas fáciles: en la carta de aviso de la jubilación le decían a
Javier que había trabajado para la universidad 40 años, 6 meses y un día. Más
que un parte laboral suena a condena. A Fidel primero le concedieron una
prórroga y luego, sin mediar otra conversación, se la rescindieron porque,
¡cágate lorito!, resultaba caro para el gobierno porque tenía muchos trienios.
Eso es eutanasia laboral. En fin, que una cosa que podía ser agradable y
abrirte a nuevas posibilidades se convierte al final en un tránsito penoso.
Así que nos hemos solidarizado con ellos
y les hemos hecho una fiesta. Queríamos que fuera “sorpresa”, pero como son
jubilados pero no tontos, nos lo han cachado enseguida. Son muchos años de salir juntos. Ellos, Javier y Fidel, son
los primeros amigos que se jubilan en nuestro grupo y eso es un hándicap para
saber cómo proceder. Al final, las mujeres han sido más creativas y ellas se han encargado de
reservar plaza en el aeroclub y de provisionarse de los regalos-chanza adecuados
a la ocasión: un bastón digno y unas tostadas de pan (sin azúcar, ni sal, ni
gluten) para su desayuno saludable. Tampoco faltaron unos sobres especiales
que, con iniciales y firmas ilegibles,
les prometían sobresueldos en B como agradecimiento a los servicios prestados a
sus instituciones y a quienes las dirigían y destinados a compensarles por la
pérdida de ingresos que les supondrá la
jubilación.
La cena estuvo bien, aunque
adecuada a la edad de los cenantes. No conviene abusar a estas edades. Unos
entrantes y una tortilla de patatas. Y buen vino, que lo cortés no quita lo
valiente. Y, además, así se nos suelta la lengua, que fue lo más atractivo de
la noche.
Por supuesto, en una fecha tan
señalada no podía faltar la intervención de nuestro bardo oficial y pregonero,
Juan, quien, sin embargo ya nos advertía que “Se é difícil ser poeta / en circunstancias normais/ non poden imaxinar/
en casos excepcionais. Facer versos para un cumple / ou para bodas de prata/
aínda que non é doado / non soe dar moita lata. Pero una xubilación / é difícil
de glosar /e se se trata de dúas /millor xa non empezar”. Pero él, echó
mano de sus recursos y montó su espectáculo coral. No se anduvo con chiquitas y
nos provisionó a cada uno de la correspondiente chuleta pues teníamos hasta
tres estribillos distintos en las diferentes fases de la elegía. Las rimas
hablan ganancias y pérdidas, de levantarse tarde y deambular; de eliminar
preocupaciones y mitigar conspiraciones; de ganar en tiempo para los nuevos
amigos de los paseos y perder en influencias y prebendas (aquellos jamoncitos,
aquellas cajas de bombones, aquellas comidas de negocios…). La jubilación al
fin que cantaba el 2º estribillo: “Campanas
de Bastavales / cando vos oio soar/ énchome de soidades / xa non vou a
traballar”.
La melancolía de la noche (bien
llevada, con dignidad, todo hay que decirlo), dio paso a los brindis y a esas
pequeñas catarsis afectivas de las fechas especiales. Javier estaba
especialmente dispuesto (siempre lo está a dar ese salto de riesgo de la
descripción o debate neutro a una zona más personal y emotiva) a hacer llegar a
cada uno de los asistentes su emoción del momento, como si quisiera ser él
mismo quien nos diera a cada uno nuestro regalo personalizado. Nos amenazó de
broma con un discurso de 8 hojas de papel escrito, pero luego a medida que él
mismo se iba autoestimulando en el recorrido personalizado, comenzó a cogerle
gusto y a regodearse en cada jugada. Comenzó diciendo que “la vida es un abismo”,
frase propia de una tragedia griega que nos hizo temer los peores anuncios,
pero era solo un artilugio comunicacional pera generar un shock inicial que nos
tuviera a todos atentos. Luego fueron saliendo los sentimientos y cosas que
Javier lleva dentro siempre y que, de vez en cuando, le gusta mostrar. Y así
nos fue poniendo a cada uno la etiqueta con que vamos marcados en sus afectos:
Juan es afortunado por tener amigos como él; yo soy, a veces, un buen
conversador; Carmen, un espíritu optimisma que ha logrado contagiar a la
pandilla; Matilde una estilizada anfitriona que ha hecho de Moas un lugar de
encuentro privilegiado; Elvira la rebelde del grupo que seduce con ese espíritu
inconformista y un poco loco; Mery una buena combinación entre mujer cariñosa y
rompepelotas que inquieta a los colegas por su tesón y fuerza personal; Ma.
Eugenia su compañera fiel, la mujer paciente con la que ha cruzado esos abismos
que nos anunciaba al inicio de su charla, pronto harán sus bodas de oro y lo
que más desea es seguir disfrutando de la vida con ella, porque solo hay una y
está llena de abismos; Lois ha sido, en muchas ocasiones, el profesional de la
comunicación imparcial y audaz con el que se ha encontrado en paisajes
diferentes, algunos profesionales y otros menos lustrosos pero igual de divertidos
en la zona vieja de Barcelona; Fidel, el amigo de siempre que llegó de Madrid
tirando a pijo pero que poco a poco se ha ido normalizando y eso sin dejar de
ser coruñés hasta las cejas, lo que no deja de tener un mérito especial. Y así
se cerró la ronda. Había pasado media hora larga de dinámica de grupos. Javier
había hecho su catarsis y, liberado de ese peso, se le notaba más relajado y
feliz. Y aún con fuerzas para chuzar a Fidel a que él debiera hacer lo mismo: “un
tipo que nunca para de hablar y hoy que es su día de homenaje, no habla”. No hizo falta más provocación, y allí comenzó
la segunda ronda de confesiones.
Fidel (que repitió repetidas
veces que se sentía “abraiado”, una palabra que le gusta) comenzó también con
una frase de titular, “hay que incluir un poco de frustración”, idea que debió extraer
como conclusión personal de los versos de Juan. Jubilarse tiene eso, que uno ha
de asumir las condiciones de la nueva etapa y reservar algo más de espacio para
la frustración. Fidel lleva peor que Javier la jubilación. También es lógico
pues los efectos secundarios del nuevo estatus han sido más dolorosos en su
caso, pero poco a poco lo va integrando en su nuevo esquema, se va resignando.
De ahí lo de la frustración. Puesto en la tesitura de hablar de los comensales
se le planteaba un nuevo desafío que habitualmente rehúye. Fidel es, probablemente, tan sentimental como
Javier, pero sobre todo en la intimidad. Es persona de buen juego en distancias
cortas. En cancha larga se guarda más sus juicios, los matiza, acostumbra a
nadar y guardar la ropa. Así que su reparto de cartas tuvo ese toque neutro de
quien dice menos de lo que calla. Tomando un vino puede decirte cualquier cosa,
proporcionada o no. Pero puestos en situación de decir y con la necesaria
necesidad de aproximarse a una confesión personal cuida mucho lo que dice. Y lo
que dijo de Lois fue que lo conoció hace muchos años como compañero de Mery y
que desde entonces han ido manteniendo una bonita amistad; de Ma Eugenia
destacó su enorme mérito por haber aguantado a Javier tantos años, aunque
repitió su sospecha de que ella es “cómplice necesaria” de las increíbles andanzas
que nos cuenta Javier de su juventud; de Mery que le tiene un cariño especial
pues cuidó a su hija María de chiquita en Madrid y que eso no se olvida; de
Elvira que es la hermana de Pili, la niña que más le zoscó de pequeño (de hecho
la llamaban Atila); de Matilde que tiene la capacidad de desconcertalo con
algunas verdades que le sorprenden, como el otro día que le decía que si lo
pensaba bien ella era más familia suya que su propio hermano pues pasaba mucho
más tiempo con él y era mucho más cómplice en las cosas que le pasaban; de
Carmiña, no supo qué decir y que lo mucho que podía decirle se lo diría en la
intimidad (lo de los espacios cortos, que ya mencioné); de Miguel que era sano
y de Juan que era un bardo estupendo que le hace acreedor a un poema de
piropos; de Javier que hace tanto tiempo que se conocen (40 años), han
coincidido en tantas cosas en la vida (vivieron en la misma casa, se casaron el
mismo día, aunque un año después, y se han jubilado el mismo día) que ya
cualquier cosa que diga es como desvelar secretos de pareja.
Y así, entre bromas y veras, entre
caralladas simples y efluvios emotivos dimos por bueno el paso a la jubilación
e inauguramos la nueva etapa de los amigos que podrán según el vate: “Levantarse a eso das nove/ se as once, moito
millor. Asearse sen premura / e almorzar coma un señor”.
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