Bueno, ya era hora de estrenar el nuevo curso con carteleras renovadas. Dejando atrás las obligadas idas al cine con los nietos (para olvidar las penosas ofertas que tuve que soportar, Padre no hay más que uno 5 y Sin cobertura, aunque a ellos les encantaron), septiembre se ha abierto con algunas novedades interesantes.
A la espera de Cautivo, nos fuimos a ver Romería. El hecho de que hubiera sido grabada en Vigo y que la historia se situara en la cuidad olívica, ya era, de por sí, un aval suficiente para estar ansiosos por verla. Y allá fuimos la tarde de su estreno.
Romería es el cierre de la trilogía (tras Verano 1993 y Alcarrás) a través de la que Carla Simón nos ha ido acercando a un cine narrativo y emocional que busca hurgar en la cotidiano de sus personajes y en las cualidades de los paisajes en los que sitúa la acción. Con una notable redundancia en el desarrollo de la acción (que a veces roza lo pesado), lo que logra es meterte en la situación, hacerte sentir parte de ese entorno que ya conoces y donde ya supones lo que va a pasar. De esa manera, disfrutas o sufres con mayor intensidad lo que la historia cuenta.
La película está protagonizada por la joven actriz Llúcia García que hace el papel protagonista para ser el primer largometraje en el que participa, lo hace muy bien. Su personaje resulta comedido y sin extravagancias. Le va bien. También es nuevo como actor de primera fila Mitch, que hace de primo. El elenco de actores de la película está bien elegido y el tono general es excelente.
Buena parte del ritmo de la película y de su atractivo reside, desde luego, en la música (Ernest Pipó) y en la fotografía (Hélène Louvart). Viviendo en Galicia y conociendo bien Vigo parece lógico que disfrutes con las imágenes del mar, de la ciudad, de los paisajes. Y la música nos retrotrae a quienes vivimos aquí mismo aquella época de la movida viguesa (bien traído Siniestro Total y su Bailaré sobre tu tumba). En mi caso, como profesor de aquellos jóvenes que cursaban estudios universitarios y, además, trabajando con ellos cuestiones que tenían que ver con la drogadicción y la marginalidad. Es verdad que la droga marcó un antes y un después y que masacró a buena parte de una generación de jóvenes.
Y con respecto a la historia y cómo se cuenta, pues tengo mis más y mis menos. La idea, en sí misma, es bonita e interesante: una chica joven que se ha criado en Barcelona porque sus padres murieron de sida en Vigo. Con trasuntos autobiográficos de la vida de la directora, la protagonista regresa a Vigo al cumplir los 18 años con la idea de obtener su partida de nacimiento para poder solicitar una beca que le permita acceder a la Universidad. Sus padres no la habían inscrito en el Registro Civil y ella espera que sus abuelos lo hagan. De paso, obviamente, le gustará conocer algo más de la vida de sus padres, de los que solo le consta que habían muerto.
Ese retorno a la ciudad donde nació para recuperar su pasado resulta muy propio de Carla Simón y aventura una historia atractiva y estimulante. Obviamente, a esa idea sencilla hay que dotarla de emociones para que la historia mantenga su nivel de tensión. Y se van entrecruzando los personajes y las historia, el presente y el pasado, lo real y lo imaginario, unas técnicas de grabación y otras. Un puzle complejo que a veces hace que se pierda el hilo. Al final, aprendes a situarte, pero en ese esfuerzo acabas perdiendo matices.
Con todo, la película alcanza un notable nivel y gusta. Lo que sucede es que te deja un poso amargo por esa segunda lectura que inconscientemente vas haciendo a medida que avanza el film. No sabría decir si la película es cine catalán o cine gallego (en realidad es una coproducción hispano-germana) y, seguramente, eso es lo de menos, pero en el fondo lo que vemos en la historia es una chica educada y modosa que llega de Barcelona para ingresar en la universidad y lo que vemos del Vigo actual es todo un conjunto de chicos y chicas despreocupados y metidos en la droga y sin lograr abandonar del todo aquel proceso nefando que llevó a los padres de algunos de ellos a la muerte por sida. “Que fumemos porros no va significar que vayamos a meternos heroína”, le dice una de las chicas. Pero eso, justamente fue lo que pasó, se empezó probando y se acabó como se acabó. No conozco, ya soy mayor, si la juventud actual de Vigo y la movida en la ciudad es así, pero tengo sobrinos vigueses y no siento eso.
Bueno, esa fue mi sensación final. El pesar por la forma en que una vez tras otra Galicia y lo gallego en el cine: hermosa en los paisajes naturales, lejana y menor en los paisajes humanos.
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