Los balnearios son lugares muy
especiales. Se parecen a los hoteles, pero solo porque te alojas en ellos. Son
muy diferentes.
Llegamos a las cuatro y pico de
la tarde. Lo primero que te sorprende es el tamaño enorme del edificio, lejos
del pueblo. En recepción te toman los datos y te dan un pase para ir al médico.
Dada la cantidad de gente que ingresaba ese día (un turno completo del Imserso:
luego me enteré que somos 350 personas en uno de los hoteles y 200 en el otro),
pensé que nos darían las uvas antes de que nos tocara el turno. Pues no, al
momento. Primero te reciben unas chicas que te toman de nuevo los datos y te
encomiendan a un médico (eran tres o cuatro en ese momento: la tarde de un
domingo). Una doctora en nuestro caso. Enseguida pasamos y ella te hace una
pequeña historia médica y te adscribe a alguno de los tratamientos que el
balneario oferta: todos son chorros o baños, pero orientados a distintas partes
del cuerpo según tus necesidades. Si lo considera necesario (conmigo lo hizo)
te ausculta, te toma el pulso y la tensión. Y te dice lo que puedes hacer. En
mi caso: piscina, chorro lumbar y chorro frío-caliente. Después vuelves con las
secretarias que te indican los horarios te entregan las fichitas que entregarás
cada vez que vayas a una sesión del tratamiento. Lo dicho mi rutina diaria
serán tres baños (dos de 10 minutos y uno de 20). La pejiguera es que entre uno
y otro debe haber una hora. Así que allá se va la mañana o la tarde. Nosotros
hemos preferido la mañana.
Debo confesar en mi descargo que
no soy persona de multitudes. Los movimientos de masas me superan. Y en este
contexto aún más, pues esos movimientos son lentos e inciertos. Algunas
personas están bastante estropeadas y tienen dificultades para desplazarse;
otras son extremadamente sociales y relajadas: no paran de hablar y se quedan
parados en cualquier lugar interrumpiendo el paso a todos los que vienen
detrás. Desesperante. Pero no queda otra. Así que la única manera que tengo de
superar ese estrés es estar siempre de los primeros de la fila. Pronto tuve
oportunidad de demostrar mi destreza en esas lides: la cena de las 8. Somos 350
personas, pensé para mí, buscando mesa para cenar. Échale media hora larga sin
remedio. Así que me armé de paciencia, llegué antes y entré el primero. Santo
remedio. Como habíamos oído que el primer día, al entrar, te asignaban una mesa
para toda la estancia, hablamos con otra pareja en la cola y entramos juntos.
La encargada nos colocó en una mesa y aquí paz y después gloria. Mientras
nosotros hacíamos las presentaciones, los novatos de la cola fueron asignados a
sus puestos y así comenzó esa otra parte importante de los balnearios cuando no
vas en grupo: con quién vas a compartir la experiencia. Ese problema resuelto.
Estamos sentados con una pareja de cerca de Alcalá de Henares. Simpáticos.
La cena transcurrió bien. Las
viandas fueron excelentes. Excesivas, al estilo de Navarra: aperitivo, primer
plato suave, segundo plato consistente y postre (a elegir entre muchos). Entre
tanta quietud, el relax de los chorros y estas comidas, vamos a engordar de lo
lindo.
Como la cena es a la 20:00, aún
queda un buen tiempo “dopo cena” para
hacer vida social. Pero se nota una gran desbandada. Somos gente mayor y
algunos prefieren tumbarse en la cama y ver la tele hasta que llegue el sueño.
Pero mucha gente se agrupa en torno a cuanta mesa hay para jugar a las cartas
y/o charlar. Eso es lo que tiene de bueno el venir en grupo.
En fin, ya estamos aquí; ya tenemos los deberes
médicos para estos días; ya tenemos mesa; ya hemos hecho nuestro reconocimiento
del espacio. Listos, pues, para nuestra primera temporada de balneario.
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