Resulta curioso pues es un film
del 2008, pero no sabía nada de él. Lo
había comentado un compañero en la comida. Decía que era una película muy
interesante, que merecía la pena verse. Nos contó algo del tema y,
efectivamente, me pareció muy atractiva. Además, los consejos sobre buen cine
nunca se deben desatender. La vida acaba siendo demasiado corta para perder el
tiempo con malos filmes. Así que aproveché la tarde del domingo, encerrado en
el hotel, para verla. Como está en You Tube, sin restricciones, pude hacerlo
sin dificultad alguna.
Al frente de la clase es un alegato
en favor de los derechos de las personas que sufren de alguna enfermedad rara,
en este caso el síndrome de Tourette,
una anomalía neurológica que hace que los sujetos realicen movimientos y ruidos que no pueden
controlar.
La película impresiona realmente.
Y si eres profesor y formador de profesores, aún más. Muy bien pensada, sin
melodramas innecesarios (es fácil comprender el drama que viven los sujetos con
el síndrome de Tou…) pero con una presencia constante y machacona del síntoma.
Eso ayuda a que uno no se pueda escapar por la parte ligeramente cómica de las
situaciones (eso que solemos decir a veces de "si no fuera tan trágico
darían ganar de reir). Aquí pasa un poco eso. A veces no puedes evitar una sonrisa
(tampoco tendría sentido, pues el propio protagonista se ríe con frecuencia de
las situaciones que su problema provoca) pero el film no te da respiro y acaba
haciéndote consciente de lo agobiante de la situación.
Lo mejor, sin duda, el
protagonista, James Wolk. ¡Qué maravilla, cómo se hace con el papel! Yo no
conozco a ninguna persona que padezca el síndrome de Tour… pero me da la
impresión de que su actuación es muy realista, que borda su papel. Acabas el
film agotado, al identificarte con él, pero, a la vez, feliz porque te sientes
contagiado de su fortaleza, de su capacidad de resiliencia.
Saqué muchas cosas en limpio de
la película. Es todo un manual de educación y de autoayuda.
Lo primero que enamora es su gran
capacidad de supervivencia. Debe ser como un milagro eso de vivir la propia
enfermedad como un estímulo (ella ha sido mi mejor profesor, dice al final, la
que me ha enseñado la importancia de
vivir y de superarme). Es curiosa esta fortaleza mental que, por otra parte,
está frecuente en muchas personas con alguna incapacidad. Recuerdo un colega y
amigo con problemas de movilidad (había tenido un accidente que le destrozó la
pierna y le provocó una cojera irreversible) que me decía que él se sentía
feliz de ser cojo. No solo no se quejaba, creía que había sido una bendición
para él porque le había permitido llegar a ser como era. Me hizo pensar mucho
porque al principio yo creía que no podía ser verdad lo que decía, que era una
pose, una forma de sublimar su frustración. Pero no, era realmente una persona feliz
que contagiaba alegría y deseo de vivir. De hecho se ha hecho famoso por los
éxitos conseguidos en la recuperación de sujetos con algún tipo de
discapacidad. Les transmite ese gran poder psicológico que él mismo posee y que
le ha permitido llegar a las mayores metas académicas. Al protagonista de este
film le pasa también eso, no le cuesta reconocer que tiene un problema
(interesante la forma en que afronta el dilema de si es mejor hablar de él
desde el inicio de sus entrevistas para obtener el empleo de profesor, o
disimularlo), pero de manera alguna acepta que sea el problema el que le marque
la agenda vital. Él es quien es con sus ruidos. Es un pack único pero en el que
deben estar claras las prioridades y qué es lo fundamental y qué lo secundario.
Eso es exactamente lo que
tratamos de inculcar desde hace años a través dela pedagogía de la diversidad.
Las posibles discapacidades o minusvalías de los sujetos no constituyen el
núcleo de su identidad. No debemos hablar de “ciego”, “cojo”, o “hiperactivo”
porque con ello solo logramos confundir la parte con el todo. Ellos y ellas son
personas con alguna característica particular que en nada reduce su cualidad de
persona ni el conjunto de cualidades y capacidades que como tal posee: es una
persona que puede hacerlo todo menos ver, o todo menos andar o menos estarse
tranquilo durante periodos largos de tiempo. La escena del niño explicando a
sus compañeros esta situación ayudado por el director de la escuela resulta muy
emocionante. Probablemente, en la realidad, la respuesta de sus compañeros no
hubiera sido tan correcta y emotiva (difícil pasar de la nada al todo) pero
resulta emocionante comprobar cómo se puede construir un auténtico respeto a la
diversidad, sin culpabilizar a quien la padece sino más bien al contrario,
generando empatía con él.
Muy contrario a ese espíritu es
lo que aparece como actitud de directores y colegas en las diferentes escuelas
por las que va pasando solicitando trabajo. Luego, también la de algunos
padres. Es descorazonador que gentes de educación (pero también de otros
contextos como el golf, los restaurantes, el cine e, incluso, la iglesia) se
muestren tan poco comprensivas. Duelen las miradas, los reproches, los
prejuicios. Claro que tendríamos que ponernos nosotros mismos en esa situación
y ver cómo reaccionaríamos. Por eso, cuando se encuentra con la pareja de
directores que son capaces de elevar sus consideraciones más allá de los
prejuicios, uno siente que otro tipo de mundo es posible. “Después de tanto
hablar lo que hemos hablado, tenemos que demostrar que creemos en ello”, o algo
así, es su justificación al contratarlo. Cierto, porque si no, al final, todo
se queda en palabras. Ninguno de los que le rechazaron se confesaría persona
“excluyente” o racista. Y probablemente no lo fueran en sus palabras, pero sí
en las decisiones que adoptaban creyendo que hacían lo mejor.
Resulta muy emocionante el
periplo que el protagonista sigue en la búsqueda de pareja. Supongo que en ese terreno tan sensible en la construcción de la propia
autoestima, él ya había tocado fondo. Quizás hasta habría renunciado a tener
pareja alguna pensando que nadie soportaría su enfermedad. Pero, en la misma
tónica de todo lo que es su capacidad de resiliencia, sigue creyendo en él
mismo. Así que su cita a ciegas resulta tierna y divertida. Y tiene la suerte
de dar con una chica que está más allá del “qué dirán” y de los
convencionalismos (probablemente, también ella había asistido a una escuela
inclusiva). Sabe reconocer lo que hay dentro de él de tierno, de persona que
domina las circunstancias, incluso aquellas que no le favorecen. Que sabe reír
(incluso de sí mismo y de sus problemas) y hacerla reír. Y las cosas les salen
bien. Ambos se lo merecen.
Bueno, y la otra cara hermosa de
la película es el trabajo que el protagonista hace como profesor. Impresiona
ver la clase vacía a la que le llevan los directores de la escuela que se
arriesga a contratarlo, pero impresiona aún más ver la procesión de colegas que
se van acercando a ella trayéndole cosas para la clase. Al final, completa un
extraordinario repertorio de recursos didácticos para trabajar con los niños y
niñas de su clase. También emociona ver el cuidado con que lo va preparando todo para su llegada desde varios
días antes. Él está emocionado y logra transmitir esa emoción a quienes le
vemos metido en cuerpo y alma en el diseño de su propuesta pedagógica. Y cuando
los niños llegan, ese tono de preocupación y calidad se mantiene. No es fácil
para él pues debe hacer frente a su problema, debe explicárselo a los niños,
debe asumirlo él mismo como una condición de normalidad en su vida profesional,
debe ir dando una respuesta equilibrada a las dificultades que su situación
trae aparejadas: por ejemplo que algunos padres no vean claro que en sus condiciones
pueda dar clase y resultar positivo para sus hijos. Pero él sigue adelante, se inventa cosas a trabajar
con los niños, logra meter el mundo de fuera en sus clases (el ejemplo de la
camionera y sus rutas es magnífico). En fin, hay muchas cosas de las que
emocionarse en la película, pero la forma en que este profesor afronta el
trabajo con los niños es, sin duda, una
de ellas.
Me pareció un poco sin sustancia
ese salto en el vacío de nombrarlo profesor del año. No hacía falta para nada
ese reconocimiento un tanto peliculero. Pero se entiende que al director del
film le viene bien para acabar la historia con el speech final, todo un discurso programático sobre el valor de la superación personal y lo que la
educación, la buena educación, puede aportar para lograrlo. Llevamos años
hablando del valor educativo de la diversidad, del derecho de todos a ser
tratados como iguales para poder desarrollar un proyecto de vida lo más
completo posible. Esta película que, además, está basada en un caso real,
resulta muy reconfortante. Ya tengo de que hablar con mis estudiantes en el
inicio del nuevo curso.
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