Con ese título se imponía el verla cuanto antes. Es, además, una película francesa, país con una amplia tradición en films sobre educación. Tienen una forma bastante particular de abordar los temas educativos, mezclados siempre con problemas sociales por lo que, al final, siempre te queda la duda de si la historia que se cuenta quería hablar de educación o de otras cosas. En todo caso, bien está que la educación, esa parte importante de la vida de las personas y las sociedades, esté presente en el cine y eso nos permita pensar en ella.
Película francesa, como decía, del año 2024 que está dirigida por Éric Bresnard, un prolífico director del que ya se han pasado en España numerosas películas (Entre amis, Pastel de pera con lavanda, Las cosas sencillas…). Bresnard es también el guionista, tarea que es habitual en él desde hace años (en Babylon, por ejemplo). Así que aborda dos campos en los que tiene mucha experiencia. Está protagonizada por dos muy buenos y prolíficos artistas: Alexandra Lamy (Sobre ruedas, Vuelta a casa de mi madre, Los infieles) y Grégory Gadebois (Presunción de inocencia, Paternel, Las cosas sencillas). Ambos muy presentes en las pantallas (y ahora en los grandes servidores de cine por internet). Llama la atención la gran cantidad de películas que ambos tienen en su haber: por ejemplo, Gadebois participó en 7 películas en el año 2024. En la película ambos están a gran altura, ella más seria y con menos registros, manteniendo una línea de actuación controlada y minimalista. Él mucho más expresivo y bipolar, pero reflejando bien el estereotipo de lo que puede ser un campesino duro, rico y quemado por la vida, pero a la vez, buena persona, sensato y cordial.
En su conjunto la película está bien técnicamente. La historia atrapa, la ambientación es excelente (quizás exagerada en la sensación de miseria e incultura que atribuye al contexto rural, pero todo está muy cuidado: oficios, personajes, vestidos, dinámicas sociales y culturales), la fotografía buena (con un excelente contraste entre la luminosidad y amplitud de los exteriores y la opresión y negrura de los interiores). Logra primeros planos excelentes y muy expresivos de los personajes, tanto adultos como niños. La música no aparece en exceso, pasa un poco desapercibida (o, al menos, eso me pareció a mí).
Obviamente, lo importante en este caso es la historia que se nos cuenta, los personajes que incorpora a la historia, el mensaje que, al final, parece decantarse de todo el proceso seguido. El tránsito de la no educación a la educación es un proceso bien complejo y en el que influyen muchas circunstancias y agentes. La película lo refleja bien. Y no se trata de una batalla entre buenos y malos, entre inteligentes e ignorantes, entre modernos y antiguos. Es algo más profundo, más relacionado con la experiencia y las necesidades de cada quien, más visceral. Por eso los argumentos puramente racionales no siempre funcionan, ni tampoco los que lo vinculan todo al futuro (sobre todo, porque es difícil separar el futuro de los hijos de lo que ha sido el futuro, ya presente, de los padres).
El personaje central de la película es la maestra que llega a esa aldea remota de la Francia postrevolucionaria de finales del S. XIX. De hecho el título original del film, “Louise Violet”, habla de ella no de la escuela o la educación. Ella debe reconstruir su vida y, dado lo que se encuentra allí, debe reconstruir, en simultáneo, la dinámica social y cultural del entorno al que llega. Es mucho cambio para hacerlo a solas. Su gran problema es cómo generar alianzas que le ayuden a avanzar en ambos procesos. Nadie la ha llamado, nadie la necesita, solo es una funcionaria castigada a sobrevivir en un entorno adverso.
Lo que nos cuenta Bresnard es el proceso que sigue la maestra Violet para buscarse un lugar, para crear un nicho, primero personal y poco a poco profesional, en el que sobrevivir al presente y ganar el futuro (suyo y de los niños y niñas de la aldea). Esa es la idea estribillo que transita por todo el film: ser libre es poder elegir y es la educación lo que nos hace libres. Acabo de traducir un libro de A. Novoa (Profesores. Liberar el futuro: Narcea 2025) que nos traslada exactamente esa misma idea: son los profesores y profesoras, es la escuela (la escuela pública, dice él) la que nos permitirá tener un futuro libre. La profe Violet se sentiría muy reconocida en el texto de Novoa.
Hay un momento muy interesante en la película ya hacia el final, momento álgido en el que parece se hacen incompatibles la educación y la vida rural, en el que el alcalde Gadebois reconviene al chaval que no quiere ser como su padre en quien no ve nada bueno y hace un canto a esa otra cara de la educación que va más allá de la escuela y en la que ellos, incultos académicamente, son grandes educadores: el amor a la tierra, la entrega total para sacar adelante la familia, el buscar lo mejor para los hijos, la generosidad para colaborar con los demás campesinos… En realidad, no se trata de contraponer la educación familiar y sus valores a la escolar y los suyos. Se diría que la película empieza así (maestra contra padres y madres, o viceversa), para acabar entendiendo mejor todos que la educación, para poder avanzar, tiene que ser cosa de todos. Ya advertía aquel viejo dicho masai de que “para educar un niño se precisa de toda la tribu”.
Y luego, pues el cine es espectáculo y para enriquecer la intriga y amenizar el recorrido narrativo, la película va haciendo entrar en escena otros temas secundarios que entretienen al espectador: el pasado de la maestra y el temor a la ideologización de la escuela, los mensajes feministas, el cortejo del alcalde a la maestra, la figura del cura.
En el fondo, es una buena película que no se hace larga (aunque son casi dos horas) y de la que sales con dos mensajes clavadas en la mente como si fuera un estribillo: “ser libre es poder elegir”; “mi padre no tenía nada, yo tengo un libro, mi hijo será un señor”. Difícil hacer un mejor canto al poder transformador de la educación.
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