“Una jornada interesante”, me
susurra mi narciso desde su escondite en la zona sombría del Ego donde sigue
confinado desde que no se puede viajar y dar conferencias y cursos por el mundo
adelante. A él le suele gustar el guirigay de aplausos, fotos y felicitaciones
que generosamente suelen tributar los participantes en los eventos. Pero ahora,
con la pandemia, lo noto más mustio y con un humor cambiante, entreteniéndose resignado
en tonterías varias escasamente gratificantes.
Por eso resultó interesante que
Felipe nos invitara a comer bajo la excusa atractiva de que su hijo Luis nos
prepararía su plato estrella de pasta a la boloñesa ("su ragout, aprendido en su
año de Erasmus en Siena, es espectacular" nos había anunciado su padre). Eso y el baño en
la piscina era una expectativa más que suficiente para pasar un buen rato con ellos,
algo que desde hace años hacemos con menos frecuencia de la que nos gustaría a
ambos. En fin, para tratarse de un martes, un plan cojonudo. Dije que sí, pasando
por alto que podríamos tener algún problema doméstico para poder ir: venían
obreros a casa para instalar un toldo en el balcón que nos permita utilizarlo a
salvaguarda del sol vespertino y, además, teníamos que desplazarnos hasta el
aeroclub para apuntar a nuestros nietos a un campus veraniego. Con todo eso por delante, lo sensato hubiera sido decir que no nos venía bien ese día, pero, en fin, dije que sí. Y, la verdad, todo
salió bien. Hicimos los encargos y allí estábamos a la hora acordada. El baño sirvió para inaugurar
la temporada; la comida fue estupenda y Luis se lució con su ragout, aunque su
perfeccionismo le dejó una pizca insatisfecho. En fin, tras la comida, quien quiso pudo
echar un sueñecito de siesta. Yo no, porque me lié con Elisa en la preparación
del software para hacer un álbum fotográfico (bueno, ahora ya sé que quien me lió fue ella,
cumpliendo, supongo, el papel que le había tocado en la ceremonia prevista).
“Y a qué viene todo ese rollo, si
se puede saber”, me insiste la otra parte de mi yo, preocupada por mi tendencia a
divagar que ella vincula a vestigios incipientes de senilidad. Pues sí, me justifico, sirve
para explicar que yo estaba en la luna y que ni por el forro me imaginaba la
emboscada en la que me había metido mi amigo Felipe. De pronto me dice él, “ponte
aquí Miguel, mira con quién estoy hablando por Internet”. Y allí fui pensando
en saludar a alguien con quien él tenía algún compromiso esa tarde. Le pedí a
Elisa que continuara ella la batalla con el Windows y el fotoprix, que yo
volvía enseguida. Y me pasé al otro lado de la mesa para cumplimentar, suponía yo, a algún amigo que
estaría al otro lado de la ventana virtual. Y allí estaban, efectivamente, no
solo uno sino diez (Michavila, Paricio, Amparo, Idoia, Aurelio, Gregorio, Pepe
Tejada, Mónica Freixas, Marta, Juan Vázquez). Todos ellos y ellas gente
importante y buenos amigos. No sé qué cara pondría yo, pero me supongo que una
de mucho asombro y sorpresa. “¿Y vosotros?, supongo que les preguntaría, ¿estáis
en alguna reunión?”. Y tras esa primera sorpresa pude haberme callado o ponerme
a hablar como un descosido tratando de adaptarme a la situación. Y me dio por
hablar. Lo habitual cuando te tropiezas con alguien a quien no esperabas.
Como aquí no cabía la excusa de comenzar hablando del tiempo que hacía, acudí a
otros asuntos más actuales: la pandemia (“os veo a todos estupendos, está claro que habéis
superado bien el trance del confinamiento”, les saludé); las novedades que ya conocía de alguno
de ellos (Paco Michavila, por ejemplo, que había regresado de su misión en la
OCDE y la Unesco en París). En cualquier caso, yo seguía en el guindo y no
tenía ni idea de qué pasaba. Así que seguía acaparando inocentemente la conversación hasta
que Felipe comenzó a preocuparse y me pidió que me callara y que les dejara
hablar a ellos. Aquello me sonó raro y comencé a hilar hilos. Y me enteré del
asunto: habían preparado un número
especial de REDU, que acababa de salir y que me lo dedicaban. Ellos eran autores de textos dentro de ese número y estaban en ese acto
virtual que quería ser, a la vez, la presentación del ejemplar de la revista y un
homenaje para mí. Un marrón.
Me callé, por supuesto. Y empecé
a recibir esa lluvia fina y refrescante de los halagos. Cada quien fue recordando
algunos momentos de la larga historia que hemos compartido juntos. Han sido
muchos años compartiendo temáticas vinculadas a la universidad, a la formación
didáctica del profesorado, a las innovaciones, a la calidad. Y lo hicieron con
ese cariño de quien te aprecia, de quien ha compartido afanes e iniciativas,
unas más cortas otras más dilatadas en el tiempo, para la mejora de la vida y
la enseñanza universitaria.
Bueno, qué decir. En aquella situación
de sorpresa sobrevenida yo solo podía dar las gracias a cada uno que hablaba y
decía cosas tan emotivas. Mi verborrea anterior se convirtió en silencio y recogimiento.
A medida que quienes hablaban referían su relación conmigo, mi cabeza y mis
emociones se trasladaban a aquellas situaciones que ellos rememoraban y las
revivía al ritmo afectuoso con que ellos lo iban contando. Efectivamente,
fueron muchos años de trabajar con mucha gente y esa colaboración dejó, sin
duda, sus frutos, tanto para ellos como para mí. Yo los hubiera contado con el
mismo aprecio y cariño con el que ellos lo hicieron. Ese tránsito que alguno de
los presentes refirió diciendo que habíamos iniciado nuestra relación como
colegas y la habíamos concluido como amigos. Es una buena síntesis de lo que me
ha ido pasando con muchos de los colegas con los que me ha tocado trabajar. No
con todos, es verdad., pero sí con la mayoría. Incluso los colegas que
coincidían poco con mis planteamientos y con los que discutía mucho (fueron
memorables nuestras controversias en las redes), nunca se convirtieron en mis
enemigos o, por lo menos, nunca los sentí así. Y, al contrario, lo que sí es
verdad es que con algunas personas he llegado a trabar una amistad duradera.
Algunas de esas personas estaban allí recordando con cariño mi trabajo con
ellos. ¡Qué decir!
Lo curioso de esas amistades es
que son heterogéneas en su perfil. A veces me ha sido más fácil congeniar con
personas provenientes de otros campos científicos que con colegas de Educación.
Trabajando en relación a la Universidad, esa es una condición fundamental.
No valen los discursos cerrados y
autoreferidos, no valen los tiquismiquis lingüísticos o doctrinales de la
ortodoxia pedagógica. Te exigen propuestas viables y sensatas para situaciones
concretas. La mayor parte de las veces sirven de poco los principios o normas
genéricas y tienes que explorar propuestas imperfectas que solo la práctica
revisada te permitirá ir mejorando. Es probable que mis propias inseguridades
hayan sido, a la postre, una de mis ventajas en un contexto tan variopinto y
complejo como es la universidad.
Probablemente, de todos los
presentes en aquel homenaje virtual, sean Amparo Fernández y José María Maiques
(que no estaba presente, pero estando Amparo, también estaba él, o su espíritu)
las personas con quienes más tiempo llevo trabajando: siempre han estado en mis
grupos de investigación y compartimos, en su día, la fundación de REDU con María
Jesús, la creación de la revista y, en general, de todo ese gran movimiento que
supuso la incorporación de los ICEs a la reflexión sobre la docencia
universitaria y la formación pedagógica del profesorado. Ellos, desde el ICE de
la Politécnica de Valencia, fueron siempre el faro que nos sirvió de guía a quienes peleábamos la misma pelea en
otros escenarios. Mucho tenemos que agradecerles quienes hemos estado
vinculados a la docencia universitaria.
La heterogeneidad en el perfil de
quienes han querido participar en este homenaje la marca muy bien Paco
Michavila, catedrático de Matemática Aplicada, formador de ingenieros, gran
experto internacional en políticas académicas, persona con enorme influencia en
el contexto universitario español. Él ha sido mi mentor y apoyo durante los
últimos 25 años. Paco es como una memoria viviente de todo lo que ha sucedido
en esa época tan alucinante para la universidad española. Gracias a él he
participado en alguna de esas corrientes que han dinamizado el panorama
universitario español: la renovación de las metodologías, la incorporación al
proceso de Bolonia, etc. Ha sido fantástico porque Paco es capaz de abrir
cualquier puerta y de conseguir cualquier tipo de complicidad de los gestores
universitarios (y sin ellos, pocas cosas pueden hacerse y pocas mejoras se
pueden alcanzar). Te debo mucho, Paco y lo sé. Dicen que la vida de las
personas viene condicionada por esos momentos impactantes que aparecen sin
esperarlos y que te marcan para bien o para mal. Encontrarme con Paco, aún no
sé a santo de qué fue nuestro primer encuentro, constituyó para mí uno de esos
momentos impactantes que significó la apertura a nuevos espacios y nuevas
gentes. Una etapa estupenda.
Javier Paricio es un caso muy
especial. No sé por qué. Quizás por ser mañico, una tierra con cuyos juncos
vitales construí mis cimientos académicos en aquellos lejanos años de los
Comunes en la Universidad de Zaragoza. La Zaragoza de aquellos años te marcaba
y te dejaba una huella indeleble en tu sistema autoinmune que te hace muy
vulnerable a cualquier persona o cosa que venga de allí. Bueno, lo importante
en Javier es que sin ser pedagogo sabe y siente la educación como ya me
gustaría a mí saber y sentir. Su trabajo en el ICE de Zaragoza junto a Fernando
Blanco fue otro de los faros que nos orientaban y marcaban tendencia a quienes nos
metíamos en el estudio de la docencia universitaria con menos experiencia, conocimientos
y recursos que ellos. Fue un privilegio trabajar con ellos en los buenos
tiempos de los ICEs y lo ha sido, ya a nivel personal, cuando aquel esquema
inicial decayó y todo ha venido a descansar en estructuras más débiles y
coyunturales. Sin mucho margen de duda, Javier es, a día de hoy, uno de los más
interesantes exponentes nacionales (y, aunque parezca exagerado, también de los
internacionales) de lo que puede dar de sí la pedagogía universitaria. Mérito
que él se ha currado muy a fondo (basta conocer su tesis doctoral y sus
publicaciones).
Aurelio Villa es otro de los
colegas y amigos con los que he vivido experiencias muy interesantes desde hace
muchos años. Persona muy relevante en la Universidad de Deusto, desde allí
logró transferir a todo el país los avances que ellos iban logrando conseguir.
El que él dirigía era otro de los ICEs que ha contado siempre con un gran
equipo de profesionales y que nos servía a los demás de faro y guía en la
mejora de la docencia. Menos sujetos, como instituciones privadas, a los lastres
organizativos y docentes de las universidades públicas, fueron abriendo camino
en muchas temáticas innovadoras para la docencia. Aurelio ha sido un gran
experto con quien me ha dado mucho gusto compartir congresos e iniciativas en diversas
partes del mundo. Su intervención de ayer fue muy cariñosa y llena de
sentimiento. Te lo agradezco mucho, Aurelio. Ya sabes que comparto ese cariño
que siempre demuestras a los amigos y ahí estaremos siempre.
Con Pepe Tejada he compartido
tantas cosas y desde hace tanto tiempo, con amigos tan importantes como
Adalberto, Joaquín, Vicente, Ángel Pío, que resultaría imposible resumirlas. Con
ellos he compartido batallas en ámbitos tan diversos como las prácticas, la
formación para el trabajo, las competencias. Hemos pertenecido a una generación
de pedagogos todoterreno y curiosos, lo cual nos ha impedido, probablemente,
ser eruditos intensos en un campo específico, pero ha tenido, también, sus
ventajas: hemos ido atravesando espacios y culturas formativas bien diversas,
hemos incursionado en terrenos pantanosos y demonizados que nos han acarreado
no pocas críticas y descalificaciones, pero, al final, debemos estar contentos
porque el habernos arriesgado nos ha abierto mucho la perspectiva educativa con
la que analizar los procesos formativos y nos ha hecho más humildes y menos
seguros. Tengo para mí, que también tú, Pepe, estás contento por ello.
Con Idoia he tenido menos
relación directa, pero me siento muy agradecido porque siendo ella responsable
académica en la Universidad del País Vasco siempre sentí aquella universidad me
recibía con aprecio. Y llegué a sentirla como mía. Y, cuando posteriormente, nos
hemos planteado iniciativas conjuntas, siempre ha sido una persona estimulante
y comprometida con la docencia. Como le
dije a ella ayer, fue la universidad donde más escucharon mis propuestas e
intentaron trabajar a partir de ellas. Y yo siempre he pensado que, de no ser
porque el amor y esas cosas me trajeron para Galicia (de lo que me siento muy
orgulloso), yo habría acabado en aquella universidad. De algo habría de servir
que todos mis estudios, desde los 11 años hasta la universidad, los hice en
aquella tierra. Además, tenía muy buenos amigos y amigas en la Facultad. Me
hubiera integrado bien.
A Mónica, Marta, Juan y Gregorio
los he conocido ya en REDU. Tanto Redu Asociación como Redu revista ha sido
para muchos de nosotros un lugar de encuentro. Un espacio imprescindible para
mantener viva la llama de la preocupación por la docencia universitaria. Me alegra
muchísimo que hayan aceptado participar en este número y que guarden buen
recuerdo de las cosas que he escrito o dicho. Todos vosotros sois gente importante en lo
que se refiere a temas de docencia y lo tendréis que ser, aún más, en el futuro.
Contar con amigos así me llena de
orgullo. De Marta, Juan y Gregorio (y de Idoia y Javier que también forman
parte del equipo), espero que logren mantener fuerte la REDU. Es una red
preciosa y necesaria, que lo será todavía más en los años de crisis y
transformación de la universidad que nos vienen por delante. Ellos saben bien
de la importancia de que la Asociación eche raíces en todo el territorio
nacional, que sea capaz de convocar a gentes de todos los sectores y de las
diversas especialidades siempre que compartan su interés por la mejora permanente
de la docencia, y que asuman una visión abierta a la policromía de las diversas
formas de hacer una buena docencia.
A Felipe lo dejo para el final
porque, aunque él no estaba en la pantalla, su presencia global en todo aquello
era patente y lo tenía a mi lado (así ha sido siempre) poniendo en marcha todo este
tinglado de homenajes y recuerdos. Él sabe que a una parte de mí no le gustan
estas cosas y lo pasa mal; pero él tiende a conceder mayor credibilidad a la
otra parte, la que se deja querer y no le hace ascos a los mimos y alabanzas. Y
así me tiene, de sorpresa en sorpresa. ¡Benditas sean!. Pese a que fui su profesor,
su director de Departamento, su decano (también él lo fue mío), su jefe de
grupo de investigación, su IP en diversos proyectos, su Presidente en AIDU,
nunca me ha dejado ser su jefe (ni yo lo he pretendido, la verdad). Se vive
mucho mejor a la sombra de su amistad, de su compromiso, de su fidelidad
crítica. La vida y la dinámica de nuestro Departamento nos ha llevado a hacer
un tándem permanente y eso, con el tiempo, va generando una notable complicidad
que, en nuestro caso, se amalgama con afecto, con muchas e interminables discusiones
que, si nos llevan al absurdo, situación no infrecuente, él suele zanjar con
aquello de que “me pones de los putos nervios”. Pero nos llevamos bien, muy bien. Hemos compartido
muchas vivencias y experiencias académicas e intelectuales, pero también otras
gastronómicas y lúdicas. Y sabemos que cuando estamos juntos, estamos bien. Así
que tanto la preparación de este momento de homenaje, como lo que dijo en
la tarde de ayer con todos vosotros presentes, como lo que escribió en el
número de la revista no son sino una pequeña muestra de todo lo que ha venido
haciendo y diciendo durante estos años cada vez que me han honrado con un
reconocimiento. En fin, poco más puedo decir que “muchas gracias”, Felipe.
Ojalá tenga yo la oportunidad y la capacidad de hacer algo similar cuando tú
estés en tu etapa de homenajes.
Y sí, chicos y chicas, amigos
queridos, muchas gracias a todos por este homenaje. Espero que al hacerlo no me
deis por amortizado y sustituible porque a mí me encantaría seguir trabajando
con vosotros. De hecho, tengo dos o tres proyectos muy interesantes que
proponeros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario