domingo, abril 14, 2013

39 años casados




Un amigo me envió ayer un mensaje para que entrara en el You Tube y observara un pequeño vídeo en torno a “Mi vida según Google”.  El vídeo recoge las entradas en el buscador de la gente que ha comenzado su búsqueda con su edad y su problema: “tengo x años y…” (después de esa y pone uno su cuestión: y no tengo novio; y no tengo trabajo; y estoy perdido; y no sé qué va a ser de mí; y…, y…). Lo que ha hecho Google ha sido recoger las entradas más frecuentes para cada una delas edades. Decía mi amigo que era una buena muestra de lo que son las preocupaciones de reales de las personas a medida que van subiendo en años. La verdad es que resulta un poco deprimente, pero está claro que el mayor número de “y…” están vinculados a la vida de pareja. En los veinte la geste busca pareja, en los treinta se queja de no tenerla aún; en los cuarenta aparecen los dramas y a partir de ahí la cosa se diversifica entre los que les ha ido bien y los que les fue fatal.
Yo debería comenzar este post diciendo que “tengo x años y llevo 39 casado”. Claro que podría haber lectores suspicaces que pensaran que debía interpretarse la frase como un S.O.S. de alguien agotado y desesperado. Pero se equivocarían. Tampoco acertarían quienes quisieran ver en ello alguna expresión de suficiencia (algo así como “¡fijaos si tengo mérito, por haber llegado hasta aquí!). No es que no cueste llegar, que sí cuesta, pero tampoco podemos considerarlo una proeza. Con sus momentos mejores y peores pero la cosa se va lleva

ndo con gusto (siempre, claro, que los momentos mejores sean más que los peores; lo otro sería masoquismo o resignación).
La verdad es que mantenerse unido a una misma persona durante tanto tiempo, tiene su intríngulis. No puedes evitar sentir un poco de envidia de otros que han ido variando sus esposas y compañeras. Y te preguntas, ¿no estaré yo haciendo el panoli con esta ortodoxia matrimonial?, ¿qué me habré perdido? Y como la imaginación es libre, sobrevuelas con ella aventuras superexcitantes y te imaginas en otros lugares, con otras personas, sumergido en otras emociones. Dicen los psicólogos que eso no es malo para la mente. Así no se anquilosa. Ni siquiera debe ser malo para el propio matrimonio pues después intentas reproducir lo que imaginaste y emular la excitante personalidad que desarrollabas durante el sueño. Psicosis pasajeras, las llamaba uno de nuestros profesores de Psicología. Construimos una realidad a medida de nuestros deseos o temores o imaginaciones. El problema no es tenerlas, nos decía, pues todos las tenemos (por ejemplo, cuando lloramos en una película, aun sabiendo que aquello es una ficción), sino el salir de ellas y volver a la realidad. A veces cuesta un poco, pero  por lo general, la realidad es suficientemente convincente y aterrizas rápido.
En fin, se está  bien de casado… si se está  bien. Pero  cuando consigues un buen nivel de crucero, con un cierto equilibrio entre rutinas y momentos especiales, todo se hace más fácil. Durante los primeros años de matrimonio, las cosas son más complejas, pues cada una de las partes se propone como objetivo cambiar al otro, aproximarlo más a la imagen que cada uno tiene de cómo debe ser el otro para encajar bien con él. Pero esos intentos de fusión mutua no suelen avanzar mucho. Son un esfuerzo vano y, a veces, contraproducente. Puede que se suavicen algunos matices, más de forma que de fondo, pero por lo general, cada uno acaba reforzando aquello que le hace único y distinto. Si se logra superar esa fase, se entra en un periodo mucho más plácido y constructivo. La pareja siguen siendo dos con muchas cosas que les unen y algunas que los diferencian (o a la inversa). Con los hijos suele pasar algo parecido: primero pasas unos años queriendo que sean una fiel imagen del modelo que llevas en la cabeza hasta que al final acabas aceptando que cada uno de ellos es él o ella y que así tiene que ser. También eso acaba relajando mucho el ambiente familiar.
Y cuando entras en los 39 años de casado (a un año de la meta intermedia de las “bodas de rubí”) todas esas cosas las tienes ya aprendidas. Sigues siendo tú, unido a otra persona a la que quieres y con la que estás muy a gusto. Tus hijos siguen siendo ellos mismos y van siguiendo su camino. Y entre todos vivimos y sufrimos juntos tanto las alegrías como las penas que se nos van presentando. En nuestro caso, siempre hemos diferenciado bien, entre pareja y familia (probablemente, ése ha sido uno de los ejes que ha facilitado llegar bien a este aniversario), pero solo como parte del misterio en el que se desarrollan estas cosas, porque al final son dos cosas pero fundidas en una sola. Así que uno llega a días como éste y siente que son ambas cosas las que celebra: el llevar 39 años juntos y el haber podido generar una familia de la que, a su vez, han nacido otras dos. Al final, celebramos que hemos hecho un poco más de mundo.

Así que en esas estamos. 13 trienios de afecto, discusiones, sexo, viajes, familia, estudios, trabajo, cariño, dudas, emociones, proyectos, sobresaltos, suegros, consuegros, amigos, etc. 39 años de vida juntos (un poquito más si incluimos los ricos ratos del noviazgo o como se llamara entonces). Toda una historia de vida que nos ha ido  cambiando pero en la que los cambios van respetando lo esencial. Seguimos estando bien, sintiéndonos bien, disfrutando de la presencia del otro (y de más cosas suyas, desde luego) y deseando que esto se prolongue mucho más porque aún nos quedan muchos proyectos que llevar a cabo. Juntos es mucho  más fácil.
Así que ya sé qué podría poner en esa página del Google: “Tengo x años, llevo 39 años casado y sigo encantado”.





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