Un amigo me envió ayer un mensaje
para que entrara en el You Tube y observara un pequeño vídeo en torno a “Mi
vida según Google”. El vídeo recoge las
entradas en el buscador de la gente que ha comenzado su búsqueda con su edad y
su problema: “tengo x años y…” (después de esa y pone uno su cuestión: y no
tengo novio; y no tengo trabajo; y estoy perdido; y no sé qué va a ser de mí; y…,
y…). Lo que ha hecho Google ha sido recoger las entradas más frecuentes para cada
una delas edades. Decía mi amigo que era una buena muestra de lo que son las
preocupaciones de reales de las personas a medida que van subiendo en años. La
verdad es que resulta un poco deprimente, pero está claro que el mayor número
de “y…” están vinculados a la vida de pareja. En los veinte la geste busca
pareja, en los treinta se queja de no tenerla aún; en los cuarenta aparecen los
dramas y a partir de ahí la cosa se diversifica entre los que les ha ido bien y
los que les fue fatal.
Yo debería comenzar este post
diciendo que “tengo x años y llevo 39 casado”. Claro que podría haber lectores
suspicaces que pensaran que debía interpretarse la frase como un S.O.S. de
alguien agotado y desesperado. Pero se equivocarían. Tampoco acertarían quienes
quisieran ver en ello alguna expresión de suficiencia (algo así como “¡fijaos
si tengo mérito, por haber llegado hasta aquí!). No es que no cueste llegar,
que sí cuesta, pero tampoco podemos considerarlo una proeza. Con sus momentos
mejores y peores pero la cosa se va lleva
ndo con gusto (siempre, claro, que los momentos mejores sean más que los peores; lo otro sería masoquismo o resignación).
La verdad es que mantenerse unido
a una misma persona durante tanto tiempo, tiene su intríngulis. No puedes
evitar sentir un poco de envidia de otros que han ido variando sus esposas y
compañeras. Y te preguntas, ¿no estaré yo haciendo el panoli con esta ortodoxia
matrimonial?, ¿qué me habré perdido? Y como la imaginación es libre,
sobrevuelas con ella aventuras superexcitantes y te imaginas en otros lugares,
con otras personas, sumergido en otras emociones. Dicen los psicólogos que eso
no es malo para la mente. Así no se anquilosa. Ni siquiera debe ser malo para
el propio matrimonio pues después intentas reproducir lo que imaginaste y
emular la excitante personalidad que desarrollabas durante el sueño. Psicosis
pasajeras, las llamaba uno de nuestros profesores de Psicología. Construimos
una realidad a medida de nuestros deseos o temores o imaginaciones. El problema
no es tenerlas, nos decía, pues todos las tenemos (por ejemplo, cuando lloramos
en una película, aun sabiendo que aquello es una ficción), sino el salir de
ellas y volver a la realidad. A veces cuesta un poco, pero por lo general, la realidad es
suficientemente convincente y aterrizas rápido.
En fin, se está bien de casado… si se está bien. Pero
cuando consigues un buen nivel de crucero, con un cierto equilibrio
entre rutinas y momentos especiales, todo se hace más fácil. Durante los
primeros años de matrimonio, las cosas son más complejas, pues cada una de las
partes se propone como objetivo cambiar al otro, aproximarlo más a la imagen
que cada uno tiene de cómo debe ser el otro para encajar bien con él. Pero esos
intentos de fusión mutua no suelen avanzar mucho. Son un esfuerzo vano y, a
veces, contraproducente. Puede que se suavicen algunos matices, más de forma
que de fondo, pero por lo general, cada uno acaba reforzando aquello que le
hace único y distinto. Si se logra superar esa fase, se entra en un periodo
mucho más plácido y constructivo. La pareja siguen siendo dos con muchas cosas
que les unen y algunas que los diferencian (o a la inversa). Con los hijos
suele pasar algo parecido: primero pasas unos años queriendo que sean una fiel
imagen del modelo que llevas en la cabeza hasta que al final acabas aceptando
que cada uno de ellos es él o ella y que así tiene que ser. También eso acaba
relajando mucho el ambiente familiar.
Y cuando entras en los 39 años de
casado (a un año de la meta intermedia de las “bodas de rubí”) todas esas cosas
las tienes ya aprendidas. Sigues siendo tú, unido a otra persona a la que
quieres y con la que estás muy a gusto. Tus hijos siguen siendo ellos mismos y van
siguiendo su camino. Y entre todos vivimos y sufrimos juntos tanto las alegrías
como las penas que se nos van presentando. En nuestro caso, siempre hemos
diferenciado bien, entre pareja y familia (probablemente, ése ha sido uno de
los ejes que ha facilitado llegar bien a este aniversario), pero solo como
parte del misterio en el que se desarrollan estas cosas, porque al final son
dos cosas pero fundidas en una sola. Así que uno llega a días como éste y
siente que son ambas cosas las que celebra: el llevar 39 años juntos y el haber
podido generar una familia de la que, a su vez, han nacido otras dos. Al final,
celebramos que hemos hecho un poco más de mundo.
Así que en esas estamos. 13
trienios de afecto, discusiones, sexo, viajes, familia, estudios, trabajo,
cariño, dudas, emociones, proyectos, sobresaltos, suegros, consuegros, amigos,
etc. 39 años de vida juntos (un poquito más si incluimos los ricos ratos del
noviazgo o como se llamara entonces). Toda una historia de vida que nos ha
ido cambiando pero en la que los cambios
van respetando lo esencial. Seguimos estando bien, sintiéndonos bien,
disfrutando de la presencia del otro (y de más cosas suyas, desde luego) y
deseando que esto se prolongue mucho más porque aún nos quedan muchos proyectos
que llevar a cabo. Juntos es mucho más
fácil.
Así que ya sé qué podría poner en
esa página del Google: “Tengo x años, llevo 39 años casado y sigo encantado”.
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